Su mente era una gran telaraña infernal, acentuada
por esa alegría, que en tiempos de Navidad, todo el mundo parecía expeler: ¿de
dónde demonios sacarían esas sonrisas, de verdad su vida era tan maravillosa
como para verse envueltos en esa felicidad luminosa?
Para él, estas fechas, su falso esplendor, y esa
plenitud que suponía ficticia, solo eran motivo de fastidio y de malhumor. Sus
problemas se hacían aún más grandes, y echaba la culpa de todos ellos a
aquellas personas cercanas que le acompañaban en su día a día. Eran sus presas
atrapadas en el hilo de seda pegajoso en que se convertía cualquier relación
con él.
Su madre y familia más próxima no comprendían su
situación de empobrecimiento, ni su empeño por trabajar para una empresa que no
le pagaba, que se encontraba prácticamente en la ruina por la mala gestión de
su propietario, circunstancia que iba minando su confianza y su autoestima,
segundo a segundo. Levantarse cada mañana para desempeñar un empleo sin tener
la seguridad de cobrar por él, le desesperaba. A lo mejor un mes percibía en su
cuenta un ingreso por algo menos de la mitad de su sueldo; otro, había suerte,
y estaba la cantidad completa. Sin embargo, al siguiente, no había nada, y él
tenía que hacer frente a los mismos gastos cada treinta días. Y más desde que
se había separado… su ex, que le estaba sacando todo lo que no tenía y más.
Si no hubiera aparecido ella… Lo tenía todo muy bien
arreglado. No era feliz con su pareja, aún así, acababan de tener un hijo y había
asumido que esa iba a ser su vida. Encontró a una pobre incauta que hacía por
él todo lo que quisiera, con ella compartía sus fantasías más ocultas, entre
ellas a tantas otras mujeres de usar y tirar a las que engatusaba a través de
internet. Ya la había avisado desde el principio que él tenía una familia, y no
la iba a dejar porque no deseaba quedarse solo;
además él no quería enamorarse de una mujer con hijos, que ese era el
caso de ella. A pesar de todo eso, Elena se enamoró de él con el paso de los
años, después de perderse a sí misma en una tormentosa y apasionada relación.
Así que lo tenía todo controlado. Aunque su situación económica no era buena,
su mujer tenía fortuna personal, su amante le ayudaba con lo que solicitara, y
tenía un hijo, no era un gran futuro pero al menos había una cierta
estabilidad.
Y de pronto, como una más de sus víctimas, apareció
la mujer de su vida, respondiendo a uno de sus mensajes trampa para sexo
ocasional. Ella. La había conocido por casualidad en un curso y aunque no
cruzaron palabra entonces, él pensó que con esa mujer pasaría su vida entera.
Y todo dio un vuelco. La trama de mentiras en la que
su mundo se sostenía cayó por su propio peso. Sus temores se hicieron realidad.
Durante casi dos años, mantuvo pareja, novia, amante y entretenimientos hasta
que se quitó la máscara y todo se precipitó. Tuvo que hacer frente a lo que le
pedía su ex, cantidades que no veía cómo iba a conseguir, se llevaría al niño
con ella, apenas podría verle. Su amante se dio cuenta de que solo había sido
un juguete más entre sus manos y, llevada por la desilusión y el desencanto, se
fue alejando de él.
Y ella… No podía controlarla, quería salir con sus
amigas, ir y venir con su familia, no deseaba hijos por el momento, no le
gustaba su casa. A nadie le gustaba aquella casa que compró con toda la ilusión
y que todavía estaba pagando. Cierto que se situaba lejos del centro y
calentarla en invierno era una auténtica inversión, más ahora, que estaba
vacía, su ex se había llevado casi todos los muebles, pero era uno de sus
sueños.
David Jiménez
Ruíz, el gran arácnido, se había visto enredado en su propia trampa.
Estaba harto. Eso era lo que representaba la Navidad
para él. Soledad, impotencia, rabia… y ahora querían que fuera a comprar una de
las figuras que se había roto del belén. ¿Qué le importaban a él, el belén y
sus figuras?
Tan funestos y ruidosos eran los pensamientos que le
acompañaban en su camino hacia el mercado navideño, que competían con los
villancicos que amenizaban las calles de la ciudad y ennegrecían, aún más, el
peso de sus preocupaciones. Por fortuna, la sonrisa de su pequeño tenía el
poder de sacarle de ese ensimismamiento que dibujaba aquel rictus amargo en sus
labios.
Este año habían acomodado nuevas casetas en la Plaza
Mayor de la ciudad, al modo de los tradicionales mercados europeos, habría
figuras hechas a mano para los belenes en lugar de esas otras, realizadas en
serie, tan horribles. A pesar del frío y la niebla, la gente se había echado a
la calle con los niños para verlas y disfrutar de las distintas atracciones
navideñas, de la iluminación, en fin de todo eso que nos rodea en estas fiestas.
Las chirriantes reflexiones de nuestro protagonista
llamaron la atención del espíritu de la Navidad Presente, siendo uno de los elegidos para
recordar que siempre, pero más en estas fechas, debemos ser conscientes de
aquellas cosas que tenemos, y sin las cuales aún, seríamos más infelices. Rodeó
su persona, le siguió, por una oreja se adentró en su cerebro y se quedó
contemplando, minúsculo, como se movían los engranajes de su mente. Era un
paisaje desolador y sombrío, lleno de ideas tristes y ofensivas hacia los
demás. En su búsqueda, solo encontró en un rincón el eco de algunas sonrisas,
viejos recuerdos que parecían haber sido olvidados y rechazados. Las buenas
sensaciones aparecían vapuleadas, pisoteadas y perdidas, oprimidas por todo ese
rencor e inseguridad que le cegaban los ojos y el corazón. Salió por la otra
oreja y decidió que aquella Navidad abriría la mente de aquel incrédulo a la
fantasía y la ilusión.
Se detuvo en uno de los puestos en los que un
artesano mostraba sus figuras, todas eran diferentes, estaban realizadas a mano,
entre todas ellas se decidió por una pequeña pastorcita de 12 centímetros, un
poco rechonchita, según las maneras y el capricho del artista, cubierta con una
esquemática túnica de gruesa lana blanca y un pequeño corderito negro a sus
pies, y metiéndose dentro de su alma de barro, la figurita cobró vida. Sus minúsculos ojillos
parpadearon abriéndose a la realidad, siempre le costaba adaptarse a esos
cuerpecillos inanimados, encorsetados en su materia, y a la imagen que desde
ellos ofrecía la realidad, pues en verdad, era muy limitada. Y se encontró con
la cabeza del niño apoyada en el mostrador del puesto, con su mirada alegre,
pero fija, en la pastorcita en que se había convertido; una amplia sonrisa
surcaba su rostro inocente y pudo ver el pensamiento libre y sincero que
circulaba por su mente: “Me gustas” —dijo para sí en
silencio. Y la pastorcilla se volvió hacía él y le guiñó, divertida, un ojo.
Sorprendido y nervioso, se volvió hacia su padre.
—¡Quiero esa! ¡Puede hablar! ¡Lo sé!
El hombre, siempre tan serio y
reconcentrado en sus oscuros pensamientos, rompió a reír. Y la pastorcilla supo
que no estaba perdido. Asombrado por la decisión tan firme de su pequeño, y la
razón tan variopinta que aportaba a su deseo, se dispuso a darle gusto, no sin
antes preguntarle al respecto.
—¡¿Que puede hablar?! ¿Cómo sabes eso, Manuel? Además a mí me gusta
más esa otra que está detrás —apostilló un poco
dubitativo.
—No, papá, esa no. No puede hablar, y tiene cara triste, y la que me
gusta a mí puede guiñar los ojos… ¡La he visto! Papá, compra ésa, por fi.
Seguro que le gusta a la abuela más que la otra, ¿a que sí?
Cómo iba a poder resistirse a semejante
vocecita y a su lógica, tan llena de imaginación y elocuencia.
—Está bien, nos llevaremos ésa, Manuel. Tienes razón, creo que le
gustará más a la abuela que las otras y, a fin de cuentas, va a estar en su
belén.
—Gracias, papá —respondió Manuel, casi
saltando de alegría.
Y la diminuta pastorcilla comenzó su
viaje envuelta en plástico de burbujas y hojas de periódico, metida en una
pequeña bolsa de papel que un niño feliz transportaba hasta casa de su abuela,
de la mano de su atribulado padre.
Todavía con la ropa de abrigo puesta, y
dos espléndidos coloretes en las mejillas provocados por el frío del invierno,
Manuel entró corriendo en la cocina en busca de su abuela.
—Abuela, abuela, mira lo que hemos encontrado para ti.
—Mi pequeño, enséñame qué es lo que traes.
Y a la luz salió la nueva figura del
belén, en seguida fue colocada en su lugar, desde donde podía observar a toda
la familia, el cariño que todos ellos desprendían, el celo con el que se
cuidaban, todos y cada uno de sus integrantes y, en especial, puesta la atención
en David y su pésimo humor en estos complicados días por los que atravesaba. La
noche de Navidad no era un día para polémicas entre hermanos, se juntaban
muchos, grandes y pequeños, y debían ser capaces de limar diferencias y
disfrutar aunque hubiera personas a las que se echara de menos.
Había que hacer muchos preparativos, todos
se movían de un lado a otro, los niños gritaban y corrían, y él, envuelto en su
tela de araña, se vio acosado por los recuerdos de su padre y abuelo, mientras
asomado a la terraza se alejaba de todo el jaleo. Una lágrima se perdió sobre
su mejilla en lo que contestaba los whatsapp de su novia, que pasaba esa noche
con su familia. No conocía una Navidad que hubiese estado acompañado, cuando
estaba con su ex pareja pasaban las vacaciones separados. Toda su vida era una
sin razón. Tratando de alejar los malos pensamientos y evitar así, entrar de
nuevo en el bucle de desesperación que su propia soledad interior le provocaba,
abrió la puerta para entrar en el salón, y de camino a la cocina, se detuvo en
el belén, observando el conjunto con la nueva pastorcita y, de repente, algo
extraño sucedió: se vio envuelto en una neblina que detuvo los movimientos de
los demás, el silencio se apoderó del instante y notó como alguien llamaba su
atención. No podía ser. Era la pastorcita. Sentada al borde de la mesa en la
que descansaba el belén, había aparecido una joven pastora que de modo extraño
y sobrenatural le contemplaba.
—Manuel tiene razón, puedo hablar. He venido aquí para ayudarte a
reconocer la bondad que te rodea y que ya no sabes ver. Conoces tu pasado, no
sabes nada acerca del futuro, y no debes preocuparte por él, en tu mano está
aceptar tu presente y cambiarlo para que sea mejor. Disfruta lo que tienes.
Vive el momento. Ven, siéntate aquí conmigo, te voy a enseñar todo eso que tu
obstinada ofuscación no te deja valorar; aún no es demasiado tarde para
cambiar, de lo contrario, todos tus temores se harán realidad.
David no daba crédito a sus ojos, a sus
oídos… ¿Quién se creía que era para venir a decirle nada?
—Respondiendo a tu pregunta, te diré que soy el espíritu de la
Navidad Presente.
Su cabeza andaba a mil por hora, ¿qué
era aquello? ¿el espíritu de la Navidad? ¿el presente? ¿qué diantres estaba
pasando? Todos parecían congelados… y esa neblina alrededor.
—Mira, ven, acompáñame. Haremos una visita a las personas de tu
vida.
La televisión se encendió y en ella aparecieron
las imágenes de un salón, una mujer preparaba la mesa para Navidad, creyó
reconocer a Elena, su amiga.
—Sí, es ella, Elena. Una mujer de buen corazón que ha cometido el
error de enamorarse de ti, y ni siquiera, has tenido el valor de decirla adiós;
solo la trasmites envidia y rencor cuando la dices que vive muy bien, y ella,
no tiene trabajo, pero sí hijos que mantener y nunca pierde la sonrisa, a pesar
de tus palabras y tus continuos desprecios; y aunque no tenga mucho, su familia
está detrás y la ayuda, y lo valora, como valora lo que, tiempo atrás, hiciste
por ella.
—Ese sobre lleva mi nombre y mi dirección.
—Ella ha guardado para ti un décimo de lotería como regalo porque
quiere hacerte partícipe de su ilusión, siempre te desea lo mejor. La gusta
arreglarse de manera especial para este día, mira, ya están todos a la mesa,
son pocos este año, porque alguno también se ha ido, y otro no quiere estar,
pero eso no impide que sienta el momento.
Solo eran tres personas pero hablaban,
reían, compartían la dicha de estar juntos. La pantalla se volvió gris
entonces, y comenzó a difuminarse en otro salón que también conocía, el de su
ex pareja.
—¿Esto es necesario?
—Claro. Algún momento feliz habrás tenido con ella cuando la
elegiste como madre de tu hijo. Un niño al que adoras. Ahora le está echando de
menos porque está contigo; no la importa, eres su padre, y eso no la impide
disfrutar de su momento familiar. Has truncado su sueño de formar una familia y
tú solo ves su egoísmo al reclamar un dinero que es para tu hijo.
Se sentía despreciable. De nuevo, el
telón gris y, aunque no había nada, no podía dejar de mirar. Y ahora le tocaba
a ella, lo presentía, cómo la echaba de menos. ¿Por qué tenía que irse allí?
—No seas egoísta. Las personas no os pertenecen, no se puede amar
encarcelando un alma. Ella también quiere estar contigo y con todos los que
quiere. Aunque hay cosas que no comprende, te ayuda y te sigue, quiere formar
parte de tus sueños pero ahora con ese sentimiento de añoranza en el corazón, y
aún con cierto temor de hacerte sentir incómodo, habla, ríe, abraza y comparte
con los suyos esta noche tradicional. Aparta tus celos, tu desconfianza
permanente hacia las personas y sé feliz.
Con un nudo en la garganta notaba como
la pegajosa tela de araña en la que se habían convertido sus pensamientos le
apretaba y le dolía, parecía que en su corazón solo cabía el rencor. Y entonces
en la pantalla apareció el salón en el que estaba sentado, la casa de su madre,
apenas unos minutos antes, la algarabía de los niños, las bromas de su madre y
de su tía, sus hermanos, y el pequeño Manuel.
—Tu madre… Muchas cosas este año, una Navidad más sin tu padre, sin
tu abuelo… y tú, ¡qué no daría por ti! conocedora de todos tus problemas, y al
tanto también del resto de sus hijos, que aunque les vaya mejor también son
hijos, y los nietos… y tú, que con 48 años te has estancado. Pues mírala, hoy
deja a un lado todas esas cosas que la preocupan, y vive, y goza de vosotros, y
ríe y os quiere y es feliz porque estáis con ella, unos mejor que otros, pero
con ella. Lo demás, todo, puede solucionarse, construye tu futuro mejorando tu
presente, ¡vívelo! Valora lo que tienes.
—Papá, papá, la mesa ya está preparada.
—Hijo, te has quedado dormido, vamos todos ya a la mesa.
—Tíooooooo, que estabas roncando.
Tardó unos minutos en reaccionar, la
televisión descansaba apagada; miró a su alrededor, y luego al belén, se
levantó y se acercó hasta él, allí estaba la pastorcilla, a su tamaño original.
Debía haber sido un sueño.
—¡Papi, vamos! ¡¡Ehhhh!! Te ha guiñado un ojo, ¿has visto? Te lo
dije, papá, esa pastorcilla es especial.
Sí, lo había visto, y también había
notado ese chasquido interior que había hecho caer todo el entramado de sus
pensamientos, la telaraña se había roto y sentía libre su corazón, ahora las
cosas irían mejor, lo notaba. Cogió a su hijo en brazos y dándole un beso se
sentó a la mesa y se dejó llevar por el bullicio y la alegría.
Y todo adquirió sentido en esos días,
disfrutó de la presencia de los suyos, empezó a agradecer a todos sus detalles
con él; notó como las cosas empezaban a cambiar, a la vez que él, modificaba su
visión de los acontecimientos. Contactó con Elena, momento que ella aprovechó
para darle un sobre con un billete de lotería. La pidió perdón por su actitud y
la dio las gracias por apoyarle; con un abrazo se dijeron adiós. El día de la
lotería del Niño ese número resultó premiado, no eran grandes cantidades pero pudo
pagar a su ex pareja lo que la debía y ponerse al día, mejorando la relación
entre ellos. Se planteó dejar ese trabajo por el que no le pagaban y en el que
se sentía infravalorado, e invirtió en sus sueños, en la mujer a la que amaba y
en su hijo.
Después de Reyes mientras ayudaba a su
madre a guardar el belén, cogió entre sus manos la figura de la pastorcilla y
sonrió para sí mismo, en el fondo solo hay que tener voluntad y confianza para
cambiar y dejarse ayudar. Nunca olvidaría esa Navidad de telarañas.
Es un buen mensaje, Carmen. Solemos descuidar lo que tenemos hasta que la amenaza de perderlo nos hace reaccionar. Enhorabuena y felices fiestas.
ResponderEliminarRecordar tu vida con una mirada limpia debería ser obligatorio. Me han llamado la atención, por expresivas y atinadas, algunos giros y metáforas que usas para conseguir atmósfera, ambiental o psicológica. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuy bonito Carmen, has sabido envolvernos a todos con el espíritu de la Navidad. Te ha quedado genial.
ResponderEliminarHay que valorar lo que tenemos y a quienes tenemos a nuestro lado. Enhorabuena, Carmen, un relato muy bonito.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por vuestros comentarios, lamento contestarlos tan a destiempo... me estoy poniendo al día con los relatos del blog antes de empezar de nuevo con el taller.
ResponderEliminarMe gusta acudir con frecuencia a esos giros y metáforas cuando escribo, Héctor; gracias por mencionarlo, me alegro que hayan llamado tu atención.