Nati se levantó de la cama y entró en el baño refunfuñando
porque era tarde. En tiempo récord consiguió llegar al trabajo en su moto de
gran cilindrada, pero no a su hora. Apenas había dormido. Una sonrisa pícara se
le dibujó.
Trabajaba como directora ejecutiva de la empresa
multinacional Comida Sana Fast. Era conocida como “la Cruel”. Continuamente
vigilaba el movimiento de todos los empleados, y nada se le escapaba de su
control. Salió del ascensor y tropezó con la pobre Sofía.
—Buenos días, señora —dijo, muy nerviosa y mirándose los
zapatos.
— ¿Adónde vas? ¿Ya te estás escaqueando? —le acusó,
observándola de arriba abajo con desaire.
—No, no…, voy a llevar estos contratos a personal. Borja…,
el señor Romero lo está esperando para… —Hablaba mientras veía cómo se alejaba
dejándola con la palabra en la boca.
Iba irritada porque no le había dado tiempo a tomarse ni un
mísero café. Tras su paso, el silencio se instauraba en la oficina. Solo
existía una persona que le plantaba cara: Emma, una joven arrogante, soberbia,
que llamaba la atención por su talla y, que acompañada por tan rubia melena,
convertía su presencia en un hechizo maravilloso, motivo que la irritaba. Y
para su mala suerte se la encontró en su camino.
—Hola, Nati. ¿Llegando tarde? Qué raro. Lo apuntaré en tu
agenda de faltas —le dijo sarcásticamente, con una media sonrisa y las manos
puesta en su cintura.
—Tú, ¿qué haces parada? Tráeme un café, ¡muévete! —le
gritaba sin mirarla, y resoplando. Se estaba cansado de aguantarla, pero le
había prometido a su superior que no la echaría.
—A sus órdenes, mi señora —le dijo de forma burlesca, y en
compañía de una reverencia. El resto de los empleados miraban sin hacer ni una
mueca.
—Darte prisa, estúpida —Estalló.
Entró en su despacho cerrando con un sonoro portazo. Tiró al
sillón su bolso y se asomó a la ventana porque necesitaba serenarse. Siempre
conseguía sacarle de sus casillas. Tenía que hablar con él de nuevo, ya no
aguantaba más. Se sentó en su sillón y cogió el teléfono para hablar con su
secretaria.
—Sí, señora —contestó con una voz tímida.
—Consigue una cita con don Pedro lo antes posible —le pidió.
Nati encendió el ordenador para empezar a organizar el
trabajo, y fue abrir los correos. Unos golpecitos sonaron. Negó con la cabeza,
sabía que tras la puerta estaba su pesadilla. Una sonrisa depravada se asomó en
su rostro. No tuvo que ordenar que pasara, lo hizo sin más.
—El café para la jefa, como le gusta: con leche, tres
cucharaditas de azúcar y bien calentito —Se lo dejó en la mesa mientras le
guiñaba un ojo. Se quedó en silencio esperando alguna orden. Al ver que estaba
ensimismada con la pantalla del ordenador, carraspeó.
—¿Sigues aquí? ¡Fuera! —le rugió volviendo a lo que tanto
llamó su atención.
—¡A su orden! —Salía riéndose. Era tan fácil picarle…
Estaba tan ensimismada que no escuchó cerrarse la puerta.
Releyó varias veces el correo que tenía abierto y que llevaba tanto tiempo esperando. Por fin
había sucumbido a sus ruegos. Tenía un nombre y una dirección para empezar a
buscar. El teléfono sonó.
—Dime.
—Don Pedro no puede reunirse hasta dentro de dos semanas
—susurró la secretaria, temiendo a su reacción —. Es que… se va de vacaciones
con su mujer, señora.
—Bien. Esperaré —Colgó el teléfono.
Emma era como un
grano en el culo, pero podría soportarlo. Tenía otro asunto más importante que
quería averiguar. Sacó el móvil de su bolso y marcó el número de su prima.
—Sandra, Sandra…, tengo algo —le gritó, nerviosa.
—No chilles. ¿Qué tienes?
—Un nombre y una dirección. Sor Mercedes me ha mandado un
correo —le contó, más tranquila.
—¡Qué buena noticia! Dímelo, que lo voy a comprobar —le
ordenó. Anotó y colgó el teléfono tras asegurarle que la llamaría con la mínima
noticia. Sandra era más que una prima. Se convirtió en esa madre que no quiso
saber nada de ella.
Se encontraba feliz. Recordó el momento en que tomó la peor
decisión de su vida. Si pudiera dar el tiempo atrás lo haría, pero era tarde.
Solo esperaba que no fuera demasiado para arreglar las cosas.
La puerta se abrió de sopetón pillando a Nati sumida en un
llanto silencioso.
—¡Anda!, hasta tiene corazoncito —Se mofó Emma al verla.
Esta vez Nati no pudo controlarse.
—Tú. Esto se acabó. Recoge tus cosas y sal de aquí, ¡ya! No
volverás a trabajar en esta oficina —le gritó mientras se levantaba y la cogía del brazo para sacarla
del despacho.
Todos los presentes quedaron mudos. Ver a la jefa gritar
conducía a problemas, pero si era con Emma podía desencadenar una guerra.
—¡Oye! Suéltame. ¿Qué te has creído? —De un tirón se soltó
de su agarre y la empujó. Si no llega a ser por la secretaria se habría caído.
Una vez estabilizada posó su mirada en ella, y con pisadas
firmes se dirigió hasta ponerse a su altura.
—Pero, ¿tú quién te has creído? So Boba. Eres una inútil, un
estorbo, un fracaso y una floja. Estás tardando en irte ¡Fuera! —le gritó con
una sonrisa que mostraba unos dientes blancos. Emma no se movió.
—Sabes que esto no quedará así. Te vas a arrepentir cuando
don Pedro se entere de cómo me estás tratando —le chilló mientras se dirigía al
ascensor. Sus ojos se estaban humedeciendo. Se sentía tan humillada…
—Por él no te preocupes, está informado de la situación,
¡ja! —le avisó. Hizo un movimiento de desaire con su mano.
—¡Esto no quedará así! —gritó mientras se cerraban las
puertas, momento en que dejaba escapar el llanto comprimido.
Nadie hablaba, esperaban a que la jefa dijese o hiciese
algo. No querían aumentar más su enfado.
—¿Qué hacéis parados? Todos a trabajar —ordenó, y entró a su
despacho. Sabía que tenía un problema, pero ya lo solucionaría.
La jornada terminó sin nuevos sobresaltos. Recogió sus cosas
para irse a casa cuando su móvil empezó a sonar. Lo cogió del bolso y vio que
en la pantalla indicaba llamada oculta. Se extrañó, y como siempre hacía, la
rechazó. No le dio tiempo a guardarlo cuando escuchó el pitido de la entrada de
un mensaje. Lo abrió y leyó, y tuvo que sentarse al sentir cómo todo su cuerpo
temblaba. Habían escrito: «Hola, mamá».
Esas palabras retumbaban en su cabeza. Volvió a tomar el
control de sí misma cuando escuchó el teléfono sonar. Ni miró la pantalla.
—¿Quién es? —chilló.
—Oye, no me grites. ¿Qué te ocurre? —preguntó Sandra,
preocupada.
—Acabo de recibir un mensaje con solo «Hola, mamá» —le contó
sin poder bajar el volumen de la voz. Estaba confundida y muerta de miedo. No
era así como pensaba que iba a tener su primer contacto.
—Y ¿no has contestado o llamado? Debes averiguar, aunque yo
también he descubierto algo, por eso te llamaba —le dijo con tranquilidad.
—Tengo miedo. Y ¿si no quiere saber nada de mí? —preguntó,
confusa. Se levantó y fue a mirar por la ventana. Necesitaba controlar la
situación. El día estaba siendo algo caótico.
—Algo querrá. Si en verdad quien te ha mandado ese mensaje
es tu hija, seguro que tendrá algo que decir. ¿No crees? —Respiró hondo. Sabía
que era una situación difícil de afrontar y más cuando viera lo que tenía para
enseñarle.
Quedaron en silencio. Nati volvió a sentarse algo más
serena.
—¿Qué noticia me tienes que dar? Espero que sea buena —Se
llevó la mano para frotarse la frente. Le estaba entrando un tremendo dolor de
cabeza.
—Es sobre los datos que me has dado esta mañana. He
conseguido un nombre y una foto. Conoces a esa persona, y no te va a gustar —le
espetó sabiendo el peligro de desvelar la información.
—¿Cómo que no me va a gustar? Dime de una vez lo que has
descubierto —le ordenó, gritando; pero no obtuvo respuesta, solo calma.
—¡Oye! Tranquila, que no soy uno de tus lacayos. Cómo estás
alterada, te voy a enviar el correo donde encuentra la respuesta. Solo te digo
una cosa: no lo leas hasta que no estés tranquila, y con lo que descubras no te
adelantes a los acontecimientos. ¿Me lo prometes? —Sabía que lo que iba a
destapar no le iba a gustar, y eso le preocupaba.
—Te lo prometo. Perdona mi enfado, es que no ha sido un buen
día —le explicó, más serena; después, colgó. —Recordó el día que se fue a vivir
con ella después de ser echada de casa por sus padres al enterarse de que
estaba embarazada. Tenía dieciséis años. Fueron momento difíciles y tomó la
decisión que creyó mejor, pero con el paso del tiempo descubrió que no era así
—.Esos segundos sumida en los recuerdos le proporcionó el sosiego que anhelaba
para hacer frente a la respuesta de su búsqueda. Se preguntaba cómo sería; sí
se parecería a ella, si era feliz, si sabría que existía o si quería conocerla.
Mil dudas le acechaban y el pánico apareció. Tal vez no sería buena idea.
Habían pasado más de veinte años. Encendió el ordenador que
apagó antes. La espera a que estuviese operativo la excitó. Abrió el correo con
ilusión.
Hola, Sandra.
Ha sido una sorpresa recibir su correo. En efecto, soy la
persona que estás buscando. Es interesante saber que mi madre biológica me
busca. Yo sí sé quién es ella, lo descubrí hace años gracias a una persona que
conocemos ambas: don Pedro.
Quiero que ella sepa quién soy, pero seguro que no le seré
de su agrado. Ya me conoce. Mi nombre es Emma. Le envío una foto para que
confirme mi identidad. Espero que la noticia no le cause horror y la vuelva una
cobarde.
Emma, un niña abandonada.
Nati buscó el archivo adjunto y lo abrió. «No podía ser
verdad, ¿Emma, era su hija?». Cogió el ordenador y lo estrelló contra el suelo.
Tomó su bolso y salió corriendo. Solo sabía una cosa: tenía que buscarla y
explicarle todo.
Buen relato,Isabel! Enhorabuena!
ResponderEliminarGracias, Laura. Besos
EliminarEs un relato precioso. Me ha conmovido. Enhorabuena, Isabel.
ResponderEliminarGracias, Merche. Me gusta lo que dices. Besos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy intenso e interesante. Felicidades
ResponderEliminarGracias, Héctor. Besos
EliminarBonito relato y bonito nombre, jejeje. Felicidades, Isabel
ResponderEliminarEl nombre me encanta. Gracias. Besos
EliminarMuy buen relato, Isabel, me ha gustado mucho
ResponderEliminarHola. Que ilusión. Besos.
EliminarFelicidades, Isabel. Buen relato, interesante hasta el final. Besos
ResponderEliminarGracias. Me quedo con lo de interesante. Besos.
ResponderEliminarMe ha gustado! Congrats!
ResponderEliminarIsabel, felicidades desde la primera línea se lee el dolor y la crispación en Nati, la soledad y la desesperación. Un relato muy bien acabado, cerrado y completo.
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