Desde que se
conocieron en la cárcel, se
volvieron muy amigos, inseparables. Mario, más conocido como el
"manco", había cumplido condena por narcotráfico; y el que se convirtió desde ese momento en su brazo
derecho, Jose Mª ", el doctor", por secuestro.
Debido a que le
faltaba el brazo izquierdo -de ahí su apodo- contrató al doctor para que le
cubriese las espaldas en todo momento. Sin embargo ahora que los dos eran
libres de nuevo, el manco integró a su fiel amigo en sus turbios negocios. Le
parecía asombroso los planes que aquel tipo era capaz de organizar: operaciones
que les hacían ganar una fortuna con cada desembarco de droga. Ahora sabía por qué
le llamaban "el doctor"; porque aquel tipo hilaba muy fino, como si
de un verdadero cirujano se tratara. Planeaba una operación, haciendo que toda
su mercancía llegara siempre a su destino, sin sufrir perdida alguna.
Estaba claro que el
manco era el capo de la mafia,
el jefazo; pero realmente quien movía todo desde la sombra, era aquel tipo
flaco y de nariz aguileña apodado, "el doctor". Valía su peso en oro,
y Mario lo sabía, por eso lo cuidaba como a un hermano caprichoso, dándole todo
tipo de regalos. Desde viajes en helicóptero,
hasta regalarle un coche; (por
cierto, un Ferrari). Luego se corrían unas juergas de aúpa: alcohol, cocaína y prostitutas a doquier; vivían cada noche que podían como si fuese la
última. Con la misma facilidad con la que ganaban el dinero, también lo
derrochaban en lujos y excesos. Pero como pasa con todo, todo tiene su fin.
Lo que menos
sospechaban ellos era que tenían las horas contadas; y todo porque hacía unos
días habían hecho una redada en
el bar que frecuentaban, y el
doctor, el ángel de la guarda del manco, -como ya le llamaban algunos- se
enteró por mediación de su jefe, claro está, de quién había dado el soplo para
que la madera les estuviese oliendo el culo. Como buen protector que era, a la
noche siguiente dos cuerpos aparecieron flotando en el río Lerez.
Cuando la policía los vio, supieron que eran los
que les habían soplado los movimientos del manco, y aunque no tuvieran pruebas
suficientes, sabían de sobra que Jose Mª, el doctor, era el brazo ejecutor de
ambos asesinatos.
El comisario Sancho,
de la comisaría de Villagarcía
de Arosa, organizó un operativo para proceder a la detención de los dos: del
jefe y de su asesino a sueldo particular, tratándose de semejantes elementos;
pero haría todo lo que estuviese en sus manos para que al menos no pudiesen
darse a la fuga, como ya habían
hecho en otras ocasiones.
Una de las patrullas
que vigilaba el puerto, envió aviso por radio de que habían localizado a los
hombres que buscaban, subiéndose en una lancha.
En cuanto vieron que el muelle comenzaba a llenarse de coches policiales,
arrancaron los cuatro motores de 500cv que destacaban en la popa y salieron del
muelle a toda pastilla. Sin embargo enseguida una potente embarcación de la
guardia civil se puso a su par. Al verlos el manco, algo le dijo a su fiel
escudero, porque éste se fue rápidamente al interior de la lancha; cuando salió
llevaba un paquete en las manos, lo abrió y tiró al fondo del mar su contenido, que no era otra cosa que una pistola y un cuchillo. Las armas con las que había matado a aquellos dos
chivatos, por encargo de su jefe.
Un agente de la
guardia civil comenzó a disparar a los grandes motores; al quinto tiro, la
lancha que perseguían quedó a la deriva. En 0,0 los estaban abordando. Su plan
de huida había fracasado, por los pelos, pero fracasaron.
El registro de sus
viviendas fue un éxito: kilos de cocaína y hachís, armas y un sin fin de
vehículos de lujo y joyas. No los tenían por asesinato de momento, pero sí por
narcotráfico y blanqueo de capitales; una incautación sustanciosa que los volvería a llevar a
"Trullodor", y por mucho tiempo. Volverían a pasar muchos años para
que disfrutasen de su libertad. Sabían que Mario conseguiría un móvil en el trullo y desde allí
seguiría haciendo operaciones millonarias. No obstante, también sabían que lo
peor que les podría pasar a dos tipos así era privarlos de su libertad. Harían
dinero, bastante menos, pero no se lo podrían gastar a su gusto, y eso para la
policía ya era un éxito: un par de parásitos menos a los que vigilar por las
calles. Aunque esta vez sería algo más que eso.
Un clan rival tenía
contactos en esa cárcel, y encima a un primo de uno de ellos. Se lo habían
cargado el manco y el doctor. No llevaban ni dos semanas de internamiento cuando
un día, a la hora de la comida, y tras una pelea intencionada, se acercaron dos
tipos a ellos por la espalda y, en un despiste de Jose Mª, les clavaron los
mangos de las cucharas en el cuello.
El único fallo que
había tenido en su empeño de cuidar de Mario, y de él mismo, les costó la vida
a ambos. Nada pudieron hacer por ellos (ni tampoco quisieron).
Quién juega con fuego, acaba quemándose. Bueno, Jose
ResponderEliminarSe nota que lo tuyo es la novela negra/policíaca, Jose. Me encanta tu evolución y sabes que te deseo lo mejor en tu carrera literatura porque te lo mereces
ResponderEliminarOlé! Enhorabuena, José!
ResponderEliminarVaya José, que buena la historia, felicidades! Sigue así, eres un crack
ResponderEliminarMuy entretenido, siempre se me hacen cortos.
ResponderEliminarMuy bueno,te felicito
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