sábado, 23 de diciembre de 2017

Especial Navidad 2017: Herodes (Iván Gilabert/ Grupo C)



Con lo que yo fui. Maldita la hora en la que el Ser Supremo me pidió formar parte de la historia y maldito el momento en el que le dije que sí.

«Para convertirte en un ser inmortal y ser recordado por todos los hombres, tu esencia, tu ser y tu energía, deben quedarse aquí, impresas en esta figura que a partir de ahora te representará y formando parte de algo más grande, donde podrás revivir los mejores momentos de tu vida», me susurró aquella envenenada voz, justo en mi lecho de muerte.

¡Venga ya! ¡No me jodas! Me convertiste en una triste y diminuta figura, colocada en lo alto de una montaña, a la sombra de un palacio que nunca tuve; vigilando el eterno nacimiento de un niño que no me importó nada en absoluto. Y encima tengo que aguantar a toda esta tropa de energúmenos que pasean por delante como si de una procesión se tratara, día tras día, año tras año, mirándome como si fuera el peor personaje de la historia, señalándome con el dedo, acusándome una y otra vez de querer matar al condenado niño.

«Mira, hijo, ese de allí es Herodes, el asesino de niños, el de la matanza de los inocentes», dicen una y otra vez.

¡Eso es mentira! Estudiad un poco mejor la historia, malditos ignorantes. Esa patraña la inventó un tal Mateo para darle acción a un evangelio soso y aburrido que no atrapó a nadie por culpa de su patética verborrea. ¿Por qué ninguno de vosotros, ignorantes de la vida, habla de lo bueno que hice? Porque no tenéis ni idea. Pues queridos amigos, yo, Herodes Antipas, el Grande y el primero de mi nombre, reconstruí y amplié el templo de Jerusalén; construí el puerto marítimo de Cesarea; edifiqué la fortaleza de Mesada; levanté la fortificación de Herodión; fui el mejor rey que Judea, Galilea, Samaria e Idumea, haya tenido jamás... y solo hay una cosa que no hice: nunca ordené la dichosa matanza de los inocentes. Mateo, el mentiroso, allá donde estés espero que lo que quede de tus huesos se pudra en el más frío, solitario y oscuro de los olvidos.

—No es bueno tener tanto odio encima, amigo Herodes —dijo una voz que parecía no venir de ninguno de los visitantes que seguía caminando en fila y observando esa mítica escena navideña. No era una voz terrenal.

—Herodes Antipas. Herodes el Grande. Herodes I…

—¿Quién eres? —preguntó la figura sin dirigirse a nadie en concreto.

—Soy alguien que ha decidido ayudarte. Un amigo que sabe que tu odio está atrapado en el interior de esa pequeña estructura de barro y que seguirá así, por los siglos de los siglos, quemando tu espíritu si no ponemos remedio.

—No es odio. Bueno, sí. Odio y rabia a partes iguales. Esta monótona representación que se hace año tras año no simboliza mi figura real en la historia del hombre como es debido.

—La historia es tan solo lo que queda del recuerdo de unos pocos hombres que la vivieron y la pudieron contar. Y muchas veces, esos momentos se tergiversan según los intereses de cada uno. Mira a tu alrededor —dijo la voz, viniendo de ningún sitio en concreto—, ¿crees que alguno de ellos está contento con su historia?

Herodes miró como tan solo las figuras inertes lo pueden hacer, desde el interior. Observó la planicie que tenía bajo sus pies, repleta de otros míticos personajes y que mostraba con gran dramatismo un acto que en realidad jamás tuvo lugar, al menos tal y como allí se representaba.

—Fíjate en María, una mujer que jamás dijo que fuera virgen, inmaculada y que quedara embarazada por una mística paloma; o los magos de Oriente, caricaturizados como tres locos que viajaron más de mil kilómetros siguiendo una luz mágica en el cielo; o mira al pobre Longino, todo un valiente legionario romano que tan solo vigilaba un valle y que ha pasado a la historia como el asesino del Mesías. No todos están contentos con su papel en la historia, pero ahí están, sin odio ni rencor.

—Pues yo no puedo olvidarlo. ¿Qué has venido a hacer? ¿Me puedes dar la extremaunción para que mi espíritu descanse para siempre y se desvincule de esta triste y patética figura de una vez?

—No puedo hacer eso y lo sabes. Ese don pertenece solo al Ser Supremo.

—¿Y entonces que haces aquí? A parte de recordarme lo desgraciado que soy.

—He venido a ayudarte. Puedo hacer que cambies, que tu espíritu descanse por fin siempre y cuando vuelvas a ganar confianza en ti mismo. Voy a recordarte el gran rey que fuiste un día. Te volverás a sentir orgulloso de todo lo que lograste con esfuerzo y dedicación y hará que tu estancia aquí, en este plano, sea más llevadera.

—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

—Soy un amigo que tiene el poder de llevarte al pasado para ver la gran persona que fuiste y los logros que conseguiste. Y mi nombre… bueno, tengo muchos, depende a qué cultura preguntes.

—He oído hablar de ti. Pensaba que eran cuentos sin sentido que se explicaban entre bambalinas. ¿Eres el fantasma de las navidades pasadas?

—Soy quien tú quieras que sea. ¿Estás preparado?

—No tengo nada que perder.

—Exacto. ¡En marcha!

 

Apenas pasaron dos segundos terrenales desde que la figura de Herodes se esfumara de todos los belenes del mundo, hasta que reapareció de nuevo, en lo alto de la montaña y a la sombra del templo donde siempre había estado. Pero algo había cambiado. Su semblante agrio se había convertido en una especie de sonrisa a medio camino entre el sarcasmo y la oscuridad. Aquel ser que lo llevó al pasado cumplió su palabra y le mostró cientos de cosas que Herodes no pudo ver en vida, demasiadas verdades que nunca debería haber conocido, la cara real y oculta de una familia envidiosa, cruel y capaz de lo que fuera por quitarle su merecido trono. Pero eso no fue todo, aún hizo más por él; le dejó intervenir en diferentes ocasiones para modificar el pasado con la excusa de aumentar su felicidad. Y vaya si lo consiguió.

Después de aquel viaje, el fantasma de las navidades pasadas desapareció para no volver jamás. Herodes sabía que de la deidad que lo puso en lo alto de aquella montaña, hace ya mucho tiempo, no vería con buenos ojos su fructífero viaje al pasado.

Hoy, el viejo rey de Judea miraba de forma diferente al resto de figuras. Sentía que era, por fin, el verdadero monarca del lugar, poderoso e imponente, dominando el paisaje de su ciudad desde las alturas y contento de esa segunda oportunidad que le otorgó una vida llena de objetivos conseguidos. Ahora sí que estaba preparado para vigilar a los pies de un templo que al final sí que tuvo. Todo gracias al favor de su amigo, el fantasma de las navidades pasadas.
EPÍLOGO

 Herodes I, el Grande, se convirtió en rey de Judea en al año 37 a.C. Fue un monarca modélico, centrado y benevolente, que consiguió infinidad de cosas buenas para su pueblo hasta que un buen día todo cambió.

Algunos médicos diagnosticaron que el rey tenía el mal de los hombres que hablan solos; otros, sin embargo, opinaban que el demonio lo había poseído, ya que el rey sabía en todo momento lo que pensaba el resto de la gente, anticipándose a todo y a todos. Y eso era imposible de saber a no ser que estuvieras bajo la oscura sombra del mal.

El primer cambió significativo que mostró Herodes fue su egocentrismo y el ansia de poder, algo que se volvió patológico hasta límites insospechados. Ejecutó a su mujer, Marianna I, por conspirar contra él; acabó también con la vida de su suegra, Alejandra, por proclamarse reina sin su permiso; asesinó a su cuñado, Kostobar, por conspirar contra él; ejecutó a sus hijos Alejandro y a Aristóbulo, por alta traición; ordenó la ejecución también de otro de sus hijos, Antípater, por conspirar para asesinarlo… y no pudo ejecutar a nadie más porque la sarna acabó con el rey en la ciudad de Jericó. Herodes murió presa de un intenso dolor a causa de esa terrible enfermedad que había llenado casi todo su cuerpo de gusanos y de putrefacción.  

Documentos datados en esa época cuentan que, en su lecho de muerte, el moribundo rey gritaba poseído el nombre de algunos familiares que según decía, estaban en su lista y aún no habían muerto. Repetía una y otra vez a su gente de confianza, que sus últimas voluntades eran acabar con la gente de esa lista y, sobre todo, costara lo que costara, que le cortaran las manos a un tal Mateo, el mentiroso.


7 comentarios:

  1. Dicen que la historia la escriben los vencedores y que, en todo conflicto humano, la primera víctima es siempre la verdad. Así que me alegra que Herodes haya tenido su oportunidad de reescribir su historia, en lugar de aguantar la del pérfido recaudador de impuestos reconvertido. ¡Me ha encantado!

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  2. Me ha gustado mucho. Es un relato Curioso y reflexivo. Con un epílogo muy interesante. Enhorabuena, Iván.

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    1. Gracias, Merche. La mayor parte del epílogo es real; así era Herodes jajaja!

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  3. Buen relato Ivan, pero me temo que nos has dejado sin la matanza de los inocentes...No se que vamos a hacer con todos los cuadros que hablan de ella... Me ha parecido muy bueno tu cuento y me encanta el final, ¡pobre mateo si lo pilla!

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    1. Gracias, Ana. En este relato hay más datos reales de lo que parece, pero lo de la matanza de los inocentes no lo tengo tan claro. No sé...

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  4. Es difícil conocer de manera objetiva los hechos históricos y sus personajes, sobre todo, porque están reflejados desde los ojos y el pensamiento de otro ser humano. Me ha encantado el enfoque que le has dado, una visión diferente muy interesante. Felicidades

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