Hoy no (ya podéis estar tranquilos). No conozco en persona a la
invitada de esta semana. En persona, porque en verdad, sí nos conocemos, aunque
sea a través de una pantalla. Fue alumna mía del Cbertaller; si no recuerdo mal,
del segundo año. Y lo mejor de todo: ¡Volverá a serlo para el año que viene! En
apenas dos meses la volveré a tener en las clases de los lunes, y tener otra
chica más en clase me llena de orgullo y… Jo, ¿lo podré decir algún día?
Se llama Yolanda
Martínez. Solo me dio tiempo a corregir dos de sus relatos porque después se
fue L ; pero fue de las primeras en presentarme la tarea como Dios manda:
sin faltas, todo bien centrado, con la raya larga perfectamente colocada… Un
chollo. Y se me fue, ¿veis? No puede ser. ¡¡Pero vuelve a ser mía en el mercado
de invierno!!
El relato de hoy ya
lo leí en su día, pero lo he querido releer una vez más. Trata sobre los chats,
y lo que podemos encontrar en ellos. Muy real y muy bien escrito.
Como sé que el relato
os gustará mucho, estad atentos a lo que vaya subiendo de Yolanda, que será muy
pronto.
¡Hasta la semana que
viene! (Nos espera el terror)
Cincuenta sombras en
el chat
Por Yolanda
Martínez Brunés
Había oído muchas veces que el
amor es doloroso, pero no supe cuánto hasta que Fran me dejó. Aunque lo que más
me duele es su traición. ¿Por qué no me dijo que prefería a Ana antes que
dejarme en ridículo delante de nuestros amigos?
Llevo días
observando el mundo a través de la ventana de mi habitación. La lluvia salpica
los cristales con fuerza, como un reflejo de las lágrimas que derramé. No voy a
volver con mi grupo de amistades, lo he decidido: prefiero la soledad a tener
que soportar la falsedad de sus sonrisas, el fingimiento de sus comentarios.
Pero mi corazón dolido no está del todo de acuerdo. Me asusta no tener a nadie
cerca.
Una luz titila
en una de las habitaciones del edificio de enfrente. Nos separa un campo de
fútbol, pero eso no me impide ver una silueta moverse detrás de la cortina. Va
de un lado a otro cada noche; a veces incluso veo cómo alza los brazos. De
alguna manera me transmite su impotencia, pero no sé por qué, ni siquiera sé
quién es.
Vuelvo frente
al ordenador. Durante días he tratado de enfocar mi vida hacia otras
experiencias, y esta es la primera vez que voy a entrar en un chat. Introduzco mi nombre en la casilla
correspondiente y entro en la página. Miró los nicks de las personas que están conectadas e intento decidirme por
alguien:
Atractivo-dulce-especial
Casado-x-pocotiempo
Marnie-ladrona
Bello-salido
Drácula-comecuellos
Archi-BDSM
Me cubro los
ojos y sacudo la cabeza. Si en el chat
de amistades ya me encuentro con esto, no quiero ni imaginar cómo será en el
apartado de citas.
—Esto es una
estupidez.
Estoy a punto
de cerrar la tapa del portátil cuando recibo un mensaje:
León:
Hola.
Eres nueva, ¿verdad?
Frunzo el ceño.
No voy a contestar.
León:
Me
gusta ver llover. Dicen que Dios está en la lluvia.
«¿Quién es este
idiota?»
Ni corta ni
perezosa pongo los dedos sobre el teclado.
Erika:
¿Es así
como ligas con las tías?
León:
No.
Este chat es para hacer amigos, por si no te has dado cuenta.
Erika:
Sí, me
he dado cuenta, Shakespeare.
Le digo
devolviéndole el sarcasmo.
León:
Disculpa,
no pretendía ofenderte. No entro en este chat para ligar con nadie, y aunque
hay mucho capullo suelto, solo pretendía mantener una conversación civilizada.
Perdona por haberte molestado.
Sus palabras me
impactan. Me siento fatal por ser tan borde, pero León se desconecta antes de
que pueda responder.
Cierro el
ordenador y me voy a la cama. Doy varias vueltas, intentando buscar una postura
cómoda, pero las palabras de aquel desconocido no se desvanecen de mis
pensamientos.
A
regañadientes, me conecto de nuevo al chat.
Busco a León, pero no aparece. Aun así, decido dejarle un mensaje:
Erika:
Perdona
por ser tan grosera, ya no sé en quién puedo confiar, y no estoy habituada a
conocer gente por este medio. A mí también me gusta la lluvia, sobre todo
cuando estoy en casa, al lado de la ventana, sujetando un buen libro en una
mano y una taza de chocolate caliente en la otra. Es uno de mis momentos
favoritos. Aunque ahora me ponga triste solo con ver caer cada gota.
León:
Ya
tenemos algo en común.
Una sonrisa se
expande por mi rostro al ver su respuesta.
Erika:
¿Te
llamas León? ¿O es un seudónimo?
León:
Me
llamo así. Es un nombre poco habitual, lo sé, pero mi madre siempre fue distinta
del resto. Y tú, ¿te llamas Erika?
Erika:
Sí.
León:
Es muy
bonito.
Sonrío.
Erika:
Gracias.
Tu nombre también es bonito.
Nos pasamos
horas y horas conversando. León consigue arrancarme más de una sonrisa cuando
me habla de sus torpezas, pero lo que más me intriga es que parece ver a través
de mí. Me desconcierta la manera que tiene de adivinar mi sufrimiento solo con
leer fragmentos de mis palabras. Fran nunca había conseguido entender mis
sentimientos más profundos, mi amor por la vida, por las personas que me rodean
y mi necesidad de ayudar a los demás. León, en cambio, opina igual que yo,
aunque a veces percibo la tristeza en sus comentarios.
Pasan los meses
y nuestras palabras se entrelazan en el chat
como una enredadera que crece fuerte, inalterable. Ahora sé que su vida no ha
sido fácil, que perdió a su madre en un accidente de coche y que él no ha
podido superar su pérdida, aunque intuyo que hay algo que no me cuenta; y eso
me intriga.
Llega la primavera
sin que apenas me dé cuenta. Pero lo que más nerviosa me pone es que al final
ha llegado el día en que conoceré a León. Se lo propuse la otra noche, pero
jamás esperé que aceptara. Me tiemblan las manos mientras me abrocho los
botones de la camisa. Suelto un suspiro y bajo hasta el portal. Desde allí
puedo distinguir la habitación donde León se conecta al chat todas las noches para hablar conmigo. Nunca pensé que
estuviéramos tan cerca, ni que fuera él la sombra que veía pasear detrás de la
cortina, el chico que me transmitía esa impotencia.
Me apresuro a
andar hacia la cafetería que queda cerca del campo de fútbol que separa
nuestros edificios. El ocaso se refleja en los cristales de un hotel, en la
otra esquina, como un hermoso decorado de realidad y ficción.
Aflojo mi
caminar una vez estoy cerca de la entrada. El olor a café y a pastas recién
horneadas invade mis sentidos, pero no me distraen lo suficiente como para
perder los nervios que se aferran a mi estómago. Agarro la maneta de la puerta
y tiro hacia atrás. Hay bastante gente, pero solo busco a una persona con una
camisa negra. Localizo a un chico rubio de espaldas a mí. Viste como León me ha
dicho que iría. Doy un paso hacia adelante y descubro que está sentado sobre
una silla de ruedas. Mi corazón da un vuelco y la tristeza me invade el alma.
Él se vuelve hacia mí, como si hubiera intuido mi presencia, y en cuanto
nuestras miradas se cruzan me abandonan las ganas de huir.
Es un tema muy actual y debatido. Al principio, la historia me ha intrigado y al final me ha conmovido. Enhorabuena, Yolanda. Estaré encantada de conocerte y compartir las clases del taller literario.
ResponderEliminarSuave, insinuante, tentador y, al final, descarado, retador. Muy bien llevado y, aunque acorde con el epígrafe, demasiado "mini". Apetece que hubiese cabido más, que hubieses contado más. Gracias.
ResponderEliminarHola, Yolanda, paisana. 😊 Nos vemos en el evento literario. Gracias.
ResponderEliminarMuy bonito la verdad, me ha encantado
ResponderEliminarGran relato, Yolanda! Me ha gustado que fuera un tema actual
ResponderEliminarUn tema muy de nuestros días, muy bien tratado. Me ha gustado mucho
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