Un año más nos
desembalan de esta cosa tan rara que llaman plásticos y que en formas de
burbujas impiden que nos quebramos. Por la edad que tengo, y por el ajetreo que
me confieren en estas fechas, mis huesos se resienten. Son más de dos mil años
cumpliendo con esta función de cumplir sueños. Eso que las dudas me asaltan
todos esos días, que fuera de mi refugio observo la realidad. Ya no reconozco
nada de mi tiempo, cuando tributamos nuestras ofrendas al Biennacido en Belén.
Partí de mi patria, Persia, con el consenso de todos los sabios del reino. Mi
madurez mostraba el equilibrio en las respuestas y la justicia necesaria para decidir.
Siempre me montan a lomos de un camello, en las representaciones navideñas;
pero en realidad, partí en un bello caballo árabe de crines negros, trenzados
con suma belleza. Su porte era majestuoso, como el mensaje que guardaba en mi
pecho, para el recién nacido. En mis alforjas guardaba el más preciado de mis
bienes, incienso, entre otras dádivas como miel y requesón, típicas de mi
tierra.
Alguien se acerca a
recogerme; a lo largo de mi historia han ido transformando mi apariencia,
aunque debo señalar que, esto, que es mi corazón nada ni nadie lo puede
alterar. Calculo que debo ser una figura de cuarenta centímetros, de arcilla
coloreada con vivos colores: un añil intenso para mi capa aterciopelada, con
nacaradas perlas dispersas por toda ella; gris para la seda de mis bombachos y
el azul del firmamento para este sayo de mullida lana. Mi barba sigue intacta,
aunque yo partí camino de Belén sin ella; dudo si me creció en el trayecto o
quizás, sea creación de algún artesano en los primeros años de nuestra leyenda.
Sólo me queda un vago recuerdo de todo ello; la memoria no siempre acierta con
lo vivido; distorsiona a su conveniencia la realidad, y la tiñe de difuminados
colores con el paso de los años. El caso que ahora me puebla una barba castaña
con reflejos bermellones. Igual que mi pelo, el panizo de ellos es un puro
convencionalismo de las navidades de centros comerciales.
No me puedo quejar, el
mimo con que mi dueña me trata me empaña los ojos. No siempre ha sido así,
Antes de encontrarme con Melchor y Baltasar camino del portal; tuve que
enfrentarme a mercenarios romanos que intentaron robarme mis ofrendas. Mas, la
astucia no es cuestión de fuerza, sino de inteligencia. Mi sabiduría me salvó
de la rudeza de sus actos y la marcha pude reanudar. A lo largo de los siglos
he pasado por miles de hogares. Desde el más modesto, al más ostentoso; de
palacios a chozas en los arrabales. Mas, siempre mi magia se ha mostrado
equitativa con todos ellos, según sus necesidades. El más de los ricos que
necesita afecto y comprensión, y el pobre que precisa un abrigo para el duro
invierno; entre mis alforjas siempre está el regalo necesario.
Este hogar parece
acogedor, la suavidad de las manos de María, la señora de la casa, contrasta
con sus ojos apesadumbrados. Distingo una tela invisible de tristeza en ellos;
sus arrugas no son tanto por la edad como por el enjuto de su ceño. A pesar de
su madurez avanzada, cuida sus gestos entre la elegancia y la meticulosidad. Me
deja en el lugar señalado en el belén artesanal, todas sus figuras ocupamos
nuestra posición. Por unos días, todos nos volveremos a reunir más allá de las
cajas en las que pasamos el resto del año. Ya distingo los pastores junto a sus
rebaños que pastan entre el río y el pesebre. Las lavanderas ya lavan sus ropas
entre chismes y villancicos. Los niños juegan alrededor del burro, y el buey
yace en la tranquilidad acogedora de la paja que le sirve de lecho. Melchor y
Baltasar me adelantan atravesando el puente que divide la orilla norte donde se
han edificado los palacetes más suntuosos del pueblo y la orilla sur, las casas
más modestas donde las sirvientas ocupan su lugar junto a sus familias. Incluso,
las ocas y los patos se pasean entre el río y los matorrales que esconden
conejos y ardillas. Y los perros que corretean persiguiendo los gatos
confundidos con la parda noche. La estrella ya reluce con la intensidad del
sol, y todos nos reunimos venerando al Nuevo Mesías. La magia de estas fechas
se presenta en cada rincón del salón. Las guirnaldas adornan la chimenea junto
a ese nuevo símbolo importado de otras tierras, y que se hace llamar Santa
Claus, aunque sé de todo lo que guarda en ese saco que cuelga a las espaldas.
Lo mismo que nosotros las Majestades de Oriente buscamos unir a los hombres en
el amor y el respeto.
A pesar de que reina el
sabor de la Navidad, con gusto a canela y almendra; azúcar y chocolate; percibo
un olor desconocido o al menos que no identifico, es un aroma que más bien
repele, humedad, prisionera rancia de armarios carcomidos por el tiempo sin
airear. Es pesado el ambiente que impregna toda la estancia, a pesar de las
velas aromatizadas y el incienso que se quema sobre la vitrina. Consulto a
Melchor si es cosa de mi nariz aguileña, o tal vez él también lo advierte. Con
la sabiduría que le dan la longevidad de los años y la suspicacia de la que
hace gala, responde que la pesadez que se respira es la tensión reflejada en
los rostros de los miembros adultos de la casa. Debo indicar que desde hace
diez años el pueblo donde se ubica el pesebre y todos los que lo habitamos,
formamos parte de la familia García. Echando la vista atrás recuerdo como
aquella joven pareja se acercó a la parada del Rastro donde un viejo anticuario
nos había expuesto. Me sorprendió el aura de ella, era cálido y cercano,
mullido como la lana de las ovejas; la luz que irradiaba era paz y calma. Por el
contrario, el joven que la acompañaba, era seguridad en sus palabras y
confianza en sus gestos. No dejaban de mostrar su amor y cariño en besos y
arrumacos. Nos compraron aquella mañana de diciembre, ocuparíamos un lugar de
honor en su nuevo hogar. Serían sus primeras Navidades juntos y la primera de
la nuestra en ese joven hogar.
Los años nos volvieron
solidarios con la nueva familia, nuestra generosidad era infinita con los más
pequeños que nacieron, dos en concreto, sus travesuras y su quita y pon de un
lugar a otro nos llevaban locos. Mas, nosotros fuimos generosos con ellos y es
que, sus sonrisas y felicidad nos alimentaban y lo siguen haciendo. Aunque
tengo el pálpito de que estas Navidades serán diferentes. María, la madre, se
le ve triste, aparenta normalidad en estas fechas, carreras de última hora, de
aquí para ella, ultimando la cena de Nochebuena, envolviendo regalos en papel
de celofán de colores, y colocando guirnaldas y bolas por toda la casa. A pesar
de ello, sus ojeras la delatan y su sonrisa forzada dice de su contención.
Denota preocupación y sus silencios se evidencian cuando su marido, Pedro,
aparece. Él siempre va con prisas, prisa para comer; prisa para dormir; prisa
para ver el partido del fin de semana… Y es que el reloj marca cada una de sus
secuencias durante el día. Una calvicie incipiente en alguien tan joven es
síntoma del estrés que sufre. Ahora que lo pienso, estrés es un vocablo que ha
añadido a mi vocabulario, tan antiguo como los dos mil años que nos distancian.
Pero somos Reyes Magos adaptados a sus tiempos y las circunstancias que debemos
aceptar como nuestras.
Escucho gritos, una
discusión, justo antes de la gran cena. De años anteriores, María prepara un
gran banquete para sus invitados. Aperitivos elaborados, marisco variado y pavo
relleno; todo ello regado con buenos vinos y cava catalán; horas de elaboración
con todo el esmero y el cariño que ella le pone. Sus invitados, hermanos y
sobrinos; padres y suegros, y su tía Eulalia, la soltera. Pongo atención, María
recrimina a Pedro su falta de interés y su poca colaboración en casa. Pedro,
con tono elevado le reprocha qué si no fuera por él, ella no tendría lo que
tiene. Enzarzados entre tantas palabras censuras se me encoge el alma. Suerte
que los más pequeños, David y Míriam están con sus abuelos. Oigo la palabra
separación y la tristeza nos encoge a todo el pueblo de Belén. Ellos han sido nuestra
familia durante los últimos diez años, y no podemos dejar que la rutina y el
trabajo acabe con todo ello.
Quizás tengamos que
adelantar nuestras ofrendas a esta noche, quizás debamos mostrarle los mayores
obsequios que pueden poseer, adornados de mucha realidad y la suerte que
merecen. Melchor y Baltasar están de acuerdo conmigo, la familia necesita su
regalo de Reyes, esta Nochebuena.
Eulalia, la tía soltera,
siempre viene a ayudar a María con la cena. La belleza de su madurez transmite
calma en su hablar pausado y discreto, mas siempre acertado. Su serenidad,
refulge en sus ojos que delatan más de lo que observan. Se anticipa a todos y
ya nos está observando.
—María, que bonito te
ha quedado el belén este año, —dice.
—Gracias, tía, eso que
este año no tenía muchas ganas de ponerlo.
—¿Y eso?
María se calla, no
quiere hablar de ello. Mientras, Eulalia me mira, le guiño un ojo. Me vuelve a
observar y le indico que acerque su oído a mi boca. Ella nada sorprendida de
que una figura de navidad le hable, asiente a lo que le explico.
La tensión entre el
matrimonio se corta con el filo de una navaja, los invitados se sientan
alrededor de la mesa; los más grandes con la alegría de unas copas de mas y los
más pequeños con la felicidad de esperar sus juguetes. María y Pedro ni se
miran en el transcurso de la cena; algunos detectan que esta Nochebuena no es
como las anteriores: algo pasa. Las risas parecen forzadas; los comentarios se
congelan en el aire; los brindis se suceden con el ansía de agotarlos. Eulalia
con la suspicacia adquirida por la vida y la sensibilidad de quien le duelen
los suyos, recuerda lo que hemos hablado en nuestra breve conversación. Espera
el momento adecuado para decir lo que siente.
Es la hora de la
entrega de regalos, los más pequeños ya disfrutan de sus coches, las muñecas
que se maquillan y algún que otro libro. Los mayores esperan su momento; ellos
prefieren eso que llaman el “amigo
invisible”, cada uno recibe un regalo de un amigo o familiar anónimo. María
y Pedro muestran el cansancio en sus gestos y cierta pesadumbre en sus caras,
les toca el turno de recoger sus regalos del canasto mágico.
María rasga el papel de
regalo con corazones de fondo; de su interior, extrae un frasco de perfume
vacío, incluso el vaporizador de bola antiguo se atasca al apretar. La
extrañeza se dibuja en la cara de María, y también la incomprensión; a pesar de
ello no dice nada. Eulalia, observa la reacción de su sobrina, esperando el
momento adecuado para actuar. Pedro abre su regalo, rompe el papel con
desespero; para él la noche se está alargando sobremanera. Muestra lo que se
oculta tras el envoltorio, un reloj sin agujas. La desdicha se refleja en sus
pupilas anegadas en unas lágrimas secas. María y Pedro se miran sin entender
que está pasando. Desde mi lugar en el belén puedo observarlos, saco el
incienso de mi cofre de oro; humea con la fuerza del amor que deseo que vuelva.
Eulalia se erige en intérprete de mis ofrendas, las que le entregué a ella para
sus familiares. Se dirige a María, le coge sus manos y con cariño le traduce lo
que deseo que escuche.
—María, este frasco es
para que recojas todos los aromas de la felicidad. Esos momentos que se
inspiran junto al que amas. Los instantes en la que la paciencia debe ser una
prueba de amor.
De igual manera, le
habla a Pedro, taciturno y serio.
—Pedro, este reloj
marca el tiempo que te queda para vivir la vida. Si pones límites a todo
aquello que quieres más, se quemarán entre el fracaso y la frustración.
María y Pedro asienten,
se miran y con un beso en los labios sellan la reconciliación, mientras el
incienso del amor se quema eternamente.
¡Qué necesario es avivar la llama, y cuán sabia la experiencia! Una sucesión de actitudes y sentimientos que, no por conocida, resulta menos impactante. Hay realidades que deben ser narradas para que sean reconocidas. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn cuento de Navidad precioso. Me ha gustado mucho, Dolors. El mensaje final me ha parecido sensible y romántico. Enhorabuena.
ResponderEliminarPrecioso Dolors, has descrito perfectamente la navidad de muchas personas, el desasosiego, la angustia...Y me ha gustado tu enfoque final, muy optimista y tranquilizador. Fantástico
ResponderEliminarMe ha encantado, Dolors. El lenguaje que usas para describir al personaje y su historia me ha gustado mucho. El final, perfecto.
ResponderEliminarLas detalladas y gráficas descripciones de los Reyes Magos, nos introducen en un mundo de fantasía que es el que nos enfrenta a esa realidad que viven los protagonistas, y que, por suerte, tiene un buen final. Me ha encantado la forma en que narras todos los hechos, la situación de los personajes, el ambiente... Genial, Dolors
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