Su cuerpo estaba allí pero su mente en realidad lo había
trasladado cuarenta años atrás, recordando cómo se habían conocido. Lo estaba
reviviendo de tal forma, que parecía que en vez de tantos años, solo habían
pasado unas horas.
Allí estaba él,
descalzo, con el pantalón remangado hasta las rodillas paseando por la orilla
de la playa de Las Sinas, refrescándose y disfrutando de un paseo matutino.
Aquel olor a mar, y las vistas al otro lado de la Ría, lo relajaban y le
ayudaban a afrontar con mejor humor un nuevo día. De repente detrás de unas
rocas sintió un pequeño tintineo, como si alguien estuviese golpeando una
botella continuamente; sin cesar en ningún momento, como si intentase hacer
sonar algún tipo de melodía. Poco a poco se fue acercando, gateó por varias de
las rocas que habían quedado al descubierto con la bajada de la marea, hasta
que llegó a la última. De la cual procedía el tan embaucador sonido, que lo
había llevado hasta allí. Sin embargo no había ningún músico oculto, el ruido
procedía de una simple botella que se golpeaba sin cesar una y otra vez con los
peñascos; pero con tal suavidad, que en vez de romperse producía aquel
armonioso sonido. Como buen samaritano se dispuso a recogerla para luego
tirarla a algún contenedor, antes de que se rompiese y cualquier bañista
llegase a cortarle. Pero una vez la tenía en su poder la sorpresa fue mayúscula
al ver que en su interior había un papel perfectamente enrollado.
Podía tratarse de
cualquier tontería que alguien habría metido ahí antes de deshacerse de la botella. No obstante, los humanos somos
curiosos por naturaleza, y una vez estaba ya de vuelta en la arena, decidió
buscar un contenedor de basura y romper dentro la botella, ya que estaba
perfectamente sellada con un viejo corcho para hacerse con el papel que portaba
en su interior. Una vez logró su objetivo, con mucho cuidado de no cortarse
cogió el misterioso papel para matar aquella curiosidad que hasta lo hacía
respirar de forma entrecortada. Lo desenrolló y pudo ver que algo tenía
escrito.
Catalina Pérez Rodríguez
Carretera Arena
Gorda-Bavaro-Bávaro
23301 Punta
Cana-Republica Dominicana
(Enfrente al Hotel Ocean
Blue)
Durante un par de
minutos se quedó pensando si de verdad esa dirección sería real o fruto de
alguna broma de mal gusto; al final decidió guardarla en uno de sus bolsillos,
y se fue de vuelta a casa. Ya por la
noche, una vez terminados sus quehaceres diarios, decidió poner en práctica lo
que llevaba pensando desde que encontró ese mensaje dentro de la botella;
agarró un lápiz y una libreta y se puso a escribir. Una vez acabó, metió las
hojas en un sobre, escribió por la parte de atrás la dirección que había
escrita en la misteriosa nota, le pegó un sello y, sin poder esperar al día
siguiente para echar la carta en la oficina de correos más cercana, salió de
casa en cuanto terminó para hacerlo.
Habían pasado treinta
días desde que había enviado la correspondencia, y no había pasado ni uno sin
que estuviese pensando en si alguna vez obtendría alguna respuesta de la tal
Catalina. Sin embargo esa mañana, el cartero llamó a su puerta para hacerle
entrega de una carta enviada desde la Republica Dominicana; al ver de dónde
procedía, y el nombre del remitente, su corazón comenzó a latir de tal forma
que parecía que el pecho le iba a explotar de un momento a otro. Después de
leer la carta, y ver la foto que Catalina le había enviado su vida solo tenía
un propósito: ahorrar para comprarse un billete de avión que lo llevase a los
brazos de aquella guapa mujer.
Toda su familia lo
tachaba de loco ante tal idea, pero a él eso le importaba muy poco. En menos de
seis meses tenía el billete de avión y algunos ahorros para iniciar una nueva
vida con la que ya era su prometida; al menos eso le decía ella en las cartas
que le enviaba cada mes. Y la verdad que no le mintió. Cuando llegó a
Sudamérica, allí estaba Catalina esperándolo en el aeropuerto para comenzar a
hacer lo que ambos querían: estar juntos para toda la vida. Un sueño que habían
conseguido con creces.
Estaba recordando miles de momentos hermosos vividos a su
lado, volviéndolos a disfrutar de nuevo, cuando alguien se acercó a él para
darle el pésame por la pérdida de la que había sido su esposa. El volver a la
dura realidad y ver a Catalina otra vez tras aquel cristal, metida en un ataúd
era algo superior a él. Por muchos días que pasaran para Luis ya no volvería
nunca a salir el sol; echó una mirada a los allí presentes a modo de despedida,
y se fue a la planta baja del tanatorio, que era donde estaban las dichosas
máquinas expendedoras, a por un refresco
de cola. La verdad que no tenía mucha sed, por no decir ninguna; no obstante,
lo que el hombre quería no era mojar la garganta. Lo qué quería era la botella
en la que venía metida la dulce y refrescante bebida. Vació el contenido en una
de las plantas decorativas que inundaban toda la estancia; se sentó en una
silla, quitó su pequeño block de notas del bolsillo de su chaqueta, el cual
nunca salía sin él desde hacía muchos años, y escribió dos frases. Sabía que
sus más allegados con esas pocas palabras lo entenderían todo, ya que eran
conocedores de su bella historia. Arrancó la hoja escrita, la enrolló y la
introdujo en el interior de la botella. Lo siguiente que hizo sin pensarlo más,
fue ir directo al cuarto de baño.
Pasadas unas horas, al ver que Luis no aparecía comenzaron
a buscarlo. Estaban extrañados de su ausencia, hasta que todos escucharon un
grito ahogado de la hermana de la difunta, que había venido para el sepelio,
procedente de uno de los cuartos de baño situados en la planta baja. Había
encontrado a Luis sentado en la taza del váter, con un corte en el cuello, del
cual no paraba de brotar sangre, inundándolo todo de su típico color rojo;
intentaron taponar la herida hasta que llegaron los sanitarios, pero fue en
vano. Lo único que pudieron hacer al llegar, fue certificar su muerte. Se había
suicidado al ver que sin su esposa ya no le valía la pena seguir en este mundo
de locos. Cuando la policía les comunicó a sus familiares lo que decía el
mensaje que dejó escrito en el interior de la botella hallada en un bolsillo de
su chaqueta, todos supieron que había decidido irse con Catalina haya a dónde
quisiese que se hubiese ido.
La nota ponía:
Así empezó todo, y así debe acabar: con el mensaje en una
botella.
Enhorabuena. La historia te va llevando de la mano, sutil, hasta un desenlace no sorprendente pero sí inesperado. Muy bueno el tono en que está escrita, insinuando las potentes emociones sin alharacas.
ResponderEliminarUn abrazo.
También te doy la enhorabuena, José. Me ha sorprendido el final. Al inicio pensaba que se trataba de una historia romántica y le has dado la vuelta por completo. Gracias.
ResponderEliminarBonita historia, José. Enhorabuena!
ResponderEliminarMe has dejado perpleja. No imaginaba para nada ese final,no se en que momento, me he encontrado con una historia diferente a la que comenzó. Muy buen relato. Enhorabuena
ResponderEliminarMuy bien escrito, José. Noto un cambio muy bueno de verdad. Una historia muy bien elaborada, emocionante y con suspense. Felicidades.
ResponderEliminarMillones de gracias, amigos😉😘
ResponderEliminarMillones de gracias, amigos😉😘
ResponderEliminarEnhorabuena, José. Una historia llena de emoción y sentimiento que contagia al lector y que rompe con un final inesperado. Muy bien
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