Les di el inicio y fue suficiente.
Cada alumno fue continuando lo que terminaba su compañero, y así hasta que Santiago Bernal (necesitaba a uno más para hacer bulto. Como le faltan todos los veranos siguientes a la muerte de Chaquete, le dije que era de vital importancia contar con alguien romántico para el cierre de la historia, y que no conozco a nadie que escriba mejor que él. Se lo tragó con patatas. Ahora ya estará contento hasta Navidad ) lo cerró del todo.
Merece la pena leerlo (hay calidad en los alumnos, no en Bernalito).
Espero que os guste.
Salió corriendo a toda prisa, pendiente
tan solo de alejarse de aquel lugar, y sin ni siquiera querer recordarlo en la
memoria. Huía sin echar la vista atrás, acercándose peligrosamente al
precipicio. Tenía que haber ido en dirección contraria pero el estrés del
momento le impidió tomar la decisión que mejor le convenía. Sin embargo, era
demasiado tarde, no le quedaba otra que rezar para que no le siguieran hacia
allí, que se hubieran decantado por el camino que dejó atrás.
Entonces se
acordó que unos metros atrás, antes de subir por la ladera, escuchó un sonido
profundo de agua entremezclada con el golpear de los caballos que le seguían.
Al asomarse al abismo observó que una pequeña cascada nacía de una roca justo a
sus pies, y desembocaba en un pequeño y profundo lago. Le daban miedo las
alturas, pero no tenía otra salida. Si se daba prisa en desandar el camino
antes de que lo vieran, podría lanzarse al vacío y, si sobrevivía, quizá
escapar de la pesadilla. No obstante, a la hora de la verdad, el miedo pudo más
que el valor. No tenía salida alguna, estaba bien jodido.
Miró
buscando una salida, y fue cuando vio un estrecho camino que le llevaba hasta
el lago, pero con una gran pendiente. Escuchó unas voces que se acercaban y
corrió todo lo que pudo. El relincho le hizo perder el equilibrio y cayó. Rodó
hasta sentir
un golpe en su costado derecho, seguramente una roca que puso fin a la
desenfrenada carrera pendiente abajo. Mas, cuando se incorporó sobre el codo
conteniendo un gemido, se le heló la voz en la garganta al descubrir unos ojos
vidriosos que lo observaban con detenimiento. Se quedó maravillado de esa
mirada y de la figura que la sostenía. Era una mujer joven con la piel tan
clara como un amanecer, y que llevaba un vestido blanco que se ondeaba con
pequeñas ráfagas de viento. De inmediato, quiso preguntarle qué hacía allí,
pero más aún, por qué lloraba. Sin embargo, el nudo en su garganta le impidió
abrir la boca y se quedó en silencio, admirándola hasta que se fue. Las heridas
le impidieron seguirla.
La mujer
desapareció de su vista y el chico decidió continuar hacia el bosque,
quizás podría ocultarse en alguna madriguera de liebres, o quizás envolverse
entre la hojarasca que el anticipado otoño cubría con la ansiedad de perder el
verano. Corrió entre el contratiempo de sus piernas débiles, eludiendo esas
ramas inquietas por atraparle. Aceleró el ritmo de sus pies enredándose entre
ortigas y raíces podridas, igual que su corazón latiendo a marchas forzadas por
inhalar esperanza para salir cuanto antes del bosque, a ser posible, con vida.
Corrió cuanto
pudo, pero las heridas causadas por las flechas (eran flechas, pero hasta ese
momento no se había dado cuenta. No lo recordaba) envenenadas con la sangre del
Mal, estaban cumpliendo su terrorífico fin. Se detuvo, intentó respirar, pero
no pudo, el bosque le robaba el poco aire que él necesitaba. Clavó sus rodillas
en la tierra, húmeda, fría y repleta de hojarasca, y notó cómo la oscuridad se
cernía sobre él.
Despertó al cabo
de varios días y, sorprendido, descubrió a la mujer mirándolo fijamente. Desvió
la mirada y contempló lo que le rodeaba. Ya no estaba en el terrorífico bosque.
Allí no había ramas que le atacaran y las piernas habían dejado de dolerle. No
conocía el lugar en el que se encontraba, entonces preguntó a la chica para
saber dónde estaba y cómo había conseguido salir de ese sitio infernal. Era
evidente que se había desmayado del dolor que sentía en sus piernas.
Intentó
levantarse y escapar de ese lugar. Al hacerlo, le dolió tanto la herida como si
se clavasen mil cristales en ella. Mientras decidía qué hacer, observó la
habitación. Era muy pequeña, adusta, pero ordenada y limpia. La cama
increíblemente cómoda. ¿Quién le había clavado las flechas? ¿Por qué? ¿Quién era
esa mujer? ¿Por qué le había curado y se iba sin contestar? Decidió esperar, ya
que no tenía más remedio hasta curarse un poco, y además, tenía mucha
curiosidad de volver a verla. Se dio media vuelta para cerrar los ojos e
intentar dormir un rato. Un sueño intranquilo se apoderó de su cabeza. Le
amenazaba con imágenes dolientes de aquellas ramas llenas de espinas, de
flechas que le cortaban el camino allá donde se dirigiese. Y de pronto, el
rostro de esa mujer, enmarcado en una maraña de hojas, mirándole con aquella
extraña sonrisa que le hizo incorporarse sobresaltado y recordar aquellos días de su infancia, donde jugaba despreocupado en
los terrenos del campo que rodeaban la casa de sus abuelos, donde descubrió
aquel rostro pecoso, dulce y de grandes ojos verdes que lo miraban curiosos y
con una belleza sobrenatural.
Parpadeó
sacudiendo la cabeza levemente. No podía ser, pensó, pues siempre había
creído que aquello había sido un simple sueño lleno de imaginación infantil, de
esos sueños que parecen tan reales que no sabes si realmente estás despierto o
dormido, o si lo que has soñado es realmente un sueño. No, no podía ser real.
Esa mujer no existía, tenía que ser una cruel broma del destino, ese que se
empeñaba en joderlo todo, en boicotear la vida cada dos por tres. No le daba
tregua por mucho que se empeñara en intentar burlarlo y ser feliz.
La
mujer volvió a entrar; no había duda, sus ojos verdes y su belleza la
delataban: era ella, y era real. Continuó sin hablar, y él tampoco lo hizo.
Dejó que limpiara sus heridas, acompañados por el silencio. Su cuerpo se relajó
al percibir que no estaba en territorio hostil, y no le dolió. Una vez hubo
terminado con la cura, lo miró a los ojos y él atisbó cómo un destello surgía
de ellos.
La
chica levantó la diestra; dobló todos los dedos a excepción del meñique,
esperando que se juntara con el de él.
«Prométeme
que volveremos a vernos, y que cuando esto ocurra te casarás conmigo. Estaremos
juntos para siempre, ¿verdad?»
Él
lo recordó. Sus párpados se elevaron al ver que tenía delante a la chica a la
que había jurado amor eterno. El destino los separó sin remedio, pero cuando
dos personas nacen para estar juntas, no hay separación que dure para siempre.
Había cambiado. Ya era toda una mujer: más alta, más hermosa, con el cabello
más largo y cuidado, pero con la misma mirada pasional con la que le miró la
última vez. Por sus ojos flotaba el amor del pasado, y los diez años de
ausencia se pulverizaron al instante, como si los dos hubieran vuelto a nacer y
sus vidas comenzaran de nuevo. Daba igual el tiempo perdido. Estaban juntos.
La
última vez sellaron la promesa entrelazando los dedos; ahora, él prefirió
sellarla entrelazando las lenguas. Se besaron apasionadamente.
Te
lo juro.
Yazmina Herrera Merche Maldonado José Rodríguez Isabel Sierra Héctor López Pedro Marín
Dolors López Iván Gilabert Ana Larraz Luis. A. Delgado Sandra Carmona Carmen Estrada Joana. R
Mireia Montenegro Leticia Meroño y Santiago Bernal
Pues sí, nos ha quedado molón. Gracias chicos...
ResponderEliminarGracias a todos. Ha quedado un relato muy bonito. Hasta con final feliz. Me siento muy orgullosa de vosotros. Besos y abrazos. Gracias, José.
ResponderEliminarMe encanta! Somos unas máquinas, jeje.
ResponderEliminarPrecioso ejercicio, José. ¡Gracias!
Que chulo nos quedo!!!
ResponderEliminarQué guapo! Deberíamos repetirlo. Bravo, chiquillos
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