domingo, 29 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: Noche de muertos (Dolors López/ Grupo A)



No existe cosa que más me enoje que interrumpan mi trabajo. Suelo aprovechar las últimas horas del día, cuando el ocaso advierte su presencia para escribir. El aire fresco que se cuela por el gran ventanal de mi habitación me despierta todos los instintos adormecidos durante la letanía del día. Ya sea verano o invierno, el fresco de la noche renueva mis sentidos para empezar con más ímpetu el enfrentarme con una hoja en blanco. La niebla espesa y húmeda de este otoño que castiga mis huesos avejentados delata cierto misterio y tristeza a mi hogar. Vivo entre árboles, en medio del bosque, en una vieja casa qué, por esas cosas del destino, encontré en el peor momento de mi vida. Describirla en una palabra sólo tiene un calificativo: fantasmagórica, quizás me atrajo la decrepitud de su fisonomía, ventanas roídas por el tiempo, puertas desgastadas por el viento y la lluvia, la madera de sus paredes dentelladas por el olvido. La penumbra que proyecta sobre las hojas caducas de este otoño huraño y sombrío se desdibuja en espectros que huyen por el bosque temerosos de ser aprehendidos. Igual que mi alma huidiza y gris, ajada y contaminada por la desolación. En este contexto de podredumbre anímica, entre tristeza y silencios escribo cada día, desde que decidí que esta casa formase parte de mí. Su jardín abandonado contempla un pequeño estanque de cuyo puzle de azulejos minúsculos no encajan entre sí. La joya de la corona es un obelisco culminado en una cruz de piedra gris y mortecina, cuyos brazos es el consuelo de los cuervos.

Llaman a la puerta, es extraño nadie se acerca por estas lindes, diez kilómetros me separan de la casa más próxima y cinco más del pueblo más cercano. La soledad en la que se esconde la casa es la que necesito yo, para decidir que quiero de mi vida. Mientras bajo la escalera desdentada en algunas de sus partes, para saber quién llama, el murmullo de las tuberías se hace notar con un gorjeo de ruidos indefinidos. Tras el cristal opaco de la puerta de entrada se distingue la figura de alguien con capa y sombrero de ala ancha, eso me desconcierta. —No espero a nadie, nadie sabe que estoy aquí, —me digo en voz alta— mientras me reflejo en el espejo empañado por una neblina de polvo acumulado por el tiempo. Cuánto más me acerco a la puerta mi asombro y mis miedos afloran. No lo puedo creer, un hombre vestido del siglo XVII con un florín engarzado a su cintura me saluda.

—Buenas noches, linda dama, —me replica—, soy Don Juan, el Tenorio

—¿Es una broma?, ¡ahh, noche de difuntos!, —contesto.

—Se equivoca, mi señora, soy quien digo ser. Venía a ofrecerle la bienvenida a nuestro encantado bosque.

—No puede ser, usted nada más es un personaje de obra de teatro, en concreto de José de Zorrilla.

—Piense lo que desee, mas la verdad es una y es la que está en la puerta. Si precisa cualquier menester solo tiene que invocar mi nombre y espada en mano la ayudaré. Buenas noches de ánimas perdidas.

Me quedo sin más, con la palabra en la boca mientras se confunde en la espesura del bosque. Mis manos tiemblan y mis piernas titubean para alejarse de la puerta. Intento calmar mis nervios, hostigando a la mente que argumente lo que acabo de vivir. Cinco minutos después una vez normalizada la respiración acelerada por la visita, intento apartar de mi cabeza los momentos previos y vuelvo a mi despacho. Procuro retomar el texto que escribo allá donde lo dejé, pero las imágenes del caballero se repiten machaconamente. Un timbrazo ensordecedor me retrotrae a la realidad, es el teléfono que repica incesante ser escuchado. Una voz en off recita:

«Hay cementerios solos,

tumbas llenas de huesos sin sonido,

el corazón pasando un túnel

oscuro, oscuro, oscuro,

como un naufragio hacia adentro nos morimos,

como ahogarnos en el corazón,

como irnos cayendo desde la piel del alma ».

Reconozco los versos son de Neruda de su poema Sólo la muerte. Asustada pregunto quién es, pues a nadie le he dado este número. —¿Quién es?, responda por favor, —contesto con la voz ahogada en un grito.

—¿No me recuerdas?, te creía más inteligente, —responde la voz en off con sorna.

—¿Qué quiere? ¿Quién es?

—«Hay cadáveres,/hay pies de pegajosa losa fría,/hay la muerte en los huesos,/como un sonido puro,/como un ladrido de perro,/saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,/creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia ». —replica, colgando el teléfono.

No me puedo creer lo que me está sucediendo. No es posible, han vuelto las alucinaciones, será eso lo que me está pasando. No encuentro explicación alguna, la medicación me la estoy tomando. Quizás sea un sueño, me pellizco para comprobarlo. No es un sueño, de eso estoy segura. Un baño me relajará y podré poner cordura a tanta locura. Quizás…

Mientras me desnudo, el grifo de la bañera chirría quejándose de su antigüedad, es de los años 20 igual que la casa, enmarcada en una postal de misterio. Así soy yo misteriosa y una incógnita. Los sueños me persiguen desde que era una niña y una noche como está sucedió lo peor que pude vivir. La bañera se cubre de agua y espuma, es del gel con aroma a vainilla. Curiosamente mientras entro en ella, la vainilla huele diferente, cierto olor a petróleo se concentra en el aire, queroseno quemado. No, no es eso, es la muerte cuando se incinera en un horno de inducción. Ese hedor, me recuerda cuando frente a la incineradora crepitaban los huesos de Peter. Tenía doce años y Peter, mi amigo, trece. Junto a mí el resto de amigos que formábamos aquel grupo: Tina, Paul y Lily. Intento abrir los ojos para no recordar el momento, pero delante de mí el espectro de Hemingway, con un agujero en la sien, sonrisa entrañable y su barba nívea perenne al tiempo. No me lo puedo creer, me estoy volviendo loca de verdad.

El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar, —dice con un tono agrio y espiritoso.

—¿Y me lo dices tú, un alcohólico suicida?, —le contesto con toda la rabia acumulada en el cuello de mis venas.

—Redime tu culpa, —y desaparece ante mis ojos.

No puedo más, esto es una pesadilla, en mi mente aquella noche de muertos veinte años atrás cuando decidimos todos los amigos, pasar la noche disfrazados de vampiros y zombis en el cementerio del pueblo. Habíamos decidido pasar una noche de aventuras encubierta en la nocturnidad y el misterio que ofrecían las tumbas, con esculturas de piedra y mármol. Ángeles petrificados en un rictus de compasión y plañideras cinceladas a golpe de escarpa por lágrimas jamás sentidas. Y en la frialdad de nichos de pobres samaritanos aletargados en un agujero sin salida.

Nos reunimos ante la reja que custodiaba la entrada del cementerio, Peter, Tina, Lily, Paul y yo. Cada uno íbamos disfrazado de nuestro personaje de libro de terror. Peter era un Drácula de Bram Stocker pueril y tiznado de sangre; sus colmillos eran una caricatura disfrazada de miedo. Tina era la niña del Exorcista, su cara era un fiel reflejo de la maldad con sus mechas de rubio tornasolado con hebras de grises, su boca pura espuma desdibujada por maquillaje blanco. Lily y Paul optaron por lo fácil, rasgarse las vestiduras de zombis, la palidez de sus caras se confundían con el plomizo de la niebla y su caminar ralentizado por el frío del otoño. Yo me decidí por Berenice, la bella del cuento de Allan Poe, vestida con un camisón de batista grisáceo como las nubes del cielo que nos cubrían. Alargué mis dientes con unos postizos de plástico y la palidez de la cara era de origen ante el miedo que atenazaba mis huesos y, reconvertía mi cuerpo en estado epiléptico. Vacié mis pupilas con lentillas de quita y pon; ensombrecí mi melena con mechones de tinte ennegrecido con carbón de chimenea. Mi delgadez acompañaba al personaje.

Ensueño ese momento cuando los cincos con el miedo agarrado a nuestras manos, avanzábamos entre las tumbas hasta aquella que nos esperaba, abierta y profunda, horadada en la tierra y envuelta de ortigas pendencieras. Una vez ante ella, invocamos al diablo y sin saber cómo ni porqué, Drácula, Peter cayó en el foso. Asustados intentamos sacarle, pero la profundidad, la oscuridad y el miedo eclipsaron nuestro entendimiento, dejándonos catatónicos ante la situación.

Un temblor de tierra acompañó el momento en el que se precipitó el terreno enterrando a Peter. Huimos despavoridos, y refugiados cada uno en nuestras casas, despertamos al día siguiente con la noticia de la desaparición de Peter. Un pacto de silencio se estableció entre nosotros. Tres días después apareció, Drácula descompuesto por los gusanos y roído por las ratas.

Una imagen se me clavó en mi retina, Peter ardiendo en el infierno.

Con los años, cada uno de nosotros hemos pagado nuestra culpa de silenciar lo que nuestros ojos vivieron. Tina murió en manos de un novio maltratador. Paul, en una reyerta de bandas callejeras; Lily encontró su final por el exceso de velocidad en una carretera rural. Y yo tiento una y otra vez la muerte, sin todavía obtener resultado. Aquella noche de muertos la maldición del cementerio inició su peregrinación por nuestras vidas, para ser cumplida de principio a fin.

El agua de la bañera se ha enfriado mientras medito todo ello; las sombras de los muertos danzan alrededor de este aljibe con patas de león doradas. Don Juan se acerca a mis labios con un beso gélido. Hemingway se ríe de la flacidez de mi cuerpo mientras me apunta con una pistola imaginaria disparando a mi cabeza. Drácula muerde mi cuello hincando su frenesí en gotas de sangre mientras, balbucea: «Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas»

Sin más, mi corazón se acompasa al silencio mientras un vómito de sangre exuda de mi boca, es la víbora de la culpa, encerrada en mi estómago que lucha por salir y envenenar mi alma. Mis dientes se dispersan por el suelo pétreo del baño. Los cóncavos de mis ojos se vacían de miradas y recuerdos. Con lentitud alargo mi mano al cuello, donde los incisivos de Drácula ahondan la muerte y acepto su proposición de aliviar mis penas en un sepulcro.

Por fin, la tentación se hace realidad y mi noche de muertos se abstrae a ella. Cuando al alba, entre el agua ensangrentada mi cuerpo yace inerte catapultada al olvido.

sábado, 28 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: Terror en la fiesta (Sandra Carmona/ Grupo C)




-¿Ya estás o no? ¡Voy a salir de casa y allí no conozco a nadie!


-Vooooy, ven a mi casa. Diez minutos y estoy.


-¡Perfecto! Hasta ahora.


Sofía colgó el teléfono con un resoplido.


Vero siempre hace igual, me hace esperar siempre.


Miré por la ventana y…genial, justo ahora se pone a llover.


Hacía una hora que estaba lista, como la gente mayor que va al médico una hora antes ( mínimo), pues yo igual, los nervios de saber que estaría allí Pedro me corroían por dentro.


Salí de casa agradeciéndome a mí misma por haberme puesto el abrigo grueso, hace un frío que pela y para postre, llueve.


Iba preciosa, está mal que yo lo diga, pero es así. He decidido vestirme de vampiresa. Sobria pero sexi. Un vestido negro, ceñido y largo. El pelo largo, rizado y moreno. Labios rojos y abundante sombra de ojos negra y para rematar el look unos zapatos negros de charol con tacón de aguja (aunque en ese momento echaba de menos unas buenas botas de agua).


Nada puede salirme mal esta noche, me dije a mi misma.


Ya tenía un pie dentro de mi Ford Focus cuando de pronto pasó una furgoneta (a una velocidad muy superior a la que debería en un barrio residencial) empapando mi bonito abrigo negro y parte de mi pelo.


Me senté enfurruñada en el coche.


Durante 5 minutos fui conduciendo cantando a grito a Amy Winehouse, a ver si me cambia el humor.


-¡Sofía!!!


Ahí estaba Vero haciendo aspavientos y esquivando los charcos. La verdad es que está muy cómica. La imagen me hizo reír.


-¿De qué te ríes? Así vestida, con el pelo mojado y riéndote sola, das bastante yuyu.


Vero ha decidido disfrazarse de Dra asesina, está preciosa, aunque se pusiese una bolsa de basura, estaría guapa.


-Para, ¡para aquí! Dijo señalando a una casa.


-¿Seguro que es aquí??


-Que sí. Y seguro que ya está también tu Pedrito.


No sé por qué me dijo eso ultimo con cierto retintín. Creía que no conseguiría nada con él ¿Me veía tan insegura con los chicos como cuando tenía quince años?


Nos acercamos cada vez con paso más lento hacia la puerta. Seguía sin verse ninguna luz, ni oíamos ningún ruido.


-Sofía, ahora dudo yo. Te juro que me dieron esta dirección.


-¿Quieres llamar ya a la puerta? Así salimos de dudas.


Después de esperar tres larguísimos minutos escuchamos unos pasos.


-¡Hola!-Era Rubén, el novio de Vero.-¡ Sí que habéis tardado! Y a ti- dirigiéndose a mí- ¿qué te ha pasado?


-Percances de la noche de Halloween, ¡terrorífico!


-Anda, pasad, que os esperábamos, sobre todo yo. Lo decía mientras le agarraba bien el culo a Vero-. ¡Estás preciosa!


Llegamos a la cocina, y había bastante gente, pero hablaban casi en susurros.


Que fiesta más aburrida. Le dije a Vero.


Habían preparado algo para picar, montones de cerveza, pizzas y refrescos. Preferí seguir paseando y chafardeando la casa (y si así me encontraba a Pedro, mejor que mejor). Salí de la cocina y casi me di de bruces con una pareja un poco extraña, un Bitelchus y una momia. Supuse que llevaban rato en la fiesta, ya que sus voces transmitían un cierto toque de alcohol. Para sortearlos, decidí subir las escaleras. La primera puerta estaba cerrada, supuse que era el lavabo y estaría ocupado. La segunda puerta…


-¡Bien! Abierta.


Encendí la luz. Me quedé maravillada. Una biblioteca enorme, con un piano en el centro, y enormes cristaleras en vez de simples ventanas. Me acerqué a las estanterías de madera de caoba…Stephen King, Bram Stoker, Anne Rice….Luego veía autores que no me sonaban: Clark Ashton Smith, William Hope.


-Perdona, pero ¿qué haces aquí??


¡Aagghhh! Me giré sobresaltada a quien me dirigía esas secas palabras. Sólo vi a un Drácula con una espalda ancha y un cuerpo bien moldeado, pero con una máscara que no dejaba oír bien su timbre de voz. Y una colonia inconfundible.


Yooo…lo siento (Sentía que me quemaban las mejillas), me aparté un poco en busca de…


¿De mí?-dijo quitándose la careta. Estás ES PEC TA CU LAR.


¡Pedro! ¡¡Qué susto me has dado!! Aquí es todo tan silencioso, la luz tan tenue que cuando has aparecido casi me da un infarto. Gracias por el cumplido.


De nada, tenía ganas de encontrarme contigo a solas.


¿Síi??¿Y eso??


Porque siempre estás acompañada y quería decirte- cada vez se acercaba más a mi boca- que me gustas mucho.- Terminando la frase con una voz más ronca y dándome un beso que esperaba hace muuucho tiempo.


Me iba el corazón a mil por hora. Temía que me estallase.


 


-Calmaaa. ¿Por qué te has decidido a decírmelo ahora, Pedro?


- Quizá el alcohol ha hecho su efecto y me ha desinhibido un poco. ¿Te parece mal?


-No, no….me ha sorprendido…de buen grado


De pronto Rubén abrió la puerta, sudando, pálido y rodeado de hombres lobo, payasos diabólicos, momias…pero ¿y Vero? No estaba a su lado, y cuando están juntos son como lapas.


-Pedro….¡ahh! Perdón, no sabía que estabas ocupado…Buscaba a Vero…Creí que podía estar con Sofía.


-¿Y Vero?


- Hace media hora estaba con ella en la cocina, bebiendo, y nos disponíamos a subir a….bueno, que estaba con ella. Quería ir al lavabo y me quedé esperándola. Pasaron quince minutos y fui a buscarla al baño, pero estaba vacío. La busqué por toda la casa, y nada. Sólo hay una habitación que está cerrada, y necesito mirar si está allí, si está indispuesta o está con alguien.


-Pero es que yo no tengo la llave, es el despacho de mi padre.


-Ya, Pedro, pero necesito encontrarla -dijo Rubén marcando el teléfono de Verónica por milésima vez-. ¿Ves? No lo coge, y le da tono.


-¡Esperad! –dije, chillando-. Me está escribiendo un WhatsApp


De repente todos callaron. Pedro cogió mi sudada mano y se acercaron a mí.


-¿¿Pero qué escribe? -dijo Rubén


-No lo que entiendo….Dice: cem.Collserola


Me está dando mucho miedo esto. ¿Y si es una broma? En tres cuartos de hora no da tanto tiempo a nada, y menos ir a collserola. Vamos a buscarla por la casa, que seguramente está riéndose a nuestra costa. Halloween, cementerios…y broma, todo muy típico de Vero.


-¡Centrémonos todos! -gritó Pedro-. Vamos a repartirnos las estancias y busquémosla. Tú, Rubén sigue insistiendo a llamarla. Sofía, busca cocina, comedor y baño. Y diles a todos que se acabó la fiesta. Vosotros (señaló a la momia), id a ver al garaje.


¡Qué líder es Pedro!, pensaba Sofía mientras se limpiaba la lágrimas.


Cuando todos acabaron de hacer lo que tenían asignado (y sin resultados), iban dirigiéndose a la biblioteca.


Y Pedro ¿dónde ha ido? -preguntó Rubén.


No lo sé, ¿por el jardín? -pregunté. Lo voy a buscar.


Mientras bajaba la escalera, todo en silencio,  vi un vaso de coca-cola derramado en la cocina, ganchitos desparramados por el sofá….


-¿Dónde estás Vero? Tiene que ser una de tus bromas sin gracia, es imposible que en menos de dos horas haya cambiado todo tanto.


Abrí la puerta, y justo oí cerrarse una puerta de un coche.


-¡Pedro!¿Dónde estabas?


- ¿Habéis encontrado a Vero? He buscado en el jardín y nada.


Me abrazó y me dio un tierno beso en los labios.


-Tranquila, que aparecerá. ¿Quieres una chaqueta?


No me di cuenta que estaba temblando. En dos horas tenía que ir con mi mejor amiga a su casa. Nos quedábamos a dormir allí, ya que sus padres no eran tan estrictos cómo los míos. ¿Cómo voy a aparecer a allí sin su hija?


Me senté en el sofá, quedándome el culo naranja por los ganchitos que estaba aplastando.


 


-Pedro, llama a los demás, tenemos que hacer algo.


Cuando llegaron todos al comedor y, pensando en qué podían hacer, dieron todos un respingo del susto que les dio el timbre de la puerta.


Pedro se puso blanco, y abrió la puerta, provocando unos gritos de terror en unos niños.


-¡Truco o trato!


Les dio los dulces que tenían allí listos para esa noche, pero estaban intactos.


Tomad, chicos, todos para vosotros.


Cerró y se dirigió a su amigo


-¿Qué hacemos?


Que se quede uno aquí, por si viene Vero. Los demás vamos al cementerio.


La momia se levantó de golpe


Yo…me ofrezco voluntaria para quedarme. El cementerio me da mucho miedo, y más esta noche. No creo que sea más que una broma. Estábamos todos aquí, y si se hubiese marchado, habría dicho algo.


 


-A ver, vamos yendo para allí y vamos pensando.


 Se levantó dirigiéndose segura hacia la puerta .


 


Cogieron el coche de Rubén. La mitad de la extraña pareja detrás.


Al llegar al cementerio, escucharon la música del móvil detrás de la verja.


-¡Es su música! Tiene que estar aquí. ¿Cómo entramos? -Estaba preguntando mientras Pedro  saltaba la verja-. ¡Dinos algo!


Esperaron unos larguísimos quince minutos.


Al llamar al móvil de Pedro, tampoco contestaba, y oíamos el tono de Aerosmith de su iPhone.


Los tres que quedábamos no sabíamos qué hacer. Bitelchus, que aún no sabía cómo se llamaba, Rubén y yo. No parábamos de llamarlos y de escuchar su tono. Madre mía… ¿En qué se había convertido una noche de diversión, alcohol y nuestros ligues?? ¡Esto era una pesadilla!


-No puedo más. ¡Voy a entrar!


- Pero, Rubén, si entras y no sales…. ¿Por qué no sale? ¿Qué está pasando?


- Tranquila…


Esperamos cinco minutos y Rubén no salía. De golpe vi que Bitelchus se guardaba el móvil en el bolsillo. Se levantó, me miró y fue hacia su coche.


Yo aquí no me quedo, lo siento -gritó mientras encendía el coche.


 Me quedé de piedra.


-¿Qué hago sola allí? ¿Entro o me voy a mi casa?


Pensé en coger el coche de Rubén, pero las llaves las tenía él, y ella era mi mejor amiga. Jamás lo haría.


Me moría de miedo. Encendí la linterna de mi móvil mientras llamaba a Vero para oír su tono.


Me salía apagado. Probé con Rubén y el de Pedro. También.


Me armé de valor y decidí saltar la maldita verja. Me quité los zapatos de tacón e hice el primer intento. ¡Nada! ¿Por qué al verlo resulta más fácil que hacerlo?


Intenté otra vez, y ahora sí, lo logré, pero se me rompieron las medias al engancharse con la punta de la verja.


Oía ruidos por todas partes. Me imaginaba ojos que me observaban. ¡Malditos libros de terror!


Los ojos ya se me habían acostumbrado a la oscuridad, ya veía con más claridad. Aun así, avanzaba muy despacio. No sé ni hacia dónde voy, y si quisiera volver tampoco sabría.


Escuché pasos, aunque me obligaba a ignorarlos.


Son fruto de tu imaginación, me dije en voz alta.


Seguí escuchando pasos, esta vez más rápidos.


De pronto observé detrás de unos setos unos pies, alguien estirado. Comencé a temblar. Supuse que no era Verónica, ya que no llevaba tacones.


¡Rubén!


Corrí hacia su lado para tomarle el pulso, rezando que no estuviese muerto. Estaba vivo. Menos mal.


Comencé a pensar en la forma de llevarlo al coche. Comencé a tener taquicardia. De pronto sentí un dolor inmenso en la cabeza, y noté que me resbalaba algo por la cara. ¿Sangre? Y sueño, mucho sueño.


Abrí los ojos, me pesaban. La cara me tiraba. La sangre ya estaba seca.


¿Dónde estoy?


Es una habitación minúscula. Sin apenas luz. No podía levantarme ni chillar.


Me han maniatado y metido un trozo de ropa en la boca.


Ladeé un poco la cabeza.


¡No puede ser!


Vi unos zapatos de tacón y sangre detrás de un escritorio. Miraba las paredes. Todo eran fotografías de Verónica, sonriente, abrazando a Rubén; pero él, en todas las fotos salía tachado. Me noté un nudo en la garganta. Mis ojos no podían contener las lágrimas.


Se abrió la puerta, y vi una espalda ancha, un cuerpo bien moldeado y una colonia q me era familiar arrastrando a Rubén. Pedro se giró. Los ojos que me encandilaron, ahora daban miedo. Repetía en susurros: Si no es mía, no es de nadie.


Me desvanecí.


viernes, 27 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: Poemas en la noche (Leticia Meroño/ Grupo A)



La fiesta de Halloween estaba a punto de comenzar. Cada uno había elegido un disfraz y lo habían ido confeccionando en los días previos. Habían acudido todos juntos a diferentes tiendas para comprar las telas y accesorios necesarios; lo pasaban en grande cuando se reunían, cada acontecimiento lo convertían en algo divertido y pasional.. Lorelai se había disfrazado de Freddy Krueger; el jersey a rayas negras y rojas había sido fácil de conseguir, pero los detalles iban más allá, gracias a la experiencia en maquillaje de Isis la cara estaba totalmente lograda y parecía que Lorelai sufría de graves quemaduras. Lilith iba disfrazada de bruja, no era el que más le gustaba puesto que ella prefería transformarse en vampiro, pero Isis iba disfrazada de Drácula y el grupo pensaba que el más ideal y real para Lilith era el de bruja. Adam, el único chico del grupo, vestía de zombie; su papel preferido era el de matar zombies y no ser uno de ellos, pero había que ser un personaje de terror y entre todos decidieron que los zombies no podían faltar puesto que era uno de los que a todos les gustaba.

Contentos con representar a las figuras clásicas del terror, acudieron a la fiesta que se celebraba en un local de la ciudad. Al llegar allí observaron los diferentes disfraces de la gente, algunos se repetían bastante como era el de bruja y Drácula, pero existía una gran diferencia, Isis y Lilith parecían usar sus ropas habituales, el resto llevaba trajes puestos o hechos de cualquier manera. Sin duda, ellos vivían lo que hacían.

Los amigos pidieron unos cubatas y charlaron animadamente entre risas y bailes, el ritmo de Isis bajo la melodía de Depeche Mode hacia reír al resto e impregnar sus pies del ritmo.

Pasada la medianoche, las conversaciones, mezcladas con el alcohol, tomaron un aire más reflexivo. El significado de aquella noche, donde las almas podían volver a la tierra, se volvió el tema principal. Ellos habían vivido muchos acontecimientos, siempre dispuestos a abrir la mente a todo aquello que otros rechazaban; aunque como era su costumbre, cuando uno creía tener la certeza de confiar en la plena existencia de un más allá, otro ponía la razón y, con ella, motivos científicos que podrían explicar los hechos narrados. No obstante, con explicación o sin ella, todos eran conscientes de un sentimiento difícil de explicar.

Comenzó a sonar Sweet Dreams interpretada por Marilyn Manson, una canción capaz de transportarlos a otro mundo. Todos se callaron y se sintetizaron con la música y letra perdiendo conciencia de donde se encontraban.

 

Sweet dreams are made of these. (Los sueños dulces están hechos de esto)

Who am I to disagree? (¿Quién soy yo para discrepar?)

Travel the world and the seven seas. (Viajan por el mundo y los siete mares)

Everybody's looking for something. (Todos buscan algo)

 

 Cuando la música cesó, los amigos salieron del trance, la luz del local era más tenue, el tiempo parecía haberse detenido. Lilith miraba con fijeza e impertérrita hacia la barra, lo que hizo que el resto mirase en la misma dirección. Allí había un hombre sentado, vestido con un traje negro y les pareció que sostenía un vaso en las manos por la posición de los brazos, porque en realidad lo veían de espaldas. Su pelo negro dejado crecer hasta la aparición de unas pequeñas caracolas a nivel del cuello y su pose decaída le conferían un aire misterioso. Lilith lo observaba con un gesto serio y apenas sin pestañear. Sus amigos permanecieron en silencio dejándola sentir y esperando a que hablase. Los minutos pasaban y la situación no cambiaba, nadie se movía, nadie hablaba…, hasta que el aleteo de un pájaro los sobresaltó, excepto a Lilith que siguió sin inmutar su gesto. El pájaro se posó en el hombro de aquel hombre y este se giró para acariciarlo. Isis no pudo contener el sonido de asombro mientras que en Lorelai se atropellaban las palabras sin conseguir sacarlas de su garganta. Adam las miraba sin comprender, con esa cara de intriga que lo caracterizaba. Finalmente, Lilith habló:

—Las almas han llegado. ¿Podéis sentirlo?

Y es que no era casualidad, la elección de su disfraz de bruja era el más apropiado. Todos se calmaron y miraron de nuevo al hombre. Su bigote, sus ojeras, un rostro serio y decaído; inconfundible, no era un disfraz, era él.

—Podemos verlas —respondió Lorelai.

—Y sentirlas... —añadió Isis y se agachó para explicarle al oído a Adam lo que sucedía.

—Siento y, ahora, también veo —concluyó Adam.

Permanecieron en silencio, absorbiendo la paz que la instancia desprendía y mirando a su alrededor por si reconocían alguna otra alma. La música sonó de nuevo y las luces se incrementaron, el hombre se levantó y salió a la calle. Se miraron unos a otros y Adam posicionó su mano sobre el hombro de Lilith indicándole que avanzara. Dudosa emprendió sus pasos tras él.

—Menos mal que Alma no ha venido a la fiesta —comentó Lorelai mientras todos observaban salir a la bruja, el resto asintió al comentario.

Alma era algo miedosa y escéptica y siempre la mantenían al margen de todas sus alocadas aventuras, al fin y al cabo era la pequeña y preferían protegerla de algo que ni siquiera ellos entendían.

Isis, Lorelai y Adam se acercaron a la ventana para no perder de vista a Lilith.

Lilith permaneció en la calle, al lado de la puerta del local. El hombre se quedó en la acera de enfrente, bajo una farola, mirándola. La bruja pensó que quizá lo estaba intimidando y agachó la cabeza. Escuchó el aleteo del cuervo y sintió cómo se posaba sobre su hombro. Levantó la cabeza y vio al hombre sonreír. Permanecieron varios minutos mirándose hasta que el cuervo reanudó el vuelo en dirección a su dueño, se posó sobre su cabeza y comenzó a graznar. El hombre extendió su brazo con la palma de la mano hacia arriba, invitándola a acercarse. La chica se aproximó con lentitud y cuando estuvo lo suficientemente cerca cogió la mano que le había sido ofrecida. Sin mediar palabra comenzaron a caminar calle adelante.

Las farolas estaban cubiertas por la bruma de la noche lo que hacía que desprendiesen menos luz. El cielo estaba nublado ocultando la luminosidad de la luna. La noche era bastante oscura.

Lilith iba agarrada del brazo del caballero que caminaba mirando al frente. A pesar de lo extraño de la situación ella estaba bastante tranquila. No tardó en darse cuenta que los pasos los dirigían hacia el cementerio. Y fue cuando Lilith se atrevió a hablar:

¿Deseas volver?

El hombre la miró y se detuvo. Su rostro mostró la mayor de las tristezas y desvió la mirada al suelo.

—Te acompañaré donde desees, pero es el único día que puedes salir, quizá te gustaría dar un paseo por la ciudad.

—No me importa la ciudad, me gustaría escribir —contestó.

—Entonces el cementerio será un buen lugar.

Continuaron su caminar de una manera pausada, disfrutando de cada paso, respirando el ambiente frío y lúgubre que la noche les brindaba. Una vez en la puerta del cementerio interrumpieron la marcha. Lilith advirtió como las almas se movían dentro del cementerio, en una forma inconclusa, volando de un lado para otro, y cuando conseguían encontrar la salida su cuerpo iba tomando forma, mostrando quienes habían sido en la vida terrenal. El hombre aguardó a que Lilith disfrutara del espectáculo. Estaba tan ensimismada que no se percató de que el hombre la miraba, y que su rostro había cambiado, sus labios mostraban una ligera sonrisa pero, sin duda, lo más llamativo era la expresión de sus ojos que desprendían una luz hasta ahora oculta. Los ojos de Lilith también brillaban por lo que estaba visualizando y sintiendo, un espectáculo de luces que transmitía una paz y tranquilidad difícil de percibir en el día a día. Lo miró y se sonrojó al darse cuenta de que se había evadido y pensó en qué tipo de cara habría puesto ya que el hombre no paraba de sonreír.

¿Continuamos? —le preguntó a la muchacha.

—Sí, claro.

Se introdujeron en el majestuoso lugar y el caballero la guió hasta una tumba. Se sentaron sobre la lápida y Lilith sacó de su bolso una libreta y una pluma.

—Toma, ya puedes escribir.

¿Sabes? Creo que me gustaría que lo hicieras tú, me gustaría verte escribir.

Lilith asió la pluma con su mano derecha y abrió el cuaderno por una página en blanco. Aquel lugar era bastante propicio para poder acoger todas las palabras nacidas del corazón. Sin pausa, las letras surgieron:

 

Vendaval de sentimientos es tu hogar,

el que te aguarda en calma y silencio.

Las noches son frías en esta cama,

esperándote.

El sol no acude a mis días,

lobreguez.

Miro por la ventana con ilusión

queriendo escuchar tus pasos.

Mas mi corazón al fin comprende,

tú sólo volverás en la noche de muertos.

 

El hombre leyó con admiración las palabras de Lilith y por su mejilla resbaló una lágrima. Prendió la pluma de la mano de la chica, acariciándola. Escribió en una hoja, la arrancó y la guardó en el bolsillo de Lilith.

—Es un regalo.

¿Puedo leerlo?

—Léelo mañana. Yo memorizaré tu poema, para llevarlo siempre conmigo.

Lo leyó varias veces hasta que consiguió recitarlo sin cambiar ni una sola palabra.

Fuera del cementerio la esperaban el grupo de amigos que en la distancia la habían seguido. Sin Lilith a su lado ellos no eran capaces de ver, aunque Lorelai no tardó en percibir una ligera ráfaga de viento acariciando su mejilla. Cerró los ojos para recibir aquello que desconocía, algo que le produjo un escalofrío y le erizó la piel.

¿Habéis notado eso? —preguntó mientras se frotaba los brazos con las manos para paliar el frío.

—No sé a qué te refieres, pero ahora mismo mi mente está vacía, libre de toda angustia, libre de pensamiento, como si fuera un ave volando en la más absoluta libertad dejándome guiar por el viento —respondió Isis.

—No es solo eso... —no pudo continuar, las lágrimas ocuparon sus ojos encogiéndole la garganta y ahogando sus palabras. Adam la abrazó.

—Hay algo rodeándonos —añadió el muchacho.

—Son ellos —dijo Lorelai entre sollozos.

¿Quiénes? —preguntó Isis.

—Los nuestros… —pronunciaron Adam y Lorelai al unísono.

Los tres amigos se abrazaron y la brisa los rodeo, sus párpados se cerraron y se dejaron llevar por unos brazos que los acogió, sintiendo un amor que los unió y a la vez los sumió en la más profunda soledad.

Los primeros rayos de sol sacaron del trance a los chicos y se desprendieron del abrazo. Juntos entraron al camposanto en busca de Lilith. Recorrieron los pasillos angostos hasta llegar al sepulcro del escritor. Allí, sobre la lápida, descansaba su amiga. Se acercaron con sigilo hasta ella y la despertaron moviéndola suavemente mientras pronunciaban su nombre en un susurro.

Lilith abrió los ojos y sonrió a la vez que suspiraba.

¿Ha sido real? —mientras pronunciaba las palabras recordó el papel y comprobó que estaba en su bolsillo—. Sí, lo ha sido.

—Volvemos a casa, bruja —dijo Isis.

Drácula, Freddie Krugger, el zombie y la bruja caminaron hacia su hogar gastándose bromas unos a otros, divirtiéndose con lo sucedido y disfrutando de un momento que recordarían siempre. Por el camino se encontraron con alguna persona más disfrazada que volvía a casa después de la fiesta. El resto era silencio, todos dormían. Muchos habrían recibido la visita de algún ser querido durante la noche, aunque no se percatarían de ello. Y aquel día, de todos los Santos, serían los vivos los que realizarían la visita a los fallecidos, y ahora serían estos los que no se enterarían. Visitas cruzadas que tan solo se hacían tangibles para unos pocos, aquellos más sensibles que eran capaces de creer, mentes y corazones liberados de ideales que otros imponían, almas dispuestas a sentir sin ideas preconcebidas.

Al llegar a casa cada uno se introdujo en su habitación con el plan de ver películas de terror al día siguiente.

Lilith se quitó el traje de bruja, sacó del bolsillo el papel y se tumbó en la cama para leerlo.

En la hoja figuraba la última estrofa de uno de los poemas del gran escritor.

 

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.

Aún sigue posado, aún sigue posado

en el pálido busto de Palas.

en el dintel de la puerta de mi cuarto.

Y sus ojos tienen la apariencia

de los de un demonio que está soñando.

Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama

tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,

del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,

no podrá liberarse. ¡Nunca más!

 

Y debajo de los versos se leía: todo ha sido real. Una rúbrica lo acompañaba: Edgar Allan Poe

 

Lilith se quedó dormida en la placidez del mejor de los sueños, una experiencia tan mágica como real.

A las horas unos golpes en la ventana la despertaron, se levantó, recorrió la cortina y allí encontró un cuervo que con el pico golpeaba en el cristal. Cuando fue a abrir la ventana el pájaro emprendió el vuelo alejándose del lugar. La chica descansó de nuevo sobre la cama y en un breve espacio de tiempo el picoteo en el cristal regresó. Lilith observó al pájaro sentada desde la cama y pronunció "Nunca más".

Cuando todos se levantaron, cerca de las tres de la tarde, Adam preparó café y sirvió cuatro tazas que colocó en la mesa. Los amigos se sentaron alrededor de la mesa de la cocina, sujetando con ambas manos cada uno su taza, inmersos en sus pensamientos. El silencio era roto por pequeños sorbos que daban al café. La tez de sus caras mostraba cansancio y tristeza, la experiencia había sido bella pero ahora les invadía la soledad.

Se asearon y prepararon para ir a la floristería, y juntos regresaron al cementerio. Cada uno fue por una senda diferente. Lilith se acercó hasta las tumbas de sus familiares y después buscó la lápida de Edgar. Depositó sobre ella las flores que había comprado y le recitó el poema que había escrito la noche anterior.

 

Vendaval de sentimientos es tu hogar,

el que te aguarda en calma y silencio.

Las noches son frías en esta cama,

esperándote.

El sol no acude a mis días,

lobreguez.

Miro por la ventana con ilusión

queriendo escuchar tus pasos.

Mas mi corazón al fin comprende,

tú sólo volverás en la noche de muertos

 

Ella también lo había memorizado. Guardaría con cariño los versos que había creado aquella noche, la noche en que vivos y muertos habitaban el mismo lugar, la noche en que conoció a Edgar, la noche en que creó a su lado el mejor de sus poemas. Quería alargar el momento para no perder la sensación que aún la embargaba, pero sabía que tenía que irse, la estaban esperando.

Los amigos se reunieron en la puerta del cementerio.

¿Comemos por ahí? —propuso Lilith.

—Pues sí, ¿y dónde vamos? —preguntó Lorelai.

—Vamos a llamar a Alma para que venga a buscarnos y decidimos —dijo Isis.

—Perfecto —concluyó Adam.

Llamaron a Alma que enseguida se presentó con el coche a recogerles.

¿Qué tal fue la fiesta de disfraces?

—No sé si querrías saberlo... —habló Lilith.

—Con lo caguica que eres —rio Isis.

—Mejor no me contéis nada.

—Lo que está claro es que Lilith tiene para escribir otra novela —añadió Isis mientras Adam y Lorelai reían sin parar y Lilith permanecía, sin escucharles, sumida en sus pensamientos unos metros más atrás.

Cuando miraron hacia la muchacha para decirle que avanzara, la sorprendieron con la cabeza ligeramente hacia atrás mirando al cielo y con un pájaro negro sobre su hombro.