La historia se desarrolla en un lugar
sorprendente donde el astuto Ulises vive su vida en soledad y armonía con la
naturaleza. Con naturalidad, todos los días baja al río, se despoja de la poca ropa
que lleva puesta y se deja arrastrar por la corriente del agua. El sol caliente
su frente y su vientre, e incluso sus pensamientos. Es el único momento en el
que tiene licencia para pensar sobre su pasado tormentoso. No se arrepiente de
nada pero sí lamenta no haber actuado de otra manera.
Esos
treinta minutos que pasa en aquellas aguas heladas, son suficientes para
encontrar paz interior. Por momentos se pregunta si vale la pena vivir así, en
soledad, sumergido en aquel silencio, día tras día, noche tras noche, de enero
a diciembre.
Vive,
desde hace algunos años, aislado del mundo. Atrás dejó el amor, los amigos e
incluso a la poca familia que le quedaba. Sus progenitores habían fallecido.
Ella, vilmente asesinada por el marido ante un arrebato de celos. Después él se
quitó la vida con una escopeta de caza, no sin antes disfrutar observando las
caras de espanto de su mujer y el amante, en el momento de asesinarlos. Una
cruel escena que, aunque era un crío cuando sucedió, sigue imaginándola con
rabia, viendo la cara de pánico de su madre y el cinismo en el rostro del
progenitor.
Al
quedarse solo, los abuelos paternos lo acogieron en su hogar pero a los pocos
años también fallecieron, y Ulises solo contaba con diez primaveras. Asuntos
sociales se hizo cargo de él y fue ingresado en un centro de menores sin hogar,
donde vivió hasta su mayoría de edad. Allí aprendió a defenderse de los niños
más mayores que él, que se creían los reyes del centro, y también de otros más
jóvenes que aprendían rápido y pensaban que eran el centro de atención.
Aunque
su infancia fue difícil y traumática, pues compartir la vida con niños que no
conoces de nada, no es tarea fácil, salió adelante. Estudió y trabajó, logrando
captar la atención de los que dirigían el centro. Éstos, estaban convencidos de
que habían hecho un buen trabajo con el muchacho y que llegaría lejos.
El
lugar que había elegido para vivir los últimos años era un paraíso de la
naturaleza. En invierno no había absolutamente nadie. Solo se acercaba gente a
partir del mes de marzo y hasta finales de noviembre. A veces echaba de menos
hablar con personas, el contacto físico, reír, pero eso se le pasaba rápido al
recordar la razón por la que estaba allí.
En
la zona había una empresa que tenía un catamarán, y lo contrataba durante esos
ocho meses que acudían visitantes a la zona, para navegar por aquellas aguas
angostas del cañón, y así ofrecer a los turistas un espectáculo único. Su
trabajo consistía en manejar la embarcación de dos castos por la garganta del
río Sil en la Ribeira Sacra. Para ello se encerraba en el puente de mando y
solo hablaba, de vez en cuando, con la guía turística que lo acompañaba en el
recorrido y solo cuando ella tomaba la iniciativa.
Todos
los días era la misma rutina. Se levantaba a las ocho para sumergirse en las
gélidas aguas; después tomaba café, muy cargado, y se dirigía, con las gafas de
sol puestas, hacia el embarcadero donde todas las noches atracaba el catamarán.
Por las mañanas hacían tres salidas, y otras tantas por la tarde; pero, una
mañana del mes de julio fue diferente a todas las anteriores. Entre los
cuarenta y ocho pasajeros que la embarcación tenía permitido llevar, se
encontraba una joven de treinta y cinco años, rubia y con el pelo muy cortito.
Había acudido sola y su rostro mostraba cierta tristeza, aunque en condiciones
normales era una chica alegre y optimista. Así lo pensaban sus buenas amigas.
Había estudiado sociología y, hasta la fecha, trabajaba en una empresa en New
Orleans que colabora con grandes multinacionales. Se consideraba una persona
empática y, por su trabajo, conocía a muchísima gente, aunque en los últimos
meses el agotamiento laboral le estaba pasando factura. Por eso había decidido
hacer ese viaje sola. Necesitaba pensar, reflexionar y tomar decisiones. No
quería seguir en esa línea porque le estaba haciendo daño psicológicamente
hablando. Muchas preguntas asomaban a su cabeza, entre ellas, si seguir o no en
esa empresa. Le pagaban bien y la trataban como una experta, pero sentía que le
faltaba algo. No tenía vida fuera del trabajo. Sus amigos, a excepción de
algunos que había hecho en la empresa o en el edificio donde vivía, estaban a
cientos de kilómetros de ella, su familia igual. Y después estaba el tema del
amor. Lo había dejado en un segundo plano y solo se permitía alguna que otra
relación esporádica con algún chico guapo de la oficina o amigos de compañeros.
Su madre se lo decía muy a menudo por teléfono. “Sienta la cabeza y busca un
hombre que te haga feliz y así formar una familia”, pero ella, hasta la fecha,
siempre había pensado que esa vida que llevaba era la ideal: la vida eterna.
Muchas gracias por colgar mi pequeño relato en tu blog. Un abrazo
ResponderEliminarGracias a ti por escribirlo y formar parte del Cibertaller. Otro para ti :)
EliminarEscribes de una forma muy elegante, Sandra. Felicidades por el relato.
ResponderEliminarGracias,compi
EliminarVaya... espero que lo continúes, Sandra. Me quedo con ganas de saber más. Felicidades por él
ResponderEliminarMuchas gracias, Mary. Sí. Será mi nueva novela. Besitos
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