La semana pasada, una seguidora y compañera de Twitter me confesó que
le encanta leer lo que escribo todos los viernes antes de cada Min relato
honorífico, que se ríe mucho y va preparándose para meterse en la historia
(gracias). Muchos conductores de programas, espacios o como se le quiera llamar
–y que además aprecio y admiro- hacen esto. Tal vez me haya acostumbrado a
hacer lo mismo, aunque creo que me sale del alma. Ellos lo hacen de una forma
más seria, más profesional. Yo no tengo ese estilo, ni tampoco pelos en la
lengua. Hace pocos meses me enteré que en esa parte del cuerpo nunca salen, y
no es que me llevara mucho disgusto precisamente…
Hoy, es necesario que
haga dos mini introducciones: una para explicar esto, y otra más para presentar
a la invitada de esta semana. Puede que alguien muy observador haya dicho: este de la raya pintada una semana sube el
relato de una mujer y a la siguiente el de un hombre, y así sucesivamente… Sería
lo suyo, y hasta ahora ha sido así; no obstante, si continuara con este sistema
llegaría el momento en que no hubiera más que chicas, ya que la totalidad de
los cincuenta Mini relatos se compone de veintidós hombres y veintiocho mujeres
(soy chico hetero. Lo siento).
Desde aquí, quiero
agradecer públicamente la acogida de esta “Mini idea”. Se cumple mes y medio
del primer Mini relato, y los cinco que se han publicado hasta ahora llevan un
total de 4.089 visitas (gracias y más gracias). Se comparten a diario en
Twitter, se leen y comentan. Tengo muchas ideas, pero la mayoría malas y que no
llegan a ninguna parte. Creo que esta ha sido muy buena. Y si con tan solo
cinco ya van más de cuatro mil visitas, no quiero ni imaginar las que veré
cuando estén los cincuenta relatos.
Gracias a todos los
participantes, a estos amigos escritores que comparten sus obras conmigo y con
vosotros; gracias a todos, de todo corazón.
Sí, a la invitada de hoy también la conozco en persona. No lo hago
adrede, simplemente ha tocado así. Nos conocimos antes de que ella estuviera en
el Cibertaller, unos cuantos meses antes. Vino a verme a mi ciudad (tomad nota
las demás alumnas, que ya estáis tardando. Es algo obligatorio… Llevo semanas
diciendo que me voy a cargar mi futuro matrimonio), y creo que estuvimos como
cinco horas juntos (minuto arriba minuto abajo). Tuvimos una merienda cena de
lo más romántica comiendo un bocadillo de jamón y queso en un banco, medio a
oscuras y deprisa y corriendo. Hablamos de muchas cosas, pero entre ellas,
claro está, de literatura. Yo escribo relatos y novelas de terror y ella
historias para adultos, aunque nunca he entendido por qué lo llaman así cuando
los adolescentes de hoy en día saben más que Lepe, Lepijo y su hijo. Pero
bueno, si dicen que hay que poner eso de “+18”, pues se pone y punto... A mí me
ha tocado pedir permiso a mi madre para leer este relato. Todavía soy muy
pequeño para estas cosas, pero me ha dejado. Lo leí el lunes, y me vino genial porque
tomé nota antes de ir a la fisio (a LA fisio, no al fisio. Ojo, no nos
confundamos. Este dato es el más importante de toda la introducción. “LA FISIO”).
Tenía el cuello torcido, como si la parienta me hubiera castigado a dormir en
el sofá todas las noches por ser un niño malo. Cuando leí el relato, me dije: ¡¡Esto es Gloria Bendita!!, dando por
hecho que, con eso de la igualdad, la mujer fisio se comportaría igual que el
hombre del relato. ¡Y unas narices! Me tuve que quitar la bata yo solito, me
hizo mucho daño y, además de quedarme el cuello torcido para el otro lado, me
tocó pagar. No sé si a los adolescentes mencionados les funciona o no, pero a
los que vamos teniendo una edad desde luego que no. Los 35€ más dolorosos de
toda mi vida…
Mary escribe varios
géneros (en el taller, varios, pero no los leí. Cuando me vio me dijo que gano
más en persona y aprobó el curso directamente. Mintió, pero me alegró el día),
y el erótico es el que más domina. No suelo leer novela erótica porque me pone
muy nervioso (y no con ese fin). En las que he leído hasta ahora todos los tíos
son perfectos, y la vida no es así. Los que no estamos bien hechos también tenemos
derecho a aparecer en novelas eróticas y románticas, ya que según dicen, el
amor va por dentro (según dicen. Según dicen). Una cosa son las fantasías
sexuales y otra muy diferente la fantasía a secas, la que admiro y es muy
difícil de escribir. Sin embargo, en las historias de Mary no ocurre esto.
Aparecen dos personas haciendo el amor. Lees “bombonazo”, y para gustos los
colores. Cada lector o lectora se lo imaginará como quiera, y yo, como lector,
lo agradezco. Seguramente, muchas mujeres que no tienen esas absurdas 90-60-90,
y chicos a los que la genética no quiso acompañarnos, nos guste más leer una
relación sexual creíble y donde podamos incluirnos, porque así tenemos menos
puertas cerradas en el mundo. Para todos los demás, me parece perfecto. Sigo diciendo
que para gustos están los colores. Se trata de atrapar al lector, hacerle pasar
un buen rato y que ría, llore y sienta como los protagonistas. La novela
erótica no está en los puestos bajos de la literatura, como mucha gente cree. Es
que no tiene puestos. Da igual la novela histórica, la de terror, la ciencia
ficción, la fantasía o la infantil. Es escritura, y sus autores y autoras
tienen el mismo talento o más que cualquier novelista de otro género. ¿Quién
decide? El lector. ¿Por? Porque para gustos (ya sabéis cómo termina). Hoy
importa el talento de Mary, y lo tiene. Da igual lo que escriba.
El relato me gusta. Siempre
me gustó Mary como escritora (y como persona, claro está). Te saca una sonrisa
por las cosas que te dice, y además me regaló sus dos primeros libros. Ahora llevo
una temporada intentando saber quién diablos es ese Jorge, y si a él también le
ha dicho que gana más en persona porque soy muy envidioso. Ese lo compré, y lo
leeré en breve. Como soy buena persona y solo recomiendo lo que de verdad he
leído y me parece bueno, os dejo el enlace directo a sus Relatos íntimos, que van de esas cosas de adultos. Los leí, y de
verdad que me gustaron. Mary escribe fenomenal, por eso ya no está en el
Cibertaller. No necesita aprender nada más de mí, y menos de nada erótico. Escribí
dos por probar y aumentaron los divorcios…
Os dejo con el relato
de una gran autora y mejor persona. Si os gusta (que lo hará) echad un ojo a su
libro. Merece mucho la pena.
¡¡Gracias, Mary!! Un besote.
Gracia a todos.
EL FISIO 1
(Mary Ann Geeby, 2015)
Entré agotada en la peluquería y me acerqué a Mila,
mi peluquera:
—¿Tienes libre para atenderme ahora, Mila? —le
pregunté.
—Bueno, si puedes esperar 20 minutos, te cogemos.
¿Qué te vas a hacer, Elena? —me contestó.
—Lavar y peinar. Luego me iré a dar un masaje, estoy
toda agarrotada del cuello —le contesté.
—Hey, ¿Por qué no vas al fisioterapeuta de aquí al
lado? Mira a ver si te coge ahora y luego te lavamos y peinamos. ¿Quieres?
—Sí, lo necesito. Voy a ver si me lo puede dar ahora
mismo – Salí y me dirigí a la consulta del fisio.
La habían abierto la semana anterior, de modo que no
conocía al dueño. Al entrar, me recibió un bombonazo y supuse que sería el
recepcionista.
—Hola, bienvenida. ¿Qué querías? —me preguntó con
una sonrisa maravillosa y una voz grave, de las que te hacen olvidarte de a qué
narices habías ido.
—Hola. Quería ver si me podían dar un masaje ahora
mismo. Ya sé que no es lo habitual, que habría que pedir hora, pero pasaba por
aquí y pensé que si tuvierais un huequito… Tengo una contractura en el cuello y
lo necesito de verdad —respondí con mi mejor cara de “por favor, por favor, que
lo necesito”.
—Ningún problema. Si pasas por aquí, te puedes ir
quitando la ropa. Ahí tienes una bata. Cuando estés lista, toca este timbre y
entraré —me respondió acompañándome al box.
—¿Así? ¿Ya? ¡Qué bien! ¿Entonces el “fisio” está
libre? ¿Me puede atender? —pregunté mirando a todos los lados, a ver si veía
por fin al fisioterapeuta.
—Sí, está libre —me dijo sonriendo de nuevo—. Quiero
decir, que estoy libre. Hoy no hay ninguna cita. E iba a cerrar en unos
minutos.
—Ah, pero entonces… ¿eres tú? Perdón, yo creí que
tú… Lo siento. Y… bueno… si ibas a cerrar… —Creí que debía callarme de una vez
y dejar de balbucear como una idiota.
—Sí, soy yo. Encantado: mi nombre es Rubén. Soy el
fisioterapeuta —lo dijo entre carcajadas, alargando su mano hacia mí para
formalizar la presentación—. Acabo de abrir la consulta y todavía no dispongo
de recepcionista. No tienes que disculparte por nada y sí te voy a atender, por
supuesto —Se acercó a la agenda y cogió el bolígrafo—. Por cierto, no me has
dicho tu nombre.
—Encantada, soy Elena —le correspondí al saludo.
Entré en el box y posé mi abrigo y mi bolso sobre una silla.
Rubén salió sonriendo y cerró la puerta. Me desnudé,
me puse la bata y me tumbé en la camilla. A continuación, toqué el timbre para
indicarle que ya estaba lista.
—Elena, perdón. ¿Me dijiste que te diera el masaje
en el cuello? —preguntó sonriendo de nuevo, con una voz grave y dulce, que te
hacía perderte en ella, olvidando qué era lo que había dicho.
—Tengo el cuello muy agarrotado, aunque toda mi
espalda agradecería un buen masaje —le respondí—. ¿Cómo me coloco la bata?
—pregunté.
—Mira, si te parece bien, déjatela desabrochada y yo
te la bajaré por la espalda, a medida que vaya trabajando ¿quieres? —preguntó
muy dulcemente.
¡Ay, Dios mío! Yo sólo había ido con idea de un
masaje, pero si seguía siendo tan irresistible, no sabía si podría evitar
babear, suspirar y hasta mojarme entera. Empezó lavándose las manos y echándose
algún tipo de aceite en ellas. Imaginé que era para calentárselas. Entonces me
dijo:
—Bueno, vamos a empezar. Perdón, te voy a bajar la
bata. —Y suavemente, me bajó la bata del cuello. Me cogió un brazo y me sacó la
manga despacio. Me volvió a colocar el brazo a lo largo de mi torso. Dio la
vuelta a la camilla, me sujetó del otro brazo y repitió la operación, quizá más
despacio aún. ¡Madre mía! Si sólo por quitarme las mangas de la bata me había
puesto así, no quería ni pensar en lo que sería cuando me diera el masaje. De
modo que suspiré. ¡¡¡MIERDA!!! SUSPIRÉ. Inmediatamente acerqué mis manos a la
cara, con el fin de que “se abrieran los suelos y me tragaran”. Pero él agarró
de nuevo mis manos y las volvió a colocar a lo largo de mi cuerpo, estirados
los brazos.
—No te preocupes. Si suspiras, significa que te
estás relajando y eso es exactamente lo que pretendo. De modo que ¡tranquila!
Debe ser que, de momento, lo estoy haciendo muy bien. ¿Quieres que ponga
música? —Rubén se reía mientras hablaba, de nuevo muy despacio y grave... Esa
voz era absolutamente cautivadora.
—Me encantaría, gracias —contesté muerta de
vergüenza.
Se acercó al equipo y puso una música muy sensual,
que animaba aún más a relajarse. Volvió a lavarse las manos y de nuevo extendió
aceite en ellas.
—Bueno, pues ¡empecemos! —dijo, cogiéndome el cuello
entre las dos manos. Comenzó masajeándolo por ambos lados con cada mano,
mientras me pasaba los pulgares por detrás—.
¡Increíble! Nunca había visto un cuello tan agarrotado en mi vida. Pero
¿qué tipo de estresante vida llevas, Elena?
—¡Terrible! Trabajo en las oficinas de unos grandes
almacenes, donde las cosas siempre tienen que ser “para ayer por la tarde”,
¿sabes? Así que lo necesitaba de verdad. Llevo en el cuello toda la tensión de
los últimos meses. Y en la espalda, las prisas, los trabajos hechos en
cualquier postura, los tacones, las escaleras y mil cosas más —le “solté del
tirón”.
—Bueno, intentaremos soltar estos nudos y relajar
esta preciosa espalda, ¿te parece? Te aseguro que conseguiré que te sientas
mejor— me susurró al oído, mientras seguía con su masaje.
Creí que moriría si no me daba la vuelta y le
gritaba: “¡Sí a todo!”. Pero me aguanté: no me giré, ni dije nada, tan sólo
volví a suspirar. Pero tan hondo que esta vez pareció ¡un gemido! Dios mío,
esto iba de mal en peor. Bueno, en realidad iba cada vez mejor, porque yo había
empezado a mojarme entera y ¡ya había suspirado y hasta gemido!
Rubén terminó con mi cuello y comenzó con mi
espalda. De nuevo creí que moriría cuando me preguntó:
—Perdona Elena ¿te importa si me coloco encima de
ti? —por supuesto no fue más que un susurro cerca de mi oído, de nuevo.
—¿En-en-en-cima de m-m-mí? —tartamudeé.
—Sí, sobre tu precioso culito. Perdón, pero intento
llegar a la vez a tus hombros, desde un punto equidistante. Por supuesto, si no
te importa. Prometo no hacerte nada de daño —preguntó de nuevo con su voz
grave, sensual.
Creí que me desmayaría al instante. ¿Había dicho
“precioso culito”? Y “si no me importa” … “¡¡¡No me importa que me lleves a tu
casa!!!”, me daban ganas de contestar.
—No, claro. No me importa. Si es para colocarte “en
un punto equidistante” puedes sentarte sobre mí —contesté como una idiota.
Se colocó a horcajadas y se sentó sobre mi culo.
Comenzó el masaje por la espalda, con unos movimientos perfectamente
simétricos. Pues iba a ser verdad lo del punto equidistante. Al cabo de un
ratito, cesó los movimientos y se bajó “de mí”.
—Si te parece bien, voy a seguir con las piernas ¿de
acuerdo? —me preguntó mientras me quitaba la bata totalmente. Menos mal que me
había dejado la braguita puesta.
—Me parece genial. Gracias —le respondí.
Volvió a añadir algunos aceites a sus manos y se
centró en masajearme una pierna: primero el muslo, luego bajó hasta la rodilla,
después el gemelo y finalmente el pie. ¡Dios! De nuevo creí morir cuando llegó
al pie. Pasó a la otra pierna y repitió el proceso: muslo, rodilla, gemelo y
pie. Cuando terminó la segunda pierna, volvió al primer muslo, pero esta vez no
bajó. Al contrario, cada vez notaba sus manos más arriba. Pasó al segundo muslo
y repitió la operación. Cuando sus dedos se colaron entre mis muslos, por dos
veces, tocó mis bragas, haciendo que mi coño se mojara aún más de lo que
estaba. Empecé a temer que notara la humedad, si seguía así. Y por tres o
cuatro veces, al subir sus manos por la parte posterior, se adentraron sus
dedos por mi braga, masajeando también mis nalgas. Mis suspiros y gemidos
habían pasado ya a la categoría de “grititos”, de modo que ni la vergüenza ni
el pudor podían hacerme permanecer en silencio.
De repente, paró. Yo me quejé y él me dijo:
—¿Por qué no te das la vuelta, cielo? —apenas un
susurró junto a mi oreja.
—Eh… ¿La vuelta? Pues… Porque por delante no
necesito masaje, Rubén —Le contesté también muy bajito.
—Lo sé. Es evidente que no quiero darte más masajes.
¿Sabes? Tengo ganas de mirar tu cara, besar tu boca y muero por ver tus ojos
mientras te corres entre mis manos. Luego quiero meter mi polla en ese coñito
tan mojado y hacer que nos corramos juntos. Y luego… Hummm… Luego si quieres,
te invito a cenar —susurró, bajando poco a poco el volumen de su voz,
cargándola de deseo.
Así que de nuevo me hizo ver qué era lo que
necesitaba. Me di la vuelta y se acercó a mi boca: no fue un beso, más bien un
mordisco, (¡maravilloso mordisco!) Primero mordió mis dos labios a la vez, sin
apretar mucho. Luego mordió el inferior. A continuación, lamió los dos y
finalmente colocó sus labios sobre los míos y metió su lengua en el interior de
mi boca. En algún momento entre todo ese ataque a mi boca (¡bendito ataque!),
introdujo dos dedos por mis braguitas y los coló hasta el interior de mi
vagina. Entraba y salía con gran facilidad, pues estaba totalmente empapada.
Cuando su boca se dirigió a mis tetas, introdujo un tercer dedo en mi coño y la
fuerza de sus embestidas creció. Mi boca, al encontrarse libre, decidió volver
a los gemidos y a los gritos, esta vez sin ninguna contención. Paró un momento
para quitarme la braga y volvió a meter sus dedos a la vez que su boca
regresaba a castigar mis pezones (¡dulce castigo!).
—¡Sí! ¡Me corro, Rubén! —grité, cuando vi que era
inminente.
—¡Eso es, linda! ¡Córrete para mí! ¡Córrete contra
mi mano esta vez! —me animó él.
Y eso hice. Me derramé entera contra su mano,
mientras él iba ralentizando sus movimientos, dejándome disfrutar de los
últimos momentos del orgasmo.
Cuando me hube relajado, se desnudó. Sacó un condón
del bolsillo de su pantalón, se lo puso y se colocó sobre mí.
—Hola, preciosa. ¿Vamos a corrernos juntos ahora? Me
muero de ganas de estar dentro de ti —Y metió su polla en mi coño de un solo
empujón. Colocó sus manos alrededor de mi cara y, besándome dulcemente, comenzó
un dulce vaivén de entradas y salidas de mi interior.
En muy pocos movimientos volví a encontrarme a punto
para él. Rubén estaba excitadísimo, y me decía frases sensuales y apasionadas,
alternándolas con besos y lametadas a mi boca, mi mandíbula, mis orejas y mi
cuello.
—Hummm… cielo, ¡Qué bien sabes! ¡Estás muy rica! ¡Te
quiero comer toda! ¡Me gustaría hacerte el amor hasta la noche! ¡Qué bien se
está dentro de ti! ¡Cuánto me gusta esto!...
Coloqué mis piernas alrededor de sus caderas y,
cuando mi orgasmo volvía, le avisé:
—¡Rubén, me corro otra vez! ¡Dios, Rubén, me corro!
—Espera, cielo. Espérame: sólo unos segundos,
espérame. Ya casi estoy, embísteme fuerte, así, así, sí, sí, ahora,….. —Y nos
corrimos a la vez. Yo siempre había pensado que eso era una estupidez. Que cada
cual se corría cuando le venía y que nadie era capaz de esperar al otro, aunque
se lo pidiera o se lo ordenara. Pero estaba equivocada. Él me lo pidió y yo le
esperé. Y fue genial.
Cuando nos recuperamos, él se levantó, se quitó el
preservativo y fue al servicio. Yo me incorporé, me puse la bata y me levanté
para vestirme. Rubén salió del baño y vino a mi lado. Me cogió por la cintura
con una mano y levantó mi mentón con la otra:
—¿Estás bien, Elena? —preguntó preocupado—. Oye,
cariño, yo no suelo hacer esto. Quiero decir que no me follo a mis clientes
¿sabes? De hecho, es la primera vez que hago algo así. Y no te he preguntado
cómo te estabas sintiendo, aunque me pareció que era lo que querías. De todos
modos, sigue en pie nuestra cita, ¿no? —me explicó, mirándome a los ojos.
—Estoy bien, Rubén. ¿Qué cita? —pregunté.
—Te había invitado a cenar. ¿Lo has olvidado? —dijo
él—. Ven, pasa al servicio, si quieres asearte un poco. No tengo ducha, pero
hay lavabo y aquí tienes una toalla limpia —añadió.
—Gracias —dije entrando y cerrando la puerta. Cuando
salí, seguí—. Mira Rubén, los dos lo hemos pasado genial, pero quiero que quede
claro que no me debes nada, no te preocupes. Yo tampoco me voy liando por ahí
con cualquiera, pero me he sentido muy bien contigo, me has gustado mucho y por
eso lo he hecho. Pero repito que no nos debemos nada, así que ahora si quieres,
lo dejamos aquí y ya está.
—No, no, no, no. Yo te había invitado a cenar porque
me apetece conocerte. Y ahora quiero mucho más, así que la cena sigue en pie,
por supuesto. Dime dónde vives y te recojo a las nueve ¿de acuerdo? —rebatió
Rubén.
—A ver, mira —me lo volví a pensar—. Si no, podemos
quedar a las 9:30 en el restaurante. Dime dónde y nos vemos allí mejor ¿te
parece? —le dije, intentando distraer la atención de mi domicilio.
—Bueno, preferiría recogerte, pero si no hay otro
remedio… Mira: quedamos en el Restaurante Miramar, cerca de la playa, ¿Sabes
cuál es? —me dijo él con aire preocupado—. Me puedes dar tu teléfono si
quieres, por si…
—No te preocupes, no hace falta, lo conozco —insistí
en desviar la atención.
—Bueno, reservaré una mesa a nombre de Rubén Moira
—le dijo un poco enfadado—. ¿Quieres tomar nota de mi número de móvil, por si
tuvieras que llamarme, o eso tampoco hace falta?
—Sí, dámelo —le dije para que se serenara. Tomé nota
del número y me dispuse a marcharme. Rubén me sujetó de la cintura:
—¿No te vas a despedir de mí, bonita? —me susurró
junto al oído.
—¡Claro! —Yo sabía que ese sería nuestro último
beso. Y también que esa era la última vez que nos íbamos a ver. Él no podía
entenderlo, pero eran demasiadas complicaciones. Aquel no era el momento de
comenzar nada. Terminó nuestro beso y salí de la consulta. Cogí el coche y me
fui a casa. Una auténtica pena, pero era lo mejor.
Miles de gracias por tus palabras, Jose. La verdad es que nunca olvidaré aquel bocadillo de jamón y queso, jajajaja. Y además, que todo el mundo sepa que yo te regalé mis libros, pero tú a mí me regalaste claveles blancos.
ResponderEliminarEs justo añadir que me enseñaste muchas cosas en el taller. Me encantaron las técnicas para "vencer" los bloqueos, por ejemplo. Recordarnos las modificaciones ortográficas, aprender a eliminar las repeticiones, etc... Fueron muchas cosas y siempre útiles.
Chicos y chicas del taller: tenéis mucha suerte de tener a Jose Losada como profe. Y no dejéis de leer a Santiago Bernal. Aunque a Jose le caiga mal, es bueno, el tío.
De nuevo gracias a todos.
Los libros me durarán para siempre, pero los claveles ya estarán secos :( por aquel entonces no tenía libros; ahora tengo dos pero es como si no tuviera ninguno... Nada que agradecer, era mi deber como profe. Soy yo quien te da las gracias por participar en Mini relatos honoríficos. Santiago Bernal es muy mala persona, así que lo que tienen que hacer las alumnas es venir a verme, no a él. Y a mí tampoco se me olvida el bocata, ni que te debo 1€... ¡Un beso!
EliminarVaya vaya con el señor Fisio!! Subiendo la temperatura al personal! Jejejje Que bueno! Y como dice José, con personajes reales, que es de agradecer. Enhorabuena Mary Ann :)
ResponderEliminarJosé, estas entretenido con historias así, eh? Jejeje Me pasaré cuando haya otra historia por aquí. Un abrazo muy fuerte a los dos!
Si supieras lo que sufro cuando tengo que leer algo de esto... Entretenido, lo que se dice entretenido, no jajaja,pero me hago el fuerte. ¡¡Otro fuerte para ti, Carmen!! ¡Gracias por comentar!
EliminarMuchas gracias, Carmen. A mi profe le cuesta mucho leer mis relatos, pero me lo pasa porque es un amor.
EliminarGracias a los dos.
Me gustó en su día, y me ha vuelto a gustar... Lo que hace la bella Mary Ann con las palabras es pura magia y punto...!!!
EliminarMil gracias de corazón, Javi. Siempre apoyándome y ayudándome. Un beso gigante.
EliminarMenuda suerte tiene Elena con su fisio. Además de ser lista. Me he entretenido mucho con la historia y me ha sorprendido el giro del final. Un saludo, Mary Ann.
ResponderEliminarGracias, Merche. Mucha gente me pidió una segunda parte. No se adaptaban a que mis historias acabaran "mal".
EliminarCuando llegamos a una edad, quizás los compromisos nos complican la vida. Pero no estaría mal encontrarse de vez en cuando un Rubén. Felicidades, Mary Ann.
ResponderEliminarGracias, linda. La cosa es que siempre nos queda la fantasía. Al menos a mí. (Nunca he dado con un fisio chico, jajajajaja)
EliminarChicas, que sepáis que algunos que no nos llamamos Rubén también sabemos dar masajes. Es muy sencillo, y mucho más fácil que escribir. Esta semana tenéis un punto negativo
ResponderEliminarJajajajajaja, siento que, "por mi culpa", el profe os haya sancionado, chicas. Buscaré el teléfono de Rubén y os lo pasaré por privado, jajajaja. (Sois un amor)
EliminarA veces hay que dejarse llevar de lo que la vida nos ofrece de modo inesperado... Y también, saber cuando darle fin. Encantada, Mary Ann
ResponderEliminarMil gracias por entrar, leer y comentar, preciosa.
EliminarQue sepas que adoro dejarme llevar por lo que me ofrece la vida. La pena, que no aparezca un Rubencito... jajajaja. Un abrazo.
Un placer leerte, Mary Ann! Felicidades!
ResponderEliminarMil gracias, preciosa. Un abrazo.
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