Jorge percibía el olor a muerte. Decidió sentarse, el plan le había salido
estupendamente. Tal como predijo en cuanto las vio entrar en el bar, tras su
palabrería barata, había convencido a las dos chicas para que lo llevasen en su
coche; bueno, eso y también gracias a su cuerpo atlético, acompañado de la belleza
que su madre le había dado. No le fue difícil convencerlas. A ambas se les caía
la baba mirándolo mientras este les hablaba. Unos minutos antes de irse, Jorge
salió del local a fumarse un cigarrillo. Avisó a las dos chicas de que esperaría
fuera. Encendió el cigarrillo, y mientras fumaba, se sentó en una silla de la terraza
del local, esperando a que Sandra y Malena salieran para así poder seguir con
su verdadero y único plan, del que pronto, sin saberlo, sus dos amigas también
serían participes. Para ellas tenía reservados dos asientos en primera fila.
Cuando las chicas salieron del bar, mientras iban de
camino hacía el coche, Jorge
fue estudiando sus rasgos. Era importante saber con
certeza cuál de las dos sería más débil a la hora de poner su plan en marcha.
Sandra tenía veintiséis años; era delgada, alta y llevaba una gran melena
rubia. En cambio, Malena era todo lo contrario, y fue la que más llamó la
atención del chico. Tenía veinte años; los ojos de color marrón, y el pelo
largo, negro y liso. Era de baja estatura y cuerpo proporcionado, pero con cinco
kilos de más.
En el coche, cuando llevaban treinta minutos de
camino, en una de las conversaciones Malena le había descubierto a Jorge tres
de sus secretos íntimos: que tenía la manía de enroscarse un mechón de la
melena en el dedo y que le encantaba bailar y tocar la guitarra; en cambio
Sandra era más reservada. Apenas había hablado, solo se dedicaba a conducir y
de vez en cuando a asentir a alguna de las frases que su amiga iba soltando. Se
le notaba a leguas que era más sosa que la otra.
Jorge ya sabía quién iba a ser la primera en salir a
la pista de baile cuando todo lo que tenía pensado se pusiera en marcha. El
viaje desde Vigo hasta Madrid les llevaría seis horas, así que sobre las doce
de la noche estarían ya en su destino. Sabía que tenía tiempo, pero también
sabía que no se podía demorar mucho en poner su plan en marcha, si no, todo
podía irse al traste.
A medio camino, Jorge -que iba acomodado en el asiento
de atrás-, pudo escuchar los ronquidos de Malena. Se había quedado dormida
debido al cansancio y al balanceo del coche. No lo pensó dos veces, era la
oportunidad que había estado esperando y no la iba a dejar pasar. Había llegado
la hora de empezar la función.
-Sandra, ¿podrías parar dos minutos? La puta cerveza
que me tomé antes me está oprimiendo la vejiga, ¡y voy a explotar!
-Claro que sí, no te preocupes. En cuanto vea la zona
adecuada, me echo a un lado.
-Muchas gracias, amiga. No sabes cuánto te lo
agradezco.
A escasos cuatrocientos metros, Sandra se desvió a la
derecha, a un área de descanso. No había ni un alma allí, y estaba todo completamente
a oscuras. Detuvo el coche, y al ver que Jorge no bajaba, se giró hacia atrás
para ver qué coño estaba haciendo. Fue lo último que hizo. Sintió frío, como si
el chico le hubiese pasado un pedazo de hielo por el cuello; pero al mirar
hacia abajo, vio cómo salía sangre de la garganta. Jorge estaba exhausto, no
era dueño de sí. Se había transformado en el verdadero monstruo que era. Agarró
a Malena por los pelos y empezó a darle fuertes tirones para despertarla. Quería
que viese morir a su amiga, que viese cómo la muerte se la llevaba para
siempre; pero sobre todo, que viera su agonía y cara de espanto. Era verdaderamente
sádico y perverso, el mal en persona escondido en un cuerpo de un chico de
veintinueve años.
Malena comenzó a chillar al ver todo aquel panorama. No
se creía lo que allí estaba pasando; no se lo imaginaría jamás ni en la peor de
sus pesadillas.
-¿Qué le has hecho a mi amiga, hijo de puta? ¡¡Suéltame,
joder!!.
-Solo quería que lo vieses. Ahora es tu turno,
preciosa.
Malena, en medio del forcejeo, consiguió abrir la
puerta del coche; pero Jorge enseguida tiró de ella con fuerza para que no
pudiese escapar. Tirándole de los pelos, el chico consiguió que ella alzara la
cabeza y, con un rápido movimiento, le rebanó la yugular. Fue entonces cuando
decidió soltarla.
La chica salió del coche con las manos intentando
tapar la herida, pero no había nada que hacer. Notaba cómo por ese corte se le
estaba escapando la vida.
Cuando a la mañana siguiente una pareja y sus dos
hijos pararon para descansar y estirar un poco las piernas, se encontraron con
la escena más terrorífica que habían visto en su vida. El hombre dejó el coche
más adelante para que los niños no viesen semejante atrocidad. Al bajar de él, y
justo cuando iba a llamar para informar de lo allí sucedido, llegó la policía.
Jajajaja, me gusta formar parte de tu relato, Jose. Ahora. ¿Por qué tuve que ser yo la primera en morir? jajajaja. Se nota que vas mejorando y eso me alegra mucho no; muchísimo. Felicidades por tu escrito.
ResponderEliminarMe ha gustado, José. Eso sí, no voy a permitir en la vida que te subas a mi coche, por si las moscas. Y, por cierto, esa tal Sandriña, de sosa nada, eh!
ResponderEliminarJajajaja. Gracias, Laura. El Jose nos quiere matar a todas
EliminarMadre mía!! Cuánta sangre, por Dios!!! Espero que luego lo limpies todo, Jose. Jajajajajajaja
ResponderEliminarFelicidades por tu relato. Un beso.
Muy bueno! El principio genera mucha intriga.
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