jueves, 15 de diciembre de 2016

"Tentaciones ocultas" Leticia Meroño (Mi pluma LMC)

       
La mujer del traje de cuero dejó el bolso en la estación. Eran las doce menos diez de la noche y la estación estaba a punto de cerrar; había permanecido sentada en un banco del andén durante media hora, a la espera de que la estación quedara vacía.

Salió mirando hacia el suelo con la esperanza de que nadie la mirara, quería pasar desapercibida. Ya solo quedaban allí los trabajadores y estaban pendientes de cerrar sus puestos para marcharse a casa. No percibió que nadie la observara.

No podía marcharse sin saber si alguien daría con el bolso antes de lo previsto, y se quedó cerca de la salida en una posición oculta entre las sombras, pero que le permitía ver a todo el que de allí salía. Una vez cerraron las puertas y se cercioró de que su bolso seguía allí, pues nadie lo llevaba en sus manos, se marchó a caminar por las calles.

La noche era oscura, una tímida luna quedaba velada entre las nubes. Hacía frío y las calles estaban prácticamente desiertas. Caminó de un lado a otro a toda velocidad para entrar en calor.

Miró el reloj, ya casi era la una de la madrugada. Quería llegar antes que él al lugar de encuentro, así que se encaminó hacia el bar Infierno. Durante años había usado aquel antro para realizar su trabajo, cualquiera que necesitara de sus servicios sabía dónde encontrarla. Siempre uniformada con un traje negro de cuero de cuerpo entero, desde que vio aquella película decidió que aquel sería su uniforme de trabajo. Su rostro pálido y fino le daba un aire demasiado aniñado y parecía débil; sin embargo, la vestimenta utilizada, acompañada de su rostro siempre serio, cambiaba por completo su aspecto original, mostrando una dureza que a muchos asustaba. Y en realidad, así era ella: una mujer valiente y dura ante cualquier situación.

Entró en el bar y pidió un licor de almendras mientras esperaba a su cliente. Le gustaba sentir el sabor del alcohol en su paladar; mantenía el líquido unos segundos en la boca antes de tragarlo para remarcar aquella sensación. El reloj colgado en la pared del local marcaba la una y cinco minutos; odiaba que le hicieran esperar. Removió el poco licor que quedaba en el vaso para mezclarlo bien con el agua que surgía de los hielos y bebió el último trago mientras se levantaba; no esperaría ni un minuto más, los negocios eran algo muy serio para ella y prefería perder dinero antes que reputación.

Mientras pagaba la cuenta una mano tocó su hombro.

-Siento haberla hecho esperar –le dijo una voz temblorosa.

-Ya me marchaba, pensé que era un hombre serio. No me gusta que me hagan trabajar en balde.

-Disculpe, tuve algún problema con mi jefe.

-No me interesa su vida. ¿Trae lo acordado?

-Sí –le dijo recorriendo su chaqueta y mostrando un sobre blanco en su bolsillo interior-. Y usted, ¿consiguió lo mío?

-Por supuesto.

-Perfecto. ¿Hacemos aquí el cambio?

-Nunca entrego la mercancía en mano.

-¿Perdón?

-Muy fácil. Me da el dinero y le digo dónde puede recoger lo que me encargó. Es sencillo, nunca arriesgo mi vida.

-¿Y dónde puedo encontrarlo?

-Primero el dinero.

El hombre dudó un instante, aunque tenía muy buenas referencias de la mujer del traje de cuero -como era apodada en la ciudad-. Quería terminar cuanto antes con aquello y llevarle las joyas robadas a su jefe, así que le tendió el sobre.

-Perfecto. Estas son las instrucciones que has de seguir, si las sigues al pie de la letra no habrá problemas, si no lo haces no será mi culpa. ¿Entendido?

-Entendido.

-Has de permanecer en la puerta de la estación y ser el primero en entrar en cuanto abran. Accede al andén tres y busca el tercer banco según sales de la escalera. Allí encontrarás un bolso negro y dentro de él está la mercancía. Cógelo y no lo abras hasta que salgas de allí, así nadie verá lo que contiene.

-¿En la estación? ¿Pero puede haberlo cogido cualquiera?

-No me gusta que cuestionen mi trabajo. Haz lo que te digo y tendrás tu botín. Ahora he de marcharme.

La mujer salió sin mirar atrás, dejando al hombre sin palabras en el bar. Se marchó a su casa satisfecha de un trabajo bien hecho. A pesar de que pudiera parecer que era complicado acceder a un sitio a robar, para ella era mucho más complicado que aceptasen su forma de proceder y confiasen en ella; no obstante, era la mejor en su trabajo y al final nadie ponía pegas. No podía arriesgarse, pues era muy goloso llevarse el encargo y su sobre con el dinero; ya había pecado en sus comienzos y todos intentaban engañarla. Si alguien quería su experiencia, debía aceptar sus normas.

Al llegar a casa se quitó el traje y sacó de su sostén un collar de perlas. Lo miró embelesada y lo guardó en el cajón junto con el resto de obsequios obtenidos en su trabajo. Intentaba no hacerlo, pero era superior a ella; aquellos objetos era tan bonitos que la tentación la vencía.

Se sentó en el alféizar de la ventana, sintiéndose una vez más como la mujer gato.

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