Tenía ganas de salir de
aquí. Muchas, muchísimas. Cuatro paredes no me dejaban ver la luz del sol.
Cuatro paredes hacían correr la ansiedad por todo mi cuerpo. Mi estómago se
cerraba, mientras que un nudo característico se adueñó de mi garganta.
Mis ojos no soltaban
más lágrimas. Mis piernas ya no aguantaban mi peso. Mi mente sólo daba vueltas
y vueltas. No sabía lo que me había llevado allí. Sólo sabía que no podía
salir.
El tiempo jugaba en mi
contra todo el rato. Porque él seguía pasando mientras yo seguía encerrado. Una
pregunta rebotaba continuamente en las paredes: ¿Por qué…?
No sé cuánto tiempo
pasó hasta que me di cuenta de que en el suelo de aquella celda gris había un
móvil. El móvil tenía un mensaje en el buzón. Lo abrí sin pestañear.
“Hola?”
¿Era posible que otra
persona quisiera conectar conmigo de alguna forma? Una parte de mi mente lo
negó. Sin embargo, no pude evitar la tentación de contestar. Al fin y al cabo,
estaba desesperado por hablar con alguien.
“Hola. Estoy solo y
encerrado en una prisión fría y oscura. Quién eres? Necesito ayuda”
Esperé.
“Soy quien te puede
sacar de ahí”
Mis ojos se abrieron
como hacía mucho tiempo que no hacían. Casi parecía distinguir ya la luz de
fuera. Una media sonrisa apareció en mi rostro. Echaba de menos que algún
detalle minúsculo me hiciera sonreír.
Los dedos me temblaban,
pero conseguí escribir.
“Cómo puedes sacarme?
Necesito salir…”
Se hizo eterna la
espera. Volví a fundirme en la oscuridad porque pensé que era una mala broma.
¿Cómo iba a querer alguien sacarme de aquí? ¿A quién podía importarle
realmente? Un sonido característico me sacó de esas preguntas tan dañinas.
“Piensa en todo lo
bueno, en todo aquello que te hace feliz. Después reúne fuerzas para
levantarte. Cierra los ojos y apoya una mano en la pared. Concentra eso
positivo que tu mente te ha proporcionado”
Hice lo que me pidió.
Me levanté y apoyé una mano con los ojos cerrados. Pensé con todas mis fuerzas
en momentos felices… pero no funcionó.
Mis dientes se
apretaron y mis puños se cerraron golpeando la pared con fiereza. Me habían
tomado el pelo. Justo cuando volví a coger el móvil para pedirle explicaciones
a aquella persona que me hablaba al otro lado me di cuenta de que me había
dejado otro mensaje que había ignorado.
“No te saldrá la primera
vez, porque aún no reconoces todo el bien que puedes hacer. Yo sé que eres
grande, que eres capaz de realizar proezas que ni tú mismo puedes imaginar. Así
podrás inspirar a otras personas a salir de sus cárceles. Pero antes respira y
piensa fuerte en eso que te dibuja una sonrisa inconscientemente. Ambos sabemos
muy bien lo que es. Tienes que pensarlo tan fuerte que casi puedas tocarlo”
“Por qué me ayudas?”
“Cómo que por qué?
Porque te quiero”
Aquella respuesta me
descolocó. Había alguien al otro lado que me quería lo suficiente como para
sacarme de la oscuridad. Se lo debía. Debía esforzarme simplemente porque había
alguien que creía en mí. Quería saber quién era, pero no me atreví a escribirle
de nuevo, y me concentré en mi tarea.
Vi una playa. Un amanecer.
El sol salía con toda
su fuerza dando los buenos días a aquel paisaje. Yo, cobijado en una palmera lo
saludaba recibiendo casi toda su luz. La arena me acariciaba los pies mientras
caminaba. Lo cierto es que la notaba cosquilleándome la piel. El sonido de las
olas me hacía respirar con más calma que nunca. Me relajé.
Al fondo estaban mi
familia y mis amigos esperándome. Y cuando los distinguí a lo lejos me reí. Me
reí tan fuerte como hacía años que no lo hacía. Y corrí como un loco, haciendo
saltar la arena y salpicando el agua del mar.
Cuando abrí los ojos,
me di cuenta de que mi mano había dejado de tocar la pared. Realmente no estaba
tocando nada. Había desaparecido. Una luz me inundó el alma. Venía de un cielo
tan azul como aquel mar que imaginé dentro de mí. A lo largo de mi vista, se
extendía un campo con una hierba verde que llegaba hasta unas montañas que
parecían abrazar a las nubes. Empecé a caminar con una alegría que no
reconocía. Algo había cambiado en mí. Eso me había llevado a la libertad.
Estaba deseando conocer
a la persona que prácticamente me había liberado de mi prisión. Recorrí muchos
kilómetros hasta que vi un móvil de nuevo tirado en el suelo. Estaba seguro de
que era el de mi héroe. Decidí mandar un mensaje, por si tal vez, tuviera la
oportunidad de encontrar a esa persona.
“Hola?”
No hubo respuesta. Me
impacienté. A punto estuve de tirar el móvil y olvidarme de todo aquello. Después
de todo, yo era libre. Eso era lo que importaba.
Cuando iba a tirar la
toalla, el móvil vibró:
“Hola. Estoy solo y
encerrado en una prisión fría y oscura. Quién eres? Necesito ayuda”
De repente, lo entendí
todo.
“Soy quien te puede
sacar de ahí”
Muy bueno, Pedro! Sólo nosotros mismos los q podemos liberarnos 👍
ResponderEliminarEnhorabuena, Pedro. Me ha intrigado hasta el final. Un saludo.
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