Los
muros de piedra del castillo filtraban el aire, haciendo que Isabel se
estremeciera al sentir el gélido aliento del invierno. Ese día se cumplían dos
años de la muerte de Ferenc, su marido; y seguía sintiéndose sola. No importaba
la cantidad de sirvientes que tuviera alrededor, ni siquiera la compañía de sus
hijos amortiguaba su dolor.
Se dirigió al espejo de su habitación para comprobar los
estragos del paso de los años. Aún era joven y hermosa, pero unas finas arrugas
surcaban su rostro, y los capilares rotos a causa del frío, daban un aspecto
enrojecido a su piel poco favorecedor.
Era hora de una de sus curas de belleza.
Caminó a paso firme hasta las mazmorras, donde uno de sus
fieles servidores vigilaba la puerta de entrada. Solo una mirada bastó para que
el hombre brindara pleitesía a su ama y le abriera el paso. Isabel sintió un
escalofrío: ¿de verdad era capaz de provocar tanto temor? Entró con la cabeza
alta y observó la estancia. Quince jóvenes estaban atadas a las paredes por
unas cadenas. En el centro del pequeño habitáculo, una hoguera ardía dando
calor a las muchachas, que se exhibían desnudas contra su voluntad. Isabel las
observó una por una. ¿A cuál le robaría la hermosura? Las prefería de sangre
noble, más pura que la de esas chicas, pero últimamente, sus vecinos y amigos
desconfiaban de ella y apenas pisaban el castillo. El servicio murmuraba, ya
había tenido que dar más de una lección para que eso no se repitiera. En el
fondo, disfrutaba, por supuesto, los gritos de dolor, el terror reflejado en
sus ojos…y la sangre, eso era lo mejor.
Fijó sus ojos en una chica rubia, de tez pálida y
cabellos dorados. Era una beldad, la mejor de todas, más bella incluso que ella
misma. Carraspeó, incómoda, y no necesitó más para hacerse entender. El criado
acudió, raudo, con las llaves para liberar a la prisionera.
-Prepara la bañera.
El joven asintió, temeroso de mirarla siquiera, no fuera
que cambiase de parecer y decidiese rendirse homenaje con su persona. Por lo general,
la señora seleccionaba mujeres, pero nunca se sabía.
Isabel se dirigió a su habitación. Mientras aquel chico
preparaba su elixir, ella se
soltó
el pelo y se lo cepilló, sin dejar de mirar su reflejo. Sus ojos brillaban de
excitación, y sus labios, carnosos, se elevaban en un arco ascendente por las
comisuras, impacientes, expectantes. Dejó el cepillo sobre la cómoda y se
desabotonó el vestido. Meses atrás, una
chica le ayudaba en esos menesteres. Ahora, se había quedado sin asistentas
personales, tan solo las imprescindibles, y siempre mujeres más gordas, más
viejas, más feas; mujeres que no tuvieran nada que aportar a su belleza. Las
otras, ya habían contribuido a la causa.
Isabel fijó sus ojos en la esquina superior del espejo. Le
pareció que alguien la observaba desde su espalda, alguien con el pelo rojo y
sombrero. Un payaso, quizá.
Sonrió, hacía mucho tiempo que no acudían bufones a su
hogar.
Se dirigió a la sala de la purificación, temblando de
frío. La bañera, aún vacía y solitaria, esperaba a su ocupante. Un hombre
mayor, medio jorobado y con la cara deforme, sujetaba a la elegida por las
muñecas. La chica, llorando, suplicaba por su vida, pero Isabel ni la miró. Se
introdujo en la tina, con el pulso palpitante, deseosa de iniciar la ceremonia.
Con la mano, indicó al hombre que se acercara con la muchacha.
-Ya no sufrirás más, me darás tu sangre y entrarás en el
Reino de los Cielos.
El hombre, después de recibir la confirmación de su dueña
con un asentimiento de la mandíbula, inclinó la cabeza de la chica sobre la
bañera, sosteniéndola por su cabello. Isabel cogió el cuchillo que le tendía y,
antes de usarlo, miró a los ojos de su víctima. Como en todas, vio miedo, indefensión
y sumisión. Suspiró y limpió las lágrimas que resbalaban por las mejillas de la
muchacha. Esta cerró los ojos, consciente de que se aproximaba su fin, de que
nada ni nadie podía ya cambiar su destino. Isabel deslizó el cuchillo por su
cuello, con precisión, permitiendo que manara la sangre que la rejuvenecería.
Se recostó en la bañera, relajada, disfrutando la visión de la esencia de esa chica
mezclándose con su figura. Con las manos, cogió el líquido rojo para frotarlo
contra su cuerpo. Se acarició, despacio, cubriendo cada poro de su piel. Era la
mejor sensación del mundo, ni siquiera su marido había sido capaz de
proporcionarle tanto gozo.
De pronto, oyó unos murmullos detrás de la puerta.
-¿Qué ocurre?
El jorobado depositó el cadáver en el suelo y salió raudo
a acatar las órdenes. Isabel miró la bañera, ceñuda; no creía que la chica
hubiera soltado todo su jugo.
-Señora, dicen que los soldados del conde Thurzo han
entrado y descubierto la Dama de Hierro.
Isabel se levantó, mostrándose desnuda sin ningún pudor.
La sangre resbalaba por su piel, dándole un aspecto de figura de barro recién
esculpida. Uno de sus vasallos empezó a lamer su cuerpo, pues sabía que a su
ama no le gustaba que la secaran con toallas; eso, según ella, restaba el
efecto del néctar de la vida. Lo empujó, visiblemente afectada por la noticia.
La Dama de Hierro había sido artífice de muchas de sus orgías de sangre, el
fiel sarcófago que drenaba a sus víctimas. Otro de sus leales sirvientes le
acercó su vestido, el mismo que hacía unos minutos yacía tirado en su
habitación.
-Debe huir, mi señora.
El plebeyo agachó la mirada al decir las palabras, no
quería provocar la ira de la mujer.
Isabel miró a sus hombres. Parecían aliviados, contentos
de que, al fin, tuviera que abandonar el castillo. Siguió al jorobado hasta el
pasadizo oculto que se hallaba en la biblioteca. Era su persona de confianza,
el único que parecía disfrutar con sus rituales, Se despidió del hombre con una
inclinación de cabeza, esperando que escondiera su vía de escape.
Isabel corrió, con miedo. Su primo la odiaba, haría lo
que fuera por encontrarla y sepultarla tras los muros del calabozo. Una rata
cruzó el túnel en dirección contraria, y la mujer ahogó un grito de pánico.
Esos sucios y escurridizos roedores le daban más pavor que el castigo de su
primo. Solo imaginarlos tocando su piel, le daba taquicardia.
Reanudó la huida hasta llegar a una puerta que daba al
mausoleo familiar del cementerio. Abrió con cuidado, observando de soslayo el
lugar donde yacía su antiguo amor, y salió al exterior. Centenares de cruces se
elevaban sobre las tumbas, amenazantes, elementos insuficientes para amedrentarla.
A lo lejos, vio una figura. Parecía un arlequín de colores vivos. Se acercó
hasta poder distinguir mejor su silueta.
El payaso se erguía con una sonrisa grotesca pintada en
la cara. Un chillido a su izquierda hizo que desviara la mirada. Isabel dio un
paso hacia atrás, aterrorizada, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.
Una rata gigantesca observaba a la mujer. Los bigotes se movían junto al hocico,
que olfateaba a su presa, deleitándose en su miedo.
-Y así, herida de muerte por uno de sus mayores temores, Isabel
Bathory, la Condesa Sangrienta, fue víctima del modus operandi de Pennywise –A
José Losada le sudaban las manos, los cuentos lo paralizaban, y más los de ese tipo.
La terapia de choque era peligrosa, pero al fin, lo había conseguido: contar un
cuento hasta el final.
Allí, en el camposanto, el público aplaudía: Hannibal Lecter,
Drácula, Charlotte, los gemelos vampiros…Todos admiraban a su maestro. Eran sus
compañeros, los mismos que habían iniciado, a su lado, el camino para acabar de
una vez con sus pesadillas. Antes del amanecer, harían frente a sus miedos. Era
la noche de los muertos, era tiempo de renacer.
Qué honor bautizar el blog con este relato. Mil gracias, José. Me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarGracias a ti por hacerme protagonista de la historia :)
EliminarMenudo relato! Es fantástico y el final muy origina. Enhorabuena Laura!
ResponderEliminarFelicidades por el relato, Laura. Felicidades a José por el blog
ResponderEliminarExcelente relato, Laura. Felicidades, José, por el blog.
ResponderEliminarMuchas felicidades, Laura. Me encantó el relato... hasta el final... Lo siento, la de la fobia a las ratas era yo y CASI MUERO AL LEERLOOOOO..... En fin, lo cierto es que es magnífico. Gracias de nuevo.
ResponderEliminarNada que agradecer, chicas. Sí, es un relato que me gustó mucho. Enhorabuena, Laura :)
ResponderEliminarExcelente 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
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