Guayarmina no conseguía entender como su
editora la obligaba a ir a aquella fiesta de Halloween. Ella era una escritora de romántica a la que no le
gustaban las fiestas que tuvieran de temática la noche de los muertos
vivientes. Si no fuera porque estaba pendiente de que le publicara su última
novela, no asistiría. Sin embargo, su lado responsable le indicaba que eso no
era una opción.
Como si no fuera
suficiente tener que ir a un lugar que no le apetecía, no había encontrado más
que un disfraz de bruja sexy. Las estanterías en la tienda estaban casi vacías,
los buenos habían volado rápidamente. Algo que le sorprendió, pues no creía que
esa fiesta tuviera tantos adeptos. Lo peor de este asunto era que notaba que
iba enseñándolo todo con aquel minúsculo vestido. Más que dar miedo parecía que
iba a ligar a un bar de solteros, por ello no pudo parar de reírse cuando se
vio en el espejo antes de salir de casa.
Aparcó en el primer
hueco que vio libre, ya que la calle estaba arrebozar de coches, incluso mal
estacionados. Ni perdió el tiempo en revisar el vehículo, ya que la zona estaba
mal iluminada. Su intención era hacer acto de presencia y largarse como alma
que lleva el diablo. Sería como un fantasma, la verían un segundo y al otro
estaría de regreso a su casa con su pijama de Hello Kitty.
Al llegar a la
dirección que le dio Ángela, su editora de Ediciones Besos de Papel, no tuvo
dudas, no solo por la decoración que vomitaba Halloween por todos lados; sino por la gente entrando y saliendo
disfrazada. La vivienda era una casa antigua de tres plantas muy cerca del
cementerio de la ciudad. Con unos grandes ventanales que gritaban pertenecer a
una familia importante de Las Palmas, sobre todo, por sus cornisas sobresaliendo de forma elaborada.
Aunque tuvo días de gloria en antaño, ahora mismo se encontraba algo
abandonada, pues la pintura estaba desconchada en algunas zonas.
Si combinábamos la
decoración con la imagen de la vivienda, tenía que reconocer que se veía la
clásica casa encantada de las películas de terror, o al menos, la que se
esperaba.
–¿Al final, viniste?
Aquella pregunta la
asaltó por la espalda, era Ángela con su pareja que la miraban con una sonrisa.
–Creo que no me diste
muchas opciones, te recuerdo.
–Quita esa cara que
tengo a un montón de escritores que presentarte.
En vez de alegrarle la
noche, ese comentario hizo el efecto contrario, aplacó sus pocas ganas de
participar de aquella fiesta. Sintió pereza de compartir espacio con otros
escritores. Si al menos su novio la hubiera acompañado, pero no fue así, le
tocó trabajar y nadie le cambió el turno en el hotel.
–Me encanta tu disfraz
–dijo intentando cambiar la expresión de su escritora.
Tras una bocanada de
aire Guayarmina entró junto aquella pareja. Si la casa por fuera presentaba una
decoración de Halloween, por dentro
no iba a ser menos. En las paredes había cuadros de personas con el rostro
borroso, telas de arañas por todos lados, calaveras y demás objetos que le
daban grima de solo mirarlos.
Las habitaciones eran
un revoltijo de gente entrando y saliendo. Todos disfrazados de personajes de
las novelas más escalofriantes: momias, Frankenstein, vampiros… Había un chico
en concreto que su disfraz del Joker daba en el clavo, hasta su risa era de lo
más perturbadora.
Su editora no la hizo
perder el tiempo, analizando de cada detalle que se ponía a tiro, la guió por
cada estancia buscando a la gente que quería presentarle. El primero fue Alexis
Ravelo, un escritor de novela negra. Iba vestido con ropa raída y llevaba un
maquillaje siniestro, emulando a un zombi. Ella se mostró educada, pero sin
ningún entusiasmo por conocerle, ya que poco tenía que ver con el género al
cual se dedica con amor y pasión.
El siguiente que tuvo
que conocer es a un argentino afincado en las islas, Leandro Pinto. Por lo
visto tenía una novela, Pandemonio, que era record de ventas, la mejor obra del
escritor de terror. Se suponía que su disfraz iba en referencia a su novela,
pero ella no entendió nada. Más bien le dio mal rollo estar cerca de él con esa
vestimenta.
Guayarmina siguió
conociendo autores, pero ninguno tenía que ver con la romántica. Nadie con lo
que entablar una conversación sobre el género u otra cosa que no fuera Halloween o el cine de terror, algo que
detestaba en lo más profundo de su ser. Jamás había logrado ver una película entera,
pues le daban mucho miedo. Menos mal que a su novio tampoco le iban, era de
agradecer no verse obligada a verlas.
Tras disculparse con su
editora, se fue en busca de algo de alcohol que templara sus nervios, pues tanto
el vestuario de los invitados como la decoración de aquella casa, cada vez le
daba más mal rollo. En cuanto tomó un sorbo de un vodka con limón, le dio la
sensación que su ansiedad se apaciguaba y le daba un respiro.
–Hola, brujita.
Una voz a su espalda le
saludaba. Al girarse encontró un hombre joven vestido de finales de siglo XIX
con el pelo muy oscuro y largo. Le extraño pues su disfraz no daba miedo como
el resto de invitados.
–Hola, ¿de qué vas? –ni
se anduvo con miramientos al interrogarlo.
–Dorian Gray, el personaje de Oscar
Wilde, ¿no sabes quién es?
–No –fue franca.
–Es un hombre que
estaba obsesionado con no envejecer.
–¿Y eso da miedo? –rió.
–Depende de si tu
obsesión te lleva a cometer actos de maldad.
El hombre levantó una
ceja y a ella le dio vergüenza, pues tenía razón, el alma de un ser humano
puede corromperse de mil formas.
–Perdona –se disculpó
alejándose todo lo que pudo.
No pudo evitar ojear
descaradamente a la brujita, pues le pareció que estaba muy bien y esa noche no
le apetecía irse solo a casa.
Tras caminar por varias
estancias se topó con un chico, que se llamaba José Losada, de pelo negro con
un cuervo en el hombro, decía que iba vestido con el mejor escritor de terror, Edgar Allan Poe. Después de diez minutos
charlando con él, le mintió para deshacerse de su compañía; pues la forma de hablar
y la manifiestas referencias al autor que emulaba en su vestuario, le
proporcionaron un escalofrió que le hizo alejarse de él lo más rápido que pudo.
Lo había intentado,
pero fue incapaz de relacionarse con aquella manada de frikis del terror. Los invitados no estaban en su misma honda y no
podía seguir allí metida ni un segundo más. Le hubiera gustado poder disimular
e intentar interactuar, no obstante, entre más conocía a la gente de aquella
fiesta, menos ganas le daban de quedarse allí.
Sin permitirle decir
nada, se despidió de su editora para escapar del estremecimiento que le daba
quedarse en aquella casa. Al salir a la calle, notó que pudo respirar y una
poderosa sensación de alivio se apodero de su cuerpo. Ni la fría noche de otoño
le importaba lo más mínimo, siempre que se alejara de toda esa gente.
No perdió ni un segundo
en llegar a su coche, cuando estaba a punto de abrir la puerta del piloto,
alguien se le acercó por la espalda. La acorraló entre la puerta y su cuerpo,
sin dar espacio para que corriera el aire. Notaba como su respiración golpeaba
su piel, dejándola sin aliento.
–Hola, brujita –la voz
de aquel hombre era un susurro aterrador.
El pánico la inundaba,
no conseguía pensar con claridad. Estaba intimidada por la voz y la respiración
golpeando en su cuello. No sabía cual iban a ser sus intenciones, pero nada
bueno podía ser por su forma de abordarla.
–No dices nada.
En ese instante, tuvo
claro que fue alguno de los frikis de
la fiesta, pues no hablaba con su voz, la estaba modificando. Seguramente
emulando a uno de esos personajes que tanto admiraba. Sin embargo, eso no la
tranquilizaba todo lo contrario, le hacía temer lo peor, pues no sabía de lo
que sería capaz.
Miró a ambos lados y no
halló nada, ni un alma caritativa que le ayudara. Solamente había la oscuridad
de la noche que se veía interrumpida por las luces de la fiesta y la música de
fondo. Por lo que no pudo hacer otra cosa que gritar y rezar para que alguien
la oyera.
–¡SOCORRO!
De forma inmediata le
tapó la boca, no podía permitir que nadie se acercara o no podría llevar a cabo
su plan.
–Sé buena…
Sus palabras fueron
acompañadas de un ruidito que la llenó de pavor. Era como esas pelis de
violadores donde un loco se intenta aprovechar a toda costa de la víctima. Al
llegar a esa conclusión, su respiración se aceleró, sobre todo, cuando creyó
notar algo duro en la bragueta de aquel loco. No se lo podía creer. Estaba a
merced de un lunático, el cual podía hacerle cualquier cosa.
Aprovechando su miedo
la apretón más contra el coche para tenerla bien sujeta. Así su mano pudo
acariciar su muslo, muy lentamente, saboreando cada rocé de su piel. Ella se
quería morir, sintió asco y notaba como unas poderosas arcadas le inundaban su
cuerpo.
La mano de aquel hombre
no se detuvo y siguió subiendo, sin importarle el pequeño vestido que llevaba.
Al notar sus braguitas, tiró de la costura sin perder el tiempo y Guayarmina
dejó de respirar por un segundo. Aquello fue el detonante para que ella
actuara, a pesar de su miedo.
Aprovechó un movimiento
de su cabeza para morderle la mano, apretó con todas sus fuerza, no sabe si le
dejó marca a no, solamente notó que él se movió gritando de dolor. Lo que hizo
que sirvió para salir corriendo, pero en vez de correr en dirección hacia la
fiesta, tomó el camino contrario. El estrés no la hizo pensar con claridad y se
equivocó en el rumbo que tomaron sus pies temblorosos.
–¡Espera! –chilló el
hombre, haciéndola huir con mayor insistencia.
Sus pies tropezaban con
todo en medio de la oscuridad, miraba a ambos lados, buscando un lugar donde
esconderse, pero nada viable. Muchos coches pero ningún portal abierto o un
hueco donde mantenerse oculta hasta que el agresor se rindiera y se largara.
Entre más se alejaba de
su coche más se desesperaba, podía oír como unos pasos se acercaban y temía que
fuera él en su busca. Encima el alumbrado público en aquella zona era una
mierda, la mitad de las farolas estaban apagadas y en el cielo no había rastro
ni de Luna ni de Estrellas. Todo jugaba en su contra. Todo aquello parecía
salido de la peor película de terror, el único sitio donde se podía ocultar era
el cementerio municipal. Tenía una puerta lateral abierta, algo que le
sorprendió pues no era lógico que a esas horas no estuviera cerrado.
Ni lo dudó, se metió en
el interior y fue caminando ágilmente por cada rincón buscando un lugar donde
esconderse. No se había fijado en la ruta que había tomado, sólo quería
alejarse de aquel hombre.
Cuando vio las
habitaciones dedicadas a la administración y limpieza, no pudo evitar intentar
abrirlas para esconderse dentro, pero nada. Todo fue en vano. Estaban muy bien
cerradas, a pesar de que ella tiraba con todas sus fuerzas en un intento
desesperado de conseguir romper la fechadura.
Sin otra opción que
buscar otro lugar para ocultarse, decidió salir de allí. Estar entre tanta
tumba a oscuras no había sido una buena idea. Esperaba que al menos no se
encontrara con su agresor. Antes de doblar la última esquina, escuchó una voz.
Era un susurro.
Se quedó quieta con la
sangre helada sin apenas respirar de la impresión. Su intuición le decía que
era aquel hombre, así que se tapó la boca y la nariz con su mano para no hacer
ni el menor ruido.
Los pasos se iban
acercando cada vez más a su posición y no podía dejar de temblar. No conseguía
controlarse aunque quisiera, su cuerpo tenía vida propia. Por lo que cerró los
ojos y comenzó a rezar todo lo que sabía o recordaba de su niñez. No podía
hacer otra cosa.
Notaba como las pisadas
eran cada vez más cercanas y no iba a evitar que la viera. Aquello era
espantoso. En ese momento, se arrepintió de no haberse quedado en casa, en vez
de hacerle caso a su editora.
Si antes no le gustaba Halloween, ahora la odiaba y a toda esa
manada de locos que se obsesionan con esos personajes y hacen de la ficción
realidad. Poco a poco su frustración se fue transformando en odio, algo que iba
a aprovechar para defenderse de su agresor.
–¿Estás aquí?
Esa pregunta le dio las
fuerzas suficientes para abrir los ojos y enfrentarse a él. No iba a ponérselo
fácil; iba a morderle, arañarle y darle golpes para defenderse. No iba a
dejarle salirse con la suya sin llevarse algún recuerdo de su parte.
Al mirarlo, vio a Hannibal Lecter, el personaje del Silencio de los Corderos, con un mono
naranja y la cara parcialmente cubierta por una máscara. Estaba igual que en la
película, aunque el hombre aparentaba ser mucho más joven.
Sin dudarlo un segundo,
empezó a gritar y el tipejo no dudó en acercarse más a ella para que bajara el
volumen. No obstante, ella no se anduvo con remilgos y cuando lo tuvo lo
suficientemente cerca, el dio una patada para poder huir, gritando.
Aquella patada le dolió
y mucho, pero eso no evitó que la agarrara del brazo, pero con la otra lo
golpeó tan fuerte como pudo. No iba a dejarse vencer sin oponer resistencia.
Esto mezclado con sus gritos, buscaba que la dejara en paz, que le permitiría
largarse y se olvidara de ella.
–¡Quieres callarte,
Guaya!
Enmudeció al
escucharle. Él la conocía, pues le había llamado por su nombre de pila. Al
mirarlo detenidamente reconoció cierta familiaridad en su rostro.
–Joder, ¿no me digas
que no sabes quién soy?
–¿Pedro?
Era su novio, entre la
oscuridad y su miedo no le había reconocido al principio.
–Sí, soy yo.
–¿Qué haces aquí?
–Quería darte una
sorpresa, pero vaya noche me has dado.
–¿Sorpresa?
–Sí, venía dispuesto… –balbuceó
algo incomprensible, a lo que no prestó atención.
–Pedro, he pasado mucho
miedo –lo abrazó–, un idiota intentó hacerme daño.
–Tranquila –dijo
mirándola a la cara–, ya estoy aquí.
–Menos mal, ha sido
espantoso –rompió a llorar de la tensión sufrida y se volvió a abrazar a él.
–¡Sh! Ya pasó –intentó
calmarla, acariciándole la espalda.
Su llanto era
descontrolado.
–Vámonos a casa, por
favor –le suplicó.
Al separarla con
delicadeza, retiró las lágrimas que había en su cara, quedándose pensativo si
hacer lo que tenía planeado.
–¿Pasa algo?
Él titubeó pero
–Bueno… ahora que
estamos sólo quiero preguntarte algo –comentó colocando una rodilla en el suelo
y mostrándole una cajita de joyería abierta con un anillo en su interior.
Ella se llevó las manos
a la cara, emocionada con la pregunta que le iba a realizar.
–¿Quieres casarte
conmigo?
–¡Sí! –gritó.
Torpemente le fue a
colocar el anillo en su dedo, pero el dolor en su mano se lo impidió. Algo de
lo que se percató Guayarmina. Al mirarla detenidamente, vio una enorme
mordedura humana. Fue él desde el principio, su agresor.
–Fuiste tú –sus ojos lo
miraban con horror, mientras se alejaba con sigilo.
–No te asustes, era una
broma, como es Halloween pensé que
sería divertido.
–¿Divertido? ¡Y una
mierda! No sabes lo mal que lo he pasado…
–¡Eh! –se acercó
levantando las manos–, quería darte un sustito, fue una tontería, me perdonas.
–No lo sé…
Aprovechando su
indecisión, él se acercó lo suficientemente a ella para abrazarla y besarla con
ternura. No quería que se enfadara y pensó que un par de mimitos ayudarían a
apaciguar los ánimos.
Los besos y las
caricias hicieron efecto, calmaron la tensión y el horror de Guayarmina, pero
lo que no sabía Pedro es que ella estaría esperando su oportunidad para
devolvérsela. Ya que no hay nada más terrorífico que una mujer rencorosa.
Un gran guiño a muchos frikis, Yazmina. Buen relato.
ResponderEliminarGracias 😘! Es que el miedo no es mi fuerte jajajaja
EliminarMuy bueno, Yazmina. La última frase me gusta. Es terrorífica. Enhorabuena. Un abrazo.
ResponderEliminarJajajaja sinceramente lo pienso, no hay nada peor jajajajaja
EliminarBuen relato, compañera. Enhorabuena👍👍
ResponderEliminarMuchas gracias, José
EliminarDecididamente me has convencido de que no te gusta Halloween muy bueno el relato muy divertido la verdad ese novio bobo tendrá que aprender a ser más considerado.
ResponderEliminarJajajaja lo mío es la risa no el miedo jajajaja
EliminarAhora sabrá lo que es el miedo... Jeje, muy bueno!
ResponderEliminarY que lo digas jajajaja
EliminarMuy bueno, Yazmina! Felicidades!
ResponderEliminarMuchas gracias, Iván
EliminarQue se vaya preparando jajajaja Buen relato Yazmina, felicidades.
ResponderEliminarJajajaja pobrecito, es que le falta una luna jajajaja
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