—¿Has recibido algo ya?
Suspiro fastidiada. Esa dichosa pregunta
se ha convertido, desde hace más de un mes, en el "hola" con que mi
amiga me obsequia al reunirnos camino del instituto, como todos los días de
clase desde primaria, a la misma hora, en el mismo sitio. El cambio me
desagrada enormemente. Sé que Gemma está ansiosa porque también me inviten,
aunque tanta insistencia me lleva a percibir cierto deje de reproche, como si hubiese
hecho algo malo, algo que me alejase del grupo. Nunca he sido muy popular,
desde luego; pero tampoco me han marginado. Al menos, hasta ahora.
—No —bufo—. No me ha llegado nada. Ni
correo, ni whatsapp. No. Nadie se me ha puesto de rodillas y me ha pedido
matrimonio, ¡hostia ya! Nada de nada, ¿vale? Na-da de NA-DA. —Sé que he estado
muy borde; pero también estoy mucho más que harta.
—Venga, tía, que no es para ponerse así...
Es que me jode mucho. ¡Qué mierda!
—Pero no me importa. Si no quieren que
vaya... pues no voy, ¡y aire! Y tú... ¿Quieres hacerme el favor de dejarlo de
una puta vez? Empiezo a cansarme de tanto soniquete... ¿Has recibido ya la invitación?, ¿te han dicho algo?, ¿has comprobado
los mensajes? —le recito con retintín.
—¡Vale, vale! —Levanta las manos
mientras hace un puchero—. Pero es que... ¡Joder! Si tú no vas, yo... yo me sentiré fatal. ¡Y no nos la podemos
perder! Es la primera fiesta del curso y, además, ahora vamos con los mayores.
¡Me hace taaaaaanta ilusión! Encima, —cara de boba— el que me ha pedido que le
acompañe —pómulos como tomates y caidita de ojos— es... Alberto.
—¡No! ¿Alberto? ¡Eso es una...! ¡Eso es
una pasada! ¡Con el tiempo que llevas detrás de él! ¡Eh, eh! Tienes que ir aunque
yo no vaya, ¿vale? ¡Júrame que irás! —Cojo las manos de mi amiga y la obligo a
colocarse enfrente de mí—. ¡Júramelo ahora mismo!
—¡Que sí, que sí! Ya le he dicho que iremos
juntos. Además, me ha prometido que va a intentar convencer a... —Me mira a medias
con orgullo, a medias con vergüenza. Mi cara, entre la sorpresa y la indignación,
le descubre su error.
—Que... ¿qué? Que va a intentar... ¿qué?
¡Lo que me faltaba para parecer una auténtica desesperada!
—¡No te pongas así, por favor! ¿Para qué
si no estamos las amigas?
—¡Para humillarlas no, desde luego! —Exploto—.
Pero, pero... ¿Cómo coño se te ocurre hacer algo así? ¡Ahora van a pensar que voy
suplicando, que daría lo que fuera porque me incluyeran! —le chillo—. ¿Es que
no puedes pensar antes de hacer las cosas? O por lo menos, preguntarme, ¡joder!
—Perdona... Pero cuando, por mucho que
lo niegues, te mueres por ir a la maldita fiesta de Halloween del maldito
instituto, a ser posible del brazo de un chico desgarbado, moreno, con enormes
ojos oscuros y de nombre Alejandro; y cuando tú amiga desde que tienes cuatro
años hace todo lo que puede, repito, todo lo que puede, porque empujen a ese...
espera, ¿cómo lo diría Laurita, la escritora? ... pusilánime, sí; a ese
pusilánime a que de una puta vez te pida que le acompañes, porque aunque está
colado por ti desde párvulos, o precisamente por eso, no tiene huevos para
pedírtelo, no tienes derecho, repito, no tienes ningún derecho a ponerte así
con ella. ¿Clarito? Pues eso. ¡Ale, hasta que se te pase la tontería!
Gemma se marcha
a paso ligero, con taconeo militar, la cabeza bien alta y la carpeta apretada contra
el pecho, tan digna, que tardo en reaccionar. ¡Menudo discursito! ¡Menos mal que soy yo la que tiene ambiciones
literarias! Pero debo reconocer que tiene algo de razón —más bien tooooda la razón—, que lo de
Alejandro ya es para nota y que, en el fondo, tengo más que agradecerle que
reprocharle. Gemma siempre ha estado a mi lado —y yo al suyo, ¿eh?— y le debo
no ser una paria. Mis buenas notas, mi gusto por los libros (y haber ganado
todos los concursos literarios) además de que no me salieran las tetas hasta un
año después que a las demás, tampoco ayudaron. Así que corro y, tras pedirle
perdón medio millar de veces, me obliga a prometerle que pondré todo de mi
parte y, la peor de las humillaciones, que le haré caso en todo. Para cuando
llegamos a la valla del insti, volvemos a ser las dos amigas de siempre, uña y
carne.
Fiel a mi reciente promesa, me acerco al panel de anuncios donde está colgada la información sobre la fiesta. No es que vaya a enterarme de nada que no sepa ya —lo he leído como cuarenta veces— sino que, al revolotear por allí, según mi recién adquirida "social manager", se supone, que pongo de manifiesto mi deseo de acudir, mi disponibilidad y que, como una buena chica —¡mierda de Disney!—, espero que algún caballerete, a ser posible uno bien concreto, se dé por aludido y acuda en mi rescate luciendo su armadura y enarbolando una invitación a acompañarle. ¡Arrrrg! ¡Qué por la puñetera “vida social” tenga que tragarme mis principios! Cierto que podría ir sola; pero lo que importa, lo que realmente importa, es el concurso de disfraces. Este año se lo han currado. En lugar del tradicional premio al mejor disfraz, han decidido premiar parejas personaje-autor. Y, ¡gracias al cielo!, los de la comisión de alumnos se han estrujado las neuronas y han colocado una lista para que se organicen los que vayan sueltos. La verdad es que estoy muy tentada de incluir mi nombre en ella, más por dejar en evidencia a Alejandro que por interés real. ¡Maldita adolescencia!
—Es una opción. Drástica; pero una opción. Aunque, si recurres a ella, da tu popularidad por definitivamente hundida —sentencia Gemma.
—Antes me muero que arriesgarme a no
saber con quién voy a ir, estate tranquila —miento al tiempo que anoto otra en
su haber—. No estoy tan desesperada. Antes cojo a Alex del cuello y le obligo a
pedírmelo en verso. ¡Lo juro! —Entramos en la clase con la pugna entre las
risas, el timbre, el arrastrar de sillas y el murmullo de conversaciones que se
aplazan como música de fondo.
La primera hora se desarrolla lenta y
pesada. ¿A quién se le ocurre poner latín
un martes a primera? Tras repetir desinencias para diferenciar los casos de
cada declinación, pienso en la siguiente casi como amena. Para mi sorpresa, cuando
saco los libros de la bandeja bajo el pupitre, un sobre color marfil dirigido a
mí, escrito con delicada caligrafía en una tinta color burdeos, campea sobre el
detalle de "El Paraíso", de "El Jardín de las delicias",
que ilustra el tocho de Historia del Arte. La impaciencia me reconcome durante
toda la clase; pero la Palacios no es de las que permita alumnos distraídos. Y
hoy no toca proyección. Así que me muerdo el labio, el capuchón del boli y
alguna uña mientras la profesora desarrolla la variadísima e interesantísima
arquitectura egipcia. Mi imaginación cabalga desbocada, lo que disimulo con
sumo cuidado. Alguien ha tenido que dejarla en los cinco minutos de descanso.
Aunque, como lo de latín lo llevaba en la mochila —la Moños siempre nos fríe a ejercicios—, puede que lleve desde —hago
memoria—... ¡Buff! Desde el viernes. Me rindo: no tengo ni puñetera idea. Por
fin, aunque no hemos pasado de la sala hipóstila y hace unos minutos sonó la
llamada para recreo, se abre al rebaño la puerta del redil. Gemma y yo dejamos
salir a la marabunta.
—Eso que me ha parecido ver... ¿es lo
que creo que es? —Gemma, que no ha parado de lanzarme miradas inquisitivas
durante toda la clase, se me abalanza sin darme tiempo de llegar al patio—.
¿Aún no la has abierto? ¡Vaya ovarios que tienes, tía!
—Sí, ya, claro. Con la Palacios mirando,
¿no? Lo único que me faltaba era que la pillase y todos se dieran cuenta. ¡Venga,
vamos a algún sitio discreto!
El rígido papel del sobre se resiste
tanto a mis temblorosas manos que Gemma intenta arrebatármelo en varias
ocasiones, lo que me obliga a darle la espalda y aún me entorpece más. Cuando
consigo despegar el pico del sobre, sin apenas rasgarlo —quiero conservarlo—,
extraigo un rígido tarjetón en el que, con idénticas tinta y caligrafía está
escrito:
Junto a las espinosas buganvillas se unirá el guerrero con su dama
En la noche de
difuntos lo descubrirá como Carmilla
Son para el amor las rosas rojas gotas de sangre derramada
—¡Joder, tía! Qué bonito, ¿no? ¡Cómo se
lo ha currado! A mí me hacen algo así y te juro, te juro... ¡Te juro que me lo
como!
—No sé qué decir. Estoy alucinando. Esto
sólo pasa en las pelis.
—Pues a mí me está poniendo muy moñas...
Pero ¿qué haces aún aquí? ¡Corre, ¡oh! damisela, a recibir a tu guerrero!
—declama con tonito.
Lo cierto es que, si lo hubiese pensado,
para rato me arriesgo yo a semejante ridículo. Afortunadamente, no lo hago. Corro
disimulando —o eso me creo yo— al muro de la fuente, donde veo rondar a
Alejandro que, tras varios tartamudeos y las risas de fondo del grupito de Alberto,
se decide y me pregunta si le acompañaría al baile de Halloween. ¡Por fin! Consigo mantener la dignidad y
no responderle antes de que termine la frase. Aceptada la propuesta, quedamos allí
mismo para decidir en el segundo recreo —quiero informarme sobre lo de Carmilla—
de quienes vamos a ir disfrazados. Tengo un par de clases para pensarlo. En el
baño y tras comprobar que he quitado el sonido, tiro de móvil. Carmilla es el
título (y el nombre de la protagonista) de una novela gótica de vampiros, del irlandés
J. Sheridan Le Fanu, publicada en 1872. ¡Bingo! ¡Ya tenemos personajes! Abro
una nota en el móvil y, ¡Wikipedia
bendita! copio y pego la descripción: "...dama perteneciente a la alta
nobleza, con un elegante porte que roza la melancolía, pelo exquisitamente
largo, grandes y oscuros ojos felinos llenos de misterio, boca roja sensual y
menuda, y dedos como agujas." También me bajo una foto de la portada, con
una pelirroja que me viene al pelo. ¿A ver de dónde saco yo un vestido así?
Bueno, bueno... una cosa detrás de otra. También descargo unas fotos de Le
Fanu. Los chicos lo tienen más fácil, desde luego; pero, como vistoso, no
tienen nada que hacer.
Ni siquiera tengo ocasión de comentarlo
con Gemma quien, solventada la crisis social de su amiga, se dedica por entero
a agradecerle a Alberto sus gestiones. En el segundo descanso nos dejan solos. Alejandro
no abre la boca ante el torrente de ideas que le lanzo. Estoy tan entusiasmada
que ni siquiera noto cómo me mira embobado, ni me resisto al torpe avance de su
mano para rozar la mía. Claro que, con lo nerviosa que estoy y lo que
gesticulo, el pobre lo tiene pero que muy mal.
—De acuerdo entonces. ¿Ya has pensado
cómo vas a hacerte la camisa,. la levita y todo eso? Para lo de barba tendrás
que ponerte postiza; pero lo de las ropas... ¡Y espero que te lo curres, que yo
lo tengo mucho más complicado!
—Sí, sí, tranquila. Ya he hablado con mi
madre y me ha dicho que me ayudará. Cuando le dije que era de Halloween puso
cara de susto pensando que iría de algún monstruo raro; así que esto lo verá
sencillo. ¿Y tú?
—Me va tocar saquear el desván. Pero
tranquilo. Tengo el presentimiento de que Carmilla va a triunfar —le digo
acariciando el rugoso sobre—. Tengo el pálpito de que vamos a ganar. Por
cierto, ¡no te olvides de inscribirnos! —le grito al marcharme.
En efecto. La semana pasa volando entre
las clases y rebuscar en los baúles. Todo mi mundo, incluso las conversaciones
con Gemma, giran en torno a dos temas: el disfraz y su nuevo "amor para
siempre". Cuando el viernes a última hora nos despedimos en la puerta del
Instituto, Alejandro me asegura por enésima vez que lo tiene todo preparado
—incluso me enseña un selfie— y
quedamos en que me recogerá a las ocho. Paso la tarde atacada; pero cuando a
las siete y media veo la cara de mi madre, intuyo lo que el espejo me confirma.
Ha aprovechado su vestido de "paso de ecuador" y, con Leonor de
Aquitania como modelo, se ha salido. ¡Es precioso! Y me queda imponente.
Alejandro lo flipa cuando me ve. Sus ojos van de la cinturilla al ajustado y
espectacular escote; de allí, siguiendo la rizada melena suelta, a la corona de
flores que me ciñe la frente, y de regreso a mis pechos. No me adula; pero
tampoco me molesta. No tiene esa mirada de baboso... ¡Pobrecillo! pienso.
—¡Estás... Estas impresionante!
¡Guapísima! —se aturulla. Ni siquiera acierta a entregarme los dos capullos de
rosas rojas que me ha traído, hasta que mi padre le hace una seña.
—Tú también estás muy guapo —le digo
cogiéndome de su brazo. Lo cierto es que le sienta bien el aspecto de hombre
maduro—. ¿Salimos ya? —pregunto mientras le conduzco a la puerta. Le dejo allí
un momento y, tras besar y prometer a mis padres que tendríamos cuidado, nos
dirigimos al polideportivo.
Vamos esquivando grupos de niños dedicados
a la recolección de golosinas y muchas, muchas miradas a mi traje, a pesar de
la capa que cubre mis desnudos hombros. Al poco se nos unen Gemma, de Ligeia y
Alberto, como Edgar Allan Poe.
—¡Joder, tía! ¡Estás... estas... despampanante!
—Pone voz Gemma a lo que piensan los tres cuando les enseño el disfraz—. Si me
coges a la luz de la luna, te aseguro que mi cuello es todo tuyo —ríe—. Y tú
tampoco vas mal, Alejandro. ¡Ganáis seguro!
Conforme nos acercamos abundan las
parejas que optan a concurso. Desde las tradicionales Shelley y Frankenstein o
Stoker y un Drácula muy afeminado, hasta las muy modernas Joker y Harley Quinn
o Anne Rice y Lestat. Tampoco faltan Stephen King y una espeluznante Carrie. El
grupo aumenta cuando se unen los gemelos Arcos y sus novias, caracterizados
como William Blatty y Papuzu, acompañados por Regan y el padre Carrás. Pongo
cara de asco cuando imagino al demonio besando al cura. Aunque la carita de
Regan tampoco es que despierte el deseo... ¡Puaaaj!
La habitual retahíla de seres fantásticos, la mayor parte sacados de las pelis
"ad hoc", puebla la cancha de baloncesto al ritmo de Kaleo, Nightwish,
Imagine Dragons y otros grupos de moda. Los refrescos corren en paralelo a las
petacas con alcohol de contrabando. La noche avanza con las broncas habituales,
más frecuentes conforme aumenta el nivel etílico. Pero Laura, aunque
consciente, permanece ajena a todo esto y vive su sueño, sabiéndose reconocida
como la reina de la fiesta. La nota tenía razón: ha triunfado. Y, aunque el
fallo del concurso se sabrá el lunes, siente, con absoluta certeza, que ésta es
la noche más feliz de su vida.
Medianoche. La luz se apaga. Silbidos,
gritos y risas comienzan a sonar desde un público eufórico. Sobre el escenario
hasta ahora vacío, bañados por una niebla rojo intenso, tres músicos vestidos
de negro. Un potentísimo haz sigue a una figura que se incorpora desde el fondo,
iniciando unos sonidos profundos y lánguidos, en los que manda el piano. Viste
toda de blanco, y sólo el negro de su larga melena y de sus labios aportan un
mínimo contraste. De mirada felina, sus ojos, sombreados en un azul intenso,
atraen como dos agujeros sin fondo. Abre un piano
lento, insinuante, evocador.
How can you see
into my eyes like open doors? [1]
Leading you down, into my core
Where I’ve
become some numb, without a soul
Su voz es aguda, limpia y profundamente
triste. Tras los primeros fraseos, guitarra y batería suman épica a la melancolía,
que redondean los graves y salvajes coros masculinos.
My spirit´s
sleeping in somwhere cold
Untill you find
it there, and lead it, back, home
Laura se aleja de la barra con un San
Francisco en la mano. Ha estado buscando sin éxito a Alejandro. Se dirige a la
pista, cuando se percata de un revuelo en la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Dónde están los chicos? Hace
un rato que no veo a Alejandro—pregunta al llegar junto a Gemma.
—Alberto ha ido a buscarle y se ha
encontrado con Susana llorando. Yo me he quedado a esperarte. ¡Vamos a ver qué pasa!
Now that I know
what I’m without
You can’t just
leave me
Breathe into me
and make me real
Bring me to life
Alberto sostiene su chaqueta sobre los
hombros de una llorosa zombi que balbucea atropellada su historia. Por cómo
sujeta los jirones y trata de taparse, ambas pueden suponer parte de lo
ocurrido, por lo que Gemma indica a Alberto que le deje a ella. Alejandro está unos metros más allá.
—Es Susana. Tras
unas copas, estaba con su novio, el que iba de Bécquer, Diego, detrás de las
canchas de baloncesto para... bueno, ya sabes... Ella quería pero, cuando Diego
se embaló quiso que parase y tuvo que obligarle. Dice que se puso todo bestia y
que casi le pega. Ella, acojonada, le dijo que también lo deseaba, pero que
antes necesitaba una prueba de su amor... que no podía entregarse a cualquiera.
Frozen inside,
without your touch
Without your love, darling
Only you are my
life
Among the dead
—Todo iba bien... dulce, bonito...
Cuando me preguntó lo qué quería, le pedí que me trajera la medalla que hay en
el florero de la tumba de mi abuela, que así sabría que él me amaba de verdad. ¡Fue
lo primero que se me ocurrió, lo juro! ¡Nunca pensé que...!, ¡nunca imaginé
que...! —Le interrumpe histérica Susana— Y, de repente ¡parecía otro! Yo sólo
quería... ¡Quería que parase, que parase! Me agarraba. ¡Me hacía mucho daño! Se
río y me dijo que le esperara, que volvería con ella y me lo iba terminar, que
me iba a follar como a la perra que soy. —Llora. Llora sin consuelo y sus
palabras se tornan gruñidos incongruentes—. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué he hecho
mal, que he hecho mal?
I’ve been sleeping
a thunsand years it seems
Got to open my eyes to everything
Don't let me die here
Bring me to life
—Hace un par de horas de esto. No
presagia nada bueno. —Informa Alberto—. Hay que ir a buscarle. Si no, lo más
fácil es que se meta en líos o se rompa la crisma.
—¡No caerá esa breva! ¡Cerdo hijo de
puta!
—Tú tranquila, Gemma. Ahora quédate con
ella y ayúdala, es lo que más falta le hace. Yo llamo al 112.
Laura y Alejandro corren colina arriba. Cuando
se alejan de la zona urbanizada se ayudan de las linternas de sus móviles y
llaman a gritos a Diego. Llegan al cementerio. El candado que cierra la cancela
está destrozado. En el suelo, una barra de hierro de una pila de materiales cercana.
El ambiente es opresivo; pero ni siquiera lo perciben. Cogidos de la mano, buscan
y gritan, desesperados, temiéndose lo peor.
—¡Allí!— grita Laura señalando un punto
de luz.
Encuentran a Diego arrodillado junto al
camino, con el teléfono caído en el suelo, entre sus manos, y una expresión de inequívoco
terror en los ojos. Laura es incapaz de soportar la escena y se refugia en los
brazos de Alejandro. Él la abraza mientras le acaricia la espalda. Saca un perfumado
pañuelo, con el que ella se limpia las lágrimas. Escucha un leve sonido
metálico justo antes de que su acompañante se agache para recoger una medalla
del suelo. Laura nota frío, mucho frío. Un frío que le llega a los huesos, y que,
a la vez, la hace arder por dentro. Advierte la medalla en su mano. Levanta la
cara para mirar a los ojos de su acompañante y, aunque esperaba lo que ve, el
asombro la paraliza.
—Has sido tú, ¿verdad? ¡Has sido tú,
cabrón malnacido!
—¿Yo? No. ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Ha
sido ella! ¡La muy zorra lo estaba pidiendo a gritos! Y este subnormal —señala
a Diego—. En lugar de tomar lo que era suyo, lo que le pertenecía por derecho,
se pone tierno en el último momento. ¡Se lo había puesto a huevo; pero tuvo que
rajarse con la burunganda! ¡Capullo! —Escupe con asco—. Así que tuve que volver
y darle a esa puta lo que se merecía. Y por cierto,... habrás notado que
estamos solos ¿verdad? Ahora vas a ser una buena chica...
La expresión de avaricia de su rostro me
asusta hasta el punto de paralizarme. ¡No me lo puedo creer! Pero ni sus ojos, ni
el modo en que sus manos aferran mis brazos dejan lugar a dudas. Con absoluto asco,
noto su fétido aliento en mi oreja, sus viscosos labios en mi cuello, cómo sus asquerosas
babas se deslizan hacia mi pecho. ¡Es repugnante! Y, sin embargo, estoy quieta,
no me resisto. Si no me sostuviese, creo que ya estaría en el suelo. Noto como
mi voluntad se diluye, como mis defensas caen empujadas por la droga. Haré lo
que él quiera, lo que él me pida... No puedo resistirme más... tengo que
obedecerle. Pero, no quiero ¡No quiero! ¡No quiero!
Un sonido llega desde fuera del círculo
de luz. ¡Esa voz...! Es igual que.... La piel pálida; el vestido blanco,
inmaculado; los profundos ojos felinos y la larguísima melena. Pero ésta resulta
incorpórea, espectral. Quiere que la ayude. ¡Soy
yo la que necesita ayuda! Mas, no podría negarme aunque quisiera, la droga anula
mi albedrío. Un último hilo de realidad me hace saber que es imperativo, que necesito
lograrlo, que todo depende de ello. ¡Tengo que recordar! ¡Tengo que recordar! ¡Recordar...! La canción... ¿Qué decía la
canción?
Wake me up inside, wake me un inside
Call my name and
save me from the dark
—¡Carmilla! —gritó al fin recordando la
portada del libro—. ¡Carmilla!
Bid my blood to
run
Before I come undone
Save me from the nothing I’ve become
Bring me to life
Bring me to life
Bring me to life
La
fantasmagórica figura parece cobrar forma delante de mí. Alejandro libera su
presa sobre mis hombros y retrocede, envarado. Carmilla me sostiene ahora,
apenas con la punta de unos larguísimos dedos que elevan mi barbilla. Las
miradas se funden y compartimos siglos de existencia. Me mira con exquisita
ternura, con la complicidad de quien ha visto tu alma, y ha desnudado la suya
para ti, con la devoción de quien lo ha dado todo y lo ha recibido, sin
exigirlo, también todo. Nuestras almas se reconocen antes incluso que nuestras
mentes, la mía abotargada, la suya ávida de recuperar cuanto había perdido. Me
besa y yo, aunque quisiera engañarme, no lo hago. La correspondo ansiosa, ávida
de completarme, de completarla. Noto cómo sus caricias me liberan. Sus labios
borran el rastro de saliva de mi pecho, sus susurros perfuman el aire en mis
oídos... Sus besos en mi cuello me descubren un placer que nunca pude imaginar.
En silencio, acepto —¡le suplico!— acompañarla.
Me toma de la
mano y me invita a seguirla.
—¿Qué nos espera
ahora? —pregunta Alejandro con una voz distorsionada, estridente, fuera de
lugar. Carmilla se detiene un instante y apenas gira la cabeza.
—Para ella hay
esperanza.—le dice con infinita melancolía—. Para ti; ninguna. O él o yo nos
cobraremos tu alma.
Carmilla y
Laura, Laura y Carmilla. Los personajes, al fin, libres de la tiranía de su
autor, se alejan.
Para cuando Alejandro regresa al instituto,
tras varias horas de deprimido vagabundeo, ya no queda nadie. Los restos de la
fiesta desentonan con el poso trágico que satura el aire. Al acercarse, nota
hedor a podredumbre. No cabe duda: le espera.
—Se la ha llevado, ¿verdad?
—Sí, se la ha llevado —Admite Alejandro
derrotado.
—Entonces, ya está. —Saca un rollo de
vitela escrito con apretada caligrafía en tinta roja.
—Pero.... ¡Teníamos un trato! Me prometiste...
—Y ha hecho su parte. —Le interrumpe
Laura desde el muro de las buganvillas—. Ahora tú debes cumplir la tuya. Por
eso estoy aquí, dispuesta, por si hace falta. Ella me lo ha contado. —Afirma
mirando al deforme engendro.
—¿Cómo puedo...? ¿Qué hago...? —tartamudea
Alejandro—. ¡Dime que hay algo que pueda hacer!
—Sólo hay dos opciones. O tú, o yo.
—No —afirma el extraño ser, propio de
las pesadillas de Lovecraft—. Si la has aceptado, sólo él me sirve.
—"Pacta servanda sunt"
—sentencia Laura.
—Así es. Los pactos han de ser
respetados.
Ella se gira y le da la espalda,
dirigiéndose a la salida, donde parece aguardarle un enorme gato negro. Cuando
logra reaccionar, Alejandro la sigue; pero sólo alcanza a ver un girón de bruma
junto al parterre de las buganvillas. En el vaso de la fuente, dos rojos pétalos de rosa, rojos como dos gotas de
sangre, flotan sobre el agua.
Muy bueno, Héctor. He estado enganchado hasta el final. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias, Iván. Me alegro mucho de haberlo logrado.
EliminarEnhorabuena, Héctor. Es un relato escrito de forma muy visual. Me ha atrapado hasta el final. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Merche... Siempre me alientas con tus palabras.
ResponderEliminarFelicidades, Héctor! Atrapa la trama
ResponderEliminarMuchas gracias Yz... Me encanta que os enganche a los colegas escritores.
ResponderEliminarBuen relato. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarun relato escalofriante y aterrador. Desde luego, has conseguido asustarme. Felicidades
ResponderEliminarUfff, qué decirte, Héctor... Me ha sorprendido mucho cómo dominas los diálogos, me encanta la línea narrativa, la letra de la canción intercalada en el momento justo; todo eso, y muchos más detalles, hacen un todo, tremendamente gráfico y visual. Parece uno estar viviendo la historia. Me ha gustado mucho. Enhorabuena
ResponderEliminar¿Sabes esos raros relatos que empiezas con una idea vaga y te van de la manita llevando por dónde ellos quieren? Pues un poco eso me ha pasado con éste. Quería hacer algo como una serie de televisión "blue jeans", de ahí el recurso a los "planos secuencia". Evanescence se coló al descubrir a Carmilla y Le Fanú -cuya obra, lo reconozco, tuve que leerme antes-. El cementerio es un homenaje a Becquer y su "Monte de las ánimas", porque no renunciaba a algo español. Todo fue creciendo un poco por su cuenta y guiándome con absoluta naturalidad. Y por eso, creo que es por lo que ha quedado tan bien, porque dejé fluir la historia... Muchas gracias, compañera.
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