jueves, 5 de enero de 2017

"La luz de la Navidad" Leticia Meroño


Era 24 de Diciembre del año 2016. El espíritu de la Navidad hizo presencia en la casa de la familia del pequeño Martin.

Como era costumbre, previamente, recorrió la ciudad; todo estaba preparado para la noche mágica: árboles alumbrados, luces colgando de farolas y fachadas de los edificios, villancicos sonando dentro y fuera de los hogares… Respiró con profundidad para adherir a él el ambiente de la ciudad. Sin embargo, en la casa del pequeño Martin todo era diferente. Allí no había adornos, ni luces, ni árbol de Navidad… y el belén permanecía encerrado en una caja. La familia, los padres y Martin, ocupaban el sofá en completo silencio.

El espíritu se acercó hasta la caja que contenía las figuritas del belén, que se encontraba en la terraza con acceso al salón, y suspiró al verlos encerrados.

Una luz que emanaba del espíritu llegó hasta la caja de cartón y las tapas se

levantaron, asomando de ella una mano, y después la figura entera. Era San José que había despertado.

Se colocó sobre el cartón y, con los ojos muy abiertos, miró a su alrededor y al espíritu que, corpóreo, lo observaba con fijeza y seriedad.

Las palabras tardaron en llegar mientras ambos se analizaban, con paciencia y respeto.

–Buenas noches, San José.

–Buenas noches, eh… no sé quién eres y, la verdad, tampoco sé quién soy yo.

–Primero mira dentro de la caja; después vente conmigo, quiero enseñarte algo.

San José miró dentro y pudo ver el resto de figuras que se ocultaban en la oscuridad, aunque no comprendió qué era todo aquello, y extrañado, se expresó con un gesto de duda.

–Ahora, acompáñame y te mostraré quién eres.

El espíritu cogió en sus manos, con sumo cuidado, a San José. Un halo de luz los rodeó y aparecieron en la casa del pequeño Martin, pero en otro tiempo.

Aurora, una niña de pelo dorado que le caía por el rostro en alborotados tirabuzones, pintaba con la ayuda de su madre las figuras del belén. Con un pincel daba color a los ojos de San José mientras su madre pincelaba los detalles del niño Jesús.

La luz cubrió de nuevo a San José y al espíritu que lo guiaba y se transportaron a otro tiempo.

La niña de tirabuzones revoltosos ya era una mujer. Junto a su hija y su marido limpiaba las figuras y las colocaban en la entrada de la casa, sobre el mueble recibidor que estaba cubierto de musgo. Los tres irradiaban felicidad, y al concluir el trabajo se fundieron en un abrazo, emocionados por la preciosidad del belén navideño. A San José le resbaló una lágrima por la mejilla al ver tan bonita escena familiar, y al sentir la alegría y emotividad que él y el resto de figuritas despertaba en aquella familia. Aunque seguía desconociendo quién era él realmente.

Aún con el agua mojando sus mejillas, ambos contemplaron de nuevo el belén; pero, ahora, en otro tiempo. Aurora ya cargaba a sus espaldas ochenta y cinco años y colocaba, junto a su nieto de tres años, las figuritas que durante tantos años habían dado calor a las navidades en aquella casa.

La abuela sostenía en sus manos al Niño Jesús mientras exponía a su atento nieto la historia que rodeaba la vida de aquel bebé y su familia.

“Y fue el arcángel Gabriel quien se presentó ante una inocente María para explicarle que ella traería al mundo a Jesús, el hijo de Dios, el cual crecía en su interior.

Meses después, María, junto a su marido José, caminaron hasta la ciudad de Belén. Una vez allí no encontraron alojamiento; sin embargo, un vecino del pueblo les prestó su establo para que pudieran descansar.

Y fue aquella noche cuando el pequeño Jesús vino al mundo, la noche del 24 de diciembre. En el cielo brilló una estrella, como nunca otra había brillado, y los Reyes: Melchor, Gaspar y Baltasar la siguieron.

María colocó paja en el pesebre e hizo una cuna para su bebé. Allí pasaron la noche.”

Martin escuchaba a su abuela con los ojos muy abiertos. Cuando hubo terminado de narrar la historia dio la figurita a su nieto y este la posicionó sobre el pesebre. El belén ya estaba montado. El pequeño corrió a buscar a sus padres para que vieran lo bonito que había quedado. Toda la familia, abrazada, contempló la belleza que desprendía.

San José comprendió lo que él representaba y se quedó, al igual que Martin, con los ojos muy abiertos, sorprendido. Cuando fue a formular una pregunta al espíritu de la Navidad, un remolino de aire los cubrió impidiéndole hablar, y regresaron al presente.

–¿Dónde está el belén este año? –preguntó San José al encontrarse ante un mueble vacío.

–¿Recuerdas de dónde saliste hace unas horas?

La figurita se acordó que despertó en la oscuridad, rodeado del resto de compañeros. Agachó la cabeza, triste, intentando comprender por qué Aurora no había montado aquel año el belén si llevaba haciéndolo durante toda su vida.

El espíritu cogió a la figurita y la trasladó al salón. En el sofá se encontraba Martin y sus padres, sin cruzar palabra.

–Pero, ¿qué sucede aquí? Y, ¿dónde está Aurora?

–Es el primer año que ella no está. Falleció el mes pasado –le indicó el espíritu.

–Vaya, por eso están tan tristes. Entiendo que no tengan ganas de sacarnos de esa caja.

–Recuerda quién eres –dijo el espíritu y se desvaneció dejando allí a una figurita desconcertada.

San José no entendió lo que le intentaba decir, pero su corazón le indicaba que tenía que arreglar aquello. Dejar el belén en la oscuridad era como olvidar a Aurora, como dejar atrás lo que ella siempre había compartido con su familia, y si seguían su tradición sería como tenerla siempre con ellos. Aquel belén era el espíritu de Aurora.

La figurita se acercó hasta el sofá y trepó por él hasta engancharse en la pierna de Martin. Por debajo del pantalón le propinó un pequeño pellizco para que el niño mirase. Cuando consiguió su atención le guiñó el ojo. El niño cogió la figurita y a toda velocidad se dirigió a la terraza, arrastró la caja como pudo por el suelo y la introdujo en el salón. Los padres lo miraban desconcertados sin saber qué decir. Martin siguió arrastrando la caja hasta la entrada de la casa, seguido por sus padres, y entre los tres, en silencio, dieron vida de nuevo a la Navidad. San José sonrió al pequeño y la inmovilidad volvió a él.

– La abuela siempre estará con nosotros –pronunció Martin mientras se abrazaba a la pierna de su madre, que le respondió entre sollozos:

–Lo sé, hijo, lo sé.

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