Todos dicen que estoy enfermo, que necesito
ayuda, pero yo no pienso así. Me siento bien, no necesito esto… No quiero que
me encierren como la otra vez; debo ser libre. ¿Por qué no me creen?
No lo entienden. Soy
diferente, soy especial, distinto al resto. Mi destino está escrito, lo sé. Vine
para hacer cosas grandes. Todos me juzgan cuando digo que debo salvar el mundo
y eso me llena de rabia y tristeza, pues no hallo consuelo. Estoy solo, al
igual que lo estuvieron otros como yo.
Menos mal que te
tengo. Cada día me recuerdas cuál es mi verdadero deber; para lo que fui creado.
Cuando digo que me guías nadie me cree, pero yo sí, porque eres mi ángel de la
guarda: me acompañas, me consuelas y me indicas el camino, eres parte de mí.
–Cariño, debes ir
con el enfermero –me dice entre lágrimas.
–No –grito.
No pienso repetir
lo de la otra vez, no quiero negar quién soy. Mi destino es mi sufrir y ese me
hace sentirme vivo. Estoy enamorado de mi dolor. Por eso debo ser fuerte, pero
qué difícil es cuando los demás no dejan de decirte que es lo correcto. Cuando
no creen en ti, ni en tu misión. Ellos no se dan cuenta para lo que realmente
viniste a este mundo.
Mi madre humana me
mira llorando. Su pena me mata, y no quiero verla sufrir, no puedo permitirlo.
No quiero ir y que ocurra lo de la otra vez, pero presenciar su llanto me
destroza y bloquea, provocando que dos enfermeros me arrastren hacia ese abismo
que conozco.
Usando su fuerza me
consiguen recluir en una cama, atándome sin poder moverme. Soy un prisionero
nuevamente. Nadie quiere oírme a pesar de que intento contarles quién soy. Veo
que tengo una oportunidad con uno de los enfermeros. Me mira con atención e
intento razonar con él, pero mi dicha se acaba cuando el otro le dice esas
palabras que repiten de mí: «está loco, se cree con poderes o algo así».
“Loco”, otra vez
esa palabra que me taladra y rompe el corazón. Soy un incomprendido, un paria,
un desolado… Nadie me entiende ni me escucha. Estoy empezando a sentir la
soledad del héroe mientras mi auténtico yo se desquebraja.
El pánico se apodera
de mí. Aún recuerdo lo de la otra vez. Me hicieron creer que la voz no era
real, y al final tuve que mentirles a todos y hacerles creer lo que ellos
querían escuchar. No obstante, sé quién es esa voz: mi familia extraterrestre.
Ellos me dejaron aquí para salvar a los humanos.
No pertenezco a
este mundo, es evidente. ¿Acaso no se dan cuenta de que puedo salvarlos a todos?
Me siento triste, con ganas de llorar. Para todos soy un despojo humano.
Las sombras, de un
pasado muy reciente en aquel sanatorio, me van cubriendo. Las veo cómo quieren
apoderarse de mí. Son las huellas de mis enemigos que quieren anularme. Van
caminando por las paredes, acercándose a mi cama. Me revuelvo pero no consigo
liberarme. Entonces, ellas poco a poco me sumergen en la desilusión, hasta que
resurge la voz de mi familia alienígena.
Me revuelvo e intento
zafarme de mis ataduras; no consigo que mis poderes se manifiesten para
ayudarme. En vista de que no consigo liberarme, grito, pero lo único que logro
es que los dos enfermeros huyan de mí.
–¡Socorro! ¡Ayuda!
Allí estoy, solo, en una habitación, sin nada;
estéril, sin vida ni emoción, donde lo único que encuentro en mi soledad, una
soledad que me acompaña hasta que llega un médico que acaba con todo.
Un pinchazo y las
sombras se hacen conmigo. No puedo moverme, soy un cuerpo inerte sumergido en
un mundo vacio y frío. Ahora no soy yo, ni nadie, un simple despojo de lo que
fui. Lo único que me queda es suplicarle a la voz que me ayude, sin embargo, él
tampoco esta. Me siento solo en aquella habitación, bañándome entre clandestinidad
de la oscuridad. A pesar de eso, distingo voces: mi madre y un hombre.
–Le he puesto un
relajante muscular muy fuerte. De todas maneras, empezaremos a tratarlo con
litio desde que tengamos los resultados de las pruebas. ¿Sabe si ha estado en
contacto con cómics o algo de superhéroes esta vez?
–No creo –Oigo su
llanto–. Cada vez que pienso que pudo morir al intentar saltar desde el
edificio…
–Esto no es culpa
suya. Su hijo tiene un Trastorno Bipolar agravado con esquizofrenia. Pensábamos
que lo tenía controlado, pero esta recaída no es nada buena.
–Ayúdele, doctor.
Quiero gritar, pero
no puedo, mi cuerpo no me responde. No quiero estar aquí. Nadie me quiere ayudar,
y me siento triste. No me queda nada, todos me han abandonado. Mi cuerpo está indiferente,
pero mi mente sigue viva, aunque sin la voz. Ahora estoy solo en una cama a la
espera del litio para morir en vida.
Mi pasado me está
abrazando nuevamente, asfixiando cualquier rastro de mí. Ojalá hubiera
escapado, pero mi madre… Su dolor me trastorna. No puedo… La oigo lejos pero la
siento cerca. Creo poder abrigar una lágrima suya en mi rostros, además de un
tierno beso, que sabe a soledad y me hace tiritar de frio.
–Cariño, perdóname,
yo te quiero, pero… –Noto que se rompe su voz.
No puedo soportarlo.
No quiero su lástima, ni su perdón. Me lo advirtió mi verdadera familia: los sentimientos humanos te harán débil.
Así fue, por eso estoy preso.
***
–Hola, cariño –Una
extraña mujer se acerca a mí
–¿Quién eres? ¿Quién
soy? –Sin saber el motivo, ella rompe a llorar.
–Perdóname, mi
amor, pero no puedo perderte. Te quiero tanto que necesito tenerte conmigo.
Necesito luchar por ti, ya que tú no eres consciente de la realidad.
–No sé quién eres
–me asusta al intentar tocarme. Me aparto y la miro sin saber qué quiere.
–No te alejes de
mí, soy mamá.
–No –La aparto. Tengo
miedo.
Veo algo y me quedó
observándolo detenidamente. Parece mi mano. La muevo y gira. Sonrió ante mi
descubrimiento, no sabía que podía hacer eso. Sigo prestando atención y veo cómo
la luz pasa a través de ella.
–Cariño, estoy aquí
–Está muy sedado
–La chica de las pastillas se acerca y yo la abrazo. Sé quién es ella–. No debe
tenérselo en cuenta.
–No, espere –suplica–,
no se lo lleve aún. Raúl, hijo, escúchame, por favor. Soy mamá. Mira, esta
carta me la escribiste antes de caer enfermo –Se limpia las lágrimas con la
manga de su rebeca–. «Mamá, ayúdame, creo que me estoy volviéndome
loco… No lo sé. Escucho una voz que me dice que soy de otro planeta. Eso no es
cierto, ¿ verdad? Noto que me fallan las fuerzas y a veces no sé quien soy en
realidad. Debes hacer todo lo posible para que no haga nada raro ni haga daño a
alguna persona. ¡Por favor, perdóname y si es necesario déjame ir!»
No sé lo que dice, ¿quién es? Tengo miedo.
Me abrazo a la
enfermera, y cuando llego a mi cuarto me siento mejor. Ahora estoy más tranquilo.
Al estar solo, saco de debajo del colchón un cuaderno, y ahí escribo siempre lo
mismo.
“Soy del planeta
Zolta, no soy humano. Mi misión es salvar a la humanidad. Nadie debe saberlo”.
Hola. Que estremecedor relato. Tener a un familiar perdido por ese mundo debe de ser muy dura. La madre lo está pasando bastante mal. A veces me pregunta que pasará en la mente de estas personas. Me encantado el relato. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias! Estuve indagando sobre este tema quise q fuera lo más real posible
EliminarEnternecedor, enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias!!😘
EliminarMuy duro y genial trabajo de documentación... te mete por completo en los mundos de los personajes. Enhorabuena
ResponderEliminarMuchísimas gracias! !
EliminarMuchísimas gracias! !
EliminarMe ha parecido muy interesante y profundo, desgarrador también. Enhorabuena
ResponderEliminarOhhh muchas gracias 😘
EliminarHas conseguido enganchar y eso es muy importante. Felicidades
ResponderEliminarNo me digas eso q me pongo roja jajajaja 😄
EliminarMuy bueno, Yazmina. Muy real, te lo digo con certeza, aunque te diré que el litio es lo que menos afecta. Este cambio de registro me ha gustado mucho. Te has crecido.
ResponderEliminarJo.. q ilusión me hacen tus palabras. La verdad es q el taller me está viniendo de maravilla pa ponerme a prueba y explorar otras posibilidades 😅
EliminarEnhorabuena, Yazmina. Me ha parecido un relato muy emotivo y original. Gracias.
ResponderEliminarGracias, Merche
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