Desde pequeña observaba al
vecino de mi casa de vacaciones.
Todos los veranos los pasaba
con mis abuelos, en una bonita casa junto al mar. En aquella zona había pocas
casas, y cerca de la nuestra vivía un hombre que siempre estaba solo. Nunca lo
vi conversar con mis abuelos, y tampoco tenía visitas.
Cuando salía a jugar estaba
pendiente de lo que hacía, lo observaba de reojo y cuando se acerba al
embarcadero lo seguía. Me gustaba ver cómo salía a navegar o cómo arreglaba la
cubierta de su barco.
Un día lo vi escribir en una
hoja, meter el papel en la botella y lanzarlo con fuerza al mar. Se quedó de
pie durante un largo rato observando el horizonte. Cuando regresó hacia su
hogar pude ver que se limpiaba las lágrimas con la mano.
Me quedé sola y seguí
mirando su embarcación. Las olas comenzaron a romper con fuerza y en uno de sus
viajes devolvieron la botella a la orilla. Sin dudarlo corrí a por ella y leí
lo que contenía.
«Mi amor. No sé vivir sin
ti. El destino nos juntó en este bello paraje y con la misma facilidad que nos
proporcionó la felicidad, nos la quitó. Sin ti no puedo sonreír y sé que jamás
volveré a hacerlo. Iré contigo allá donde estés. Te amo.
Julien»
Metí de nuevo el papel en la
botella y lo lancé al mar. Detrás de mí escuché unos pasos, me giré y vi
avanzar al hombre, con la mirada perdida. Ni siquiera me miró. Se acercó hasta
las rocas y saltó al mar; me quedé petrificada sin saber qué hacer, las olas
golpearon con fuerza contra las rocas. Esperé muy quieta, pero el hombre no
salía. Corrí hacia casa asustada y les conté a mis abuelos lo que había pasado.
Aún me asusté más cuando me preguntaron de qué vecino hablaba, que en la casa
de al lado no vivía nadie.
Han pasado treinta años y
hoy recuerdo aquel hecho que había retenido en algún lugar oculto de mi
memoria.
Cuando cumplí treinta años
un joven de cuarenta años compró la casa que durante tanto tiempo había
permanecido cerrada. La primera vez que lo vi, sentí algo muy fuerte dentro de
mí. Lo sonreí y desde aquel día no nos separamos.
Y ahora, en mi lecho de
muerte, cinco años después, recuerdo a aquel hombre que observaba cuando era
una niña; a aquel hombre que escribió un mensaje para su amada antes de
lanzarse al mar para juntarse con ella. Julien, mi gran amor.
En este momento comprendo la
sensación que me embargó la primera vez que lo vi. Ya lo conocía. Su rostro era
tan familiar para mí que no dudé al enamorarme a primera vista, en realidad, ya
había un sentimiento previo dentro de mí y creo que le transmití mi entusiasmo
haciendo que él, a pesar de no conocerme, se sintiera como en casa.
El destino nos tenía
preparado un duro golpe. Disfrutamos de cinco años maravillosos, la vida nos
había dado una felicidad infinita, la cual nos iba a ser arrebatada de golpe, o
quizá ya lo había sido en el mismo momento que recibimos la noticia de mi
enfermedad; en pocos meses estaría consumida por la proliferación descontrolada
de aquellas células. Después de mucho sopesar las consecuencias, decidí no
seguir ningún tratamiento pues
al final el resultado sería el mismo y la única diferencia distaba en unos
pocos meses.
El tiempo pasa y mis fuerzas
son escasas. Apenas consigo llegar hasta la ventana para observar el mar. La
mayoría del tiempo lo paso en la cama. Me voy apagando frente a la mirada de
dolor de mi marido. El
intenta sonreírme; sin embargo, sus ojos no lo consiguen.
Tengo una decisión muy
difícil que tomar y si no lo hago pronto no quedará energía en mí para llevarla
a cabo. Repito, una y otra vez, el mensaje que de niña leí; un mensaje que aún
no ha sido escrito, pero que el destino quiso mover de tiempo. Quizá nuestro
amor es tan fuerte que ha quedado amarrado a estos muelles y se repetirá a lo
largo de todas las vidas que nos toque vivir. Esta idea me consuela, en otro
espacio estamos conociéndonos de nuevo, y en otro queriéndonos... Un sinfín de
momentos. Así es nuestro amor: eterno.
Julien se ha quedado dormido
a mi lado.
Los últimos meses ha estado
pendiente de mí, y estas semanas que apenas consigo salir de la cama pasa horas
tumbado a mi lado. Está agotado y muchas veces finjo dormir para que se relaje
y descanse.
Lo observo por última vez,
memorizando cada rasgo de su rostro para llevarlo conmigo allá donde voy.
Lloro, de alegría y de pena; de alegría por tener al mejor hombre a mi lado, y
de pena por saber que nuestros caminos se separan. Me alienta saber que en
breve se reunirá conmigo. Puede parecer egoísta; no obstante, me pongo en su
lugar y yo haría lo mismo. No sabría vivir sin él. Así que entiendo a la
perfección lo que hará. Y sé que nos reuniremos en algún lugar, y allí no habrá
enfermedad que pueda separarnos.
Beso su mejilla con suavidad
para no despertarlo y, haciendo acopio de toda mi fuerza y valor, me levanto de
la cama y me dirijo hacia el mar, hacia las rocas donde él un día desapareció y
donde hoy pondré fin a este sufrimiento que me invade. Antes de saltar escribo
un mensaje que introduzco en una botella y lanzo al mar.
«Mi amor, aquí te espero».
Julien al despertar y ver que su mujer no estaba en la cama se alarmó. Con rapidez se
levantó y la buscó por toda la casa; no la encontró. Salió a la playa y se
acercó hasta el muelle, gritó su nombre y no obtuvo respuesta. La marea llevó
hasta él una botella que contenía un papel. Lo abrió y leyó el mensaje: «Mi
amor, aquí te espero». Las piernas le fallaron y cayó al suelo, lloró desconsoladamente
y miró desesperado al mar intentando encontrarla. No vio nada.
Regresó a casa y se metió en
la cama. En ese instante tan solo quería desaparecer de aquel mundo tan cruel.
Al día siguiente se despertó
con la idea de unirse con ella; sin embargo, no pudo llevar a cabo su propósito
pues una niña no dejaba de observarlo desde la distancia.
Te puede el romanticismo, que es donde se te ve cómoda,con mano firme y conocedora del terreno. Felicidades.
ResponderEliminarMuy bonito el relato, me ha conmovido
ResponderEliminarUna historia muy emotiva, llena de romanticismo
ResponderEliminarPrecioso y triste. Un romance que se perpetua en el tiempo. Me ha gustado mucho. Felicidades.
ResponderEliminarGracias a todos!!!
ResponderEliminarOohhh que historia más triste!! Y bonita a la vez. Un amor tan fuerte, que llega tan hondo que es capaz de traspasar el tiempo. Aunque no me gustan los finales tristes, un amor así estaría bien conocerlo jeje Un abrazo guapísima!!
ResponderEliminarJeje. Gracias por pasarte y comentar :) Me alegra que te guste
EliminarRomántico y triste, pero el amor incondicional es así. Qué chulo, felicidades!
ResponderEliminarPrecioso relato. El amor verdadero es atemporal. Enhorabuena, Lety!
ResponderEliminar:) ¡Cierto! Gracias, Iván
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