Esta no es una historia navideña, más que eso es una historia de búsqueda y resultados, que viene siendo más ideal que la fantasía en sí. Los cielos son la demostración eterna de la vida existente en este y otros mundos. Cada suceso escrito y por escribir se encuentra ahí, en las constelaciones estelares, en la totalidad del espacio y del tiempo, todas las formas de la materia, la energía, la vida, todo lo que anhelamos conocer.
La noche estaba estrellada y el cielo
despejado como de costumbre en los últimos días. Baltasar se hallaba tendido
sobre la manta, ojos aceituna pegados al firmamento celeste. Sus compañeros, a
unos metros de distancia, mantenían una tertulia acerca del camino, la arena,
los ruidos, los pies y un montón de cosas que no le llamaba la atención
conversar, no ahora por lo menos.
La brisa llenaba los labios de un calor seco.
Baltasar los humedeció acariciándolos
con la lengua, carraspeó y continuó soñando despierto. Si pudiese dibujar en
aquel cielo, todo lo que quería tener a su favor, si el universo le trajera más
sucesos a los que él mismo soñaba... Ser catalogado como sabio no es tarea
sencilla, debes descubrir el camino continuamente, hacer preguntas, investigar
respuestas, pero ahora la investigación y los pensamientos se los robaba un
ideal, una historia tan fantástica e
irreal para muchos. Tenían—todos ellos—, la visión potente de la llegada de un
nuevo Rey en algún lugar de la Tierra. Todos los datos los llevaban por un
camino, luego por otro, y así, se encontraban deambulando desde hacía ya seis
semanas sin resultado alguno.
Baltasar estaba extenuado, su juventud no le
impedía alejarse de la sensación no resuelta del acontecimiento. En su mente no
cabía la idea de regresar sin tener
ninguna señal, ninguna respuesta, ningún resultado… sin ver el rostro del Rey.
La luna le diluía en sueños, continuas
visiones de los tres presentándose frente al trono y las palabras que dirían. ¿Le gustará el presente que escogió como
ofrenda? De pronto la noche se volvió más oscura, las miradas de los tres
se enfrentaron nerviosas. Baltasar se levantó de un brinco y se unió a sus
camaradas. La brisa se trasformó en algo un poco más denso y helado. Suceso
nada común en aquellos territorios baldíos.
— ¿Qué es lo que sucede?—, preguntó Melchor
en tono grave.
No hubo necesidad de respuesta, sobre el
cielo majestuoso se formó una luz magníficamente brillante,
— ¿Una estrella?—preguntó Gaspar.
—Y qué estrella—, respondió Melchor.
—Nuestra señal— Concluyó Baltasar, sonriendo.
Sus ojos se iluminaron brillantes, como si la propia estrella se reflejara en
ellos.
El
universo es adecuado y perfecto,
pensó. Si ofreces preguntas te entregará
respuestas.
El camino comenzaba a dilucidarse. Sus
piernas anhelaban avanzar (todos lo anhelaban). Corrieron al campamento a unir
sus cosas para emprender el nuevo viaje, ya con un destino un poco menos
incierto. Sus voluntades estaban intactas y volaban alto.
Creer, por sobre todo creer, es la única
forma de recibir la respuesta que el ser humano necesita.
Montaron sus animales, cargaron sus cosas y
así, ojos fijos al oriente, siguiendo la luz poderosa que les indicaba el
camino para llegar a la meta.
—Descubrir nuevas cosas, nuevas experiencias,
adquirir nuevos conocimientos y descubrir lo se anhela, no parte por conquistar
el camino, parte por errar y cambiar de mirada en tus ojos.
Un nuevo tiempo estaba a punto de comenzar y
Baltasar sería parte de la historia, una historia que cambiaría su vida y la de
aquel niño soñador que fue una vez. Solo se establecería un hombre victorioso.
Miró el empaque en que llevaba la mirra y
sonrió, el resto de la historia ya es conocida. Él aún no sabía al Rey que
conocería, pero todos sabemos el hombre en que se convirtió: más que un Rey
mago entregando mirra, en un elegido para conocer a Dios.
Un gran sueño.
ResponderEliminarUn relato muy navideño. Felicidades, Carry
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