¿Por qué nos ponemos tristes al hablar de lo último? No es
el título del relato de hoy (no), es una pregunta que me hago y que ya me
respondo yo, no pasa nada.
Es el último Mini relato del año, pero habrá muchos más
durante todo el 2018; de principio a fin. Aún quedan amigos por aparecer (en la
lista están, luego que quieran participar es diferente…).
En otra lista, en esa de los buenos propósitos para el
siguiente año, tengo escrito esto: “Dejar de dar clases para empezar a tomarlas
y vivir de mi profesor”. Mis cinco años de experiencia como profe de escritura
-los que considero una pérdida de tiempo por mi parte- me han demostrado que no
importa lo que se pueda aprender mientras te lo hagan los demás. Al igual que
si crías cuervos te arrancan los ojos, si te da por enseñar de forma
desinteresada el precio lo pones tú, pero en vez de con dinero, hundiéndote en
el olvido. Desde el sofá de mi casa, delante de la pantalla del ordenador,
observo el paso de mis alumnos y exalumnos, veo sus ventas y su éxito, y
entonces me acuerdo de mi madre, y que esos dos ojos que lo ven, me los dio
ella. Voy a su lado y se lo digo: gracias,
mamá. Soy una persona gracias a ti; y no te preocupes, que el ordenador que me
compraste con el sueldo de fregar tres portales al día durante un año servirá
para que ayude a más gente, y después, tú y yo, los veamos seguir creciendo
delante de la pantalla.
Mi madre está muy orgullosa de ellos, no de mí. Podría
decirse que me considera un… ¿Fracasado? Quizá. Lo mejor que he hecho hasta
ahora ha sido darle un título correcto a mi vida.
Daré un último curso de febrero a mayo, y después usaré
el blog los viernes para subir los Mini relatos honoríficos. Seguiré escribiendo
y lo guardaré en un cajón. Ni siquiera tengo escritorio. Escribo en la cocina,
con el portátil media hora enchufado y otra media aprovechando su deteriorado
nivel de batería. Ahora mismo lo estoy haciendo así; pero es mi vida, es lo que
hay, lo que me ha tocado y lo que tengo que aceptar, y sobre todo dar gracias por estar así de bien cuando hay gente sufriendo. Si no tengo Wi-fi no lo
robo; si no sé algo intento aprenderlo, por mí mismo, y en caso de tener a
alguien que me lo enseñe, se lo agradezco. No hace falta decir gracias cuando
te ofrecen algo sin pedir nada a cambio. El agradecimiento se nota en el
corazón, esa parte en la que gano en tamaño, según me dijo mi madre hace muchos
años.
Cambio de tercio, como creo que dicen en las corridas de
toros. Solo lo creo porque no las aguanto, pero eso está explicado en otra
parte, aquí toca hablar del Mini relato, que ya me he explayado bastante.
Carmen de Loma –a quien conozco de hace unos mesecitos, y
gracias a que fue una de las primeras y las últimas en leerse El diario de un
fracasado- nos ofrece una pesadilla para el ser humano. Es un relato angustioso
y muy bien explicado y sentido. Me encantan las historias de agobio, y aquí
tenéis una digna de ser leída.
Carmen es un amor de persona. No tengo el gusto de
conocerla en vivo y en directo, pero a través de la red –de donde son la
mayoría de amigos de esta sección- me sirve. Hemos charlado largo y tendido
sobre mi novela y sobre nuestras cosas, y espero que este 2018 sigamos
haciéndolo. Además va a formar parte de este último Cibertaller, y sé que tiene
ganas de que llegue febrero.
Os dejo con sus historia, y no olvidéis pasaros por su
blog para continuar leyendo relatos tan atrapantes como este.
Miles de gracias, Carmen; miles de gracias a todos. Que
el 2018 sea para vosotros un año cargado de salud, dinero, amor y éxito
literario. Que los que escriben lo sigan haciendo y les llegue su merecido
reconocimiento, que los que ya lo tengan continúen y los nuevos se lancen a la
aventura. Los que no escribís pero leéis, que tengáis un año mágico, rodeados
de letras, cariño y amor en vuestro entorno.
Un abrazo fuerte a todos. Mil gracias y feliz 2018.
El
muro de agua llegó sin apenas darnos cuenta. Jamás imaginé que el líquido
elemento tendría esa fiereza. Como si de un camión quitanieves se tratara,
arrastró todo a su paso. Árboles. Casas. Postes de luz... Todo a mi alrededor
estaba siendo derribado. Destrozado.
Lo
primero que pensé fue que debía apretar todos los músculos de mi cuerpo para
frenar el golpe que me esperaba. Cerré los ojos con fuerza. Me encomendé a un
dios al que desde niña no había vuelto a mentar y cogí todo el aire que mis pulmones
me dejaron absorber.
El
impacto fue mayor de lo que imaginé. El fuerte golpe me obligó a soltar el
aire. Mi cuerpo empezó a retorcerse sin control, arrastrado sin remedio por
aquella masa de agua, con cascotes y trozos de madera que guardaba para mí como
regalo de bienvenida. Intenté abrir los ojos pero el agua turbia apenas me dejó
ver. Un fuerte pinchazo en mi pierna me hizo gritar. Tapé mi boca con las manos
desesperada por guardar el poco aire que me quedaba. Otro impacto. Mi cuerpo
golpeó con fuerza una pared. El agua, que me aplastaba contra el muro, me fue
arrastrando hacia arriba hasta sobrepasarlo. Dejé escapar un grito de dolor al
sentir cómo parte de mi piel se desgarraba y quedaba pegada en él.
Conseguí
sacar la cabeza deseosa de tomar una bocanada de aire. El ruido ensordecedor de
los gritos desesperados, de la furia del mar, de los árboles tronchándose, se
clavó en mis oídos. El agua volvió a hundirme. El ruido desapareció. Logré
abrir un ojo. Parecía que los objetos a mi alrededor bailaran al son de la
corriente. Deseaba dejarme llevar por aquella danza. Dejarme llevar por el
agotamiento... Pero la imagen de mi hijo se presentó ante mí haciéndome
regresar de nuevo. No podía rendirme. No podía esperar a la muerte así, sin
más.
Un
palo metálico se acercó veloz hacia mí. Intenté esquivarlo. Me sujeté a un
tronco y tiré de mi cuerpo, casi sin fuerzas, para evitar quedar empalada en
aquellas malditas aguas. Pasó sin rozarme. Le seguí con la mirada y el rojo
nubló mi vista por un instante. Al disiparse la turbidez grana mi corazón dio
un vuelco. Un hombre recibió el lanceo que estaba destinado a mí. Arcadas
acompañaron entonces mi viaje. Miré a mi alrededor y vi más personas como él,
arrastradas sin control, siendo ensartadas por objetos de mil formas distintas.
Horror. Terror. Desesperación. Cada uno de aquellos rostros cargaban su dolor y
lo grababan a fuego en mi memoria.
Noté
que la fuerza del agua disminuía. Un rayo de esperanza que me dio las fuerzas
para aguantar un poco más la arremetida. Sujeta a aquel árbol muerto, mi mente
hacía verdaderos esfuerzos por no pensar en nada. Por simplemente trasmitirle a
mis músculos que no cesaran de apretar.
Cuando
por fin llegó la calma, apenas me quedaban fuerzas para mantener la cabeza
fuera del agua. Mi espalda me ardía como si estuviera en carne viva. La herida
de mi pierna continuaba sangrando, debilitándome aún más.
Lo
que no imaginé era que la corriente regresaría.
Esta
vez, los cadáveres y los restos de aquel lugar paradisíaco llegaron a mí sin
avisar.
No
me quedaban fuerzas. No podría soportar otra embestida más...
Entonces
pasó. La puerta de un vehículo salió despedida contra mí.
Y
zas. Oscuridad.
Ya
no recuerdo nada más. Desde aquel día vago de arriba a abajo por esta playa
sacada de una postal. Miro el mar y su inmensidad y me doy cuenta de lo
insignificantes que éramos.
Me
giro hacia tierra firme. La vegetación vuelve a cubrir la zona del desastre.
Miles de cuerpos aún siguen allí sin poder ser rescatados, hundidos entre el
lodo y el barro que ahora alimentan la selva. Y, entre ellos, el de una mujer
que intentó sujetarse a un tronco. Que aguantó la arremetida. Pero que, por un
destino macabro, no volvería a respirar, dejándola atada para la eternidad en
esta tierra perdida...
Intenso. Muy hábil el modo de mantener la tensión arriba o muy arriba, y esos recursos para, sin que nos demos cuenta, hacernos bailar el vals de esa ola. Gracias por el relato.
ResponderEliminarMuy bueno, Carmen! Gracias José por hacernos llegar estos escritos tan maravillosos
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Carmen. Aunque me has hecho sufrir y sentir la angustia ante una situación extrema. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias guapa ^^ La verdad es que debe ser una verdadera angustia sufrir lo que sufre la protagonista...
EliminarUn muy feliz 2018 para todos :) Abrazo!!
Deje mi comentario hace días, pero no se publicó XD Las tecnologías me odian... Jejeje Así que hago un copy paste ;)
ResponderEliminarGracias José!! Me hizo mucha ilusión que me contarás conmigo, y hasta me puse nerviosa porque no sabia cual podría estar a la altura! Te deseo, a ti y a todos los que pasen por estos lares, un 2018 digno de película con final feliz, lleno de vivencias, risas, amor y cariño.
Muchísimas gracias, Héctor y Lety!! Me alegro mucho de que os haya gustado ^^
Un abrazo fuerte!
Es que esto de internet... Jajaja. ¡¡Un placer!! Gracias a ti por formar parte de estos cincuenta relatos de despedida. ¡¡Feliz 2018!! Otro abrazo fuerte y besote para ti :)
EliminarUna vivencia angustiosa muy bien representada en tu relato, minutos de tensión en la lectura, ufff. Gracias, Carmen
ResponderEliminarMuchas gracias, guapa!! Me alegro de haber conseguido transmitir la angustia de una situación así. Un abrazo! Y gracias por leer y comentar ^^
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