Domingo 7 de julio del 2.020
Había estado toda la
semana pegado a internet, las noticias eran desalentadoras. En menos de cinco
días el mundo que conocía hasta ahora, se había volatilizado, todo era caos y
desconcierto. Y desde el viernes por la noche la red y todos los canales de
televisión habían caído; ninguno daba señal, solo se podía leer en la pantalla
del televisor: ¡NO SIGNAL!
Solo sabía algo de lo
que pasaba gracias a una radio local que seguía emitiendo. Aconsejaban a los
supervivientes mantenerse encerrados en sus casas, hasta que fuesen rescatados
por algún cuerpo de seguridad; hasta que eso pasase, que no abandonase nadie su
vivienda, y que la mantuviesen cerrada a cal y canto, reforzando puertas y
ventanas.
Bajó hasta la cocina
y preparó la última taza de café con la que contaba; estaba agotando todas las
existencias, apenas le quedaba nada para llevarse a la boca y desde hacía ya
unos días estaba sin tabaco ni alcohol. Se había bebido hasta la última gota, y
eso que apenas solía beber antes de que todo aquello sucediese.
Sin embargo lo tenía
decidido: para ese día tenía preparado hacer una inspección por el pueblo,
pillaría lo que pudiese y volvería a casa. Sabía que el riesgo era enorme, pero
no le quedaba otra; además estaba hasta las pelotas de estar allí encerrado
como un perro.
Terminó el café y se
puso manos a la obra. Tenía que empezar a poner su plan en marcha.
Aunque hacía un calor
espantoso, Blas se puso por encima toda la ropa que pudo: cuatro jerséis, tres
pantalones y varios pares de calcetines como protección, lo último que quería era
convertirse en uno de esos zombis que empezaban a dominar el mundo, o que ya lo
dominaban. Con su 1,80 de estatura, su cuerpo atlético de espaldas anchas, su
melena, su barba y toda esa ropa encima, parecía un Oso. Cogió la pistola que
usaba en su trabajo como guardia de seguridad, su cuchillo de caza y salió al
patio de la casa para abrir el portal de entrada y salir al exterior. Al no ver
a nadie guardo su pistola y se desenfundó su enorme cuchillo; si se encontraba
algún muerto viviente era mejor clavar el cuchillo en su cráneo para no hacer
ruido y llamar la atención de otros que pudiesen estar por la zona. Si se
encontraba a varios, ya tendría tiempo de cambiar de arma.
Anduvo calle abajo
sin toparse con nadie, pero ni zombis ni no zombis; todo el pueblo estaba
desierto. Se detuvo a intentar pensar en un lugar en el que pudiese conseguir
de todo en la misma tienda, para no exponerse mucho a ser visto; ¡Y bingo! la
luz se hizo, iría a un 24 horas que hacía poco había abierto en las afueras del
pueblo. Ahí tendría comida, bebida de todo tipo, tabaco y un montón de mierdas
que solían vender en ese tipo de locales. Sin soltar su cuchillo, fue andando
de un lado a otro del pueblo; todas las viviendas y locales de negocios estaban
cerrados o completamente destrozados y desvalijados. Un sudor frío comenzó a
recorrer todo su cuerpo, pensando en lo que encontraría (si todavía quedaba
algo). Fue escondiéndose durante todo el camino. Al llegar al 24 horas pudo
comprobar, aliviado, que al menos allí no habían robado nada: estaba cerrado
como un bunker. Solo le quedaba una forma de entrar, aunque eso significase
hacer el ruido que no quería.
Quitó su pistola,
apuntó a la cerradura de la reja metálica y de un disparo la hizo volar por los
aíres; la levantó rompió el cristal de la puerta y se introdujo en su interior,
volviendo a bajar la enorme reja tras de sí. Muy sigiloso anduvo buscando una
linterna, que encontró en una de las estanterías situadas al fondo del local.
Luego se hizo con un par de mochilas y comenzó a llenarlas con todo tipo de
alimentos y bebidas; incluso metió unas cuantas revistas y libros. Al finalizar
su tarea, pues mucho más no podía cargar, se sentó en el mostrador a beberse
una cola y a fumarse un cigarrillo, que le sabían a gloria. Por un momento
pensó en quedarse allí, no tenía necesidad de cargar con todo aquello hasta su
casa. Sin embargo, se acordó de que había encerrado en la despensa (para que no
le pasase nada), a su fiel amiga, a su perrita "Manchitas". Y ni de
coña la abandonaría, y menos de esa manera; además era la única especie con
vida que tenía a su lado.
Cogió las mochilas y
salió de allí lo más rápido que pudo; iba demasiado cargado. A medio camino no
podía respirar. Entre los nervios y el peso, comenzó a faltarle el aíre, como
si alguien le estuviese pisando el pecho. Descansó unos minutos y volvió a
reanudar su marcha; eso sí, mucho más despacio.
Al llegar a su casa
vio el portal abierto; por un momento pensó que se había olvidado de cerrarlo
cuando fue, pero enseguida se dio cuenta de que no era así. Dejó las mochilas
en el suelo y desenfundó su arma; con mucho cuidado cruzó al interior. Y allí
estaban, eran tres dando vueltas y aporreando la puerta de la casa. En cuanto
lo vieron se fueron directos a por él. Al primero le pegó un tiro en la cabeza,
cayendo fulminado al instante; el segundo corrió la misma suerte. En cuanto le
quiso disparar al último, éste se abalanzó sobre él. Mientras le mordía el
brazo derecho, cogió el arma con la otra mano y le voló los sesos. Gracias a
los jerseys, los dientes de aquella cosa no habían llegado a su brazo.
Reconoció los alrededores, por si aún quedaba alguno merodeando cerca. No había
ninguno más.
Echó mano a las
mochilas y entró en la casa, volviendo a cerrar todo a cal y canto. La próxima
vez se llevaría a Manchitas, así no se morirían allí solos por falta de comida.
Tenía que buscar a más supervivientes.
Llenó la nevera y se
fue a por su perrita. Cuando llegó a donde la había dejado y vio la puerta
abierta, se exaltó y se volvió loco buscándola por todos lados; sin embargo no
aparecía por ningún sitio. De repente la sintió gruñir bajo la cama, y se
agachó todo confiado para cogerla; era impensable que hubiese salido ella de la
casa. Echó la mano para cogerla, y sintió cómo sus colmillos se hundían cerca
de su pulgar.
Rápidamente reculó
hacía atrás, pero Manchitas salió hecha una fiera, atacándolo y mordiéndolo por
todas partes; estaba infectada por ese puto virus. Acabó pegándole dos tiros.
Él se sentó apoyándose contra la pared, aunque ya notaba los primeros sudores. Estaba
infectado. Le echó valor y sin pensarlo dos veces, se puso el cañón de la
pistola en la boca y… apretó el gatillo.
Muy bueno. Es una historia terrorífica. Enhorabuena Jose.
ResponderEliminarYa están aquí...Muy bien, José.
ResponderEliminarMuchas gracias😉😉😉
ResponderEliminarJolin Jose, qué fuerte. Eso es valor y valentía, generosidad y solidaridad. Felicidades
ResponderEliminarJolines José, vaya historia, muy buena e intensa. Bravo
ResponderEliminarMe asombra lo bien que escribes este tipo de relatos... A mí me daría miedo hasta escribirlos. Felicidades, compañero
ResponderEliminarMe ha encantado!! Un desarrollo genial
ResponderEliminar