Era 24 de Diciembre del año 2016. El espíritu de la Navidad hizo presencia en la casa de la familia del pequeño Martin.
Como era costumbre, previamente,
recorrió la ciudad; todo estaba preparado para la noche mágica: árboles alumbrados,
luces colgando de farolas y fachadas de los edificios, villancicos sonando
dentro y fuera de los hogares… Respiró con profundidad para adherir a él el
ambiente de la ciudad. Sin embargo, en la casa del pequeño Martin todo era
diferente. Allí no había adornos, ni luces, ni árbol de Navidad… y el belén
permanecía encerrado en una caja. La familia, los padres y Martin, ocupaban el
sofá en completo silencio.
El espíritu se acercó hasta la caja
que contenía las figuritas del belén, que se encontraba en la terraza con
acceso al salón, y suspiró al verlos encerrados.
Una luz que emanaba del espíritu llegó
hasta la caja de cartón y las tapas se
levantaron, asomando de ella una mano, y después la
figura entera. Era San José que había despertado.
Se colocó sobre el cartón y, con los
ojos muy abiertos, miró a su alrededor y al espíritu que, corpóreo, lo
observaba con fijeza y seriedad.
Las palabras tardaron en llegar
mientras ambos se analizaban, con paciencia y respeto.
–Buenas noches, San José.
–Buenas noches, eh… no sé quién eres
y, la verdad, tampoco sé quién soy yo.
–Primero mira dentro de la caja; después
vente conmigo, quiero enseñarte algo.
San José miró dentro y pudo ver el
resto de figuras que se ocultaban en la oscuridad, aunque no comprendió qué era
todo aquello, y extrañado, se expresó con un gesto de duda.
–Ahora, acompáñame y te mostraré quién
eres.
El espíritu cogió en sus manos, con
sumo cuidado, a San José. Un halo de luz los rodeó y aparecieron en la casa del
pequeño Martin, pero en otro tiempo.
Aurora, una niña de pelo dorado que le
caía por el rostro en alborotados tirabuzones, pintaba con la ayuda de su madre
las figuras del belén. Con un pincel daba color a los ojos de San José mientras
su madre pincelaba los detalles del niño Jesús.
La luz cubrió de nuevo a San José y al
espíritu que lo guiaba y se transportaron a otro tiempo.
La niña de tirabuzones revoltosos ya
era una mujer. Junto a su hija y su marido limpiaba las figuras y las colocaban
en la entrada de la casa, sobre el mueble recibidor que estaba cubierto de
musgo. Los tres irradiaban felicidad, y al concluir el trabajo se fundieron en
un abrazo, emocionados por la preciosidad del belén navideño. A San José le
resbaló una lágrima por la mejilla al ver tan bonita escena familiar, y al
sentir la alegría y emotividad que él y el resto de figuritas despertaba en
aquella familia. Aunque seguía desconociendo quién era él realmente.
Aún con el agua mojando sus mejillas,
ambos contemplaron de nuevo el belén; pero, ahora, en otro tiempo. Aurora ya
cargaba a sus espaldas ochenta y cinco años y colocaba, junto a su nieto de
tres años, las figuritas que durante tantos años habían dado calor a las navidades
en aquella casa.
La abuela sostenía en sus manos al
Niño Jesús mientras exponía a su atento nieto la historia que rodeaba la vida
de aquel bebé y su familia.
“Y fue el arcángel Gabriel quien se
presentó ante una inocente María para explicarle que ella traería al mundo a
Jesús, el hijo de Dios, el cual crecía en su interior.
Meses después, María, junto a su marido José,
caminaron hasta la ciudad de Belén. Una vez allí no encontraron alojamiento;
sin embargo, un vecino del pueblo les prestó su establo para que pudieran
descansar.
Y fue aquella noche cuando el pequeño
Jesús vino al mundo, la noche del 24 de diciembre. En el cielo brilló una
estrella, como nunca otra había brillado, y los Reyes: Melchor, Gaspar y
Baltasar la siguieron.
María colocó paja en el pesebre e hizo
una cuna para su bebé. Allí pasaron la noche.”
Martin escuchaba a su abuela con los
ojos muy abiertos. Cuando hubo terminado de narrar la historia dio la figurita
a su nieto y este la posicionó sobre el pesebre. El belén ya estaba montado. El
pequeño corrió a buscar a sus padres para que vieran lo bonito que había
quedado. Toda la familia, abrazada, contempló la belleza que desprendía.
San José comprendió lo que él
representaba y se quedó, al igual que Martin, con los ojos muy abiertos,
sorprendido. Cuando fue a formular una pregunta al espíritu de la Navidad, un
remolino de aire los cubrió impidiéndole hablar, y regresaron al presente.
–¿Dónde está el belén este año?
–preguntó San José al encontrarse ante un mueble vacío.
–¿Recuerdas de dónde saliste hace unas
horas?
La figurita se acordó que despertó en
la oscuridad, rodeado del resto de compañeros. Agachó la cabeza, triste,
intentando comprender por qué Aurora no había montado aquel año el belén si
llevaba haciéndolo durante toda su vida.
El espíritu cogió a la figurita y la
trasladó al salón. En el sofá se encontraba Martin y sus padres, sin cruzar
palabra.
–Pero, ¿qué sucede aquí? Y, ¿dónde
está Aurora?
–Es el primer año que ella no está.
Falleció el mes pasado –le indicó el espíritu.
–Vaya, por eso están tan tristes.
Entiendo que no tengan ganas de sacarnos de esa caja.
–Recuerda quién eres –dijo el espíritu
y se desvaneció dejando allí a una figurita desconcertada.
San José no entendió lo que le
intentaba decir, pero su corazón le indicaba que tenía que arreglar aquello.
Dejar el belén en la oscuridad era como olvidar a Aurora, como dejar atrás lo
que ella siempre había compartido con su familia, y si seguían su tradición
sería como tenerla siempre con ellos. Aquel belén era el espíritu de Aurora.
La figurita se acercó hasta el sofá y
trepó por él hasta engancharse en la pierna de Martin. Por debajo del pantalón
le propinó un pequeño pellizco para que el niño mirase. Cuando consiguió su
atención le guiñó el ojo. El niño cogió la figurita y a toda velocidad se
dirigió a la terraza, arrastró la caja como pudo por el suelo y la introdujo en
el salón. Los padres lo miraban desconcertados sin saber qué decir. Martin
siguió arrastrando la caja hasta la entrada de la casa, seguido por sus padres,
y entre los tres, en silencio, dieron vida de nuevo a la Navidad. San José
sonrió al pequeño y la inmovilidad volvió a él.
– La abuela siempre estará con
nosotros –pronunció Martin mientras se abrazaba a la pierna de su madre, que le
respondió entre sollozos:
–Lo sé, hijo, lo sé.
Gracias, Yolanda!
ResponderEliminarGenial, Lety. Felicidades y un beso
ResponderEliminarMuchas gracias! :)
Eliminar