sábado, 31 de diciembre de 2016

"El milagro de la Navidad" Sandra Estévez




Érase una vez una familia feliz. Una pareja que todo el mundo envidiaba por lo bien que se llevaban. Se conocieron en la universidad y desde entonces no se habían vuelto a separar. Estudiaron juntos, y se fueron a vivir al mismo piso para estar más tiempo cerca el uno del otro. Sus manos iban unidas a todas partes, y nunca se les veía tristes ni enfadados. Una vez finalizaron sus respectivas carreras universitarias, encontraron trabajo con facilidad. Desde pequeños habían destacado sobre los demás, por sus buenas notas y la facilitad que tenían para memorizar y absorber conocimientos. Ella, en una empresa de publicidad, y él, en otra de telecomunicaciones. Después de ocho años viviendo juntos, decidieron sellar su relación contrayendo matrimonio. Sus padres, tanto los de María como los de José, insistieron en que preferían una ceremonia religiosa, alegando que eran los únicos hijos que tenían, y deseaban que fuese una boda por todo lo alto y como Dios manda. La pareja no estaba del todo convencida; preferían algo más íntimo y sencillo, pero al final se dejaron llevar por los deseos de sus familias. Entre los seis organizaron un evento que estuvo en boca de todos los vecinos de Lagunda. Todo salió a la perfección y, para la pareja, fue uno de los días más felices y memorables de su vida. Sus rostros demostraban lo cómodos y enamorados que estaban.

            Los años pasaron. Compraron un chalet en las afueras del pueblo; una zona tranquila, abrazada de una preciosa arboleda y alejada del bullicio de la ciudad. Bastante tenían con estar durante la jornada laboral, rodeados de coches y gente estresada, que divagaba de un lado para el otro. Eran como robots, moviéndose sin parar y sin fijarse en las cosas cotidianas de la vida, en las personas que los rodeaban, en la belleza de determinados edificios considerados históricos. El único cometido que tenían era llegar a tiempo a sus quehaceres y cumplir con su jornada laboral.

            Sus puestos de trabajo no peligraban, pues estaban bien considerados, y el hogar lo tenían amueblado en su totalidad. Solo tenían que cumplir fielmente cada mes con el banco para pagar las letras. También habían preparado un dormitorio infantil. Hasta la fecha, no habían considerado la posibilidad de tener un hijo, pero llegado ese momento, tomaron la decisión de ir a por él. Fueron meses intentando que María quedase embarazada, pero no lo lograba. Al principio lo tomó con cierta ansiedad, puesto que concebir se había convertido en su prioridad; después, siguió los consejos de su ginecólogo y se tranquilizó.

Lo que tenga que ser será a su tiempo y en su momento, pensaba.

            Pasaron dos años más cuando, sin esperárselo, recibieron la magnífica noticia del embarazo. El rostro de María volvió a sonreír después de años de espera, y no era para menos; ¡iban a ser papás!

            Algo parecido sucedió con los abuelos. Tenían grandes esperanzas en ese embarazo; les hacía muchísima ilusión que un bebé llegara a la vida de sus hijos porque comprendían lo mucho que lo deseaban.

            Durante los nueve meses la pareja disfrutó de los cambios que el cuerpo de María iba experimentando. José hablaba con su hijo todas las noches al regresar del trabajo. Colocaba la cabeza sobre el abdomen de su mujer para escuchar los movimientos del pequeño, y charlaba con él como si lo tuviese justo al lado, dándole masajes estimulantes por todo el cuerpo. Le encantaba esa sensación, y a ella también. Cuando llegó la hora del parto, todos se pusieron nerviosos, incluido los abuelos. Deseaban ver el rostro de ese nuevo ser que los iba a colmar de alegrías, y al que tenían pensado amar sobre todas las cosas. Faltaban dos días para Navidad pero, al parecer, el regalo de esas fechas mágicas se iba a adelantar. Con impaciencia se dirigieron al hospital y allí la atendieron. Según los especialistas, quedaba muy poco para que ese bebé asomara la cabecita.

            Tras varias horas postrada en una cama y aguantando las contracciones, María por fin tuvo a su hijo en brazos. Fue una sensación difícil de explicar con palabras. Un momento maravilloso que solo una madre puede sentir y entender. El niño agarró con fuerza el dedo índice de la mano de su madre, y esta lloró de alegría. Minutos después lo llevaron para lavarlo y pesarlo. José estuvo en todo momento agarrando con entereza la mano de ella para transmitirle fuerza y valor. Al rato, una enfermera regresó con el bebé en una cuna portátil, para que la madre lo amamantara. María lo cogió en brazos y adoptó la posición que la matrona le había enseñado en las clases preparto. Parecía que tenía hambre porque, tan pronto notó el pecho de la madre en los labios, abrió su diminuta boca para chupar. La pareja se sentía feliz al ver que todo había salido bien. Los abuelos estaban al corriente del nacimiento, y deseando poder achuchar al pequeño de la familia. Todo parecía perfecto hasta que María sintió que la piel del niño se estaba amoratando, especialmente en el rostro. Llamaron a la enfermera y esta enseguida apareció. Al comprobar que aquello no era normal, lo introdujo en la cuna y se lo llevó. Su rostro mostraba preocupación. María y José empezaron a hacer preguntas pero sin obtener respuestas convincentes. Los nervios los devoraban con el paso de las horas. No había aparecido nadie por la habitación para informarles de cómo se encontraba el bebé. José, varias veces se asomó al mostrador donde estaban todas las enfermeras, pero ninguna supo decirle con exactitud el estado del niño. Solo argumentaban que estaba en observación y haciéndole pruebas. Al fin se acercó un pediatra, y les comentó que esa noche la pasaría en observación, y que por la mañana verían si la había pasado bien o tendría que estar más tiempo controlado. Los abuelos del pequeño regresaron a sus hogares con una sensación agridulce en el cuerpo. José se quedó con María toda la noche. Aunque ella estaba agotada por el esfuerzo que había hecho en el parto, no consiguió conciliar el sueño. Ambos estaban preocupados y muy nerviosos.

A la mañana siguiente, otro especialista, diferente al de la noche anterior, se acercó a la habitación y les dio una trágica noticia. El bebé había nacido con una deficiencia cardíaca, y necesitaba un corazón nuevo con máxima urgencia. Había pasado una mala noche y precisaba un trasplante antes de veinticuatro horas. Un jarro de agua fría, que los padres recibieron el día de Nochebuena. Necesitaban abrazarle, besarle y darle calor, pero eso no fue posible. Lo único que le permitieron fue verlo a través de un cristal. La pareja y los padres estaban hundidos y desesperados. ¿Cómo iban a conseguir un corazón tan pequeño y en esas fechas? Las dos abuelas se acercaron a la iglesia que había instalada en la primera planta del hospital, para rezar por el nieto. Entre lágrimas, pidieron a Dios que les concediera ese milagro por Navidad. Al regresar a la habitación supieron que su estado había empeorado. María salió corriendo porque no podía soportar tan terrible noticia. Apenas había disfrutado de él y ya lo iba a perder para siempre. Estuvo divagando por la planta de maternidad durante minutos. No quería hablar con nadie ni escuchar argumentos que le taladraban el alma. Bajó en el ascensor hasta llegar a la planta uno y, sin querer, se dirigió a la capilla. Entró con cierto recelo, pues era creyente pero no practicante. La última vez que había estado en una iglesia había sido al contraer matrimonio, y de eso ya había llovido. Se sentó en el segundo banco de madera, al lado de un belén que habían instalado, y en el que no podían faltar los pastores, el buey, los magos con sus pajes, la mula y el buey, y las figuras más importantes: José, con su peculiar vara en una mano; María, vestida de azul claro, y el niño Jesús, un bebé que solo llevaba un pañal de color blanco, acostado en un pesebre hecho de madera y paja. El Nacimiento era pequeño pero estaba muy bien diseñado.

            No pudo contener las lágrimas y se dejó caer sobre el respaldo del banco que tenía delante de ella. ¿Por qué era tan injusta la vida?

            Una mano se apoyó en su hombro. María pensó que sería su esposo y no levantó la cabeza. No quería escuchar que su pequeño estaba entre la vida y la muerte, y más cerca de esta última. La mano desapareció y sintió que esa persona se sentaba a su lado. Alzó la cabeza y vio que no se trataba de José, sino del sacerdote de la iglesia. Éste, la observaba a través de unas gafas finísimas. María dejó caer la cabeza entre los brazos que tenía apoyados en la madera y continuó llorando. ¿Qué más podía hacer? El cura empezó a hablarle del belén. Al parecer, había sido montado por un grupo de niños y adolescentes que estaban ingresados en el centro. Todos estaban internados en la planta de oncología. María irguió la cabeza y lo observó. Le hablaba tranquilamente. Se dejó caer hacia atrás y cerró los ojos con fuerza e indignación. El religioso le dijo que estaba para escucharla si así lo necesitaba. Ella meneó la cabeza varias veces. Aquello no podía estar pasando de verdad. Tenía que ser un maldito sueño del que deseaba despertar. Se pellizcó la pierna derecha pero seguía allí, en una pequeña capilla y sentada al lado de un sacerdote que la miraba en silencio. Después de varios minutos en profunda calma, decidió abrir su corazón y contarle la razón por la que estaba en aquella iglesia. El cura la escuchó con atención, sin interrumpirla.

            - El señor te está escuchando -dijo, con voz tranquila y afable.

            - ¿De verdad cree en lo que acaba de decirme? Como le he explicado hace unos minutos, mi hijo se muere en menos de 24 horas si no recibe un corazón.

            - Hija mía. Dios escucha a todos sus fieles. Habla con él -insistió.

            - Al menos que se produzca un milagro, nadie va a salvar a mi niño –aclaró con rabia en el tono de voz.

            - ¿Le habéis puesto nombre?

            - Lo cierto es que no. Ni siquiera nos hemos acordado. En casa habíamos barajado dos nombres: Sergio o Adrián –comentó, dejando asomar una pequeña sonrisa.  

            El religioso, introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo una figura que le entregó a María.

            - Los milagros suceden. Solo debes confiar y creer profundamente en lo que significa la Navidad –acabó diciendo.

            Se trataba de la imagen del niño Jesús en miniatura.

            - Gracias -fueron las únicas palabras que consiguió decir mientras observaba la dulzura que proyectaba el rostro de aquella figurita. Un semblante que le recordó a su hijo.

            El padre se levantó y salió de la capilla. María se arrodilló y juntó las manos con la pequeña imagen entre las mismas. Después de muchos años, fue capaz de rezar varias oraciones que recordaba desde su primera comunión. Imploró a Dios que ayudara a su pequeñín, le daba igual si le restaba vida a ella.

            Una hora después, regresó a su habitación, donde la esperaban José y los padres de ambos. Todos seguían con caras de preocupación. Era Nochebuena, una noche para disfrutar en familia, pero lamentablemente, ellos no tenían nada que festejar. Sobre las cinco de la tarde, volvieron a la sala desde la cual podían ver a su niño. A simple vista parecía estar bien. Estaba dormido y con las manos pegadas al rostro. María, con los ojos bañados en lágrimas y abrazada a su marido, le hablaba y enviaba besos a través de la cristalera. No sabían el tiempo que aguantaría. No sabían si lo volverían a ver con vida. Regresaron a la habitación con el alma en pena. El hospital estaba decorado con cintas de Navidad y dibujos que los niños habían hecho en los talleres y escuelas que había en el propio centro. Todo para animar a las personas ingresadas y transmitirles un poquito de paz y armonía. Los abuelos regresaron a sus domicilios mientras que el matrimonio se quedó a la espera de noticias.

            Sobre las diez apareció una enfermera con la medicación para la noche. María no había cenado nada; no tenía apetito, solo quería sentir el calor de su niño. Tampoco quería tomar más pastillas. José la obligó, diciéndole que tenía que dormir, y que si ocurría algo, él mismo la despertaría. Aunque a regañadientes, la tomó. Una hora más tarde sintió la pesadez de los párpados, luchó contra ello pero no pudo y se quedó dormida. José se recostó en el incómodo sofá y respiró profundamente. Las vueltas que daba la vida. Hasta hacía muy poco eran la pareja más feliz que había bajo las estrellas y, en aquel instante, eran la más desdichada. Se acercó a la cama donde dormitaba su esposa y apoyó la cabeza en la misma, aferrándose a la mano de María con fuerza, por si ella también se iba de su lado. Sobre las doce de la noche se escucharon fuegos en el exterior. Había gente que tenía muchas cosas por celebrar. Él, ninguna. También se escuchaba revuelo que debía proceder de la zona de enfermeras. José pensó que estarían celebrando la Nochebuena y no las podía culpar. Estaban trabajando en una noche tan importante, lejos de sus seres queridos y cuidando a personas que padecían alguna enfermedad o dolencia. El ruido se iba aproximando cada vez más a la habitación, hasta que alguien abrió la puerta y encendió las luces. Eran dos enfermeras y un médico, que traía un historial en la mano. María permanecía dormida. Los rostros de los recién llegados, lejos de parecer preocupados, mostraban cierto entusiasmo. José se levantó y fue hacia ellos. El varón de la bata blanca le informó que los acababan de llamar de la Unidad de Trasplantes. Había aparecido un donante compatible con su hijo y lo iban a intervenir de inmediato. El padre abrió los ojos un poco más de lo normal porque aquello le parecía un sueño. Se acercó a la cama e intentó despertar a María para ponerla al corriente. Ésta, todavía amodorrada, escuchó lo del trasplante y se irguió con mucho ímpetu. Estaban pletóricos y los médicos muy esperanzados con el órgano que llegaría en breves instantes, para que el pequeño tuviese una segunda oportunidad.

            Los de las batas blancas abandonaron la habitación y la pareja se abrazó, entre lágrimas de alegría y esperanza. María recordó la figura que el sacerdote le había regalado en la iglesia, la cogió y le dio varios besos. Estaba segura de que todo iba a salir bien y que pronto podría tener al niño entre sus brazos, para acunarlo y regarlo de besos. Aquella noticia debían compartirla con sus padres e inmediatamente los llamaron por teléfono, los cuales no tardaron mucho en presentarse en el hospital para estar al tanto de la operación.

            Aunque la recomendación de las enfermeras había sido que se quedara en la habitación, María acompañó a la familia hasta la sala de espera. Quería estar presente en el momento en que le dijeran que todo había salido bien, y que su pequeñín ya no corría peligro. Para ello, tuvieron que pasar seis largas horas sentados en aquellas incómodas sillas, pero la espera había valido la pena. El pediatra que había realizado el trasplante les comentó que tenían un bebé muy fuerte, con muchas ganas de vivir, pues había resistido a la operación como un campeón. Aquellos rostros, que horas antes habían reflejado el dolor que estaban viviendo, en aquel instante brillaban de optimismo e ilusión. Los abuelos regresaron a sus casas y el matrimonio, agarrados de la mano, a la habitación.

            Por la mañana, María recibió el alta médica, pero antes de abandonar el centro hospitalario, se dejaron caer por la zona de Neonatos para ver al benjamín de la familia. Allí, les informaron de que estaba respondiendo bien a la medicación, y que por la tarde la mamá podría entrar unos minutos para estar con él. Era la mejor noticia que podían recibir ese día de Navidad. En ese instante se acercó el sacerdote que el día anterior había estado con María. La miró a los ojos y supo que el milagro de la Navidad se había producido.

            – Hija, te dije que confiaras. –Ella movió la cabeza y sonrió–. ¿Ya habéis decidido qué nombre le vais a poner?

            – Creo que mi marido estará de acuerdo conmigo en que Jesús sería el nombre perfecto –explicó, observando la reacción de José. Éste asintió mientras abrazaba a su mujer.

            - En la vida hay que creer en algo. Siempre –opinó. Su rostro era amable–. Me alegra saber que todo ha salido bien. Ese niño va a ser fuerte como un roble.

            Los padres se rieron y regresaron a casa. Jesús tendría que quedarse un tiempo en el hospital pero eso era lo de menos. Habían estado a punto de perderlo para siempre, pero ahora sabían que era un luchador, igual que ellos, y dentro de poco recuperarían el tiempo perdido. Solo tenían una pena, y esa era saber que alguien había tenido que dejar este mundo para que su pequeño pudiese vivir.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Yazmina Herrera

 
Yazmina Herrera nació en Gran Canaria y completó su formación en la ULPGC. Es una enamorada de la literatura romántica, y le encanta escribir en su tiempo libre. Publicando en el 2012, Cuestión de Esperanza y, en el 2013, Sin ti, ¡NO!, bajo el seudónimo de Yz Herrera; novelas románticas de estilo juvenil.
En el 2016 publicó La Comunidad, bajo el nombre de Ani M. Zay (su nombre al revés); novela romántica.


Merche Maldonado







Mi nombre es Merche Maldonado. He trabajado durante 23 años como administrativa, hasta que la crisis devastó mi relación laboral, convirtiendo mi hobby en mi entera ocupación.


Mi correo electrónico es Merche500@hotmail.com, enlazado con varias redes sociales.


Soy autora del blog de relatos cortos «merche500wordpress.com», de la página de Facebook de entretenimiento «pide por esa boquita carmesí »con, de una segunda página de Facebook de ayuda a animales «animales perdidos de Mollet y muchos más» y también ayudo administrando la página de Facebook «cadena de favores Mollet del Vallés».


La escritura y la lectura han sido mi pasión desde niña, dándome la oportunidad de aprender y de ilusionarme con historias muy diferentes. No tengo preferencia por ningún género en particular, me encanta leer todos los trabajos literarios que caen en mis manos. De hecho empecé publicando la novela romántica «Odio la vainilla» (No la encontraréis porque la estoy mejorando) y mi proyecto para el 2017 es publicar una novela de ciencia ficción: «La isla de Trébola». Por otra parte, tengo dos novelas pendientes que publicaré a continuación: Una thriller «El reflejo de la amapola» y una tierna historia «La joven dormida». Por ese motivo, quiero abarcar con mis novelas todos los registros que pueda abarcar, buscando siempre nuevas formas de comunicar todo tipo de sensaciones. Mi trabajo literario está orientado principalmente para los jóvenes. En un primer momento empecé a escribir para mi hija de 25 años que me orientó hacia las preferencias de los jóvenes. La edad pocas veces se corresponde con el corazón, por ese motivo diría que mis libros son para todos los lectores.

"Forjando una nueva Navidad" Luis Alberto Delgado

     
Qué sensación más rara. ¿Dónde me encuentro? Me siento mareado, desorientado. ¿Qué está ocurriendo? Salgo de este habitáculo tan raro y todo lo que me encuentro es muy distinto a la ciudad que ayer dejé cuando me acosté. No sabría explicar cómo he aparecido aquí.

            -Señor, ¿dónde estoy?  ¿Qué hago aquí?

            - Estás en un tiempo conocido como el futuro, mi fiel herrero. Te he trasladado porque con tu personalidad templada a golpe de martillo y tu serenidad forjada con los años, conseguirás un propósito que tengo para ti.

            -Dime, ¡oh, señor! ¿Cuál es ese cometido que tienes para mi humilde persona?

            -Hay un niño que ha perdido el rumbo, cree que si no tiene todo lo que pide para Navidad, perderá su “fe”. Tienes que hacerle ver que la Navidad es algo bien distinto.

            Bueno, bueno.  Por lo visto mi profesión de herrero va a dar un vuelco. Por lo que el Señor me ha comunicado, en este siglo la gente es muy materialista. Mi misión es llevarle a mi tiempo para que vea lo que  es no tener nada y vivir felices.

            Sin más demora, me dirijo a casa de Antonio, un niño un tanto, como definirle…, repelente, inaguantable si se me permite decir. Sus padres, que son gente adinerada, procuraron inculcarle otro tipo de valores: que todo hay que ganárselo con esfuerzo y sacrificio, pero no hubo suerte. Por eso mi Señor me ha encomendado esta empresa a realizar.

            -¿Quién eres? Qué pinta más ridícula tienes, majo…

            -Todo a su tiempo, Antonio. Para empezar, decirte que esa personalidad tuya tan mala te traerá muchos problemas.

            -¿Y tú qué carajo sabes? Idiota…

            -Se más de lo que crees; como también sé que eres un niño muy egoísta que no comparte sus juguetes y desobedece a sus padres.

            -¿Cómo sabes todo esto? ¿Cuánto te han pagado mis padres para averiguarlo todo?

            -No me han pagado nada. No me envían ellos, me manda Dios. Vengo de una época muy lejana. Y allí te voy a llevar ahora.

            Poco convencido, acepta venir conmigo y, como por arte de magia, aparecemos en mi hogar. Antonio no da crédito a lo que ve.

            -¿Ésta es tu casa?

            -Sí, y por si lo preguntas, así es como vivimos. Puedes observar que vivimos sin eso que vosotros llamáis “tecnología”. También vivimos sin grandes lujos. ¿Somos desdichados por vivir así? No, todo lo contrario: estamos felices. Además, llevamos días esperando el nacimiento del Mesías.

            -¿El Mesías? ¿Qué Mesías?

            -¡¿Celebras la Navidad y me haces esa pregunta?! Entiendes ahora el porqué de traerte hasta mi tiempo ¿verdad?

            -Si- me dice el crio en tono triste-, ahora lo veo claro. He sido tan egoísta que he olvidado lo importante de la Navidad: la familia y el nacimiento de Jesús de Nazaret.

            De pronto se arma un revuelo. Por lo visto el hijo de Dios va a nacer. Invito a Antonio a que asista a un evento histórico y, de buena gana, acepta ir.

            -Bueno, Antonio, ¿has sacado algo en claro?

            -Por supuesto: que no debo ser tan egoísta, portarme bien con mis padres y amigos y, lo más importante: ser alguien en la vida. Gracias, amigo, jamás te olvidaré. Ni al pequeño Mesías.

            ¡Me ha llamado amigo! Increíble pero cierto. Y pensar que me iba a costar enderezarle… Pero, en fin, qué le voy a hacer. Solo llevarle de vuelta a su casa con los suyos. Me agrada ver que, después de darles la buena nueva a sus padres, sus caras tornan felices. No queda otra que volver a mi época de nuevo y disfrutar del nacimiento del hijo de Dios, aunque me voy con la sensación de que algo me ocultan sobre el niño… Bueno, eso es otra historia.  

martes, 27 de diciembre de 2016

"Una Navidad con espíritu" Laura Martín


Maldita la hora en la que se ofreció voluntario para hacer el belén viviente de su instituto, pensó Manu mientras se miraba al espejo de los vestuarios del gimnasio. Es que, ¿nunca podía sonreírle un poco la vida? Él se había presentado por Vanessa, la rubia que interpretaría a la Virgen María (le constaba que tenía más de rubia que de lo último), porque desde hacía unas semanas le hacía ojitos y nunca se sabía. Y, para colmo, San José, que de santo tenía también poco, era el macarra de clase, por el que todas las niñas tontas suspiraban. ¿Por qué las tías se sentían atraídas por musculitos descerebrados? Es que les iba la marcha, llorar por los pasillos por aquel que pasaba de ellas después de habérselas beneficiado…bueno, tampoco se podía quejar, a él se le daba bien consolarlas. Pero con ese disfraz de pastorcillo, se temía que tendría el mismo éxito que Pedro con Heidi.

       Los demás ya habían subido al salón de actos, pero él necesitaba unos segundos para armarse de valor antes de enfrentarse al escrutinio de Vanessa. Buscó una pose atractiva, cogiendo la cachava de decenas de formas diferentes. Nada, no había manera de mejorar su aspecto. Encima, su madre había cosido el traje como si fuera para su peor enemigo, no le marcaba nada sus bíceps que tanto esfuerzo le costaba cultivar a base de ayudar a su padre en la empresa de mudanzas.

       Al fondo del pasillo atisbó un resplandor. Se acercó despacio, sospechando que se trataba de alguna inocentada, algún amigo intentando inmortalizar ese momento tan penoso de su existencia. Era un flash, seguro.

       Cuando dobló la esquina vio a un ser de luz, sin rostro definido, flotando en medio del

pasillo. Manu parpadeó, pensando que, una vez más, se había pasado con el canuto que se había fumado en casa de Víctor.

       -Soy el espíritu de la Navidad.

       Manu miró al ser etéreo, perplejo, intentando ver el truco, descubrir la proveniencia del holograma y el origen de la voz.

       -No haces justicia a tu personaje.

       El chico miró sus ropas. No estaban mal, para la época debían de ser la caña. Y él, qué carajo, era un buen mozo, así que no iba a consentir que lo que fuera aquello le amedrentara. Quiso protestar, pero la voz sonó de nuevo.

        -Los pastores representan la sencillez, la bondad. Son los receptores de la revelación, y transmisores del milagro de la Navidad. Pero veo que el rencor, la envidia y el egoísmo son los pilares de tu existencia. No ves lo bienaventurado que eres. Acompáñame, te mostraré esas vidas que tanto codicias, y te enseñaré a conformarte y disfrutar de las pequeñas cosas.

         En un momento, el chico se vio teletransportado a su propia casa, concretamente a la Nochebuena del año pasado. Recordaba con fastidio aquella fecha. Él habría preferido salir de fiesta, pero su madre había insistido en que estuvieran en familia.

Allí estaba su hermana pequeña, cantando villancicos y sentada al pie del árbol mientras peinaba a su muñeca Barbie; sus abuelos, tíos y padres hacían sobremesa con unas copas de más de champán. Su primo Andrés y él, echaban una partida a la Play en ese mismo salón, bullicioso, que exudaba alegría. La verdad, no había sido una mala noche después de todo.

        -Siempre has pensado que tus navidades eran vulgares. Ahora, ilustraré tu suerte.

        Todo se movió ante sus ojos como un carrusel desbocado. Los colores y los sonidos se difuminaron, mezclándose entre sí, perdiéndose hasta materializarse, otra vez, en otro salón, en otro hogar.

         Manu se sintió intruso, violando una intimidad que no le pertenecía. ¿Y si, al fantasma ese, le había dado por llevar a alguien a su cuarto? Dios, esperaba que no, la adolescencia era muy mala, y él, a veces, hacía cosas que no le gustaría que nadie descubriera, en especial esos momentos en los que ojeaba las revistas "alegres" que compraba a hurtadillas.

         La estancia estaba vacía; la mesa dispuesta con pulcritud, vestida con manteles bordados en dorado, servilletas de tela plagadas de motivos navideños, copas de agua, vino y champán diseminadas de una manera que le recordó a un restaurante. No faltaba detalle. Eso sí, solo había tres cubiertos. Una mujer con un moño alto, que tiraba de su cabello tanto que parecía que se le iba a desprender de la cabeza de un momento a otro, entró con una bandeja plateada sobre la que había una sopera del mismo color. Detrás, un hombre trajeado, con corbata roja a juego con el vestido de la señora, portaba una botella de vino y otra de champán.

        -Vanessa –llamó la mujer al tiempo que colocaba la sopa en el centro de la mesa.

        Unos instantes después, apareció la chica, aquella que alimentaba sus sueños, con un vestido recatado y aburrido de fiesta, repeinada hacia atrás en una coleta alta y con cara de desear que aquella cena acabase pronto.

         Los comensales pasaron la velada en silencio, solo interrumpido por sus pásame la vinagreta, trae los langostinos de la cocina, o un escueto y forzado delicioso.

         Al finalizar, brindaron con una copa de Freixenet Brut Barroco Reserva, un cava que Manu ni sabía que existía, y se dieron fríos besos en las mejillas.

         Vanessa, educada, se disculpó para ir al baño y, cuando todo empezó a dar vueltas hasta visualizar una bañera, él cerró los ojos, sin querer romper la magia de ver a su adorada chica haciendo aguas menores o, aún peor, mayores.

        -Fíjate bien, es importante –dijo el espíritu.

        El chico abrió los ojos, alentado por la perspectiva de que, quizás, Vane fuera al baño para quitarse ese horrible vestido (sensual y lentamente a ser posible) y ponerse el pijama.

         Esta cerró la puerta con pestillo y fue directa al váter, provocándose el vómito con los dedos. Eso sorprendió a Manuel. Nunca hubiera pensado que esa semidiosa pudiera tener problemas de autoestima. Su vida, sin lugar a dudas, era triste y vacía, pero solo sirvió para desearla más, para avivar un sentimiento de protección.

         Un borrón finalizó la inquietante visión, dando paso a otra velada navideña. En esa habitación sí había gente, aunque no pudo reconocer a nadie.

         Un anciano esperaba en la mesa con la mirada perdida. A su lado, una mujer más joven (su hija probablemente) le ataba un babero gigante al cuello. Presidiendo uno de los extremos de la mesa, un niño, cuya edad no pudo determinar, yacía expectante en una silla de ruedas. Por la puerta irrumpió un chico con una fuente de cristal llena de un líquido humeante (no hacía falta ser Sherlock Holmes para saber que se trataba de sopa). Era San José, bueno, Carlos en realidad. Detrás, una anciana entraba con una bandeja de pastel de cabracho y panecitos de pan.

         Todos ocuparon sus posiciones. La mujer daba de comer al anciano; la vieja servía a los jóvenes; Carlos intentaba animar a su hermano pequeño.

         Manu pensó que había juzgado mal a su adversario. Su actitud ante la vida no era más que un escudo protector.

         -¿Comprendes ahora por qué hay que disfrutar lo que se tiene, vivir el día a día, y no anhelar la suerte del vecino?

          Manu asintió con la cabeza y, de pronto, se encontró solo en los vestuarios.

        -¡Eh!, pastorcillo, ¿qué haces ahí como un pasmarote? Te estamos esperando. –Carlos, perfecto con su barba pulida, las ropas que le sentaban como un guante, y rostro arrogante, le miraba con desdén.

          Manu le sonrió, haciendo que Carlos adquiriera una expresión perpleja, que se acrecentó cuando el chico se acercó para ponerle una mano en el hombro y darle una leve palmadita en la espalda.

          Llegó al escenario vivificado, sin complejos ni tensiones, alegre, con ganas de transmitir ese ánimo a los demás.

          Vanessa rio, contagiada, y él tuvo la valentía de guiñarle un ojo. El espíritu del pastorcillo le había poseído, no podría evitar las desgracias ajenas, pero intentaría transmitir el mensaje de amor que significaba la Navidad.


domingo, 25 de diciembre de 2016

Yolanda Martínez


Me llamo Yolanda Martínez, soy de Barcelona y llevo escribiendo desde los 16 años, edad en la que empezó a gustarme el manga japonés, un punto de partida que me ha ayudado a desarrollar mi creatividad. Soy autodidacta, he tenido la suerte de asistir a un par de cursos gratuitos en la biblioteca que trataban sobre los microrelatos y, aunque escribo novela, han sido una ayuda más en el arte de la escritura. Llevo escritas siete novelas, algunas nunca saldrán a la luz ya que son mis inicios, pero otras ya han empezado a destacar. En primavera del 2017 publicaré mi primera novela de la mano de ediciones El Transbordador y no tengo intenciones de detenerme aquí. Hace unos meses abrí un blog en el que hablo de mis experiencias y aprendizaje en la escritura, os dejo el enlace por si alguien quiere echarle un vistazo: evolucionescritor.wordpress.com

sábado, 24 de diciembre de 2016

Leticia Meroño



Madrid, 1981. Licenciada en CC. Químicas y Especialista en Bioquímica Clínica.

Me considero devoradora de libros, leo incansablemente desde que aprendí a leer. Me apasiona la novela negra, y sí, también los libros de vampiros. De siempre fui fanática de las películas de Drácula, y ya en mi niñez leía la saga “El pequeño vampiro”, de Angela Sommer-Bodenburg, para después pasar a las “Crónicas vampíricas” de Anne Rice. Pero la realidad es que leo más géneros, y si algo no me gusta lo dejo y paso al siguiente (hay demasiados libros para leer como para perder el tiempo en uno que no me atrapa).

Escribí mi primer relato a finales del 2014, una historia que rondaba en mi cabeza hacía años, y a partir de ahí mi mente no dejaba de crear más y más historias, relatos que publiqué en “Más allá del camino” y “Más allá del camino II”, todos ellos del género terror gótico.
Cuando el corazón o el alma me lo pide expreso mi sentir mediante versos. Publiqué muchos de ellos en el poemario "Corazones desangelados".
En julio de 2016 vio la luz mi primera novela: El reflejo de Alessia, una tierna historia rodeada de oscuridad, una novela sobrenatural con tintes de terror gótico.
Actualmente estoy escribiendo otra novela, que poco tiene que ver con las atmósferas góticas y sobrenaturales; aunque, sin duda, pronto volveré a ellas.

"Una Nochebuena diferente" Jose Rinlo


Como todos los años, montaron el árbol navideño y el belén. Y como los últimos cinco, quienes lo montaban eran Rosi y sus dos hijas, Sandra e Inés; su marido no participaba. Para él esas fechas se habían convertido en una auténtica y mala pesadilla. Desde la muerte de su hermana (princesa, como aún la llamaba hoy en día), y de su padre, celebraba de mala gana cualquier fiesta, y por obligación, solo por cumplir para que al menos sus hijas las disfrutasen. Sin embargo para el cabeza de familia, las cosas se ponían todavía más cuesta arriba a la hora de hacer que esas fechas fuesen al menos especiales para sus niñas. Llevaba años queriendo hacer pasar a su mujer e hijas, una Navidad llena de los mejores regalos y los mejores manjares, y nunca lo conseguía. Todos le decían año tras año lo mismo: "lo importante es estar juntos".
Justo un día antes de Nochebuena tuvo un sueño del que deseó no haberse despertado nunca, y así seguir en aquel mundo imaginario. En él aparecían todos celebrando la Navidad, e incluso su "princesa"; que gracias a un deseo que él pidió al espíritu de la Navidad y éste le había concedido, pudo disfrutar de ella ese día. Aunque finalmente, no dejaba de ser un sueño. Eso creía él, ya que nunca se imaginaría lo que le iba a pasar esa noche, y así hasta el 25 de diciembre a las 18:00 de la tarde.
                                                                     
24 de diciembre del 2016
Jose, junto a su mujer y sus dos hijas, salieron de su casa para ir a la de la abuela de las niñas, como siempre hacían para felicitar las fiestas a su madre. No tenían mucho para cocinar de cena, así que les sobraba tiempo. Cenarían un pollo asado, y de postre una tableta de turrón. El presupuesto no les alcanzaba para comprar marisco ni nada fuera de lo normal, aunque les hubiese gustado. Y eso atormentaba a un padre que quería que sus hijas pudiesen disfrutar de unas navidades de ensueño, y nunca era capaz de lograr su propósito.
Ya de vuelta, al entrar en el portal que daba a su piso, pudieron escuchar cómo el perro que ellos tenían no paraba de ladrar.
-Algo pasa, vosotras esperad aquí a que yo entre y compruebe qué es lo que pasa. -Rosi y las niñas se asustaron al oír hablar así a Jose, aunque finalmente hicieron caso a lo que él les había dicho.
Nada más abrir la puerta, un olor a marisco recién cocinado le golpeó con fuerza en los orificios de su pituitaria, de tal manera que incluso volvió a mirar por si se habían equivocado de vivienda; pero no, era la suya. Al entrar pudo comprobar que todo el belén estaba tirado por los suelos. Con mucho cuidado se acercó a la entrada de la cocina, y lo que vio allí lo dejo rígido como una estatua. No se lo podía creer.
            ¿Qué cojones hacía en su casa un tipo vestido de romano? ¡Y cocinando marisco! Tócate las narices.
-Hola, Jose, es normal que estés sorprendido y asustado. Solo te voy a pedir una cosa: ¿recuerdas tu sueño de la pasada noche?
-Sí, claro que lo recuerdo. Pero, ¿cómo sabes eso?
-No importa, solo recuerda el sueño, y déjate llevar. Confía en mí.
Y sin saber muy bien cómo, ordenó pasar a su pequeña familia. Las dos chicas se asustaron al ver al romano; éste les dijo que era parte de una sorpresa para ellas, que su padre lo había organizado en secreto. No entendían a qué se debía lo de su atuendo de legionario de Roma; no obstante, no le dieron mayor importancia. Su padre les explicó que se trataba de un buen antiguo amigo, y sin él, nada de lo que iban a vivir en los venideros días sería posible. Lo primero que hicieron fue darle ropa adecuada: unos vaqueros, una camiseta de manga larga y unas zapatillas; al verlo vestido de forma normal, tuvieron la sensación de haberlo visto antes, como un déja vu.
Cenaron todo tipo de mariscos: gambas, nécoras, centollos; luego una suculenta carne asada, y de postre una enorme bandeja con trozos de todo tipo de turrones. Estaban más que agradecidos con aquel hombre, con aquel "romano". Las niñas se despidieron de él y de su padre, mientras su madre las llevaba para su habitación. Tenían que irse a dormir, muy a su pesar. Al quedarse los dos hombres a solas, Aurelio, que así se hacía llamar aquel fuerte romano, confesó su secreto al bueno de Jose.
-Quiero que me escuches bien y que no te asustes, ¿de acuerdo?, y no cuentes a nadie lo que vas a oír.
-Está bien, Aurelio.
Le cogió de la mano y lo llevó a donde estaba el belén que hacía apenas unas horas habían encontrado tirado en el suelo. Le pidió que se fijara bien en todas las figuras. Al fijarse, pudo comprobar algo en lo que antes no había caído: ¡faltaba el romano!
-En tu sueño, el espíritu de la Navidad te concedía un deseo: volver a pasar unas fiestas con tu princesa y sin penurias, todo en abundancia... - Jose estaba con la boca abierta como un bobo, sin poder articular palabra. Solo llegaba a poder asentir con la cabeza, y a duras penas-. ..., y el espíritu de la Navidad te concedió el deseo, haciéndose realidad. La única diferencia, que para no asustar a las niñas, decidió concederme pasar nochebuena y Navidad con vosotros, pero con cuerpo de servidor de Roma, no con el de tu princesa. Sin embargo soy yo, tu hermana "Charo".
Los dos se abrazaron fuertemente, fundiéndose un buen rato en lo que parecía un cuerpo solo. Al estar en contacto físico, él pudo percibir el fuerte olor del perfume que su alma gemela siempre usaba. Se pasaron toda la noche charlando; no paró de contarle lo sucedido en los últimos cinco años, hasta que el cansancio hizo acto de presencia y Jose se quedó dormido en el sofá. A la mañana siguiente, los chillidos de alegría de sus dos pequeñas fueron su despertador. Se levantó muy asustado, en busca de lo que había sido una figurita del belén. Tenía miedo que ya no estuviese, o algo peor: que todo hubiese sido un sueño.
A los pocos segundos hizo entrada en el salón el bueno de Aurelio. Sintió una tranquilidad infinita, soltó un soplido de sosiego que vació todos sus pulmones. Ya más tranquilo, pudo ver que Papá Noel había inundado toda la estancia con los regalos más bonitos y más caros que uno podía imaginar. Ordenadores, tablets, relojes y cientos de juguetes para Sandra e Inés. Rosi miró a su marido escandalizada, preguntándole con la mirada de dónde había salido todo aquello; él la miró y con otro gesto señaló a su princesa, la que a la vista de los demás era un más que buen amigo. Éste se encogió de hombros y soltó una risotada cómplice.
Pasaron toda la mañana jugando con las pequeñas de la casa; ambos se dieron cuenta de que Aurelio era lo que deseaba, y así lo hicieron. Sobre todo por parte de Jose, que era el conocedor de la verdadera identidad de aquel ángel. Después de comer, todos estaban algo serios, el motivo no era otro que la inminente marcha de aquella persona tan especial. Y más que nadie, Jose. Antes de salir por la puerta, se dio la vuelta para abrazar a los cuatro componentes de la que era parte de su familia, y les dijo:
-Os pediré una única cosa antes de irme: que no estéis tristes, o yo también lo estaré. Y tú más que nadie lo sabes, Jose. Quiero que con mucho o poco disfrutéis al máximo. -Miró la princesa a su hermano, y guiñándole un ojo, le dijo-: "Lo importante es estar todos juntos". No sufráis por mí, si estáis bien y sois alegres, yo lo seré todavía más. De vuestra felicidad depende mi existencia.
Se dieron todos un fuerte abrazo y un sinfin de besos; y el deseo otorgado a aquella familia se fue. Salió por el portal y desapareció. Al volver a entrar en casa, la pequeña Inés se agachó para coger algo que había tirado en el suelo.
-Mira, papá, es como tu amigo. Toma. -Todos se quedaron de piedra al ver lo que la pequeña había encontrado. Era la figurita del belén que tanto estuvieron buscando sin éxito: "la del romano".
Cuando finalizó la Navidad, se guardaron todos los adornos para el año siguiente. Todos menos la figura que el espíritu de la Navidad había dotado de vida. Jose la dejó el resto de su vida a su lado, en la mesilla de noche para verla siempre que se iba a dormir.
El efecto fue inmediato: a partir de ese año vivieron felices, como si cada día que se levantaban fuese el último. Además Jose sabía que así su princesa sería siempre feliz, estuviese dónde estuviese.

viernes, 23 de diciembre de 2016

A.G.Keller

   

A.G. Keller, es una apasionada de la lectura, la buena comida, el vino, la música y el cine. Desde los doce años comenzó a escribir sus primeros relatos.
Reside en los Estados Unidos, desde el año 1995. Vive en un pequeño suburbio en las afueras de Dallas, Texas, con su familia.
Mía, es su primera novela auto publicada por Amazon, un sueño hecho realidad. Su segundo proyecto se titula: ADICCIÓN, siguiendo el mismo género de romance, un reto contado en dos voces. ALLY, es su tercer proyecto, la historia de Allison y Robert, personajes secundarios de Mía. Y su último proyecto, EUFORIA, el libro 2 de la Serie Hermanos Duncan. Otro reto superado, contado en cuatro voces, y desenlace de la historia del hermano mayor de los Duncan, Max.
Twitter: @ag_Keller
Instagram: @a.g.keller

Sandra Estévez


Sandra Estévez Calvar, nacida un 13 de septiembre en Porriño – Pontevedra. Diplomada en Contabilidad, ejerciendo dicha actividad durante dieciséis años en empresas del sector privado.

            Su andanza por la escritura comenzó en la época de estudiante, cuando escribía novelas románticas y sus compañeras se las rifaban para leerlas, quedando apartada durante unos años por motivos de trabajo y maternidad. Debido a una traumática experiencia laboral, se zambulló de lleno en la escritura, como una alternativa a sentirse viva y útil, realizando varios cursos de escritura creativa a distancia y escribiendo su primer libro.

            Autora de las novelas:

“Entre el miedo y el amor”, una historia romántica y de superación personal.

“No me dejes ahora”, una novela romántica con rasgos policíacos y de suspense.

“Entre ángel y demonio”, la segunda parte de Entre el miedo y el amor, una historia romántica con toques eróticos.

“Invisible”, una novela biográfica basada en hechos reales.

“La sombra del dinero”, una historia romántica y mucho suspense.

“Desafíos del destino”, un thriller romántico ambientado en su tierra gallega.   

            Todas ellas están publicadas en Amazon. También ha participado en el I Concurso de micro relatos – libro digital “Mis vacaciones Ideales”. En su blog se puede encontrar variedad de reseñas de libros que va leyendo, relatos propios y poemas.

                        Se puede seguir su trabajo de las siguientes maneras:

jueves, 22 de diciembre de 2016

Dolors López



Un poco sobre mí...

Adicta a la lectura; la poesía, mi forma de vida. La curiosidad y las ganas de aprender me definen. La voluntad, mi mayor virtud, y la autoexigencia mi mayor defecto.

"Belén viviente" Santiago Bernal (José Losada)


Otro año más, sí. ¿Para qué quejarme cuando mi vida, mi eterna figura, va a preguntarse lo mismo cada 365 días? Sería una bobada hacerlo cuando no tiene solución; y creo que por ello, y porque ha llegado el momento de explicar mi función, comenzaré a contarte la verdad de esto que me quema pero que al mismo tiempo me llena de orgullo y satisfacción (hasta hace poco, cada 365 días esta última frase me acompañaba de camino a mi trabajo anual). Bien pensado, es un chollo: trabajo una sola vez cada doce meses, sigo el curso del destino sin tener que dar explicaciones a ningún superior y además dejo estupefacto al destinatario. Podría decirse que soy como un mensaje visible, cargado de malas noticias y que todos odian en su llegada, pero que después, una vez entrado en materia, aman.

         Recuerdo a botepronto a un ser que me odió hasta el último minuto de mi día de trabajo, y lo llevo tan dentro de mí que jamás olvidaré su nombre. Todos los años, cuando despierto y bostezo de mi apacible y largo sueño, a mi mente llega su imagen como si hubiese sido la única persona importante en mi vida: Scrooge; nunca vi a un ser tan agrio y malhumorado. Vivía sin tener vida, y aunque se pasó ochenta años respirando aire a diario, comiendo, paseando y demás funciones del ser humano, no fue capaz de apreciar lo que significa “sentir” hasta que yo no afloré inesperadamente a su lado. Lleva criando malvas más años que disgustos crio durante toda su miserable existencia. Sin embargo —quiero recalcar bien esta parte—, a pesar de que yo le enseñé a ver el valor que hay en el mundo, por muy oculto que este le pareciera, y rendido a vivir una lánguida pero angustiosa vida reconcomida, él me enseñó a mí mucho más: el verdadero valor. Quizá es por esto, y solo por esto (más que suficiente) el motivo por el que cada vez que abro los ojos —y de forma literal, nada que ver con la forma en que conseguí abrírselos al viejo infeliz—recuerdo con nostalgia el rostro de facciones congeladas que el propio Scrooge se veía a diario; su aguileña nariz parece atravesarme en compañía de sus chiquitos pero penetrantes iris azulados, agrandados tanto en el universo abismal que poseo por mente como a través del circular cristal de sus anteojos sin montura. Yo le transmití miedo; él consiguió que en mi traslúcido cuerpo creciese un brutal escalofrío, habituándome ipso facto a su más que trabajada gélida personalidad.

         Gané la batalla; y él, descansando de una larga vida agónica de la que disfrutó sus pocos años finales (pero de qué manera lo hizo) seguro que viaja conmigo para traspasar al necesitado el poder que le concedí: la felicidad.


        


Primera parte


Scrooge, Scrooge… Qué recuerdos.

         Ahora me hallo de camino a desvelar el futuro de un nuevo Scrooge. Desconozco su verdadera personalidad, aunque bien es cierto que no creo que posea la misma frialdad que el viejo carcomido. Para empezar, sé que se trata del calco de una mujer muy importante en la historia de la humanidad, y creo que si hago un ligero repaso por su vida reconocerás a la original enseguida. ¿Te suena aquella que dio a luz a un hijo inesperado? Ya sé que desde que el mundo es mundo todos los días nacen hijos inesperados, errores de cálculo después de un “yo controlo, nena”. Pero si te digo que se trata de la única mujer que ha tenido un hijo sin poner de su parte para crearlo, ¿sabes de quién hablo? Creo que sí, aunque te lleguen a la mente varias candidatas. Sabes que me refiero a la Virgen María, por mucho que después de parir se hinchase a hacer hijos por el método tradicional. Sin embargo, las sagradas escrituras dicen que en su vientre creció un bebé gracias al poder del espíritu Santo (Yo soy el espíritu de las Navidades y nunca he hecho hijos a distancia, pero está visto que el Santo sí puede. Ole él); el destino quiere que la rescate de su petrificada función mundial. Como he dicho antes, a por quien voy no es más que un calco de la verdadera Virgen María, una simple figura pero con más vida interior que muchos seres humanos… ¿Me acompañas en esta breve aventura? Creo que te gustará.

        

*****


A veces suelo utilizar mi poder de vuelo para dirigirme a mi destino, otras muchas, simplemente aparezco delante del elegido. Me encanta darle un susto de muerte, y que con él, su corazón palpite de forma desbocada mientras me troncho de risa; mi visita a Scrooge fue muy sonada, bastante conocida. Tengo constancia de que quedó escrita, y es muy posible que tú, quien ahora me está prestando debida atención, la conozca.

         No vuelvo a mencionar al viejo gruñón por antojo, sino porque en esta segunda estrofa (así se editó mi misión en “Cuento de Navidad”) he comenzado diciéndote que, a veces —menos de las que quisiera— me dirijo volando a mi destino. Pues bien: si haces memoria a lo relatado en dicho libro, recordarás que Scrooge y yo volamos por el cielo centelleante en diminutas y agradables partículas luminosas, y que un tal todopoderoso, con mucho más poder que yo -ese que pudo tirarse a la Virgen pero que finalmente la preñó por voz, y en forma de paloma, mientras a otros nos caga cuando llevamos el cabello recién lavado- llamó “universo”; allí pudiste imaginarlo con cara de ilusión, con un rostro único en su peculiar personalidad. Yo lo vi, y puedo asegurarte que aquellos flácidos mofletes no tenían nada que ver con la fuerza del aire en el que nos movíamos a toda velocidad, sino que en verdad, se dibujó en su rostro una satisfactoria sonrisa. Sus ojos —sus pequeñísimos ojos sin vida— lagrimearon, y por supuesto, también de felicidad…

         Ahora quiero que recuerdes una vez más esa parte del libro, que te centres en ella y, de este modo, viajes conmigo sin levantarte del sofá en el que me estés leyendo (suponiendo que hayas decidido tomarme en este 24 de diciembre mientras tu cuerpo saborea con agradable placer el crepitar del fuego que te calienta en el hogar). Si me lees en lo que tu cuerpo y alma se trasladan al encuentro con tus familiares para disfrutar de las fiestas, entonces deja que el paisaje por el que te desplazas se disuelva, cambiándolo por un relato imaginario que, estoy seguro, calará muy hondo de tus Navidades futuras.

         ¿Qué mejor que celebrar la Navidad en compañía del espíritu de dichas fiestas? Vente conmigo.


*****


“¡Maravilla!”. Es lo menos que puedo expresar al ver lo que se cruza en mi camino. Vuelo con deleite satisfacción (y orgullo); el aire azuza mis mejillas nerviosas, tan flácidas como las de Scoorge. No voy a describirme porque en este preciso instante no tengo cuerpo, no soy más que algo transparente que vuela sin cesar. Eso sí, cuando me presente ante la Virgen (guárdame el secreto de esto, porfa) es muy posible que su apodo cambie. Jiji.

         Veo farolillos de colores: rojos, verdes, amarillos, azules… Los hay de infinitas tonalidades; sin embargo, todos bien luminosos. También veo un enorme árbol cubierto de blanco, con numerosos brazos de los que penden bolas típicas de Navidad. Los niños cantan, las nubes se levantan. Que sí, que no, que llueva chaparrón (es broma); los papás abrigan a sus pequeños en lo que inmortalizan el recuerdo para, una vez más, disfrutarlo en las Navidades futuras. Les dirán: “eh, canijo. Mira, este eras tú de pequeño. Te sentamos al lado del árbol de Navidad en lo que un hombretón rechoncho y de larga barba blanca, con más años que Matusalén, llegaba a nuestra casa entrando como las personas normales: por la chimenea. Papá lo intentó una vez y se quemó el trasero, pero tú ese año tuviste tu regalo de Papá Noel”. Sí, puede que le digan eso de aquí a unos años, cuando en una Nochebuena les presente a una tal María sin ser ya virgen… Pero lo que nunca le dirán es: “eh, canijo. Mira, en lo que papá y mamá te tiraban fotos, un espíritu aterrizaba al lado de la Virgen María para proyectarle el futuro”. Eso no se lo dirán nunca, y es una pena porque sería la realidad, y no eso del viejo rollizo que se cuela por las chimeneas para depositar regalos en los de por sí, perfumados calcetines del abuelo. Qué inventos…  



*****


Espero a que la gente se guarde en sus casas para ponerme a trabajar. Cuando aterrizo, la zona sigue bastante iluminada; pero ya no hay nadie, solo un belén petrificado. Me dirijo a él y lo observo con ojos golosos, los mismos que hacen que me relama al ver algodones de azúcar, turrón, polvorones y demás dulces en una caseta justo enfrente. Está cerrada y no puedo comprar nada; de todas formas, de haber estado abierta tampoco compraría porque mi deber es el de informar a la Virgen (Quiero un móvil con WhatsApp para poder trabajar desde el sofá. Queridos Magos de Oriente, hacedme este gran favor…).

         Desplazo la vista con sigilo por todo el abovedado portal hasta divisar a la Virgen (Jodo, está demasiado bien para su falta de uso), y allí la contemplo arrodillada, con un manto azulado sobre los hombros que cubre su vestido rosáceo. Mantiene la cabeza gacha, mirando al fruto de su vientre (Perdona que me ría al describir este último punto, hablando de una virgen); y la veo en compañía de San José y el pequeño cigoto apalabrado que creció dentro de ella. Una mula y un buey se encargan de que el niño no pase frío.

         Vuelvo a mirarla. Sin embargo —y muy a mi pesar— el tiempo corre y no puedo demorar mi función; por lo tanto, solo dispongo de… Sí, exactamente quince segundos para contemplar algo que, créeme, es digno de visualizar. No podría marcharme de aquí sin verlo. Juro que, al margen de creencias, la vista es preciosa.

         Turno de la magia. ¿Qué sería de la Navidad sin magia? Nada, y para ello cuento con el espléndido truco de tres hombres a lo lejos que llegan en compañía de camellos y de polvos mágicos (Aunque relate polvos y camellos, sigo hablando de magia). Petrificados igual que las demás figuras, los magos intentan cruzar un puente empedrado por el que sí, cruza agua manipulada. Los seres humanos se han encargado de motorizarlo, y el resultado final ha sido magnífico.  

         Me he fijado bastante porque mi trabajo desempeña un papel fundamental respecto a estas tres figuras. No son ellas como tal mi comodín para el inicio de lo lúdico y, para ti, lector, algo que considerarás solo magia, y no realidad; es su estrella quien bajará hasta mi posición para ayudarme e iniciar esta aventura; la he localizado, justo por encima de la cabeza de Baltasar. No es muy grande (la estrella, el perolo del Rey es bien hermoso), por ello me ha costado encontrarla. Solo me queda recurrir a mis polvos mágicos y hacer uso de ellos. La magia tiene como fin crear ilusión. Tú, amigo, vas a vivir una ilusión: me verás a través del papel, y ya no como un espíritu sin apariencia humana ni el que te relata los hechos, sino que en pocos segundos vivirás una historia increíble, yo dejaré de ser narrador, y tú, y solo tú, imaginarás la historia según te la vaya contado la Virgen. 

         Utilizaré mi magia, la estrella apuntará hacia el portal y se estrellará (sin causar daños) en el cuerpo de María. En ese momento ella cobrará vida (sí, como lo lees), y las siguientes páginas la tendrán como única y verdadera protagonista. El espíritu de la Navidad (yo, pero hablo de mí en tercera persona para ir metiéndome en el futuro) se mantendrá unos instantes, pero ya no como narrador principal.

         Espero que hayas disfrutado del prólogo de mi día de trabajo. Ahora te queda la mejor parte. Creo que no tardarás en saber de mí.

         La estrella baja. ¡Disfruta!

Feliz Navidad.








                                                       Segunda parte


         -¿Qué? Cielos, ¡puedo hablar! Pero, ¿qué es todo esto?

         »A mi alrededor hay cosas que no se mueven: algo alto, con pelo en la cara y un objeto alargado en lo que se apoya; también algo más pequeño, como encogido, y dentro de una caja de madera y paja. Contemplándolo, como si su deber fuese el de no dejar de mirarlo, dos piezas iguales salvo en su color… Dios, ¿qué es todo esto?

         -Y a Dios deberías preguntárselo, pero no te responderá ahora.

         -¿Quién ha dicho eso?

         -Ya deberías estar acostumbrada a escuchar voces sin ver a nadie delante de ti, María, que ese es tu nombre.

-¿Eh?

-Tu hijo, ese que ves dentro del cuadrado de madera que acabas de describir, fue concebido así, en una anunciación de voz. No soy la primera voz que escuchas.

         -¿Cómo?

         -Ya lo entenderás mejor en otro momento… Ahora permíteme que me presente: soy el espíritu de las Navidades futuras, tu futuro.

         -¿Navidades futuras? ¿Mi futuro?

         -Sé que no entiendes nada, pero al igual que hay cosas que pueden entenderse sin verse, también hay cosas que pueden verse sin entenderse; me hallo aquí para desvelar tu futuro, mostrarte lo que pasará el año que viene por estas fechas.

         -No entiendo nada.

         -Eres una figura que representa a la Virgen María; por lo tanto, tú eres la Virgen María.

         -¿Qué es eso de Virgen María? No puedo entenderlo.

         -El mundo sigue sin entenderlo después de 2016 años, así que porque esta parte nos la saltamos, no ocurrirá nada.

         -De acuerdo.

         -Ahora mira a tu alrededor y dime qué ves.

         -Algo alto, con pelo en la cara y un…

         -Sí, es tu marido: un hombre alto, con barba y un grueso palo de madera a modo de bastón.

         -¿Eh?

         -El pequeño es tu hijo, como bien te dije; a su alrededor una mula y un buey. Y ahora mira allí, a lo lejos.

         -Hay tres cosas más.

         -Son los Reyes magos, y vienen exclusivamente para entregarle regalos a tu hijo.

         -¿Regalos?

         -En Navidad se hacen muchos regalos, María. Yo soy un regalo.

         -¿Tú?

         -Sí.

         -Pero no puedo verte.

         -Me verás en el futuro. Dentro de un minuto. Eso ya será el futuro.

         -Sigo sin entender.

         -¿Ves eso alto en medio de la plaza?

         -Sí.

         -Es un reloj. Cuando suene, todo este escenario habrá cambiado, y tú verás lo que vaya a ocurrir dentro de 365 días. Eres una privilegiada.

         -¿Privile… qué?

         -Tienes suerte, María. Deja que la magia penetre en ti. Será lo primero que logre penetrarte, así que yo que tú estaría contenta.

         -¿Por?

         -Observa el reloj. Vas a sorprenderte porque sabrás hablar bien, sabrás relatarlo; hay gente que te lo agradecerá.

         -¿Qué gente?

         -Cuéntaselo, María, no te calles nada. Mira, observa con atención y relátalo todo. De ti depende que la ilusión viva para siempre. Feliz Navidad.

         -No lo entiendo. ¿Oiga?

         » ¿Y ese sonido? Se repite. Ha sonado una vez, y otra, y otra… y así hasta doce.



*****


         -¡Feliz año nuevo!

         -¡Madre mía! La plaza está llena de gente que repite una y otra vez eso de “feliz año nuevo”. Hay adultos y niños amontonados, comiendo uvas y festejando la entrada del nuevo 2016… ¿Por qué sé describir todo esto? El espíritu de la Navidad tenía razón.

         -Mira, mamá –le dice un niño a su madre cuando está delante de mí-. La Virgen se mueve.

         -Es una persona real, cariño –le explica su madre. Pero no tiene razón, ya que yo no soy una persona real, simplemente he cobrado vida.

         -Se equivoca, señora –le explico-. Soy una figura del belén, como todos estos. –Señalo mi alrededor-. Pero es Navidad, y mi regalo consiste en cobrar vida en vez de darla.

         La señora se queda un tanto desconcertada, como si no creyese lo que le digo.

         -Créame, le digo la verdad –insisto.

         -Se hace difícil de creer.

         -Lo sé. Pero piense: ¿es lo más difícil que ha tenido que creer de mí?

         -Entonces sí que eres de verdad.

         Sonrío.

-Puedo decirle que su familia será feliz, siempre. Le esperan grandiosos años de alegría, salud y mucho por lo que vivir; su hijo será muy importante, y usted, una madre ejemplar.

-Ojalá lo quiera Dios.

-Lo quiere, se lo aseguro.

-Es verdad. Perdón, no me acordaba que usted es…

-La madre del Señor.

-Gracias.

-Feliz Navidad, señora; feliz Navidad, pequeño.

-Dile adiós a la Virgen –le dice la mujer.

-Adiós, Virgen –se despide el pequeño.

La señora y el niño se van, pero antes, él me lanza un beso que yo le devuelvo con ternura.

        

*****

        

-Que sí, tío, que este año pienso salir con Zulema.

         -¡La Virgen!

         -Por poco tiempo si todo va bien.

         -No, que ahí está la Virgen.

         -¿Eh? Coño, es verdad.

         -Feliz Navidad, chicos –les digo a los dos adolescentes que se preparan para vivir una noche de fiesta.

         -Igualmente, tía. Digo… Perdón.

         -¿Eres la Virgen? –me pregunta el futuro novio de Zulema.

         -¿Tú lo crees?

         -Pues… No.

         -Te equivocas.

         -¡Una mierda! Tú no eres la Virgen.

         -Si te digo que lograrás salir con Zulema y seréis felices, ¿me creerás?

         -Jodo… ¿Y tú cómo sabes quién es Zulema?

         -Porque es la Virgen, chacho –le dice el amigo, con rostro atónito, tan lívido como mi velo.

         -¡Qué pasada! –exclama el agraciado-. ¿De verdad será así?

         -Palabra de Virgen María.

         -Oh, María.

         -Sin pecado concebida… Feliz Navidad, chicos. Podéis ir en paz.

         Los dos muchachos se fueron.


*****


         -Ah, ¿pero es cierto que eres la Virgen? –me pregunta una voz, la segunda que escucho sin ver, y tercera de forma global.

         -Lo soy –respondo una vez que me giro y veo ante mí la figura de un hombre de mediana estatura y melena castaña.

         -Te he visto leer el futuro de esos jóvenes –vuelve a decirme.

         -Sí, puede decirse que hoy actúo de pitonisa.

         -¿Cómo te sientes regalando ilusión a la gente y mostrando deseos futuros?

         -Genial. Es difícil de explicar, pero… no sé, es como sentir la paz del cielo muy dentro de mí.

         -Un cielo que te ganaste hace un porrón de años –me dice, provocándome una sonrisa.

         -Estoy muy contenta. Tengo vida y el deseo de seguir mostrando felicidad muchos años más.

         -Me alegro. Está bien eso de estirar las piernas de vez en cuando, aunque sea cada 2016 años.

         Su respuesta vuelve a hacerme sonreír.

         -¿Las vírgenes pueden tomar una copa? –me pregunta.

         -Supongo que sí –respondo, un tanto ruborizada.

         -Entonces te invito a una.

         No rechazaré la propuesta. Quiero tomarla, así que me voy con este chico a celebrar el nuevo año.

         -Se me olvidaba darte un pequeño detalle –me dice mientras nos alejamos de la plaza-. Soy el espíritu de la Navidad, el que te ha regalado la vida.

         Me quedo sin palabras.

         -Y tengo otro secreto –me dice una vez más-. Yo también…

         ¡Stop! Suficiente. Es hora de que vuelva a tomar el rumbo para el final de la historia. Ya me conoces, lector, soy el espíritu de las Navidades futuras, y vuelvo de nuevo para cerrar esta breve narración. No sé muy bien qué más decir, no me gustan las despedidas. Creo que te has quedado un poco en shock porque te he cortado en mitad de mi secreto, pero no hay mucho más que decir. María y yo… (Ahora ya es María, a secas) tomamos una copa a las 00:47h del 01/01/16, y amanecimos sobre las 7:30h del mismo día, los dos juntos, como el padre de su primer hijo nos trajo al mundo, y abrazados como dos tortolitos…

         Me consta que esta mujer está exclusivamente diseñada para compartir su vida con espíritus: el Santo, que fue el primero que se la benefició (a su modo) y ahora yo (del todo). No te enfades, lector, que ha sido mi buen acto de Navidad; de él nació Scrooge junior, que así lo hemos llamado en honor a su padrino. El bautizo en el cielo fue la hostia bendita, aunque tuvimos un cura muy particular: San Dios. He de decir que de verlo en paloma de la paz a verlo en persona hay una gran diferencia, la misma casi que ver a María llena de mantos a verla… Ejem.

         Esto se acaba. Muchas gracias por haber compartido un ratito de Navidad a mi lado (aunque creo que yo me lo he pasado mejor que tú). No obstante, si tienes ganas de más, me toca trabajar otro rato, así que puedes acompañarme. Me hallo en el 2018, pero como de futuro va la cosa, igual te apetece.

         Estés en el año que estés, te deseo una feliz Navidad. Felices fiestas con Codorniú (Que es broma, hombre).

         En serio: feliz Navidad; y sobre todo, feliz vida.

         María, el churumbel y yo, nos despedimos. Chao, y mil gracias.

        



                                                              15/12/15