El 6 de diciembre, como cada año, Mar y sus nietos colocaron el viejo árbol artificial con las luces de años anteriores, aunque algunas no encendían; y las bolas de Navidad desteñidas por el uso. No había dinero para gastar en unos nuevos adornos. El árbol tenía un aspecto triste, pero la abuela no dejaba que decayera el ánimo, así que sacó las figuritas del belén.
Los niños, emocionados, ayudaron a su abuela.
Colocaron el buey, la mula, la virgen, el niño… y la pastorcilla de falda verde
y blusa celeste. Era la figurita favorita de la abuela, y no dejaba que nadie
la tocara, solo ella. Todos en aquella casa lo sabían, y por eso trataban a la
pastorcilla con mucho mimo.
Aquellas navidades no iban a ser normales,
las cosas en aquella casa estaban bastante revueltas. La situación económica no
estaba muy bien, con todo lo de la crisis a duras penas llegaban a fin de mes.
Sin embargo, Mar, no iba a permitir que sus nietos se quedaran sin Navidad, por
lo que desde julio había reservado parte de su pensión para comprar los regalos
de esas navidades. Todo ello sin que su hija se enterase, ya que ella lo
controlaba todo en aquella casa.
Esa noche, cuando todos dormían, algo extraño
sucedió: un haz de luz se posó en la pastorcilla. La figurita cobró vida y pudo
moverse por primera vez. Ella miraba desconcertada cómo sus brazos y sus
piernas se movían; no se podía creer lo que pasaba. No sabía si asustarse o
reír de felicidad, pues podía saltar, caminar y hablar. Se llevó las manos a la
boca nada más escucharse su voz. Aquello era asombroso.
Así que corrió por el belén, intentando
charlar con el resto de figuritas, pero ella era la única que había cobrado
vida. Las zarandeaba y les gritaba para que se movieran y hablaran como ella;
sin embargo, ninguna lo hacía, todo era en vano. El resto de figuras no
corrieron la suerte de ella y, desesperada, rompió a llorar hasta que oyó una
voz que provenía de ese haz de luz que le dio vida.
-No llores, pastorcilla. No debes llorar,
pues la Navidad tienes que hacer llegar a esta familia, pero recuerda: nadie
debe saber que tienes vida.
Tras aquellas palabras, el haz de luz
desapareció y la pastorcilla se quedó con la palabra en la boca, sin poder
pedirle una explicación de lo que quería decir. Simplemente se quedó con las
últimas palabras, de tal modo, que no le quedó otra que volver al lugar donde
la abuela la había puesto y fingir que aquello nunca había ocurrido.
Al día siguiente, las dudas de la pastorcilla
fueron resueltas al oír una fuerte discusión entre la abuela, Mar y su hija. Esta
última había descubierto varios regalos que la abuela había reservado a sus
nietos para el día de Reyes. Al verlos, y aprovechando que los niños
estaban en el colegio, empezó a gritarle a su madre, pues tras un cálculo
mental, allí había unos 200 euros gastados en juguetes. Dinero que había guardado
por si lo necesitaban más adelante.
El caso no quedó en los simples gritos de la
hija, la abuela no se contuvo y también gritó. Los vecinos podían oír los gritos,
y no tardaron de atar cabos de los motivos de la fuerte discusión entre madre e
hija. La cosa no acabó ahí, ya que la hija no se detuvo y registró la
habitación de su madre, buscando tickets para recuperar el dinero.
Lo que comenzó siendo una discusión, acabó
con un bofetón de la madre hacia la hija, por registrar sus cosas. Las lágrimas
no tardaron en salir, aunque la expresión de asombro fue la primera en ambas, ya
que desde niña no le ponía la mano encima a su hija. La cosa se puso fea y la
pastorcilla se entristeció con lo ocurrido, ya que sigilosamente se había
acercado hasta la habitación de la abuela y lo había presenciado todo.
Los ánimos en aquella casa se ennegrecieron. Ni
madre ni hija se hablaban, ni siquiera cuando los niños estaban delante. Ambas
permanecían calladas y evitaban cruzar palabra y miradas. El ambiente se
enraleció de tal manera que la situación amenazaba con destruir la Navidad.
La pastorcilla, abatida por la circunstancia,
corrió al portal para pedirle consejo al niño (a la figurita que lo representaba),
a ese símbolo que daba fe y esperanza a todos los corazones. No obtuvo
respuesta. Ella era la única que podía hablar y moverse, por lo que se escondió
de todo y de todos. No quería ver nada ni a nadie, estaba demasiado triste para
poder quedarse quieta y fingir.
La abuela, al pasar delante del belén, se dio
cuenta de que su figurita no estaba. La buscó por todas partes y no la
encontró. Preguntó a sus nietos y yerno, pero éstos no sabían nada. La figurita
no aparecía y dio por sentado que fue su hija la que la tenía como castigo por
el bofetón.
El sentimiento de culpabilidad era tal que no
pudo preguntarle por ella, pues en el fondo sabía que había obrado mal y que su
comportamiento no tenía excusas; y, en el fondo, su hija tenía razón: la comida
antes que los juguetes. Pero eran sus nietos y ella no podía dejarlos sin
regalos la noche de Reyes.
La pastorcilla, que era muy avispada, sabía
que la abuela la buscaba y se le ocurrió una idea para acercar a madre e hija.
Así que se colocó delante de una foto de ambas que había en el aparador del
pasillo. La hija tendría unos doce años, y estaba junto a su madre en la playa.
Se colocó en la misma postura que había tenido siempre, cuando vio acercarse a
la hija.
Cuando la hija la vio, se quedó
desconcertada, pues aquel no era su sitio. La pastorcilla rio por dentro cuando
la hija la cogió y la miro sorprendida. No pudiendo evitar mirar la foto que
estaba detrás y sonreír ante los recuerdos que despertaba su mente. Con una
media sonrisa, de la cual no podía deshacerse, devolvió la figurita a su lugar
en el belén. La abuela lo vio todo pero no dijo nada. Ni ella al toparse con la
mirada de su madre. Ante tal situación, la pastorcilla se desmoralizo al ver su
poca efectividad.
Los días siguientes la cosa siguió igual. Ambas
no se dirigían la palabra, aunque se miraban a hurtadillas, pero ninguna daba
un paso para arreglar todo aquello. Por otro lado, la pastorcilla no paraba de
lloriquear a todas horas, suplicando al haz de luz que le devolviera a su
estado natural. Ella no quería estar viva, no quería sentir toda la tristeza
que se vivía en aquella casa. Era más feliz antes.
Sus ruegos no fueron escuchados.
Una noche, como las anteriores, corrió al portal
y, arrodillándose delante del niño Jesús, le pidió que le ayudará. Como cada
noche, la única voz que se oía en el belén era la de ella, lloriqueando. Cuando
se cansó de rogar, regresó a su posición, con la cabeza hundida en los hombros
por toda la pena que sentía.
-No te rindas, sigue intentándolo. Eres la
única que puede salvar la Navidad.
La pastorcilla miró a todos lados buscando el
haz de luz; era su voz, la recordaba perfectamente. No halló nada, solamente la
oscuridad de aquella casa que se cernía tras las palabras de esperanza que oyó.
Tras aquellas palabras, decidió intentarlo
una vez más. Había visto cómo aquella foto había conseguido algo con la hija,
así que su objetivo iba ser Mar.
Lo hizo igual que la vez anterior: desapareció.
La abuela, al no verla, la buscó; y al no hallarla, le preguntó a su hija,
pensando, tal y como ocurrió la otra vez, que había sido ella la que tenía la
figurita. Era la primera vez en el día que se hablaban sin recelo ni gruñidos.
La hija se sorprendió y ayudó a su madre en la busca de su figurita favorita.
Después de mucho buscar, la abuela se
desesperaba y la pastorcilla consideró que era el momento de salir de su
escondite y colocarse delante de la foto para que Mar la encontrara.
Unos segundos después, madre e hija, ambas al
mismo tiempo, encontraron a la pastorcilla. Entrañadas se miraron, pues habían
pasado por delante de aquel aparador varias veces y no habían visto la figura
antes. Mar cogió a la pastorcilla, y su hija, la foto, sonriendo ambas al
recordar.
-¿Te acuerdas, mamá?
-Claro -sonrió, llenándose sus ojos de emoción al recordar-, cariño. Ese día fue muy especial. Cumplías doce años.
Las diferencias y las hostilidades de días
pasados quedaron a un lado. Hasta la pastorcilla, que tardó en regresar a su
lugar en el belén, lo notó al momento. Pues los recuerdos de aquel día llenaron
la casa. Con las emociones de ambas a flor de piel, las disculpas y el cariño
de madre e hija resurgieron, dejando a un lado lo pasado.
Tras una conversación larga, sin reproches ni
exigencias por ninguna de las dos, Mar fue hasta su cajón y le entregó a su
hija los tickets de los juguetes encargados a los Reyes Magos, y un poco de
dinero que le había sobrado de lo ahorrado. Su hija la abrazó y se negó a aceptarlo.
Era el dinero de su madre, y entendía por qué lo había hecho. La familia era lo
primero y las facturas y los problemas debían quedar a un lado en estas fechas.
La abuela no se quedó con eso y, con el
dinero, fue al supermercado y compró lo necesario para que aquellas navidades
pudieran ser más o menos normales, además de comprar algún detalle para su hija
y para su yerno en el día de Reyes, dejando a su hija con el dinero suficiente
para pagar las facturas que le agobiaban cada mes.
La pastorcilla, que era testigo de todo aquello,
no podía estarse quieta. Su felicidad era máxima en aquella casa, donde la paz
y el amor habían regresado al reconciliarse madre e hija.
Todas y cada una de las noches, la figurita
se iba al portal y, arrodillándose ante el niño, le daba las gracias por ser
espectador del amor de aquella casa. Sabía que el haz de luz fue quien le dio
vida, pero el niño Jesús se lo diría, de eso estaba segura.
La noche de Reyes, el haz de luz regresó para
convertirla nuevamente en figurita, pero ella no quería, deseaba conocer a los
Reyes Magos; los niños no habían parado de hablar de ellos durante aquellos
días y sentía su emoción. El haz de luz le concedió el deseo y esperaron.
Un ruido la alentó que ya estaban allí. Con
mucha emoción, se escondió detrás de otras figuritas para ver expectante el
momento en el que aparecieran sus majestades.
Unas sombras y unas voces envolvieron la oscuridad de la
casa y unos paquetes fueron dejados donde se encontraban los zapatos.
La pastorcilla apenas pudo ver nada, pero la
magia de esa noche y la emoción de los niños le inundaron, recordando para
siempre aquellas navidades en las que le dieron vida, amor y esperanza.
Moraleja: los problemas vienen y van, pero la
familia y el amor deben quedarse siempre entre nosotros.
Bonito relato, Yazmina. Un beso
ResponderEliminarMuy bonito, Yazmina. El final me gustó mucho
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