miércoles, 25 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: Nosotros cuidaremos de ti (Merche Maldonado/ Grupo A)



Como cada Halloween, un grupo de escritores de terror se dirigen a su encuentro anual en el pueblo olvidado de El cuervo negro. Durante el resto del año está deshabitado, solo los ganaderos de las pocas granjas de los alrededores lo atraviesan, junto con el ganado de camino a los pastos. Sin embargo, en estas fechas, se llenan de turistas que buscan emociones que nunca encuentran, hasta hoy.

—Howard, no entiendo por qué siempre vamos al mismo sitio. Deberíamos cambiar de lugar, quizás así logremos alguna vivencia terrorífica —dijo un hombre desde el asiento de atrás de un coche en marcha, disfrazado con una peluca negra de pelo corto y rizado, con la frente despoblada, aplastándose el bigote con dos dedos para pegarlo bien a su piel.

—Se trata de reunirnos, no de encuentros paranormales, Edgar —contestó el caballero que viajaba a su lado, vestido de traje negro, chaleco y pajarita, con el pelo repeinado hacia atrás y gafas circulares.

—¡Mirad, hay un coche parado al lado de la carretera! Podrían necesitar ayuda —avisó el conductor del vehículo de alta gama, un hombre robusto, que parecía incómodo al llevar traje, chaleco, gabardina y corbata, además de barba y bigote postizos.

—De acuerdo Bram, tú siempre tan samaritano —contestó molesto el copiloto que también iba trajeado, además de llevar una peluca muy poblada negra y un gran bigote con una perilla pequeña — Stephen, pregunta tú que estás más cerca del camino.

—De acuerdo, Guy —dijo un hombre canoso, con gafas de montura oscura, vestido con camiseta negra donde resaltaba el dibujo de una carabela tocando la guitarra, asomándose desde su ventanilla y sacando casi medio cuerpo al exterior— ¿Necesitáis ayuda?

—No, no. Estamos bien. Sigan su camino.

Los cinco hombres se marcharon extrañados, sin poder dejar de mirar el interior del coche, aparcado en el inicio de un camino de tierra, donde una mujer abrazaba a una niña pequeña. Tenía aspecto de haber llorado. Pensaron que se trataba de una disputa familiar y no quisieron molestar.

Cuando el vehículo estuvo lo bastante lejos, la mujer soltó a la niña y la sentó a su lado. La consoló, tocándole la carita con mimo y se dirigió hacia su marido que aporreaba el volante del vehículo:

—¿Dónde vamos a ir ahora? Lo hemos perdido todo.

—Yo no tengo la culpa, Irene, la tenéis vosotras dos que me habéis gafado. Hubiera ganado de no ser por…

—Has perdido nuestra casa y todo lo que poseíamos en una partida de póker. Estamos sin nada.

—¡Calla a esa niña! Estoy harto de vosotras, solo me traéis problemas. Nos hemos quedado sin combustible. Voy a echar gasolina, tengo un bidón en la parte de atrás. Tú mientras saca a esa mocosa y que mee, no vaya a mojarme toda la tapicería.

—¡No le hables así, es tu hija! Sal cariño que estiraremos las piernas —dijo Irene a la pequeña Daniela que sollozaba sin atreverse a levantar la cabeza.

Mientras el hombre abría el maletero, una idea relampagueó por su mente. Sin pensarlo más, cogió el bidón, abrió el tapón y se acercó a Irene que estaba de espaldas. Su hija, en cuclillas, intentaba orinar cerca de un árbol. En un arrebato, roció a la mujer con la gasolina y sacó un encendedor de su bolsillo. Al acercar la llama, el cuerpo comenzó a arden sin control, sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Daniela, al darse la vuelta y ver a su madre, intentó acercarse a ella para ayudarla, pero la bola candente se le adelantó rápidamente y le pegó un empujón. La pequeña cayó al suelo lejos de su fuego, todavía con los leotardos rosas a medio subir. La mujer se desplomó también, envuelta en llamas. Casi con una voz diminuta dijo:

—¡Corre! Vete lo más deprisa que puedas hasta que estés muy lejos.

Daniela, sin saber qué hacer, se quedó inmóvil en la tierra, hasta observar la cara de su padre. Parecía poseído, disfrutando al ver arder a su esposa. Luego cambió de postura y la miró a ella con ansia. La pequeña, al saber que sería la próxima, decidió levantarse, subirse los leotardos torpemente por el pánico y salir corriendo lo más deprisa que pudo, hacia una arboleda que enfilaba el borde de la carretera. Corrió y corrió, tropezó varias veces hasta dañarse las rodillas, los codos y la frente.

Cuando se daba por vencida, agotada y desolada, escuchó un ruido que provenía de un grupo de gente que se encaminaba por el otro lado del arcén. Aunque sorprendida, porque todos parecían disfrazados de monstruos, brujas y zombis, se intentó acercar a ellos, pero le fallaron las fuerzas en el último momento y quedó tirada al borde del asfalto, desfallecida.

A los pocos minutos, una camioneta con una pareja disfrazada de vampiros, notó algo extraño cuando se encaminaban hacia el pueblo. La conductora paró el vehículo, lo acercó al arcén y dijo:

—¡Ven, deprisa! Me ha parecido ver algo.

—¡Hay una niña tirada en el suelo! —exclamó el acompañante, bajando con urgencia de su asiento y afanándose en retirar unas ramas que le impedían llegar al cuerpo— Parece herida.

El hombre la cogió en brazos y la subió a la parte trasera de la camioneta. Entre los dos la estiraron y la mujer le lavó la cara con un paño humedecido en agua, apartando los caracolillos azabaches de su frente, hasta que la niña reaccionó.

—¡Gracias a Dios! ¿Estás bien? ¿Cómo te llamas y tú familia…?

—Daniela, me llamo Daniela. Mi madre ha muerto —dijo la niña sollozando—, mi padre la ha quemado con un bidón de gasolina y ahora quiere matarme a mí.

—¡Dios santo, es terrible, pobre criatura! No te preocupes, Daniela. Yo soy Mariona y este es Pepe, mi marido. Nosotros cuidaremos de ti. Nunca dejaremos que te encuentre —aseguró la mujer, recordando sus cinco abortos, cuyas cruces se enfilaban en la parte de atrás de su granja.

—¿Estás segura, Mariona? —preguntó el hombre con una cara entre ilusionado y asustado.

—Sí. Debemos ayudarla. Además, nosotros… ¿Tienes la piel de lobo que mataste el año pasado? —preguntó la mujer— La disfrazaremos y nadie podrá encontrarla. Vivirá con nosotros. Nadie pasa por nuestra granja. Allí estará a salvo —dijo Mariona, al ver que el hombre asentía con la cabeza.

—Antes iremos al pueblo para comprar bastantes provisiones. Así no tendremos que salir de nuestra granja hasta que pase todo.

Al estar de acuerdo con el plan, entre los dos adultos incorporaron a la niña con cariño y él le puso encima una piel de lobo disecada que guardaba en una caja. La mujer se lo ató con una cuerda fina al cuerpo, teniendo cuidado con sus heridas. La parte de la cabeza hueca del animal le tapaba completamente el rostro infantil, menos la nariz y la boca. La pequeña les sonrió levemente al intentar imaginarse vestida de esa manera. Después se montaron los tres en la parte delantera del vehículo y se fueron al pueblo.

.Al llegar, no contaban con que un vehículo los seguía de lejos. Las calles estaban abarrotadas de gente disfrazada que les impedían avanzar, pero finalmente consiguieron aparcar en un descampado cerca del cementerio. El coche que los acechaba lo hizo también, distanciándose unos metros de ellos.

Cuando bajaron, se encaminaron hacia el único supermercado abierto. Antes de poder girar la esquina, se toparon con un desconocido para ellos, no para la niña. Parecía enloquecido. De entre las ropas quemadas en varias partes, sacó un revólver que guardaba en la parte trasera del pantalón y apuntó a la pareja desprevenida. Primero disparó a la frente de la mujer que agarraba a la niña, después le tocó el turno a su acompañante. Cayeron los dos fulminados al suelo, cerca de la pared. Entre la multitud, nadie se dio cuenta de nada, pensando que eran dos borrachos que se habían pasado con la celebración. Ni si quiera se sorprendieron de los disparos, semejantes a los muchos que se escuchaban en la fiesta.

La niña se quedó inmóvil durante unos segundos, miró a la pareja muerta e ignorada y luego a su padre, hasta que algo que no pudo determinar le susurró:

«¡Corre. Corre todo lo que puedas y escóndete!»

Así lo hizo. Se entremezcló entre la corriente de gente que la arrastró hacia el cementerio. Al pasar la verja metálica se sorprendió al ver que los bordes del camino estaban iluminados con velas y las tumbas decoradas con calabazas con luz en su interior. La gente comenzó a gritar divertida, metiéndose en su papel con el disfraz que llevaban. Asustada, Daniela pensó en volver y salir de ese lugar, pero alguien la cogió de la mano y le dijo:

—Nosotros cuidaremos de ti.

En un acto reflejo la miró. Era una mujer con las vestimentas rotas y manchas de sangre por la cara y el resto del cuerpo visible. Desprendía un hedor a huevo cocido y su tacto se asemejaba una zanahoria hervida y fría. A pesar de su horrenda presencia, le sonreía tiernamente y se dejó guiar. Varios individuos, vestidos como su acompañante, la rodearon, protegiéndola a la vez que la miraban con cariño. La niña no podía dejar de mirar pasmada, recorriendo de uno en uno, todos los que suponía eran sus disfraces, tan reales y hasta asquerosos. Incluso llevaban gusanos que le parecían vivos enganchados en sus cuerpos verdosos.

—¡Te he encontrado, pequeña cabrona!

Al escuchar la voz de su padre, Daniela se giró y vio la cara del asesino de su madre, apuntándola con la pistola que mató a las dos personas que intentaban ayudarla. Cerró los ojos de terror al imaginarse muerta como ellos, pero cuando los abrió no había nadie. Su padre había desaparecido. Se giró hacia la mujer que le cogía de la mano con un gesto amable y le sonrió también.

Sin saber dónde estaba, se dio cuenta de que la guiaban hacia un agujero en la tierra, cerca de un alto muro. Bajaron por unas escaleras muy empinadas y viejas hasta llegar a una especie de sala sin ventanas. El tufo acumulado casi la hace desfallecer. Daniela pensó que se encontraba de una cueva profunda donde el aire se había podrido. También estaba iluminada con velas por el suelo que bordeaban toda la estancia, como el exterior y dejaban al descubierto varias hendiduras en las paredes, donde se cobijaban ataúdes abiertos. En el centro había una gran mesa de piedra, donde la sentaron. Extrañada, vio como sus acompañantes se quedaban inmóviles a su alrededor, observándola y esperando algo que la pequeña todavía no sabía que estaba a punto de aparecer. Extrañamente, Daniela no sentía miedo.

La pequeña también los observaba embelesada, sobretodo sus vestimentas que parecían más vivas que ellos mismos. Hasta que una corriente extraña descendió por las escaleras acompañada de cenizas candentes. Entre ellas apareció la figura de una mujer en llamas que llevaba agarrada en su mano derecha un corazón todavía palpitante. La reconoció: Era su madre, y también observó con cierto agrado lo que supuso que eran los restos de su padre. El cuerpo bajó despacio, sinuoso, con su aura luminosa y envuelta en copos de nieve grises. Cuando la tuvo cerca, la imagen se agachó y le dio un beso en la frente que a ella le pareció helado y se sentó junto a su lado. Sin dejar de mirarla, dejó los restos humanos en el suelo. Al abrazarla, Daniela sintió consuelo. Se sentía cansada y se estiró en la piedra. Ya no estaba fría sino que emanaba un calor agradable y sin darse cuenta, se quedó profundamente dormida.

Amanecía un día gris que iluminaba el solitario cementerio. Los restos de velas quedaban esparcidos por todas partes en pequeños puntitos, haciendo regueros en el camino. Varios hombres se habían quedado rezagados, charlando, sentados en las escaleras de un mausoleo acordonado. Mientras se acababan una botella de whisky, pasándosela de uno a otro, comentaban los acontecimientos de la noche:

—¿Decías que nunca pasa nada en El cuervo negro, Edgar? —preguntó el hombre del bigote postizo, mientras se lo acariciaba pensativo— Por lo menos hay tres muertos. Y digo por lo menos, porque solo se ha podido encontrar el cuerpo entero de la mujer y del hombre que tenían un disparo en la frente.

—Es un misterio lo que ha podido ocurrir, como los tuyos, Stephen —aseguró otro de los hombres, mientras se quitaba las gafas circulares y las limpiaba con la solapa de su traje negro— Han aparecidos restos humanos desperdigados por todas partes. Parece ser un hombre, pero es difícil afirmarlo, está desmembrado y el torso partido en dos hasta la cabeza. Tendrán que recomponerlo pedazo a pedazo. He escuchado que le han arrancado el corazón de cuajo y no lo han encontrado.

—Si no hubiéramos bebido tanto, Howard, tendríamos la mente clara. Seguro que la clave está en ese corazón desaparecido. Crimen pasional, seguro. Estará escondido en alguna tumba —dijo el portador de la botella, al echarle un nuevo trago. Después se limpió la camiseta negra de un manotazo de alguna gota que se le había caído de la boca.

—Mejor nos vamos, que ya hemos tenido bastante con este año. Espera… ¿No escucháis un viento extraño? —preguntó el hombre de la barba y bigote postizos, levantándose de los escalones y alisándose la gabardina con las manos.

—Me parece bastante misterioso, sí. Te sigo Bram, vamos a ver que es — dijo el hombre de la peluca negra, muy poblada, de gran bigote y pequeña perilla, mientras se levantaba también y lo seguía.

—¡Por aquí hay un hueco que da a unas escaleras! Parece que el viento viene del interior, ¡Vamos!

Los tres restantes, sorprendidos, se levantaron de las escaleras y, uno tras otro, fueron descendiendo por unas escaleras empinadas, hasta llegar a una sala oscura. Uno de ellos, el que llevaba la camiseta negra, rebuscó entre los bolsillos de sus pantalones oscuros, sacó un mechero y lo encendió. El suelo resurgió cubierto de cenizas que resaltaban más la piedra blanca central, donde parecía haber algo encima de ella.

—Deprisa, es un lobo, salgamos de aquí.

—No, no. Es un niño, Edgar. Lleva un disfraz de lobo.

—¿Qué hace solo en este lugar tan tétrico? Mirad, está rodeado de criptas cerradas. Esto deben ser las catatumbas o el mausoleo secreto de las ánimas impuras. Ya sabéis, los que se han suicidado.

—Stephen, no me gusta nada este lugar, deberíamos irnos de aquí cagando leches. ¿Que hay a tu lado, en el suelo? Dios mío, es un corazón humano. Cuanta sangre… Me parece que hemos descubierto lo que falta de la última víctima.

Con el ruido, la niña comenzó a despertar y al mirar a los hombres se asustó. Pero uno de ellos, se le acercó y se despegó el bigote postizo, para después volvérselo a pegar y le dijo:

—No te asustes, estamos disfrazados, como tú. ¿Estás bien?

—Sí, supongo. Pero, mi madre y mi padre han muerto —dijo la niña echando una mirada triste al suelo y luego al órgano humano que había a su lado.

—¿Qué ha pasado, chico?

—¿Quién los ha matado?

—Guy, Howard, no le agobiéis, está muy asustado. Hay que sacarlo fuera de aquí. Cuanto antes nos alejemos todos de este lugar, mejor. ¡Me dan escalofríos!

El hombre más robusto cogió a la niña en brazos y la tapó con su propia gabardina para preservarla del frío del exterior y le dijo:

—No te preocupes. Nosotros cuidaremos de ti.

Los demás lo siguieron hacia la salida. Mientras avanzaban en silencio por los primeros escalones sintieron un escalofrío, al percibir una brisa que los acompañaba en sus pasos.

En ese instante, la niña giró la cabeza para observar el interior. A pesar de la oscuridad, se notaban las cenizas que se removían y se encendían en escamas candentes que empezaron a moverse en círculos haciendo desaparecer el corazón ensangrentado del suelo. Después, Daniela sonrió y volvió la cara hacia la luz que se apreciaba en la salida, seguido de sus acompañantes que charlaban, ajenos a su visión:

—Hay que salir de aquí, tengo los pelos de punta debajo de esta peluca.

—Avisaremos a la policía y averiguaremos lo que ha pasado. A mí también me pica horrores esta barba y la perilla.

—Chico, mientras todo se soluciona te quedarás con nosotros. Supongo que no habrá problemas. En este pueblo maldito no te puedes quedar. Todo ha acabado. —dijo el hombre de la gabardina al llegar al último escalón, agachándose y posando dulcemente a Daniela en el suelo —Pero, si es una chica. ¿Cómo te llamas, pequeña? —Preguntó sorprendido, destapándole la cabeza de la piel de lobo y resurgiendo una cascada de rizos negros de su frente.

—Daniela.

Cuando todos hubieron divisado el exterior, la luz les cegó. Pero sin demora, se encaminaron hacia la salida del cementerio, aplastando con sus pasos las miles de gotitas de cera que se negaban a abandonar la festividad de Halloween.

Sin embargo, Daniela sabía que todo no había acabado. Una brisa envuelta en cenizas candentes comenzó a subir por los peldaños, siguiendo los pasos de los cinco hombres y la niña, agarrada de la mano del más robusto, persiguiéndolos a lo largo de todo el camino. De vez en cuando, Daniela giraba la cabeza para cerciorarse de que no se encontraba sola y de que su madre cuidaba de ella.

14 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el planteamiento y enfoque, la historia. Pero me falla un poco el ritmo. Creo que has ido deprisa, como si te faltase tiempo o si hubieses recortado. Me da la impresión de que había más relato, el cuerpo me pide más. Porque se lee con gusto.

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    1. Muy observador, Héctor. Es cierto que el relato está recortado, y que Merche lo reescribió deprisa, pero lo hizo porque hablé con ella y eran necesarios esos cambios. El original estaba bien narrado y explicado, y ahora ha cambiado el personaje y parte de la trama. Muy observador, y eso me gusta :)

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  2. Gracias, Héctor. Lo tengo en cuenta. Me queda mucho por aprender. Un saludo.

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    1. Sabes que esta vez eran necesarios los cambios, Merche. No te preocupes si al recortarlo se ha perdido algo :)

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    2. Lo sé, José. Agradezco mucho tu ayuda y también la opinión de mis compañeros. Estamos aquí para aprender y, por supuesto, absorbo toda enseñanza. Muchas gracias.

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    3. Ya me extrañaba... por eso me atreví a decirlo. No me cuadraba nada en Merche, que suele cerrarlo mucho más.

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  3. A mi me ha gustado, Merche! Sigue así

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  4. Pues a mi me ha encantado. Y menos mal que me has dicho que las cenizas que le seguían eran de la madre, porque ya estaba temblando temiendo que la pobre Daniela se fuera a quedar sola. Enhorabuena amiga

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  5. Muchas gracias, Ana. Agradezco tu comentario. Un abrazo enorme.

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  6. Escalofriante, Merche. La historia me ha gustado mucho, los hechos más trágicos se quedan, como pantallazos, grabados en la mente. Alienta a seguir leyendo y saber que le sucede a la niña.

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  7. Muchas gracias por tu comentario. Puede que me decida y continúe la historia en otro relato. Un abrazo.

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  8. Me ha atrapado y creo que el final es muy acertado. Felicidades, Merche!

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