Era 31 de octubre de 2016. Eric se encontraba en su
apartamento, dejándose acompañar por el ruido de los coches, que junto con los
gritos de los niños, buscando dulces esa noche de Halloween, le daba un aire
especial a sus días llenos de monotonía. Se sentó en la terraza para tomarse un
vaso de whisky mientras se fumaba un cigarrillo; levantó sus ojos negros al
cielo para admirar las estrellas, pero al toparse con la luna, se maravilló porque
quizás por ser la noche de brujas, poseía un brillo diferente…
El sonido del móvil le sobresaltó. De inmediato lo sacó de
uno de los bolsillos para darle un rápido vistazo a la pantalla, antes de tomar
la llamada:
—¿Qué tal, José?
—Por fin se te oye la voz, Eric. Ya
nos estábamos comenzando a preocupar.
—Ando un poco alejado, pero todo bien.
—¿Mucho trabajo?
—Lo de siempre. Pero, cuéntame: ¿a qué
se debe el honor? —explicó, desganado.
—Llamaba para recordarte que la
reunión de esta noche será en el cementerio.
—¿El cementerio? —apartó su mirada para
posarla en el vaso lleno de licor.
—Sí, Eric. ¿Qué mejor lugar que la
casa de los muertos? Además, no te hagas el loco, que ya es una costumbre el
reunirnos todos los años para celebrar Halloween.
—Pues sí que lo había olvidado. ¿Quiénes
irán? —inquirió con curiosidad, para luego tomarse de un solo trago el resto de
la bebida.
—Los de siempre: Hannibal, Charlotte,
los gemelos vampiros y yo. ¿Qué me dices? ¿Contamos contigo?
—No sé qué decirte, José. Ando con el
ánimo por el piso.
—¡Haz un esfuerzo, hombre! Solo tenemos
la oportunidad de disfrazarnos una vez al año. Será como en los viejos tiempos. Además, Charlotte anda
preguntando por ti.
«Preguntando por ti». Repitió en su
cabeza, sintiendo enseguida cómo el vello de la nuca se levantaba, al mismo
tiempo que un desasosiego terrible se hizo con él de repente, tomándolo por
sorpresa.
—Intentaré ir, José. Pero no te
prometo nada.
Dio el tema por zanjado al no darle
seguridad a su amigo. De todas maneras, no tenía caso explicarse, ya que José
jamás entendería lo abatido y sin fuerzas que Eric se sentía. Sin embargo,
antes de despedirse, le pidió los datos de cómo llegar al lugar.
Se fue a servir otra copa, para luego
volver a la terraza. Necesitaba relajarse y espantar esa extraña sensación que sintió
al sólo escuchar el nombre de Charlotte. Eric y sus amigos la habían conocido
en un bar (seis meses atrás). Era su primer día de trabajo como barista, y
cuando él le ordenó un café expreso, se dio cuenta que era una mujer hermosa y
sencilla.
Eric comenzó a frecuentar el lugar con
absurdas excusas. Deseaba verla y poder dar paseos con ella por el boulevard,
frente al mar que quedaba a tan sólo unas cuadras. Varios meses pasaron y sin
mucho esfuerzo se fue sintiendo cómodo a su lado, hasta que una noche se dio
cuenta que ella poseía algo inexplicable, algo que le provocaba miedo; algo que
se estaba metiendo bajo su piel, y dentro de sus pensamientos.
Lleno de pánico, se alejó. No volvió a
pasar por la cafetería, ni siguió rondándola. Estaba convencido de que si continuaban
viéndose, Charlotte llegaría a ese lugar especial del que no se sentía seguro
de querer compartir, porque su corazón, aunque ya se había recuperado de la
muerte de Shelly, era un lugar sensible, delicado y muy susceptible.
Una hora más tarde, después de una
larga reflexión, Eric encendió otro cigarrillo y verificó su reloj de pulsera,
que marcaba las 9:35p.m. Decidió ir al cementerio, necesitaba resolver ese
asunto, debía enfrentarse de una vez por todas a ese pavor que le tenía a
enamorarse. Desde que se prohibió verla, casi no comía, con esfuerzo trabajaba y
apenas dormía… Su vida se había convertido en un infierno.
Desafiar ese miedo era en lo que se
debía enfocar, no le quedaba otra salida que volver a verla. Aplastó la colilla
y retocó su maquillaje en el espejo del baño, antes de marcharse al lugar de
encuentro. Pensando con una sonrisa en los labios: ¿De qué se habrá disfrazado?
—¡Eric! ¡Por acá!
Lo llamó José, desde lejos, y en
compañía de Hannibal, los gemelos vampiros y la adorable Charlotte, que al
verlo, corrió a saludarlo, vestida de Morticia.
Cuando se huye de ser amado, me gustó mucho ����������������Keller ��
ResponderEliminarMe encantó tu relato, Adriana. Y fue un placer que mi personaje tuviera un sitio tan especial en él. Gracias de verdad. Un beso fuerte.
ResponderEliminarAdriana, me gustó mucho te relato por el simple hecho de que tiene bastantes diálogos. ¡Eres de las mías! Felicidades, guapa
ResponderEliminar