¿Es un sueño o es realidad? No lo sé, una neblina se interpone entre la
realidad de esta mañana y la noche pasada. Es una bruma espesa, más bien
asfixiante, una congoja que sobrecoge mi corazón. Tan sólo, imágenes sueltas se
aparecen, mientras fijo la mirada en el techo aséptico y blanco de esta
habitación de hospital, a pesar de escuchar el goteo incesante del suero
invadiendo mi vena y el respirador en un sube baja de oxígeno atacando mis
pulmones. Intento pensar cuál es la razón de estar en esta situación, rodeada
de artilugios diseñados para mantenerme unida a la vida; aunque aprieto mis
sienes con mis ojos, pues compruebo que no puedo moverme; mis manos no
reaccionan a la orden que les dictó de elevarse a mi cabeza. De igual manera
que mis piernas aisladas de cualquier movimiento que no sea estar paralizadas.
Frunzo el entrecejo y, ese simple gesto me alivia de saber que algo en mí tiene
vida; es la manera que encuentro para accionar el interruptor de mi memoria.
Necesito saber que hago aquí, en la penumbra de una habitación de hospital.
Un latigazo recorre la frente directa a mi cerebro, una carga
electromagnética que azuza el hipocampo para que se apresure en recordar qué
hago aquí. Por fin, la primera imagen: sumergida en un agua turbia de fango y
algas arremolinadas en mi cara, impidiendo mi respiración. De repente, cuando
la angustia de morir en una apnea se apodera de mí, un tirón en mi pelo me
arrastra a la superficie. El pitido del monitor de constantes se agudiza en mis
oídos dando la alarma de que algo no va bien. La puerta se abre y una silueta
de blanco se acerca, deduzco que es la enfermera de turno, a la vez que un
sudor frío desciende por mi columna y, mi pulso se para un segundo. En parte me
alivia sentir el frío transpirado, síntoma de la angustia que he sentido al
revivir la imagen de morir ahogada en un agua que no sé si es dulce o salada;
eso es indicativo de que vivo y puedo sentir. La enfermera con un rictus de hastío
comprueba mis constantes, se apercibe de mi exudación y, llama con su teléfono
móvil al médico de guardia.
En la superficie, el agua convulsiona por un gran huracán, me azota con
la fuerza de querer partirme en pedazos; la mano que me ha sacado del fondo del
mar —ahora sé que el agua es salada—, se ha desplazado de mi melena a mi
cuello, se mantiene firme ante los envites del fuerte oleaje y el torrencial de
agua que se desprende del cielo. Agua, agua por todos lados; por arriba y por
abajo; derecha e izquierda; al norte y al sur. Y yo no puedo ver, no puedo
respirar y en esa conmoción me revuelvo con desesperación por huir de ese
lugar. El dueño de la mano que me asiste me grita —estate quieta o moriremos
los dos—. No reconozco su voz, quizás sea por la conmoción de morir ahogada o,
quizás porque realmente es un desconocido.
El médico de turno se acerca con un flequillo que, indica cierta locura
del genio que vive para y por sus inventos. Con un tono grave, pero tierno me
indica que abra los ojos, —los cerré cuando interpelé a mi memoria—, yo sin más
razón de saber qué hago aquí los abro, no sin cierta dificultad, pues las
legañas de la fiebre enganchan mis párpados. El loco del flequillo me hace seguir su dedo sin pausas para ajustar
mis pupilas. Hechas las comprobaciones en mis muñecas y mis tobillos, sentencia
que el peligro ha pasado.
—Debemos esperar a que se normalice su circulación, que la fiebre
desaparezca, pero su coma irreversible sin saber el porqué ha remitido.
Ahora ya sé más, de mí y de lo que pasa. Mientras escucho este milagro desviado de otro destino busco
entre mis recuerdos. Mi razón requiere explicaciones, necesita respuestas de
qué me ha pasado.
El agua sigue arremolinada y, con sus arrebatos nos precipita al
desconocido y a mí, de nuevo al fondo del mar. Él, sé que es él por la
enormidad de su mano y lo fuerte de su brazo, combate contra la bravura del mar
por salvar nuestras vidas, mientras burbujas de agua y no de aire se cuelan por
mi boca, ahogando más y más en la sal de su sabor, los gritos de miedo y terror
de morir. Él con el temple por bandera, acalla mi voz, en un boca a boca de aire
para que continúe luchando por vivir.
Encojo más mi cerebro, mientras los facultativos se acercan a mi cama
para comprobar mi nuevo estado de existir; necesito saber quién es mi salvador
y qué hacía allí, en el fondo del mar, entre el fango.
Los recuerdos empiezan a aparecer sin más conexión que la confusión del
primero con el del medio, el último con el presente. Así distingo mi vestido,
el que llevo puesto en la inmersión. Una túnica de corte griego —siempre me ha
gustado la mitología clásica—, una Nereida vestida con transparencias y gasas,
ligeras y suaves. Adivino una playa de arenas blancas, solitaria, en un
atardecer de nubes bajas y oscuras amenazantes de la tormenta que está por
venir. La atalaya que se erige inmune a las embestidas del mar empequeñece el
sol que se despide por el oeste en la degradación de sus dorados por el negro
de la noche. En la soledad de la arena, reposo encantada por los tonos grises
que el azul del mar adquiere por la penumbra del ocaso. —Me agito en la cama,
recordando—, mis cabellos juegan con la brisa que hace acto de presencia
aumentando su intensidad en proporción a los enredos que adquiere mi cabeza.
Anuncian una tragedia, no sé bien si mi muerte precipitada al mundo submarino o
quizás, la tempestad que se acerca inexorablemente. En la imagen de este
recuerdo la zozobra me embarga de la misma manera que, en el naufragio de mi
persona en el fondo del mar. Esta inquietud que me acelera el pulso, que embala
mi corazón al límite del paro; evidencia lo que no quiero recordar: el
hundimiento en el agua.
El desconocido con la bravura de un guerrero consigue llevarme a la
orilla; la arena ya no es tan blanca y efímera como recuerdo, ésta es más
pedregosa y ceniza, centenares de objetos la habitan: colillas de cigarros,
zapatos, vasos, preservativos, botellas… Cosas que describen un apocalipsis:
ramas de árboles, trozos del fuselaje de un avión, cascotes de naufragio. Desmanes
de la imperiosa tormenta. Y nosotros allí, vivos ante tanto despropósito.
Imágenes que se agolpan intentando guardar su turno para ser analizadas. La
primera, yo escribiendo una nota, —no consigo saber qué escribo—, la enrollo en
forma de cigarrillo y, en una botella de cristal translúcido insinuando que
desea ser desenrollado, meto ese papel. La segunda imagen, son mis pies
contagiados por el frío del agua que los baña y, la espuma de las olas
blanqueando aún más mis piernas. Acerco más mi vista a la inmensidad del mar
caminando sin pausa y liviana al interior de sus aguas. En la mano derecha
estrecho con fuerza, en un abrazo amigo, la botella que asiente paciente el
calor que desprendo. Es el fuego engendrado por el miedo de saber lo que va a
ocurrir y el temor a su resolución. El mar me conquista arrastrándome de
poquito a poquito a su interior. La botella se despide de mi mano queriendo
cumplir su función, —no estoy segura cual—, se aleja ondeando en la superficie,
ya negra por la noche. En esa visión cierro los ojos de nuevo en un estado
catatónico, simulando que duermo, mas sólo las palabras se adueñan de mí.
Es el escrito enrollado en la botella surcando mares en búsqueda de
destinatario. Un mensaje lanzado en la paradoja de una muerte anunciada, la
mía.
La parada cardíaca se precipita encogiendo mi corazón, un dolor agudo me
atraviesa, rompiéndome en dos, en el intervalo del crujido de la aorta y la
mitral, el mensaje se pronuncia.
Sálvame de mi misma.
Ya no sé si es sueño o realidad, ni siquiera si he muerto o sigo con
vida, sólo sé que un mensaje en una botella me salvó de mi misma y, la amnesia
de no saber por qué me codena de nuevo a morir.
Sentido y bien enlazado. El juego onírico, la sensibilidad de las imágenes, las sugestivas referencias, el doble mundo en que no sólo se pierde la protagonista, sino también el lector, al que enredas con delicadeza. A mí, al menos, me ha enganchado.
ResponderEliminarMuy original, además de sensible. Creo que es más difícil salvarse de uno mismo que de lo externo. Nadie puede saber tus miedos más que tú. Muchas gracias, Dolors. Me ha gustado mucho. Besos.
ResponderEliminarMuy bonito, Dolors. Me has tenido atado hasta la última letra. Gracias!
ResponderEliminarMe ha encantado, Dolors! Siempre creas magia
ResponderEliminarPrecioso Dolors, he visualizado contigo toda la desesperación acumulada
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Dolors, duro pero lleno se sensibilidad hasta el final
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