sábado, 3 de marzo de 2018

Mini relatos honoríficos 14: Una fecha inolvidable (Desirée Peris Pérez)



¡¡Ya estamos de vuelta!! Los Mini relatos honoríficos se han tomado un tiempo de descanso, pero volvemos con uno más para la colección. Esta vez tengo el placer de contar con Desirée Peris Pérez, amiga de Twitter y gran compañera. Nos regala un relato sobrecogedor y muy mental, como tanto me gustan. No puedo adelantar nada porque destriparía la gracia de la historia, pero tiene ese toque escalofriante que amo tanto.
Sigo en busca de más Mini relatos honoríficos, y los tendremos (tranquilos). Necesito regresar y ponerme en marcha para contactar con gente, que está siendo una época de mucho ajetreo.
Desde aquí le doy las gracias a Desirée (gracias, amiga. Un abrazo).
Espero que os guste y que lo disfrutéis.
Nos leemos pronto.
PD: El nuevo Cibertaller empieza este lunes, así que pronto leeréis más ejercicios.
¡Feliz semana!


Amo tanto a Sonia, tanto, que… La primera vez que la vi, supe que sería mía. Yo era un chico solitario y no me gustaba hacer amigos. Cuando conocí a Sonia, mi vida cambió. Todo lo que tenía, todo lo que anhelaba, comenzó a formar parte de ella. Ella me enseñó el amor, que la esperanza existe y me enamoré. No quiero que esto que tenemos entre los dos desaparezca. Quiero plasmar este instante, esta vida junto a Sonia. Sería capaz de… Me tiene loco, loco de amor. Y no voy a perderla, ahora no. Quiero recordarla siempre.

Después de un largo viaje, Sonia y Pablo entraron en el distrito de Lompen. Atrás quedaba la ciudad, los amigos, la familia y el murmullo de la gente. Pablo, ¿a dónde me llevas? No seas impaciente, Sonia, ya queda poco. Continuaron por el sendero de la izquierda hasta que el camino rodeado de árboles llegó a su fin. Bajaron del coche, cogieron las maletas y se adentraron en el bosque.

Vamos Sonia, te encantará. Tenemos que llegar antes que anochezca. Continuaron caminando entre abedules y castaños. Tal y como la recordaba —dijo Pablo—. ¡Bienvenida a mi cabaña!, ¿a qué es increíble?

Sonia siguió los pasos de Pablo hacía la entrada de la cabaña y le preguntó:

— ¿Es tuya?

—Ahora sí, Sonia. Aquí pase mi infancia.

—¿Cómo?

—Desde que murió mi madre no había vuelto.

—Lo siento. Pero...

—Lo sé, debería habértelo contado. Pero aquí estamos, celebrando un año, y será un fin de semana inolvidable. Te lo prometo.

Pablo abrió la puerta. Tu primero Sonia, adelante. Arrastraron sus maletas hasta el interior de la cabaña y Pablo cerró con llave. ¿Qué te parece, Sonia? Ella miró a su alrededor. Los muebles estaban tapados por sábanas blancas y el polvo se acumulaba por los rincones. Los dos siguieron arrastrando las maletas hasta la habitación. Espera, Sonia. Y él, se acercó a la ventana y la abrió. Fue retirando los plásticos opacos que cubrían la cama y los muebles.

Los dobló con cuidado y los guardó en un cajón de la cómoda. Ya está, Sonia. Si quieres ve deshaciendo las maletas y poniéndote cómoda. Mientras iré al salón a poner un poco de orden. Vale, contestó Sonia.

Pablo salió de la habitación y se dirigió al salón. ¿Cómo puede acumularse tanto polvo? No hace tanto desde la última vez, ¿o sí? Comenzó a retirar las sábanas. ¡Ay, madre! Tu sillón, ¿te acuerdas? El año pasado quité aquella mancha horrible, pero ahora está como nuevo. Y siguió retirando sábanas. Sonia te gustaría, me recuerda a ti. Tiene un carácter fuerte e impulsivo, pero es tan ingenua y delicada a la vez, que me vuelve loco.

Entonces Sonia apareció y preguntó:

—¿Con quién hablas?, Pablo.

—Este sitio me trae tantos recuerdos… —contestó él—. ¿Te has puesto un picardías?

—¿Dónde está la escoba?

—En el armario de la alacena. Está justo allí. Y señaló con la mano.

—Me encantan las cocinas-office. Se acercó, abrió la alacena, cogió la escoba y empezó a barrer la estancia.

—No esperaba que estuviera así. Lo siento.

—No pasa nada.

Pablo cogió las sábanas, se acercó hasta la cocina y las metió en la lavadora. Después de poner el detergente y ponerla en marcha, abrió las ventanas. Sonia le miró y le dijo:

—Yo no sé, ni encender el horno y tú…

—Bueno, Sonia. Tuve que aprender para ayudar a mi madre.

—Perdona, pero… ¿Estaba enferma?

—No, qué va. Solo era un poco delicada, como tú. Y Sonia sonrió.

—Déjala, por favor. Se acercó a Sonia, le quitó la escoba y la apoyó en la pared.

—Pero…

—Tus manos son tan suaves. Y las acarició. La miró a los ojos y la rodeó con sus brazos. Será una fecha inolvidable. Vamos, siéntate.

Sonia se acercó a la mesa y se sentó en una silla. Pablo preparó dos copas de vino y las llevó a la mesa. Toma, Sonia. Disfrutemos de la noche. Y se sentó frente a ella. ¿Qué miras?, preguntó ella. ¿Te gusta lo que ves?, ¿lo compré para ti? Pablo dijo, quisiera captar este instante. Qué cosas dices, Pablo. Continuó él, si pudieras captarlo y guardarlo para siempre. Este frágil y delicado cuerpo que todavía no sucumbió al pecado carnal. ¿Lo harías? No te entiendo, Pablo. Es lo que querías, ¿no? Bueno, los dos. Y él, bebe, anda. Y ella pegó un sorbo. Y él, y si… no cambiara nada. Y si… siguiéramos como hasta ahora. Y Sonia se levantó. ¿Me lo dices en serio, Pablo? Me trajiste aquí para nada. ¿Ya no te gustó?, ¿es eso? Y Pablo, me gustas mucho. Por eso quiero recordarte así. ¿Pero de que estás hablando, Pablo?, ¿estás loco? Creo que fue una mala idea venir... Ella empezó a marearse. Y Pablo, siéntate, tranquila. Y

ella, ¿qué has hecho? Continuó él, creía que lo entenderías. Que serías capaz de entender lo que hay entre nosotros. Que serías la primera y la última, pero… ¿Sabes qué? Mi madre me decía: ten cuidado, hijo. Las mujeres solo quieren una cosa de tí y cuando lo consigan, te dejarán. Y ella, por favor, Pablo. No me encuentro bien, quiero irme. Los ojos de Sonia se cerraban lentamente. Y él, lo sé cariño. Todo acabará pronto. Ella intentó levantarse, cayó sobre él y dijo, por favor, por favor. Y él, tranquila, no pasa nada. Cuidado, te puedes hacer daño. Recolocó a Sonia en la silla y le dijo, estate quieta, ¿quieres? Déjame disfrutar de este momento.

Pablo observó a Sonia detenidamente hasta que sus parpados se cerraron por completo. Acarició el rostro de Sonia, se levantó y dijo:

—Ya está, tranquila. Todo acabó. ¡Madre!, madre. Ya puedes venir.

—Si hijo, estoy aquí —contestó la madre—. ¿Qué has hecho?

—Nada mamá. Sonia…

—Te avisé, te dije que pasaría.

—¿Por qué, madre? Creía que era diferente.

—Ay, mi pequeño. Todas son iguales. Lleva el camisón del pecado, ¿lo ves?

—Sí, pero…

—Mírala, te dije.

Pablo se acercó al rostro de Sonia y dijo:

—Está dormida.

—No hijo, está muerta.

—¡No!, no lo está.

—Se lo merecía, era igual que las demás. Mamá te avisó, ¿verdad?

—Sí

—Haz feliz a tu madre, ¡mírala!

Pablo miró a su alrededor, se acercó a Sonia e intentó encontrarle el pulso. Pero… Yo la quería. Tranquilo, no puede ser. Es una pesadilla. ¡Mamá!, está… Pablo, retiró el cabello de la frente de Sonia y le dio un beso. Ves lo que tuve que hacer, Sonia —dijo Pablo—. Ibas a ser una chica mala y tuve que hacerlo. Pero tranquila, mamá lo arreglará, ¿verdad, mamá?

Pablo se fue a la habitación, abrió el armario, cogió un vestido blanco y volvió junto a Sonia. Este vestido te quedará genial. Creo que mi madre y tú usabais la misma talla. Espera, no podrás sola. Yo te ayudaré. Pablo levantó el cuerpo de Sonia y comenzó a desvestirlo. Espera, ahora vuelvo. No te muevas, ¿eh? Pablo fue hasta el baño y llenó una palancana de agua. Cogió un trapo, un estuche pequeño y volvió junto a Sonia. Mojó el trapo y lavó su cuerpo con delicadeza, sin dejar ningún hueco de vergüenza por explorar. La incorporó, llevo su cuerpo hasta el sillón y le puso el vestido con maestría. Eres una privilegiada. No creas que cualquiera puede estar sentada en el sillón de mi madre. Cogió el estuche, lo abrió, le pintó los párpados con un color: suave y cálido, le puso rímel y le pintó con brillo los labios. Tengo que hacer algo con ese pelo, pero… Buscó en el estuche. ¡Ah!, ya sé. Así estarás más guapa, preciosa. Claro que sí. Retiró su cabello hacia atrás y después de realizar varios giros de muñeca, lo sujeto con unos ganchos. Siempre le hacia este recogido a mi madre, le encantaba. Ahora sí, guapísima. Espera que te mire.

Pablo retrocedió unos pasos para admirar su obra. Creo, que falta algo. No sé, ¿tú que piensas mamá? Sé que sí, pero… ¿Qué puede ser? Claro, en que estaría pensando. Como podría olvidarlo. Quedará genial. Colocó un broche adornando el cabello de Sonia. ¿Lo ves?, ahora sí. Espera, tienes que verlo. Pablo acercó un espejo de mano, lo puso delante de la cara de Sonia y vio su reflejo en él. Guapísima —dijo Pablo—. Espera, no corras Sonia. Tu vestido está aplastado, déjame que lo arregle. Estiró el vestido y movió un poco los volantes de los bajos. Ahora sí, creo que mamá estará orgullosa de mí. Pablo recogió todo, colocó una silla enfrente de Sonia y se sentó. ¿Qué te parece? Esta vez me superé. ¿Verdad mamá? Esta preciosa. Eh…, mamá. Sí, es verdad. Lo sé, pero tienes que reconocerlo. Se parece tanto a ti. Y Pablo, continuó hablando con el susurro de su locura.