domingo, 24 de diciembre de 2017

Especial Navidad 2017: La rebelión de Baltasar (Merche Maldonado/ Grupo A)

A través de la ventana, y pese a los cristales empañados, Nieves, observaba la felicidad que se respiraba en las humeantes e iluminadas calles. Podía adivinar las caras sonrientes y el vaivén de las familias que se desplazaban cargados con bolsas repletas de paquetes envueltos en papeles navideños. Pensaba en la suerte que tenían al dirigirse a casa de sus allegados. Era el primer año que pasaría sola las Navidades.

Hacía un año que enviudó y sus dos hijos se alejaban cada vez más del espíritu navideño. Tanto Dolors como Héctor, se habían independizado y ese año habían decidido ir a alguna agencia de viajes que les programó un viaje, a cada uno más dispar, lejos de ella.

Pese a estar molesta, no se quejaba. Deslizó el dedo por el vaho frío y formó un corazón con el dedo. Los echaba de menos, pero entendía que sus querubines habían abandonado el nido y que debía acostumbrarse a estar sola en unas fiestas tan señaladas.

Con un suspiro decidió prepararse la cena de Nochebuena. Se dirigió hacia la cocina pero se quedó inmóvil antes de llegar. Se giró y volvió a mirar hacia el comedor sin apenas haberlo abandonado. Quedó inmersa en el Belén invisible que no puso ese año. Sin saber cómo, se vio rebuscando en el altillo del armario dónde tenía guardo los adornos navideños. Al fondo había una caja cerrada y llena de polvo.

Recordaba las divertidas caritas de sus hijos pequeños cuando entre los tres montaban el pesebre. Por unos días, la parte superior de un mueble bajo, cercano a la puerta del comedor, se convertía en el centro de la casa. Agarró la caja y la bajó cuidadosamente mientras sus zapatillas de felpa descendían por la escalera plegable.

Pasó un largo rato desembalando con mimo cada figura. Recordaba las marcas y rasguños como si la casa se llenara de risas infantiles y del sonido ronco de los reproches de su difunto marido. Poco a poco colocó cada pieza en el lugar que correspondía. Cuando terminó se dio cuenta de que faltaba Baltasar. «¿Dónde está?» Revisó la caja, miró en el suelo, incluso subió de por la escalera y revisó la parte alta del armario. No encontró nada. Se puso triste. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sin recoger los papeles desperdigados por el suelo, se sentó a plomo en el sofá con la mirada perdida en un punto indefinido de la pared.

Escuchó un maullido que la alertó. «¿No lo habrás cogido tú, verdad, Mimoso?», preguntó al gato. Sin esperar respuesta se levantó de su asiento y con gran curiosidad se fue directamente hacia el cojín del animal que la miraba con los ojos muy abiertos. De inmediato, el animal, intimidado por la cercanía de la mujer, salió huyendo ante la evidencia de su fechoría.

«¡Aquí está, dichoso gato! Me estaba viendo loca buscándolo. Al fin te encuentro, Baltasar. Ahora irás a tu sitio» Pero antes de hacer lo que estaba pensando se quedó mirando la figura. Parecía completa, pero, el camello que debía sostenerlo, estaba mordido. Nada grave que no se pudiera enderezar, aunque le faltaba algo. Las alforjas de tela que debían colgar a cada lado de la silla de montar habían desaparecido. «¡Vaya! Bueno no pasa nada, improvisaré algo».

En numerosas ocasiones, Nieves, había tenido que pegar o coses algún detalle perdido o rasgado. Volvió a la cocina y en esta ocasión entró. Giró la cabeza y su visión se paró en el frutero, donde una malla de naranjas reposaba encima. Con las tijeras de cocina rasgó la tela y ató varios hilos hasta hacer dos saquitos unidos. «¿Qué llevaba Baltasar en los sacos?». No lo recordaba, pero pensó que daba lo mismo. Nadie vería el belén más que ella. Abrió el cajón de un armario y sacó un bote que contenía lentejas. Lo abrió y sacó un puñado del cereal para después, introducirlo en los saquitos.

Satisfecha, completó la figura de Baltasar y la puso en el pesebre. Lo miró con una amplia sonrisa en su boca y decidió que era la hora de hacerse la cena. Después de comer se sentó en el sillón y se quedó profundamente dormida viendo un musical especial que daban por la televisión.

Fue entonces, cuando las figuras antes inertes cobraron vida. Al principio, un ambiente de júbilo y cánticos alegres inundaron el paisaje en miniatura. Después, tres hombres sabios se encaminaron hacia el portal dónde acababa de nacer el niño que predijeron las estrellas. A su paso, el resto de personajes dejaban de hacer sus labores para mirarlos orgullosos. Su visita se había hecho eco y todos esperaban la llegada de tales eminencias.

—¿Lleváis todos los presentes? Llevo las alforjas llenas de oro —dijo Melchor, orgulloso.

—Sí, sí. Yo llevo incienso —asintió Gaspar.

—Yo llevo lentejas —dijo Baltasar, echando una ojeada a sus sacas.

—¿Cómo? Preguntaron al unísono Melchor y Gaspar. ¡Es imposible, quedamos en que llevarías mirra! —exclamó en esta ocasión Gaspar.

—Lo he meditado y he decidido que no voy a regalarle a un niño tan especial un producto que se utiliza para embalsamar.

Enfadados, los dos hombres amonestaron a Baltasar y le prohibieron ir con ellos. En vez de amedrentarse, el sabio que había sido expulsado del grupo, decidió encaminarse solo. Al dar unos pasos, se dio cuenta de que su camello se balanceaba demasiado. Tanteó su carga, dando unos ligeros golpes a los sacos que acarreaba el animal, y lo mandó detener. Se bajó y se sentó a pensar en una piedra.

A un paso había un pastor que atravesaba el campo con su rebaño de ovejas, cabras, patos y cerdos; Una lavandera hundía la colada en el río cercano; unos niños jugaban a carracas y a canicas al lado de varios aldeanos que descansaban y bebían al borde del camino antes de encaminarse de nuevo hacia el portal.

Descargó uno de los dos sacó y se dirigió hacia las personas que estaban cerca. Cuando llamó su atención, todos se acercaron curiosos y anonadados, al descubrir que el hombre sabio les entregaba todas las legumbres del saco. Agradecidos decidieron seguirle y que les guiara hacia el lugar dónde había nacido el niño Jesús.

Al día siguiente, cuando despertó Nieves, todavía estaba encendida la televisión. Se quedó dormida toda la noche en el sofá. Se desperezó y decidió que un café calentito le sentaría bien. Antes de llegar a la cocina echó un vistazo al Belén; todas las piezas estaban mal colocadas. «¿Cómo es posible? ¡Mimoso! ¿Qué has hecho?», preguntó la mujer al gato que se la quedó mirando atentamente al escuchar su nombre. Se acercó a las figuras y, sin creerse lo que pasaba, se llevó las manos a la boca. Le dio pereza ponerse a reorganizar el estropicio que pensaba había organizado su mascota. Desayunó y se fue a dar un paseo. Eran fechas navideñas y no le apetecía estar encerrada en casa. No se acordó del Pesebre hasta la noche de reyes.

En tal festividad, los diminutos seres cobraron vida con más intensidad que en las demás ocasiones. Estaban a unos pasos de ver al niño Jesús. Aunque la visión que se percibía desde el pesebre era muy diferente a lo que ellos pensaban. A María y José, el ángel les avisó de que tres hombres sabios se acercaban para ofrecer presentes al recién nacido. Sin embargo, quienes avanzaban hacia ellos era algo muy diferente: Dos hombres cabalgaban a lomos de su camello por su derecha, mientras que por el lado contrario, una multitud avanzaba a pie, tanto de aldeanos como animales, rodeando a un hombre que era el único que montaba en camello.

Cuando llegaron, las dos partes se miraron. La estrella del cielo que les guiaba destelló y los hombres que montaban en camello descendieron de sus camellos y se acercaron. Cuando estuvieron cerca se abrazaron arrepentidos. Llenos de júbilo, todos los presentes, arrancaron con canticos a la vez que se iban acercando al portal para saludar al recién nacido.

Melchor y Gaspar, desprendieron las sacas de sus camellos y se lo ofrecieron al niño Jesús. A Baltasar, solo le quedaba una alforja, la otra la había repartido en los pastores y aldeanos, pero estaba orgulloso de su acción. Le ofreció el presente a la nueva vida y se unió a sus compañeros de viaje, cediendo paso para que los demás hicieran lo mismo. Todos participaron y todos eran importantes en un día tan señalado.

Al mismo tiempo, Nieves, observaba por la ventana cómo los niños estrenaban sus juguetes nuevos acompañados de sus familiares. Todos sonreían, menos ella que los miraba con lágrimas en los ojos. Se las enjugó con el dorso de las manos y pensó en abrir una botella de cava. ¡Qué demonios, es el día de Reyes!, exclamó. Al acercarse a la cocina no pudo dejar de mirar el pesebre. Se había transformado totalmente. Las figuras estaban agrupadas alrededor del niño Jesús, hasta los animales. Ella no lo había colocado de esa manera. ¿Mimoso…? Preguntó y un maullido le contestó. El gato estaba estirado en su cojín, ajeno al pensamiento de la mujer. ¿Me estaré imaginando cosas raras? Un chasquido de su boca y un movimiento de cabeza de lado a lado la dejaron desconcertada.

El teléfono sonó y la sacó de su ensimismamiento. Era su hija que la avisaba de que, tanto Héctor como ella, había vuelto de su viaje un día antes y estaban al llegar. Comprarían algo preparado para comer y estarían con ella el día de Reyes. Además, sus dos hijos le habían traído regalos. Al descolgar, Nieves miró hacia el pesebre. La enterneció ver la imagen de todas las figuras reunidas, al recordar cuando, junto a ella, su marido y sus hijos pequeños observaban embelesados las mismas figuras. Aquellos tiempos no volverían.



8 comentarios:

  1. Faltaban unas campanillas de fondo. ¡Cuánta verdad oculta tras la solidaridad y humanidad de Baltasar, cuánta necesidad de recordar la verdad tras la costumbre, el hábito o la tradición!

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  2. Me gusta mucho el nombre de los hijos de Nieves y el cuento es genial. Me has hecho sentir la misma sensación que a de esa madre y me he quedado prendada de Baltasar. Precioso cuento Merche

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    1. Muchas gracias, Ana. Mi madre se llama Nieves. Es un homenaje a esas madres que se sienten solas en estas fechas. Un abrazo.

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  3. Muy bonito, Merche, felicidades. Hemos de aprender de ese Baltasar...

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    1. Muchas gracias, Iván. Las historias cambian dependiendo de la visión del escritor. Por ese motivo me encanta escribir. Un abrazo.

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  4. Qué bonito, Merche, cómo me ha gustado!! Baltasar es, además, mi rey favorito; y el dia de Reyes la festividad que más me gusta de la Navidad porque era el día menos tumultuoso, solo mis padres y yo.

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  5. Muchas gracias. La noche de Reyes todavia dejo los zapatos en mi balcón.

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