Entre los árboles de
sombras siniestras, aquella oscura noche, Slenderman decidió emprender camino
hacia otro lugar. Sus ocho tentáculos se desplazaban por el suelo
transportándolo de sitio. Había sido una noche productiva, silenciar las risas
de esos catorce niños fue casi una obra maestra. Absorber, estrujar y
matar, para luego borrar toda evidencia de sangre coagulada y restos de piel o
carne, acto sencillo de ejecutar.
A veces se convertía
en una tarea aburrida, el que sus víctimas no se movieran y permanecieran en un
estado hipnótico sin emitir un solo reclamo ni resistencia, se volvía
monótono. Slenderman precisaba de algo más, algo que lo alejará de la
monotonía de ganar siempre. Su traje estaba impoluto, oscuro y sin ningún
pliegue ni arruga en la tela; lucía siempre sólido y elegante. Su rostro en un
hermético blanco, sin expresión ni miembros, era su sello más preciado.
Caminaba entre la
oscuridad de la noche, casi como si su largo y delgado cuerpo levitara sin
rumbo, pensando, asumiendo, conquistando. Como siempre, sin necesidad de
luchar.
Se detuvo un momento
bajo la luna escarlata, una visión le inundó el cuerpo; y una sensación
desconocida le acuchilló cada tentáculo en su espalda. El Slenderman tan temido
por todos, estaba flaqueando en una sensación. No sabía quién era, no sabía
cómo hacer sufrir y batallar a sus víctimas.
Albergaba un temor:
el hecho de no poder infligir desesperación. Pero, ¿qué era la desesperación?
¿Cómo poder entregarla sin conocerla?, ¿cómo ser un maldito monstruo sin
conocer el dolor? Aquel era su máximo temor: no poder sentir ese desesperado y
sangriento sufrimiento anhelado, nunca.
Siguió avanzando en
medio de la noche. En lontananza el aullido de un hombre lobo llenó el
firmamento; en hermético silencio avanzó hasta el cementerio, ya sin pensar,
odiándose a sí mismo. En busca de los demás.
Carrie, se me ha hecho muy cortito, jajaja. Felicidades, guapa. Sigue así de bien
ResponderEliminarCarrie,enhorabuena.
ResponderEliminar