martes, 26 de diciembre de 2017

Especial Navidad 2017: Y nació en una celda (Ana Larraz/ Grupo C)






—¡Quiero que me devolváis al niño Jesús! —gritó Pepe Martinez, el funcionario de prisiones encargado de la seguridad de aquel módulo.

Los presos no estaban acostumbrados a verle levantar la voz. Era un buen tipo según decían ellos. Pero aquella Noche Buena, le había tocado hacer guardia y pasarla alejado de su familia, y no estaba muy contento. El pobre hombre no había podido contenerse, al ver que la cuna del Belén de tela que Mirian, su mujer, le había fabricado con tanta ilusión pensando en lo mucho que le gustaría a los presos, estaba vacía.

—Cálmese, jefe; que no se ha hecho con intención… Es que usted es un poco godo aún, y no sabe cómo son las cosas nuestras —le contesto el Negro; un joven traficante de color, que a pesar de que el director de la cárcel le había dado permiso para salir como a casi todos los habitantes de ese modulo, había decidido quedarse: nadie le esperaba fuera—. Aquí, no se pone al niño en la cuna hasta las doce de la noche, ¿no sabe que es esa la hora en la que nació? Lo he dejado ahí, detrás del pesebre.

Pepe se tranquilizó e inmediatamente se arrepintió de su grito anterior. Tenía razón el Negro, no conocía esa tradición. Había supuesto que era él quien se había llevado la figurita. Era fácil de imaginar; solo había en el comedor tres detenidos y los otros dos, ni siquiera habían mirado el regalo que les había llevado esa misma mañana, en cuanto recibió el paquete de su esposa. Sonrió al joven e inmediatamente se encontró con la mirada de el Mago, escrutándole.

Así le llamaban al hombre grueso, de barba blanca y bastante mayor que estaba sentado a la derecha del drogadicto. Él nunca sonreía. Debía rondar los setenta años y confiaba en que le soltaran pronto debido a su edad, pero Pepe sabía que eso no iba a suceder. Estaba allí, porque un día se levantó de mal humor, convencido de que sus dos socios le estaban engañando, y decidió matarlos. Se fue a su oficina y les esperó allí y cuando los tuvo sentados enfrente, sacó su arma y le descerrajo dos tiros a uno de ellos, al que estaba más cerca. El otro pudo huir pero el Mago le alcanzó —antes de dedicarse a los negocios había sido trilero  y había tenido que correr delante de la policía muchas veces, así que estaba en una forma excelente—, le tumbó en el suelo y mientras le sujetaba con un pie, le metió un balazo en la cabeza. Ni se inmuto cuando le detuvieron, no dijo nada y seguía así, callado desde que ingresó en el centro y de eso hacía ya tres años.

El funcionario desvió la mirada, intimidado por el preso que parecía estar llamándole la atención por haberles gritado. Volvió a encender el aparato de música que se había traído de casa, para que los hombres siguieran oyendo los villancicos. Era una petición que le había hecho el Sabio, el otro detenido. Sus gemelos formaban parte del coro que había grabado el cd navideño y le había rogado que lo pusiera. Pepe no se pudo negar. El preso era un hombre tan atento y educado que casi siempre se salía con la suya. El resto de sus compañeros le respetaban. Era muy culto, antes de entrar en prisión era un veterinario muy conocido, siempre dispuesto a ayudar a todo el que se lo pidiera. Cuando el funcionario, en un momento de confidencias, le preguntó por qué estaba allí, se quedó de piedra cuando el preso le explicó que un día, ofuscado, había rociado a su mujer con ácido sulfúrico, porque dudaba de que sus dos hijos fueran verdaderamente suyos. Esa noche no le habían dejado salir de la cárcel, porque el director tenía miedo de que volviera a repetir el acto en los niños, ya que eso era lo que se proponía hacer cuando fue detenido.

El Sabio le hizo una inclinación de cabeza, cómo queriéndole agradecer que la música volviera a sonar y el funcionario se relajó viendo que las cosas habían vuelto a la normalidad y que sus presos seguían dando buena cuenta de la cena especial que el Centro Penitenciario había preparado para ellos.

Pero, de repente, justo en el momento en el que iban a dar las once, algo pasó. Las lámparas del techo tintinearon unos segundos y la luz de todo el modulo se fue.

Las alarmas saltaron y en lugar de las voces de los niños cantando, un ruido ensordecedor empezó a sonar haciendo que los cuatro hombres que se encontraban en el módulo, se llevaran las manos a los oídos. Las puertas del corredor se cerraron automáticamente dejando a los presos y a su guardián aislados del resto del centro. Desde donde estaban, solo podían acceder a las celdas.

 Pepe no dejaba de gritar, ordenando que todos se quedaran dónde estaban. No sabía lo que estaba ocurriendo; ni siquiera las luces de emergencia habían saltado. De pronto, la luz regresó y las canciones de los niños volvieron a sonar.

—¿Qué ha pasado, jefe? —preguntó el Negro, que al igual que sus compañeros no se había movido de su sitio.

—¿Por qué ha saltado la alarma? ¿No habrá algún fuego? —indagó el Sabio— ¿Cree que estamos en peligro?

—Mira los monitores —ordenó el Mago, rompiendo su silencio de tres años y provocando una pequeña conmoción en Martinez al escucharlo.

El funcionario no sabía por dónde tirar, pero decidió hacer caso al preso. Las cámaras estaban en un cuarto que había en el fondo de comedor. Antes de ir, comprobó que las puertas del pasillo estaban cerradas, tal y como ocurría después de una alarma. Vio que era así y entonces, sin miedo a dejar solos a los detenidos, no podían ir a ningún lado, se encaminó hacia la habitación. Pero antes de que llegara a su destino, un quejido femenino que provenía de la esquina en donde estaba colocado el Belén, le hizo detener su marcha.

—¡Ay! ¡Ay! —oyó claramente.

—¡Jefe! ¡Jefe! ¡Mire! —chilló el Negro — que se había levantado y señalaba hacia una jovencita, ataviada con un vestido largo y por lo prominente de su barriga, en evidente estado de gestación.

—¡No puede ser! ¿Dónde está mi niño? —decía la joven mientras muy alborotada, tocaba todas las figuras del Belén — Esto no está bien, ¿Qué ha pasado?

Los cuatro hombres, asombrados y sin decir ni una sola palabra, se habían ido acercando como atraídos por un imán, a la mujer que seguía hablando para sí misma, cada vez más alterada.

—¡Ay! ¡Qué daño! —gritó, mientras se llevaba las manos al vientre— ¿Qué es esto? ¿Por qué me duele tanto? ¡Ay! —volví a chillar, mientras un rictus de dolor se apoderaba de toda su cara— ¿Qué me pasa?

—¡Qué estas a punto de parir! —le contestó el Sabio, sin poder evitar responder a la joven que, por primera vez, reparó en que estaba acompañada— Ven, siéntate aquí, estarás más cómoda y te dolerá menos.

—¿Yo? ¿A punto de parir? Eso es imposible. ¿Dónde estoy? ¿Qué lugar es este?

—Aquí las preguntas las hago yo —intervino Pepe—. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

—María —es lo único que pudo decir la chica antes de que una contracción le impidiera seguir hablando.

—¿Cómo has llegado aquí? ¿Es tu novia, Negro?

—¡Yo no la conozco de nada! —contestó rapidamente el aludido mientras miraba a la chica que intentaba contener las lágrimas que asomaban a sus ojos, pero que no por ello dejaba de hablar y lamentarse.

—¡Es un error! ¡No entiendo que ha salido mal! ¡Nunca había pasado esto! —se decía muy bajito para sí misma — Todo iba bien. Como siempre empecé a notar mis piernas separándose una de otra y vi a mis brazos tomando forma, alejándose del cuerpo. Sentí lo pesada que era mi cabeza y como el cuello se volvía independiente y luchaba por mantenerla erguida. Me percaté de que mis ropas dejaban de ser parte de mi cuerpo y servían para cubrirlo. Empecé a oler y a darme cuenta de cómo la sangre corría por dentro de mí; ya no era un relleno de algodón lo que formaba mi cuerpo. Todos mis órganos se hicieron presentes y millones de sensaciones me inundaron.  ¡Vamos!, lo mismo que noto cuando cada año cuando el Espíritu de la Navidad se mete en mí, pero nunca había despertado con esta barriga! ¡No estaba cuando yo era de tela!

Los cuatro hombres la escuchaban sin entender nada de lo que decía. Ninguno se explicaba como había llegado la joven allí, pero esa cuestión, había pasado a un segundo plano. Era mucho más interesante lo que la chica estaba diciendo. Nada de lo que salía por su boca tenía sentido y a pesar de la cara tan dulce y bonita que tenía, a los hombres, la joven les estaba dando un  poco de miedo: parecía estar loca de remate.

—¡Duele! —volvió a chillar— ¿Qué me pasa? ¿Por qué me hace tanto daño la tripa!

—Ya te lo he dicho, niña. ¿Es que no ves que estas de parto? —le respondió el Sabio, que viendo la cara de incredulidad de la joven, se vio en la necesidad de seguir dándole explicaciones— ¿No sabes que estas embarazada? Son las contracciones, no debe faltar mucho para que tu hijo venga la mundo

—¡Eso no puede ser! ¡Díganme dónde estamos, por favor! ¿Qué es este sitio tan raro? —pregunto la chiquilla mientras miraba a su alrededor. Hasta ese momento, ocupada como había estado en destrozar el Belén del funcionario y contestar al interrogatorio de los hombres que la acompañaban, no había tenido tiempo de fijarse en lo que le rodeaba

—¿Qué ha de ser? —le respondió Pepe—. Estas en el Centro Penitenciario Salto del Negro, en Canarias.

—¿En Canarias? ¿Has dicho en Canarias? ¿Dónde siempre es una hora menos? ¡Ay! ¡Me acabo de hacer pis! ¡Estoy toda mojada!

—Esta chica está muy mal —comentó el Mago al ver el charco que había debajo de la silla—. Tienes que hacer algo, funcionario. Tú eres el que manda aquí. Acaba de romper aguas. Va a parir de un momento a otro y claramente ha perdido el sentido. No sabe ni donde está.

—Sí, sí; tienes razón. Vamos a llevarte a una cama —le dijo Pepe a la chica, al tiempo que le indicaba a el Sabio y al Negro, que la cogieran en brazos—. No te podemos trasladar a la enfermería. Estamos encerrados. La alarma está programada para que no se pueda abrir la puerta hasta dentro de una hora. Sigo sin comprender cómo has entrado, pero me parece que en este momento no estás para darme muchas explicaciones…

La joven lo miró con cariño e incluso intentó sonreírle, mientras se dejaba llevar por los presos que rapidamente la instalaron en la celda de el Mago, pero una fuerte contracción hizo que toda su cara se contrajera y ella apretara los dientes para evitar dar un grito. Cuando el dolor pasó, la chiquilla, haciendo un esfuerzo volvió a preguntar:

—¿De verdad estamos en Canarias?

El guardia se lo confirmó con la mirada y en ese momento, una idea fue tomando forma en la mente de la embarazada.

—Eso es lo que ha pasado. El Espirito de la Navidad vino a mí antes de tiempo. Aquí, no había llegado aún el momento. Faltaban sesenta minutos —decía en voz alta mientras las lágrimas corrían por sus ojos— Por eso estoy embarazada y la cuna está vacía.  ¿Qué va a pasar ahora? ¿Dónde está mi niño?

            El Sabio se acercó a Pepe y le susurró algo al oído. El funcionario se lo quedo mirando durante unos momentos. Estaba meditando su respuesta.

 En ese momento, la parturienta volvió a gritar de dolor y Martinez, asustado al ver la cara de dolor de la joven, asintió con la cabeza para autorizar al preso.

            —Mira, niña. Voy a ayudarte. Soy médico y entiendo un poco de partos. ¿Me dejas que te suba la falda y vea cómo va el tema? —le preguntó el susodicho, haciendo gala de la esmerada educación que tenía y tapando con ella la gran mentira que le estaba diciendo.

            La chica movió la cabeza para dar su consentimiento y el veterinario procedió a examinarla mientras los demás seguían sus movimientos con mucha atención. Todos menos el Negro, al que le daba pánico la sangre y se había quedado dando vueltas por el comedor.

            Al cabo de unos minutos, el preso se volvió hacia Pepe y el Mago y, con gesto preocupado, les dijo muy bajito para que la futura madre no le oyera:

            —Esto no va bien. El niño viene de nalgas. O se da la vuelta o se quedará atascado dentro de su madre y morirán los dos. He visto muchas vacas que han perdido la vida porque el ternero no ha conseguido colocarse en su sitio y esto tiene pinta de ser igual.

            —¿Y no puedes hacer nada?  —le preguntó el funcionario.

            —No.

—¿Cómo qué no? Algo harías cuando le pasara eso a los animales. No dejarías que se muriera sin más… —insistió.

            —Tienes que meter la mano dentro del útero e intentar que se vaya moviendo —le explicó el Mago

            Eso es lo que hacía con los animales, pero esto no es una yegua; es una mujer. No me atrevo.

            —¡Vamos, cobarde! Mataste a tu mujer, ¡intenta salvar la vida de esta! —le insultó el Mago al ver que el Sabio se quitaba de en medio

            —¿Tú me llamas cobarde? Tú, que descargaste tu escopeta en el cuerpo de un hombre tendido!

            —Sí, yo mismo. Al menos los míos eran hombres, no mujeres indefensas.

            Ya iba a saltar el Sabio sobre el Mago, y ya estaba Pepe sacando su porra para separarlos, cuando la joven volvió a dar un gigantesco grito.

            —¡Socorro! ¡Por favor! ¡Ayudadme!

            Los hombres se quedaron quietos y como si un rayo les hubiera tocado, olvidaron todas sus querellas y empezaron a actuar.

 El Sabio se lavó las manos en el pequeño lavamanos de la celda y después, se arrodillo a los pies de la joven e introdujo su mano dentro del útero de la parturienta para intentar mover al no nacido. Mientras, el Mago sujetaba la mano derecha de la chiquilla, intentando reconfortarla y Pepe, salía de la celda en busca de cualquier cosa de tela que les pudiera servir para recibir al bebé. Algo le hacía estar seguro de que los presos no se pelearían, ni le harían ningún daño a la joven. No le preocupó en absoluto dejarlos solos con ella.

            —¿Qué está pasando? —le pregunto el Negro cuando le vio cargado con las sabanas que había ido recogiendo de las celdas.

            —Parece que vamos a tener un parto aquí dentro —suspiró— Pero luego, cuando todo pase, hablaremos tú y yo. No sé cómo lo has hecho, pero estoy seguro de que tienes algo que ver con que esa chica.

            —Le lo juro que no —aseguró el drogadicto, pero el funcionario ya se había metido de nuevo en la celda donde se estaba produciendo el nacimiento y no le oyó.

            El traficante, se quedó en medio del comedor sin saber qué hacer. Entonces, se fijó en el reloj de la pared. Ya casi eran las doce. Se acordó de algo y se dirigió al lugar en donde estaba el Belén. La chica lo había desmontado, no había ninguna pieza en su sitio. El preso se puso a ordenarlo y justo, debajo del cartón forrado con tela que hacía de portal, encontró al niño Jesús. Miró el reloj y cuando la manecilla larga alcanzo las doce, con infinito cuidado, puso al bebe en la cuna.

            En ese instante, el llanto de un niño resonó en todo el pabellón. El Negro, a pesar de su miedo a la sangre, corrió hacia la celda y aún tuvo tiempo de ver, antes de que la luz se fuera de nuevo y la alarma comenzara a sonar, a un precioso niño en brazos de la joven, al que esta llamaba Jesús.

 

            Unos minutos más tarde, la electricidad volvió y con ella, seis guardianes, armados hasta los dientes, aparecieron tras la puerta que se había vuelto a cerrar  dejando incomunicado el módulo.

            Cuando los funcionarios la abrieron, vieron a Martinez sentado en una de las mesas del comedor y junto a él, a sus tres detenidos.

            —¿Qué ha pasado aquí, José? ¿Por qué no has respondido a nuestras llamadas? —pregunto el que parecía estar al mando —. Llevamos más de una hora intentando hablar con vosotros.

            Pepe se mantenía en silencio, no sabía que decir.

            —¡Señor!, ¡señor! —gritó uno de los guardias que había ido a revisar si había algo raro en las celdas—. Aquí hay sangre. Mucha sangre.

 

            Martinez y los tres presos se miraron compungidos y casi sin querer, echaron una mirada de soslayo al nacimiento de tela que volvía a estar en perfecto orden en la esquina del comedor. La Virgen parecía lanzarles una mirada de agradecimiento. Los hombres se encogieron de hombros cuando su superior les preguntó por el dueño de la sangre.

Sabían que iban a tener que dar muchas explicaciones y que nadie los iba a creer, pero ellos estaban satisfechos.

Habían ayudado a que Jesús, el hijo de Maria, viniera al mundo; aunque hubiera sido en una humilde celda.

9 comentarios:

  1. Una historia preciosa, Ana. Me ha gustado mucho la atención que les prestas a los personajes. Enhorabuena. Gracias.

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    1. Muchas gracias amigos. ¿Os habéis fijado en que los presos uno es negro, otro sabio y otro muy mayor?

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  2. ¡Se nos olvidan tantas cosas en el fragor de los anuncios, aspiraciones y estatus! No está de más esta original llamada a la humildad. Y, sobre todo, las atinadas pinceladas para dotar de matices a los personajes. Coincido con Merche en resaltarlo. Felicidades.

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    1. Me alegra que te guste. El día que escribí el relato había estado en la cárcel,y por eso fue tan fácil ponerme en el lugar de los presos...

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  3. Muy original el nacimiento que has relatado con los reyes magos como presos. Enhorabuena, Ana.

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    1. Me alegro de que te guste Ivan, lo siento por los Reyes, pero este año les toco estar encarcelados jajaja

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  4. Maravillosa historia, Ana!! La manera de dibujar a los personajes me ha encantado. Enhorabuena

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