lunes, 16 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: Terroríficamente romántico (Yazmina Herrera/ Grupo A)



Guayarmina no conseguía entender como su editora la obligaba a ir a aquella fiesta de Halloween. Ella era una escritora de romántica a la que no le gustaban las fiestas que tuvieran de temática la noche de los muertos vivientes. Si no fuera porque estaba pendiente de que le publicara su última novela, no asistiría. Sin embargo, su lado responsable le indicaba que eso no era una opción.

Como si no fuera suficiente tener que ir a un lugar que no le apetecía, no había encontrado más que un disfraz de bruja sexy. Las estanterías en la tienda estaban casi vacías, los buenos habían volado rápidamente. Algo que le sorprendió, pues no creía que esa fiesta tuviera tantos adeptos. Lo peor de este asunto era que notaba que iba enseñándolo todo con aquel minúsculo vestido. Más que dar miedo parecía que iba a ligar a un bar de solteros, por ello no pudo parar de reírse cuando se vio en el espejo antes de salir de casa.

Aparcó en el primer hueco que vio libre, ya que la calle estaba arrebozar de coches, incluso mal estacionados. Ni perdió el tiempo en revisar el vehículo, ya que la zona estaba mal iluminada. Su intención era hacer acto de presencia y largarse como alma que lleva el diablo. Sería como un fantasma, la verían un segundo y al otro estaría de regreso a su casa con su pijama de Hello Kitty.

Al llegar a la dirección que le dio Ángela, su editora de Ediciones Besos de Papel, no tuvo dudas, no solo por la decoración que vomitaba Halloween por todos lados; sino por la gente entrando y saliendo disfrazada. La vivienda era una casa antigua de tres plantas muy cerca del cementerio de la ciudad. Con unos grandes ventanales que gritaban pertenecer a una familia importante de Las Palmas, sobre todo, por sus  cornisas sobresaliendo de forma elaborada. Aunque tuvo días de gloria en antaño, ahora mismo se encontraba algo abandonada, pues la pintura estaba desconchada en algunas zonas.

Si combinábamos la decoración con la imagen de la vivienda, tenía que reconocer que se veía la clásica casa encantada de las películas de terror, o al menos, la que se esperaba.

–¿Al final, viniste?

Aquella pregunta la asaltó por la espalda, era Ángela con su pareja que la miraban con una sonrisa.

–Creo que no me diste muchas opciones, te recuerdo.

–Quita esa cara que tengo a un montón de escritores que presentarte.

En vez de alegrarle la noche, ese comentario hizo el efecto contrario, aplacó sus pocas ganas de participar de aquella fiesta. Sintió pereza de compartir espacio con otros escritores. Si al menos su novio la hubiera acompañado, pero no fue así, le tocó trabajar y nadie le cambió el turno en el hotel.

–Me encanta tu disfraz –dijo intentando cambiar la expresión de su escritora.

Tras una bocanada de aire Guayarmina entró junto aquella pareja. Si la casa por fuera presentaba una decoración de Halloween, por dentro no iba a ser menos. En las paredes había cuadros de personas con el rostro borroso, telas de arañas por todos lados, calaveras y demás objetos que le daban grima de solo mirarlos.

Las habitaciones eran un revoltijo de gente entrando y saliendo. Todos disfrazados de personajes de las novelas más escalofriantes: momias, Frankenstein, vampiros… Había un chico en concreto que su disfraz del Joker daba en el clavo, hasta su risa era de lo más perturbadora.

Su editora no la hizo perder el tiempo, analizando de cada detalle que se ponía a tiro, la guió por cada estancia buscando a la gente que quería presentarle. El primero fue Alexis Ravelo, un escritor de novela negra. Iba vestido con ropa raída y llevaba un maquillaje siniestro, emulando a un zombi. Ella se mostró educada, pero sin ningún entusiasmo por conocerle, ya que poco tenía que ver con el género al cual se dedica con amor y pasión.

El siguiente que tuvo que conocer es a un argentino afincado en las islas, Leandro Pinto. Por lo visto tenía una novela, Pandemonio, que era record de ventas, la mejor obra del escritor de terror. Se suponía que su disfraz iba en referencia a su novela, pero ella no entendió nada. Más bien le dio mal rollo estar cerca de él con esa vestimenta.

Guayarmina siguió conociendo autores, pero ninguno tenía que ver con la romántica. Nadie con lo que entablar una conversación sobre el género u otra cosa que no fuera Halloween o el cine de terror, algo que detestaba en lo más profundo de su ser. Jamás había logrado ver una película entera, pues le daban mucho miedo. Menos mal que a su novio tampoco le iban, era de agradecer no verse obligada a verlas.

Tras disculparse con su editora, se fue en busca de algo de alcohol que templara sus nervios, pues tanto el vestuario de los invitados como la decoración de aquella casa, cada vez le daba más mal rollo. En cuanto tomó un sorbo de un vodka con limón, le dio la sensación que su ansiedad se apaciguaba y le daba un respiro.

–Hola, brujita.

Una voz a su espalda le saludaba. Al girarse encontró un hombre joven vestido de finales de siglo XIX con el pelo muy oscuro y largo. Le extraño pues su disfraz no daba miedo como el resto de invitados.

–Hola, ¿de qué vas? –ni se anduvo con miramientos al interrogarlo.

Dorian Gray, el personaje de Oscar Wilde, ¿no sabes quién es?

–No –fue franca.

–Es un hombre que estaba obsesionado con no envejecer.

–¿Y eso da miedo? –rió.

–Depende de si tu obsesión te lleva a cometer actos de maldad.

El hombre levantó una ceja y a ella le dio vergüenza, pues tenía razón, el alma de un ser humano puede corromperse de mil formas.

–Perdona –se disculpó alejándose todo lo que pudo.

No pudo evitar ojear descaradamente a la brujita, pues le pareció que estaba muy bien y esa noche no le apetecía irse solo a casa.

Tras caminar por varias estancias se topó con un chico, que se llamaba José Losada, de pelo negro con un cuervo en el hombro, decía que iba vestido con el mejor escritor de terror, Edgar Allan Poe. Después de diez minutos charlando con él, le mintió para deshacerse de su compañía; pues la forma de hablar y la manifiestas referencias al autor que emulaba en su vestuario, le proporcionaron un escalofrió que le hizo alejarse de él lo más rápido que pudo.

Lo había intentado, pero fue incapaz de relacionarse con aquella manada de frikis del terror. Los invitados no estaban en su misma honda y no podía seguir allí metida ni un segundo más. Le hubiera gustado poder disimular e intentar interactuar, no obstante, entre más conocía a la gente de aquella fiesta, menos ganas le daban de quedarse allí.

Sin permitirle decir nada, se despidió de su editora para escapar del estremecimiento que le daba quedarse en aquella casa. Al salir a la calle, notó que pudo respirar y una poderosa sensación de alivio se apodero de su cuerpo. Ni la fría noche de otoño le importaba lo más mínimo, siempre que se alejara de toda esa gente.

No perdió ni un segundo en llegar a su coche, cuando estaba a punto de abrir la puerta del piloto, alguien se le acercó por la espalda. La acorraló entre la puerta y su cuerpo, sin dar espacio para que corriera el aire. Notaba como su respiración golpeaba su piel, dejándola sin aliento.

–Hola, brujita –la voz de aquel hombre era un susurro aterrador.

El pánico la inundaba, no conseguía pensar con claridad. Estaba intimidada por la voz y la respiración golpeando en su cuello. No sabía cual iban a ser sus intenciones, pero nada bueno podía ser por su forma de abordarla.

–No dices nada.

En ese instante, tuvo claro que fue alguno de los frikis de la fiesta, pues no hablaba con su voz, la estaba modificando. Seguramente emulando a uno de esos personajes que tanto admiraba. Sin embargo, eso no la tranquilizaba todo lo contrario, le hacía temer lo peor, pues no sabía de lo que sería capaz.

Miró a ambos lados y no halló nada, ni un alma caritativa que le ayudara. Solamente había la oscuridad de la noche que se veía interrumpida por las luces de la fiesta y la música de fondo. Por lo que no pudo hacer otra cosa que gritar y rezar para que alguien la oyera.

–¡SOCORRO!

De forma inmediata le tapó la boca, no podía permitir que nadie se acercara o no podría llevar a cabo su plan.

–Sé buena…

Sus palabras fueron acompañadas de un ruidito que la llenó de pavor. Era como esas pelis de violadores donde un loco se intenta aprovechar a toda costa de la víctima. Al llegar a esa conclusión, su respiración se aceleró, sobre todo, cuando creyó notar algo duro en la bragueta de aquel loco. No se lo podía creer. Estaba a merced de un lunático, el cual podía hacerle cualquier cosa.

Aprovechando su miedo la apretón más contra el coche para tenerla bien sujeta. Así su mano pudo acariciar su muslo, muy lentamente, saboreando cada rocé de su piel. Ella se quería morir, sintió asco y notaba como unas poderosas arcadas le inundaban su cuerpo.

La mano de aquel hombre no se detuvo y siguió subiendo, sin importarle el pequeño vestido que llevaba. Al notar sus braguitas, tiró de la costura sin perder el tiempo y Guayarmina dejó de respirar por un segundo. Aquello fue el detonante para que ella actuara, a pesar de su miedo.

Aprovechó un movimiento de su cabeza para morderle la mano, apretó con todas sus fuerza, no sabe si le dejó marca a no, solamente notó que él se movió gritando de dolor. Lo que hizo que sirvió para salir corriendo, pero en vez de correr en dirección hacia la fiesta, tomó el camino contrario. El estrés no la hizo pensar con claridad y se equivocó en el rumbo que tomaron sus pies temblorosos.

–¡Espera! –chilló el hombre, haciéndola huir con mayor insistencia.

Sus pies tropezaban con todo en medio de la oscuridad, miraba a ambos lados, buscando un lugar donde esconderse, pero nada viable. Muchos coches pero ningún portal abierto o un hueco donde mantenerse oculta hasta que el agresor se rindiera y se largara.

Entre más se alejaba de su coche más se desesperaba, podía oír como unos pasos se acercaban y temía que fuera él en su busca. Encima el alumbrado público en aquella zona era una mierda, la mitad de las farolas estaban apagadas y en el cielo no había rastro ni de Luna ni de Estrellas. Todo jugaba en su contra. Todo aquello parecía salido de la peor película de terror, el único sitio donde se podía ocultar era el cementerio municipal. Tenía una puerta lateral abierta, algo que le sorprendió pues no era lógico que a esas horas no estuviera cerrado.

Ni lo dudó, se metió en el interior y fue caminando ágilmente por cada rincón buscando un lugar donde esconderse. No se había fijado en la ruta que había tomado, sólo quería alejarse de aquel hombre.

Cuando vio las habitaciones dedicadas a la administración y limpieza, no pudo evitar intentar abrirlas para esconderse dentro, pero nada. Todo fue en vano. Estaban muy bien cerradas, a pesar de que ella tiraba con todas sus fuerzas en un intento desesperado de conseguir romper la fechadura.

Sin otra opción que buscar otro lugar para ocultarse, decidió salir de allí. Estar entre tanta tumba a oscuras no había sido una buena idea. Esperaba que al menos no se encontrara con su agresor. Antes de doblar la última esquina, escuchó una voz. Era un susurro.

Se quedó quieta con la sangre helada sin apenas respirar de la impresión. Su intuición le decía que era aquel hombre, así que se tapó la boca y la nariz con su mano para no hacer ni el menor ruido.

Los pasos se iban acercando cada vez más a su posición y no podía dejar de temblar. No conseguía controlarse aunque quisiera, su cuerpo tenía vida propia. Por lo que cerró los ojos y comenzó a rezar todo lo que sabía o recordaba de su niñez. No podía hacer otra cosa.

Notaba como las pisadas eran cada vez más cercanas y no iba a evitar que la viera. Aquello era espantoso. En ese momento, se arrepintió de no haberse quedado en casa, en vez de hacerle caso a su editora.

Si antes no le gustaba Halloween, ahora la odiaba y a toda esa manada de locos que se obsesionan con esos personajes y hacen de la ficción realidad. Poco a poco su frustración se fue transformando en odio, algo que iba a aprovechar para defenderse de su agresor.

–¿Estás aquí?

Esa pregunta le dio las fuerzas suficientes para abrir los ojos y enfrentarse a él. No iba a ponérselo fácil; iba a morderle, arañarle y darle golpes para defenderse. No iba a dejarle salirse con la suya sin llevarse algún recuerdo de su parte.

Al mirarlo, vio a Hannibal Lecter, el personaje del Silencio de los Corderos, con un mono naranja y la cara parcialmente cubierta por una máscara. Estaba igual que en la película, aunque el hombre aparentaba ser mucho más joven.

Sin dudarlo un segundo, empezó a gritar y el tipejo no dudó en acercarse más a ella para que bajara el volumen. No obstante, ella no se anduvo con remilgos y cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, el dio una patada para poder huir, gritando.

Aquella patada le dolió y mucho, pero eso no evitó que la agarrara del brazo, pero con la otra lo golpeó tan fuerte como pudo. No iba a dejarse vencer sin oponer resistencia. Esto mezclado con sus gritos, buscaba que la dejara en paz, que le permitiría largarse y se olvidara de ella.

–¡Quieres callarte, Guaya!

Enmudeció al escucharle. Él la conocía, pues le había llamado por su nombre de pila. Al mirarlo detenidamente reconoció cierta familiaridad en su rostro.

–Joder, ¿no me digas que no sabes quién soy?

–¿Pedro?

Era su novio, entre la oscuridad y su miedo no le había reconocido al principio.

–Sí, soy yo.

–¿Qué haces aquí?

–Quería darte una sorpresa, pero vaya noche me has dado.

–¿Sorpresa?

–Sí, venía dispuesto… –balbuceó algo incomprensible, a lo que no prestó atención.

–Pedro, he pasado mucho miedo –lo abrazó–, un idiota intentó hacerme daño.

–Tranquila –dijo mirándola a la cara–, ya estoy aquí.

–Menos mal, ha sido espantoso –rompió a llorar de la tensión sufrida y se volvió a abrazar a él.

–¡Sh! Ya pasó –intentó calmarla, acariciándole la espalda.

Su llanto era descontrolado.

–Vámonos a casa, por favor –le suplicó.

Al separarla con delicadeza, retiró las lágrimas que había en su cara, quedándose pensativo si hacer lo que tenía planeado.

–¿Pasa algo?

Él titubeó pero

–Bueno… ahora que estamos sólo quiero preguntarte algo –comentó colocando una rodilla en el suelo y mostrándole una cajita de joyería abierta con un anillo en su interior.

Ella se llevó las manos a la cara, emocionada con la pregunta que le iba a realizar.

–¿Quieres casarte conmigo?

–¡Sí! –gritó.

Torpemente le fue a colocar el anillo en su dedo, pero el dolor en su mano se lo impidió. Algo de lo que se percató Guayarmina. Al mirarla detenidamente, vio una enorme mordedura humana. Fue él desde el principio, su agresor.

–Fuiste tú –sus ojos lo miraban con horror, mientras se alejaba con sigilo.

–No te asustes, era una broma, como es Halloween pensé que sería divertido.

–¿Divertido? ¡Y una mierda! No sabes lo mal que lo he pasado…

–¡Eh! –se acercó levantando las manos–, quería darte un sustito, fue una tontería, me perdonas.

–No lo sé…

Aprovechando su indecisión, él se acercó lo suficientemente a ella para abrazarla y besarla con ternura. No quería que se enfadara y pensó que un par de mimitos ayudarían a apaciguar los ánimos.

Los besos y las caricias hicieron efecto, calmaron la tensión y el horror de Guayarmina, pero lo que no sabía Pedro es que ella estaría esperando su oportunidad para devolvérsela. Ya que no hay nada más terrorífico que una mujer rencorosa.

14 comentarios:

  1. Un gran guiño a muchos frikis, Yazmina. Buen relato.

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    1. Gracias 😘! Es que el miedo no es mi fuerte jajajaja

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  2. Muy bueno, Yazmina. La última frase me gusta. Es terrorífica. Enhorabuena. Un abrazo.

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    1. Jajajaja sinceramente lo pienso, no hay nada peor jajajajaja

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  3. Buen relato, compañera. Enhorabuena👍👍

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  4. Decididamente me has convencido de que no te gusta Halloween muy bueno el relato muy divertido la verdad ese novio bobo tendrá que aprender a ser más considerado.

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  5. Ahora sabrá lo que es el miedo... Jeje, muy bueno!

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  6. Que se vaya preparando jajajaja Buen relato Yazmina, felicidades.

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