Después de leer la última novela de la
biblioteca y de comer una abundante ración de macarrones, Celeste sintió asco
de sí misma, de su pasividad, y decidió salir afuera para andar por las oscuras
calles. Faltaba poco para amanecer y su madre aún no había llegado. Apretó el
paso, convirtiendo el paseo en un footing mañanero. Correr le sentaba bien,
liberaba tensiones, se evadía, huía temporalmente de su patética vida. Odiaba a
su madre y la sensación de vacío que le dejaba. En ocasiones, imaginaba cómo
sería su vida si su padre no hubiese muerto en aquel maldito accidente. Su
madre seguiría siendo dulce, feliz, dedicada. Todo lo bueno de ella se lo había
llevado aquel camión, junto a su infancia. A menudo, fantaseaba con haber
acompañado a su padre a la compra de aquel helado. Pero no, se había quedado,
sobreviviendo a una madre hundida, depresiva y borracha, que se nutría a base
de vodka barato.
Se
apoyó en un árbol, jadeante, agotada física y emocionalmente. Quería
desaparecer, pero no como había hecho otras veces, sino cambiar su vida, dejar todo
atrás, hasta su alma.
Cuando
recobró la respiración rebuscó en su bolso. Su cartera contenía poco dinero,
suficiente para coger el primer autobús que apareciera. Sería un viaje de ida,
no necesitaba volver.
Caminó
despacio hacia la marquesina, consciente de que, en el ínterin de espera, era
probable que cambiara de idea. Normalmente, sus actos de rebeldía terminaban
cuando tenía hambre, o frío, o necesidad de ver a su madre, aunque fuera en
estado de embriaguez. No podía evitar enternecerse cuando la veía pálida,
llorosa, suplicante. Pero, últimamente, las cosas estaban cambiando. En dos
ocasiones le habían despertado gemidos, palabras de amantes que, sin disimulo,
copulaban en el sofá. Sospechaba que la razón de esas visitas era el dinero. La
indemnización que les habían dado por la muerte de su padre se había disuelto
entre licores y vinos. Celeste no lo soportaba más, la lástima se estaba
tornando en odio, y no podía vivir con eso.
El
autobús llegó antes de lo esperado. Solo dos pasajeros ocupaban los asientos
delanteros, así que la chica pudo escoger la fila del fondo, la más alejada, la
más solitaria. El traqueteo del autobús contribuyó a que se sumiera en un
profundo sueño.
-Eh,
chica, esta es la última parada. Si quieres continuar, tienes que abonarme otro
billete –vociferó el conductor. Ella despertó sobresaltada.
Celeste
miró por la ventanilla. No sabía dónde estaba, no veía ningún cartel que
indicara el nombre del pueblo.
-¿Dónde
estoy?
-En la
boca del lobo –rio el conductor estridentemente, burlándose de su desasosiego.
La
chica se apeó, intentando infundirse seguridad. Nada podía ser peor de lo que
le esperaba en casa. El ruido de las puertas cerrándose la sobresaltó, y
observó con disgusto cómo se alejaba su transporte hacia lo conocido, lo
seguro. Respiró hondo y se aproximó hacia la que parecía la calle principal. No
era un pueblo grande, su vista alcanzaba toda la extensión y no pudo contar más
de doce casas. El Sol ya calentaba, y le extrañó la sensación de vacío y
soledad. Se aproximó a la primera casa y acercó su cara al cristal de la
ventana. Esperaba no asustar a sus moradores, no acostumbraba ser fisgona, pero
necesitaba descubrir la presencia de vida, la ausencia de ruido no presagiaba
nada bueno. La estancia estaba amueblada, incluso había algún juguete esparcido
por el suelo, señal de que, en algún momento, había albergado vida, alegría y
felicidad.
Caminó
un poco más y encontró una tienda de comestibles. El cartel indicaba que estaba
abierto pero, al girar la manilla, la puerta no se abrió.
Un
escalofrío recorrió su espalda. En ese pueblo no había nadie, y daba la impresión
de que sus habitantes lo habían abandonado deprisa y corriendo. Los juguetes en
aquella casa, la disposición de las cosas en la tienda, repleta y limpia… Algo
o alguien había provocado su huida. ¿Y si la razón seguía por allí, acechando,
en busca del momento oportuno para atacarla? Se arrepintió de haber escapado de
casa. También lamentó todas las novelas de terror leídas en el pasado, ya que
proyectaban en su mente imágenes aterradoras, y deseó que el próximo autobús no
se demorara demasiado.
No se
sentía segura allí, por lo que se dirigió al bosque que rodeaba el lugar, esperando
encontrar protección entre los árboles.
Recién
comenzado el otoño, los árboles se hallaban despojados de sus hojas, desnudos,
ofreciendo una estampa desoladora. Los crujidos de las hojas bajo sus pies
delataban su posición, pero Celeste respiró tranquila al comprender que, si
algo o alguien se aproximaba, también lo oiría. A no ser, claro, que se tratara
de un vampiro volador, o una bruja etérea… Sacudió la cabeza para alejar esos
pensamientos. Sabía de sobra que los monstruos no existían, ni tampoco los
superhéroes. Todo lo que sucediera, dependía por completo de ella, bueno o malo,
cada uno labraba su destino. Así que, si alguien o algo la devoraba en ese
bosque, sería su culpa, por pretender cambiar las cosas.
De
pronto, un lamento llegó a sus oídos. Parecía el llanto de un bebé o, tal vez,
el maullido de un gato hambriento. Se dirigió hacia el perturbador sonido
recordando el dicho “la curiosidad mató al gato”, pero sin poder evitar
investigar de qué se trataba. Agazapado contra un árbol se hallaba un niño de
unos cinco años, con la ropa ajada, sucio, y con el pelo largo y enmarañado.
-¿Te
encuentras bien? –Celeste se agachó hasta quedar a la altura del pequeño.
El niño levantó la cabeza y la miró a los
ojos. Definitivamente, era un niño, a pesar de la longitud de su pelo. Los
ojos, rojos e hinchados, la observaban con curiosidad, como si nunca hubiera
visto a nadie semejante. Un moratón se extendía en la mejilla izquierda hasta
casi llegar al ojo.
-¿Qué
te ha pasado? –La chica señaló el golpe, sintiendo una profunda pena por aquel
niño maltratado. Él se cubrió el morado con la mano y se arrebujó contra el
árbol, asustado.
-Tranquilo
–siguió ella. Alzó las manos en señal de paz –, no voy a hacerte nada. ¿Dónde
vives?
Una
llamada en medio de la solitud del bosque hizo que a Celeste se le erizaran los
pelos de la nuca. Alguien buscaba a ese niño indefenso, y debía ayudarlo. Se lo
llevaría, y se harían compañía mutuamente.
Se
acercó al niño y le cogió una mano, tirando suavemente. Este se soltó, furioso,
dando paso a una actitud hostil que hizo que Celeste retrocediera un paso.
-Vamos,
te llevaré conmigo, nunca más te pegarán.
El
pequeño que, aunque no hablaba, parecía entender su idioma, decidió confiar en
ella y se levantó. Celeste le tendió la mano, con prudencia, y él se la ofreció
con timidez. Corrieron juntos, alejándose de aquella voz incesante que clamaba
por el niño.
La chica,
después de unos minutos de vertiginosa carrera, hizo un alto en el camino para
descansar. El niño no parecía tan afectado.
-¿Cómo
te llamas?
-Muriel
–su voz era firme, segura, no se correspondía con la de su edad.
-Qué
nombre tan bonito. Yo soy Celeste.
El niño
sonrió, mostrando una dentadura puntiaguda que a ella le recordó a la de la
película de Tiburón. Supuso que se debía a su alimentación, tal vez le hicieran
roer huesos para sobrevivir. No parecía que lo mimaran con purés precisamente.
Celeste
emprendió el camino, más despacio; ya no se oía la voz, así que tampoco había
necesidad de apresurarse. Mantener un ritmo constante y orientarse era lo más
importante en ese momento. La chica pensó que sería buena idea rodear el pueblo
por el bosque en busca de la parada de autobús.
El niño
la seguía unos pasos por detrás. Celeste intentó esperarle en varias ocasiones
para que se pusiera a su altura, pero el chiquillo parecía tímido y prefería ir
al acecho. La chica siguió la ruta autoimpuesta, incómoda ante la actitud de
Muriel, pero resignada. De repente, el niño cambió de idea y le cogió la mano
con delicadeza, admirando sus dedos, calibrando su tamaño, casi venerando su
presencia. A Celeste no le gustó, no sabía el motivo, pero la forma de mirar su
mano era extraña. Sonrió al pequeño, que la miró con malicia, con los ojos
entrecerrados y la boca dibujando una sonrisa a medias. Entonces, sin mediar
palabra, él le mordió la mano. Celeste la apartó, alarmada. Le hizo sangre y
ella se la llevó, instintivamente, a la boca. Muriel le tiró del brazo, con
ojos hambrientos, pidiéndole la mano. Celeste se apartó, temerosa,
maldiciéndose por haber sido tan confiada.
-Bravo,
Muriel, un tierno espécimen –Celeste se giró, descubriendo la presencia de un
hombre de aspecto aterrador. Su larga y canosa pelambrera le cubría los
hombros. Una barba espesa y llena de restos de a saber qué, le daba aspecto de
náufrago. Los ojos, enloquecidos, bailaban de ella a Muriel, golosos,
vanagloriándose de su suerte.
La chica
empezó a correr, dejando atrás las risas del niño y del hombre, que parecían querer
dejarle ventaja.
En su
cabeza surgió la resolución del misterio. Un hombre caníbal y su prole se
habían comido, literalmente, a sus vecinos. Celeste se preguntó si habría más
como ellos. Sus piernas volaban sobre las hojas. Poco a poco se acercaba a la
parada. Creyó ver al autobús, acercándose. Agitó las manos. Por una vez, se
alegró de su melena rojiza, que destacaría sobre el fondo marrón oscuro del
bosque.
Una
mujer calva y semi desnuda le flanqueó el camino. Celeste la esquivó con
maestría, aunque la mujer consiguió agarrar un mechón de su pelo. La chica
gritó de dolor, pero siguió corriendo hacia la única oportunidad de sobrevivir,
sintiendo parte de la melena deprenderse de su cabeza. Lamentó su egoísmo.
Tenía lo que se merecía. El karma le devolvía todo lo que había causado. Había
matado a su padre al encapricharse de un helado, había abocado a su madre a la
prostitución para poder mantenerla y, por último, había querido cambiar su
suerte abandonando a una mujer borracha y hundida.
Poco a
poco, fue resignándose a su destino. El autobús estaba girando, cogiendo la
ruta de regreso. Celeste gritó, y le pareció ver al conductor mirarla desde el
espejo retrovisor, con una sonrisa maliciosa.
Y así,
derrotada, fue como la mujer saltó sobre ella, arrojándola al suelo, apunto de
coger el autobús.
Muy bueno Laura. Enhorabuena👍👍👍👍😘
ResponderEliminarMuy bonito, Laura. Eres un máquina narrando. Felicidades
ResponderEliminarGracias chicos, por leer y comentar. Sandra, no me digas eso, que me lo creo...
ResponderEliminar¡Créetelo!
EliminarMe encantó, Laura. No me esperaba un relato de terror, pero me ha tenido enganchada hasta la última letra. Felicidades. Me encanta cómo escribes.
ResponderEliminarVaya, gracias, Mary. Menudo halago!
EliminarMi vida es hacia atrás, estoy muy feliz de compartir este testimonio de cómo el Dr. Baz Ayurveda, que era confiable para recuperarse de la enfermedad del herpes, por lo que se detectó positivo el 23 de agosto de 2013, y desde entonces he estado buscando un Manera de tratar y curar la enfermedad para mí, pero todas las formas en que no probé la solución, hace unas semanas vi un testimonio de cómo algunas personas se acercaron por vía electrónica al Dr. Baz, que era confiable para curarlos de la enfermedad del Herpes, Sin embargo, yo había oído hablar de él en los medios de comunicación cuando, un simple joven pasado dio su testimonio sobre este mismo médico, y se fue sin mensajes Espero que el Dr. Baz, diciéndole todo mi problema, me dijo lo que Él iba a enviarme La parte que voy a tomar y después de tomar esta parte de la hierba me envió, me dijeron que volver al hospital para la verificación y después de haber hecho lo que iba a venir y decir la buena re Cuando vi el mensaje que estaba Tan sorprendido y todavía no creía que me curaría, y mi amigo historia soy VIH negativo Ahora, después de muchos momentos de dolor, no estoy, y mi enfermedad ha desaparecido, gracias a Dios guiando a este hombre .... usted puede enviarlo por correo electrónico a Drbazspellhome@gmail.com
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