Buenas madrugadas. —Siempre quise empezar así. Lo decía el gran Iker Jiménez al empezar Milenio 3, y lo digo hoy con todo el cariño del mundo. No sé si lo leeréis de día o de noche, pero me hace ilu.
Hoy, tengo el placer de presentar a un gran amiguete:
Miguel Borgas. Compartimos asociación, antología, pasión, ambos vestimos de
oscuro… Un gran escritor que me ha ganado con el relato de esta semana. Me ha
dado dos a elegir, pero enseguida he dicho: “este”. En primer lugar porque es
una fábula, y quería darle un cambio a los Mini relatos; en segundo, porque ese
“No quiero hacer daño”, ha podido
conmigo. Cuando uno dedica tanto tiempo a un personaje literario termina
viéndolo por todas partes. El prota de El
diario de un fracasado se pasa toda la novela diciendo esas cuatro
palabras, y hace un instante, cuando las he leído, me he acordado mucho de él.
“Precioso”; esa es la palabra con la que defino el relato
de Miguel. No puedo dar mucha información porque lo destriparía, pero es de
esos que llegan, y llegan mucho. Quizá porque a ambos nos gusta escribir
historias para hacer pensar y dar ejemplo, no lo sé; pero lo que sí sé, es que
este relato tenía que estar aquí.
Cada vez que presento a un amigo o compañero voy más allá
de la escritura. Veo calidad en los textos, pero al igual que cada uno escribe
de forma diferente, también me encuentro con personas diferentes. Hasta ahora
he subido los relatos de gente maravillosa y con la que me une algo más que
letras. Miguel ha tenido varios detalles conmigo desde que nos conocemos, y
detalles que no olvido. Fue uno de los que me aconsejó cómo hacer la maqueta de
la novela que antes he mencionado, porque soy un inútil y no sé hacer nada bien
(solo el amor); después, en el último Cylcon, tuvo lo que llamo “un gran
detalle”. Antes de empezar mi presentación de Al borde de la locura (libro que también reseñó por todo lo alto hace
unos meses) me dio paso leyendo uno de los relatos de dicho libro. Entre Pablo
Malmierca (otro compi, y que seguro leeréis este año en los Mini relatos) y él,
abrieron el libro, se pusieron en medio del recinto y leyeron el texto hasta
conseguir que las miradas se centraran en su compañero: yo, a la espera de que
J. D. Alonso Curiel (a quien ya pudisteis leer) hablara de mí mucho mejor de lo
que merezco, y delante de todos los presentes. Como veis, ese día no lo
olvidaré nunca, y tuve una ayuda triple sin pedir nada a cambio. Les salió del
alma a todos porque son buenas personas.
Hoy le toca el turno a Miguel, y por ello (aunque mi
móvil es malísimo. Mi madre lo heredó de mi abuelo y ella me lo vendió a mí)
quiero subir este Mini vídeo, donde aparecemos los cuatro, pero sobre todo
Miguel. Se escucha su voz leyendo ese “Así fue” de Al borde de la locura.
Lo tengo en el móvil. Ahí se ve bien pero salimos al
revés; aquí creo que salimos de lado y se ve un poco mal. Me ha tocado grabarlo
desde el PC. Un desastre… Pero bueno, se nos ve.
El alto es Jorge, y eso que está a su lado con el pelo
largo, soy yo. Me veréis pegar un salto y dar la mano a Pablo y a Miguel, que
es quien deja el libro encima de la mesa (es el prota de hoy y a quien mejor
tiene que verse).
Tengo un magnífico recuerdo de ese día, y permitidme que
lo comparta con vosotros aunque no se vea del todo bien.
Os recomiendo leer a Miguel, a quien mando un abrazo
enorme desde aquí y le doy gracias infinitas. Os dejo el link de uno de sus
trabajos, y no os perdáis este relato, porque estoy seguro que os va a
encantar.
¡Hasta la semana que viene!
La pequeña mariposa de
vivos colores era la más hermosa de todo el bosque. Pero no solo su exterior
era bello, no solo destacaban sus alas azules y negras sobre el inmenso verde
que le rodeaba, sino que era sabido por todos los elementos que formaban la
fauna y flora que ella siempre ayudaba y amaba a todos por igual. Su bondad y
altruismo no tenían limite ni fin. Pocas veces se preocupaba por lo que quería
o necesitaba, siempre anteponía a los demás y sus deseos por encima de lo que
anhelaba. Aunque pueda parecer algo extraño, la pequeña mariposa encontraba una
felicidad real en eso que hacía; algunos le decían que los demás se
aprovechaban de ella, pero no les escuchaba, ya que su propio instinto era el
de ayudar sin preguntar, siempre respetando y ayudando a quien lo necesitase o
quisiera ser ayudado.
Un día en su paseo
nocturno una pequeña luz llamó su atención, ya que de allí procedía un curioso
sonido, como un quejido lastimero y tristón que se repetía de forma continuada.
Una vez llegó se encontró con una pequeña fogata, aislada y cercada por piedras.
La mariposa revoloteó a su alrededor, observando y mirando al cálido elemento.
El fuego seguía con su particular llanto, sin haberse dado cuenta de la
presencia del pequeño insecto.
—Hola —dijo ella,
esperando una respuesta que tardó unos minutos en llegar.
—Hola —contestó una voz
entre sollozos.
—¿Qué te ocurre? ¿Por
qué lloras?
—Estoy aquí solo, y
todo el que se me acerca me tiene miedo. Incluso me han encerrado entre estas
piedras para que no pueda moverme.
La pequeña mariposa
volvió a revolotear fijándose esta vez en las piedras que le dijo el fuego.
Eran grandes y numerosas e impedían que él se expandiera. La mariposa se dio
cuenta de dos cosas: la primera era que allí encerrado el fuego se extinguiría
hasta morir, en soledad, sin que a nadie llegase a importarle; la segunda, que
si lo liberaba la naturaleza destructiva del fuego podría causar daño a todo el
bosque. Las dudas asaltaban la cabecita de quien volaba mientras miraba con
tristeza los hermosos colores rojos y naranjas bailar.
Al final dijo:
—Creo que te han puesto
ahí dentro por el bien común, pero desde el miedo, y no del conocimiento. No
han reparado en tus sentimientos y necesidades. Sé que eres bueno, que nos
calientas cuando el frio viene, que nos iluminas en la oscuridad y que en
ocasiones nos proteges de seres violentos. Pero tu naturaleza tiene dos partes,
los demás tan solo ven la negativa, la que engulle todo sin miramientos.
—Pero yo no quiero ser
así, no quiero destruir lo que me rodea. —Los sollozos se hicieron más fuertes.
La pequeña mariposa
miraba apenada a quien tenía delante. No sabía cómo podía ayudarle, no se le
ocurría ninguna forma.
—Sé que aquí dentro
moriré —el fuego habló con tono serio. —Pero no quiero morir en soledad, no me
lo merezco, no he hecho nada malo. He ayudado a unos campistas y a un zorro que
ha dormido bajo mi amparo. He ayudado y me lo pagan así, dejándome aislado y
esperando que muera por algo que ellos creen que voy a hacer. No quiero hacer
daño, sé que dentro de mí existe esa parte destructiva y que en realidad mi fin
es extinguirme para siempre. Que he nacido para morir.
—No digas eso… —la
pequeña mariposa notó sus ojitos húmedos. —Tú no estás solo, ahora mismo estoy
aquí contigo, y me gusta estar y hablar con alguien como tú.
—¿De verdad? Seguro que
lo dices para que me anime… Sabes que todo lo que he dicho es cierto. Noto que
cada vez tengo menos fuerzas y ganas de seguir vivo; sé que mi esencia
desaparecerá y me convertiré en cenizas que el viento esparcirá.
—Puede que necesites
sentir amor y sentirte querido para animarte. Si siempre te has sentido solo y
has visto el miedo en los ojos de los demás, o como te han usado y te han
dejado de lado… ¡Pero eso termina hoy! Yo te daré un poco de cariño para que tu
vida sea un poco más luminosa y cálida, ya que un fuego no puede tener ese frio
interior…
—¿Harías eso por mí?
¿Cómo?
La mariposa volvió a
volar rodeando al fuego, que la miraba de una forma mágica, como quien mira a
su salvador, lleno de un «algo» especial e indescriptible con palabras.
—¡Ya lo sé! —comentó al
final la mariposa. —Te daré el abrazo más largo del mundo, ¡será un abrazo
infinito!
—Pero si haces eso… si
te acercas a mí… puede que algo malo te pase y será mi culpa, y de mi
incapacidad para controlar lo que soy…
—¡No será tu culpa, ni
la mía! Es mi decisión, y sé que necesitas ese abrazo. Sé que necesitas una
muestra de afecto, que alguien por fin muestre sentimientos de amor hacia
alguien como tú, alguien que asusta por lo que es capaz de hacer, pero no por
lo que hace.
—Por favor, mariposa,
no te acerques tanto a mi —lloró una vez más el fuego. —Me valen tus palabras y
tu decisión de hacerlo. No quiero que te pase nada malo, puede que tengas razón,
pero ellos también la tienen. Los dos sabemos que pasará una vez nos juntemos y
nos fundamos en ese abrazo. Por favor…
—Será algo muy bonito,
y así siempre estaré contigo, y nunca más estarás solo.
—Pero desaparecerás,
¡yo te haré desaparecer! Será mi culpa y no podré seguir viviendo con eso… Será
la forma de darle la razón a todos los que me tienen miedo.
—¡Tonterías!
Y diciendo esa frase,
la mariposa se lanzó a darle el abrazo más cariñoso y emotivo que nadie le
había dado jamás al fuego. En cuestión de segundos el insecto desapareció para
siempre, pero no hubo dolor en esa muerte, al menos no para la mariposa. El
fuego pudo notar por una fracción de tiempo muy leve el amor, hasta que acto
seguido se dio cuenta de lo que había hecho de forma indirecta. Había
convertido un acto de amor hacia él en un suicidio. Dentro de él, sentimientos
encontrados aparecieron, haciéndole llorar, aunque sentía una gran alegría en
su ser. Se fue apagando poco a poco, dentro de su cárcel de piedras,
autodestruyéndose, dejándose apagar para siempre y que así las cenizas de la
mariposa y las suyas se fundieran en la eternidad y se hicieran uno.
La luz se apagó en el
bosque y todos durmieron en paz, y seguros al ver, desde sus casas, cómo el
fuego desaparecía para siempre.
Una fábula muy bonita, Manuel. Sin embargo, a la vez de intrigante desde el inicio, es Triste y con desenlace trágico. Gracias por compartirla. Un saludo.
ResponderEliminarLos malditos prejuicios, el peso de la culpa, el miedo... todo lo que atenaza al ser humano y el conflicto entre el individuo y el colectivo... Tenía razón José: hace pensar.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir esta pequeña fabula. Tu palabras me han llegado y las guardaré en mi corazón por siempre. Espero que los lectores de tu blog disfruten de este relato.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Una lectura que incita a la reflexión, con un poso que llega muy dentro. Hermosas palabras
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