Al escuchar la risa ansiosa de un
hombre, mientras caminaba por las calles de Londres ese día, apresuré el paso
al sentirme nervioso y lleno de angustia. Pero cuando llegué a casa, pude ver
en los ojos de Cooper la ilusión y el amor. A pesar de sentirme a salvo dentro
de las cuatro paredes que me acobijaban, los recuerdos me traicionaron, al
evocar con claridad lo que me empeñaba sin suerte en olvidar. Desde entonces, me
vi en la imperiosa necesidad de cambiar el recorrido para regresar a casa
después del trabajo, cruzando la calle con anticipación, para evitar pasar por
el lugar exacto… Ese maldito lugar donde estuve a punto de morir.
Ese día me había gastado una fortuna
-los ahorros de un año- al adquirir un elegante traje confeccionado a la
medida, en color negro, mi favorito; como también en comprar la costosísima
sortija de diamantes que usaría para pedir la mano de mi novia Violeta.
Necesitaba impresionar a su padre, el Duque de Bradbury, un banquero respetado
en la alta sociedad londinense. Su familia pertenecía a un círculo en el que me
había empeñado en entrar desde que mi corazón eligió enamorarse de la mujer más
hermosa que mis ojos hayan visto jamás.
Violeta poseía una belleza
extraordinaria, de facciones finas, cabellos dorados y unos ojos azules tan
claros e inocentes que me resultaban irresistibles. Además era una mujer culta
y educada, producto de una costosa educación pagada con orgullo por su padre. Y
aunque ella luciera frágil y tímida, en el fondo era todo lo contrario: fuerte
y una defensora de las causas más débiles, sin importarle lo que los demás
pensaran, incluyendo a su padre. No obstante, las malas lenguas aseguraban que,
dicho Duque, era un hombre despiadado y racista. Como también se rumoraba, que
no soportaba ver a su hija enamorada de un simple hijo de inmigrantes
irlandeses. Ese era yo.
Mis padres habían emigrado de
Irlanda hacía más de una década. Poseían una tienda de relojes en el centro de
la ciudad. Desde niño siempre los ayudé con pequeños quehaceres, y ahora que soy
un hombre hecho y derecho (como decía papá) me he dedicado a ampliar el negocio
colocando pequeños establecimientos alrededor de la localidad.
Como un acto reflejo, me llevé la
mano a la cicatriz, muy cerca de mi ojo izquierdo; y al sentir la protuberancia,
resoplé incómodo. La sutura era un recordatorio perenne de mi mala suerte.
Aquella noche, después de abandonar la
estación del ferrocarril en la terminal de Paddington, tres sujetos me tomaron
por la espalda. A pesar de mi altura, lograron empujarme con fuerza a un
callejón oscuro, mientras caminaba distraído de regreso a mi hogar, cargado de
paquetes. Después de arrebatarme mis pertenencias, me golpearon sin tregua; y
cuando al fin conseguí las fuerzas para defenderme, el más alto de los tres
desenfundó una navaja, tan reluciente que me cegó por un instante cuando me la
acercó sin remordimientos a cara.
Quién sabe por cuánto tiempo estuve
tirado desangrándome hasta que apareció una bondadosa mujer de voz cálida y
sonrisa ingenua. Ella al verme herido tuvo la gentileza de ayudarme a poner de
pie. Luego me hizo señas, y sin más, rasgó un pedazo de tela de su falda, y
ofreciéndomela con amabilidad, intentó limpiar mi rostro empapado de sangre.
—¡Samuel! ¿Qué te han hecho?
Corrió mi padre al verme tambalear
en cuanto entré a la tienda, muchas horas más tarde.
—Me han robado —alcancé a contestarle
con un hilo de voz, antes de perder el conocimiento.
Ya habían pasado dos meses de ese
suceso y yo me seguía reprochando mentalmente:
«Samuel, no te sirve de nada martirizarte
por lo ocurrido, de todas maneras ya no tienes el traje elegante, ni la costosísima
sortija; y para colmo, tampoco tienes a Violeta».
Al no llegar esa noche a pedir su mano,
como lo habíamos planeado, ella dio la relación por terminada, sin siquiera
darme la oportunidad de explicarme. Violeta pensó que me había arrepentido y
que por eso la había dejado plantada frente a su padre. Pero eso no era cierto,
algo me decía que ese hombre tenía que ver en ese asunto. No descansaría hasta
descubrir la verdad, recuperar mi paz interior y volver a ser el mismo Samuel, alegre y soñador con ganas de comerse el
mundo… Ese que no descansaría hasta volver a conquistar el corazón de Violeta.
Desde entonces me visto de negro
todo el tiempo, y a pesar de que Londres se ha convertido en una ciudad
peligrosa, he decidido vivir solo, porque necesito olvidar el pasado…
Me gusta,A.G. Felicidades👍👍👍👍👍
ResponderEliminarOhhhh, que triste. Que se me escapa la lagrimilla...
ResponderEliminarBonito y triste a la vez. Felicidades, Adriana. Besos
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