lunes, 23 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: "All Hallows´ Eve" (Héctor López/ Grupo B)



—¿Has recibido algo ya?

Suspiro fastidiada. Esa dichosa pregunta se ha convertido, desde hace más de un mes, en el "hola" con que mi amiga me obsequia al reunirnos camino del instituto, como todos los días de clase desde primaria, a la misma hora, en el mismo sitio. El cambio me desagrada enormemente. Sé que Gemma está ansiosa porque también me inviten, aunque tanta insistencia me lleva a percibir cierto deje de reproche, como si hubiese hecho algo malo, algo que me alejase del grupo. Nunca he sido muy popular, desde luego; pero tampoco me han marginado. Al menos, hasta ahora.

—No —bufo—. No me ha llegado nada. Ni correo, ni whatsapp. No. Nadie se me ha puesto de rodillas y me ha pedido matrimonio, ¡hostia ya! Nada de nada, ¿vale? Na-da de NA-DA. —Sé que he estado muy borde; pero también estoy mucho más que harta.

—Venga, tía, que no es para ponerse así... Es que me jode mucho. ¡Qué mierda!

—Pero no me importa. Si no quieren que vaya... pues no voy, ¡y aire! Y tú... ¿Quieres hacerme el favor de dejarlo de una puta vez? Empiezo a cansarme de tanto soniquete... ¿Has recibido ya la invitación?, ¿te han dicho algo?, ¿has comprobado los mensajes? —le recito con retintín.

—¡Vale, vale! —Levanta las manos mientras hace un puchero—. Pero es que... ¡Joder! Si tú no vas, yo...  yo me sentiré fatal. ¡Y no nos la podemos perder! Es la primera fiesta del curso y, además, ahora vamos con los mayores. ¡Me hace taaaaaanta ilusión! Encima, —cara de boba— el que me ha pedido que le acompañe —pómulos como tomates y caidita de ojos— es... Alberto.

—¡No! ¿Alberto? ¡Eso es una...! ¡Eso es una pasada! ¡Con el tiempo que llevas detrás de él! ¡Eh, eh! Tienes que ir aunque yo no vaya, ¿vale? ¡Júrame que irás! —Cojo las manos de mi amiga y la obligo a colocarse enfrente de mí—. ¡Júramelo ahora mismo!

—¡Que sí, que sí! Ya le he dicho que iremos juntos. Además, me ha prometido que va a intentar convencer a... —Me mira a medias con orgullo, a medias con vergüenza. Mi cara, entre la sorpresa y la indignación, le descubre su error.

—Que... ¿qué? Que va a intentar... ¿qué? ¡Lo que me faltaba para parecer una auténtica desesperada!

—¡No te pongas así, por favor! ¿Para qué si no estamos las amigas?

—¡Para humillarlas no, desde luego! —Exploto—. Pero, pero... ¿Cómo coño se te ocurre hacer algo así? ¡Ahora van a pensar que voy suplicando, que daría lo que fuera porque me incluyeran! —le chillo—. ¿Es que no puedes pensar antes de hacer las cosas? O por lo menos, preguntarme, ¡joder!

—Perdona... Pero cuando, por mucho que lo niegues, te mueres por ir a la maldita fiesta de Halloween del maldito instituto, a ser posible del brazo de un chico desgarbado, moreno, con enormes ojos oscuros y de nombre Alejandro; y cuando tú amiga desde que tienes cuatro años hace todo lo que puede, repito, todo lo que puede, porque empujen a ese... espera, ¿cómo lo diría Laurita, la escritora? ... pusilánime, sí; a ese pusilánime a que de una puta vez te pida que le acompañes, porque aunque está colado por ti desde párvulos, o precisamente por eso, no tiene huevos para pedírtelo, no tienes derecho, repito, no tienes ningún derecho a ponerte así con ella. ¿Clarito? Pues eso. ¡Ale, hasta que se te pase la tontería!

Gemma se marcha a paso ligero, con taconeo militar, la cabeza bien alta y la carpeta apretada contra el pecho, tan digna, que tardo en reaccionar. ¡Menudo discursito! ¡Menos mal que soy yo la que tiene ambiciones literarias! Pero debo reconocer que tiene algo de razón —más bien tooooda la razón—, que lo de Alejandro ya es para nota y que, en el fondo, tengo más que agradecerle que reprocharle. Gemma siempre ha estado a mi lado —y yo al suyo, ¿eh?— y le debo no ser una paria. Mis buenas notas, mi gusto por los libros (y haber ganado todos los concursos literarios) además de que no me salieran las tetas hasta un año después que a las demás, tampoco ayudaron. Así que corro y, tras pedirle perdón medio millar de veces, me obliga a prometerle que pondré todo de mi parte y, la peor de las humillaciones, que le haré caso en todo. Para cuando llegamos a la valla del insti, volvemos a ser las dos amigas de siempre, uña y carne.

Fiel a mi reciente promesa, me acerco al panel de anuncios donde está colgada la información sobre la fiesta. No es que vaya a enterarme de nada que no sepa ya —lo he leído como cuarenta veces— sino que, al revolotear por allí, según mi recién adquirida "social manager", se supone, que pongo de manifiesto mi deseo de acudir, mi disponibilidad y que, como una buena chica —¡mierda de Disney!—, espero que algún caballerete, a ser posible uno bien concreto, se dé por aludido y acuda en mi rescate luciendo su armadura y enarbolando una invitación a acompañarle. ¡Arrrrg! ¡Qué por la puñetera “vida social” tenga que tragarme mis principios! Cierto que podría ir sola; pero lo que importa, lo que realmente importa, es el concurso de disfraces. Este año se lo han currado. En lugar del tradicional premio al mejor disfraz, han decidido premiar parejas personaje-autor. Y, ¡gracias al cielo!, los de la comisión de alumnos se han estrujado las neuronas y han colocado una lista para que se organicen los que vayan sueltos. La verdad es que estoy muy tentada de incluir mi nombre en ella, más por dejar en evidencia a Alejandro que por interés real. ¡Maldita adolescencia!


—Es una opción. Drástica; pero una opción. Aunque, si recurres a ella, da tu popularidad por definitivamente hundida —sentencia Gemma.


—Antes me muero que arriesgarme a no saber con quién voy a ir, estate tranquila —miento al tiempo que anoto otra en su haber—. No estoy tan desesperada. Antes cojo a Alex del cuello y le obligo a pedírmelo en verso. ¡Lo juro! —Entramos en la clase con la pugna entre las risas, el timbre, el arrastrar de sillas y el murmullo de conversaciones que se aplazan como música de fondo.

La primera hora se desarrolla lenta y pesada. ¿A quién se le ocurre poner latín un martes a primera? Tras repetir desinencias para diferenciar los casos de cada declinación, pienso en la siguiente casi como amena. Para mi sorpresa, cuando saco los libros de la bandeja bajo el pupitre, un sobre color marfil dirigido a mí, escrito con delicada caligrafía en una tinta color burdeos, campea sobre el detalle de "El Paraíso", de "El Jardín de las delicias", que ilustra el tocho de Historia del Arte. La impaciencia me reconcome durante toda la clase; pero la Palacios no es de las que permita alumnos distraídos. Y hoy no toca proyección. Así que me muerdo el labio, el capuchón del boli y alguna uña mientras la profesora desarrolla la variadísima e interesantísima arquitectura egipcia. Mi imaginación cabalga desbocada, lo que disimulo con sumo cuidado. Alguien ha tenido que dejarla en los cinco minutos de descanso. Aunque, como lo de latín lo llevaba en la mochila —la Moños siempre nos fríe a ejercicios—, puede que lleve desde —hago memoria—... ¡Buff! Desde el viernes. Me rindo: no tengo ni puñetera idea. Por fin, aunque no hemos pasado de la sala hipóstila y hace unos minutos sonó la llamada para recreo, se abre al rebaño la puerta del redil. Gemma y yo dejamos salir a la marabunta.

—Eso que me ha parecido ver... ¿es lo que creo que es? —Gemma, que no ha parado de lanzarme miradas inquisitivas durante toda la clase, se me abalanza sin darme tiempo de llegar al patio—. ¿Aún no la has abierto? ¡Vaya ovarios que tienes, tía!

—Sí, ya, claro. Con la Palacios mirando, ¿no? Lo único que me faltaba era que la pillase y todos se dieran cuenta. ¡Venga, vamos a algún sitio discreto!

El rígido papel del sobre se resiste tanto a mis temblorosas manos que Gemma intenta arrebatármelo en varias ocasiones, lo que me obliga a darle la espalda y aún me entorpece más. Cuando consigo despegar el pico del sobre, sin apenas rasgarlo —quiero conservarlo—, extraigo un rígido tarjetón en el que, con idénticas tinta y caligrafía está escrito:

Junto a las espinosas buganvillas se unirá el guerrero con su dama

En la noche de difuntos lo descubrirá como Carmilla

Son para el amor las rosas rojas gotas de sangre derramada

—¡Joder, tía! Qué bonito, ¿no? ¡Cómo se lo ha currado! A mí me hacen algo así y te juro, te juro... ¡Te juro que me lo como!

—No sé qué decir. Estoy alucinando. Esto sólo pasa en las pelis.

—Pues a mí me está poniendo muy moñas... Pero ¿qué haces aún aquí? ¡Corre, ¡oh! damisela, a recibir a tu guerrero! —declama con tonito.

Lo cierto es que, si lo hubiese pensado, para rato me arriesgo yo a semejante ridículo. Afortunadamente, no lo hago. Corro disimulando —o eso me creo yo— al muro de la fuente, donde veo rondar a Alejandro que, tras varios tartamudeos y las risas de fondo del grupito de Alberto, se decide y me pregunta si le acompañaría al baile de Halloween. ¡Por fin! Consigo mantener la dignidad y no responderle antes de que termine la frase. Aceptada la propuesta, quedamos allí mismo para decidir en el segundo recreo —quiero informarme sobre lo de Carmilla— de quienes vamos a ir disfrazados. Tengo un par de clases para pensarlo. En el baño y tras comprobar que he quitado el sonido, tiro de móvil. Carmilla es el título (y el nombre de la protagonista) de una novela gótica de vampiros, del irlandés J. Sheridan Le Fanu, publicada en 1872. ¡Bingo! ¡Ya tenemos personajes! Abro una nota en el móvil y, ¡Wikipedia bendita! copio y pego la descripción: "...dama perteneciente a la alta nobleza, con un elegante porte que roza la melancolía, pelo exquisitamente largo, grandes y oscuros ojos felinos llenos de misterio, boca roja sensual y menuda, y dedos como agujas." También me bajo una foto de la portada, con una pelirroja que me viene al pelo. ¿A ver de dónde saco yo un vestido así? Bueno, bueno... una cosa detrás de otra. También descargo unas fotos de Le Fanu. Los chicos lo tienen más fácil, desde luego; pero, como vistoso, no tienen nada que hacer.

Ni siquiera tengo ocasión de comentarlo con Gemma quien, solventada la crisis social de su amiga, se dedica por entero a agradecerle a Alberto sus gestiones. En el segundo descanso nos dejan solos. Alejandro no abre la boca ante el torrente de ideas que le lanzo. Estoy tan entusiasmada que ni siquiera noto cómo me mira embobado, ni me resisto al torpe avance de su mano para rozar la mía. Claro que, con lo nerviosa que estoy y lo que gesticulo, el pobre lo tiene pero que muy mal.

—De acuerdo entonces. ¿Ya has pensado cómo vas a hacerte la camisa,. la levita y todo eso? Para lo de barba tendrás que ponerte postiza; pero lo de las ropas... ¡Y espero que te lo curres, que yo lo tengo mucho más complicado!

—Sí, sí, tranquila. Ya he hablado con mi madre y me ha dicho que me ayudará. Cuando le dije que era de Halloween puso cara de susto pensando que iría de algún monstruo raro; así que esto lo verá sencillo. ¿Y tú?

—Me va tocar saquear el desván. Pero tranquilo. Tengo el presentimiento de que Carmilla va a triunfar —le digo acariciando el rugoso sobre—. Tengo el pálpito de que vamos a ganar. Por cierto, ¡no te olvides de inscribirnos! —le grito al marcharme.

En efecto. La semana pasa volando entre las clases y rebuscar en los baúles. Todo mi mundo, incluso las conversaciones con Gemma, giran en torno a dos temas: el disfraz y su nuevo "amor para siempre". Cuando el viernes a última hora nos despedimos en la puerta del Instituto, Alejandro me asegura por enésima vez que lo tiene todo preparado —incluso me enseña un selfie— y quedamos en que me recogerá a las ocho. Paso la tarde atacada; pero cuando a las siete y media veo la cara de mi madre, intuyo lo que el espejo me confirma. Ha aprovechado su vestido de "paso de ecuador" y, con Leonor de Aquitania como modelo, se ha salido. ¡Es precioso! Y me queda imponente. Alejandro lo flipa cuando me ve. Sus ojos van de la cinturilla al ajustado y espectacular escote; de allí, siguiendo la rizada melena suelta, a la corona de flores que me ciñe la frente, y de regreso a mis pechos. No me adula; pero tampoco me molesta. No tiene esa mirada de baboso... ¡Pobrecillo! pienso.

—¡Estás... Estas impresionante! ¡Guapísima! —se aturulla. Ni siquiera acierta a entregarme los dos capullos de rosas rojas que me ha traído, hasta que mi padre le hace una seña.

—Tú también estás muy guapo —le digo cogiéndome de su brazo. Lo cierto es que le sienta bien el aspecto de hombre maduro—. ¿Salimos ya? —pregunto mientras le conduzco a la puerta. Le dejo allí un momento y, tras besar y prometer a mis padres que tendríamos cuidado, nos dirigimos al polideportivo.

Vamos esquivando grupos de niños dedicados a la recolección de golosinas y muchas, muchas miradas a mi traje, a pesar de la capa que cubre mis desnudos hombros. Al poco se nos unen Gemma, de Ligeia y Alberto, como Edgar Allan Poe.

—¡Joder, tía! ¡Estás... estas... despampanante! —Pone voz Gemma a lo que piensan los tres cuando les enseño el disfraz—. Si me coges a la luz de la luna, te aseguro que mi cuello es todo tuyo —ríe—. Y tú tampoco vas mal, Alejandro. ¡Ganáis seguro!

Conforme nos acercamos abundan las parejas que optan a concurso. Desde las tradicionales Shelley y Frankenstein o Stoker y un Drácula muy afeminado, hasta las muy modernas Joker y Harley Quinn o Anne Rice y Lestat. Tampoco faltan Stephen King y una espeluznante Carrie. El grupo aumenta cuando se unen los gemelos Arcos y sus novias, caracterizados como William Blatty y Papuzu, acompañados por Regan y el padre Carrás. Pongo cara de asco cuando imagino al demonio besando al cura. Aunque la carita de Regan tampoco es que despierte el deseo... ¡Puaaaj! La habitual retahíla de seres fantásticos, la mayor parte sacados de las pelis "ad hoc", puebla la cancha de baloncesto al ritmo de Kaleo, Nightwish, Imagine Dragons y otros grupos de moda. Los refrescos corren en paralelo a las petacas con alcohol de contrabando. La noche avanza con las broncas habituales, más frecuentes conforme aumenta el nivel etílico. Pero Laura, aunque consciente, permanece ajena a todo esto y vive su sueño, sabiéndose reconocida como la reina de la fiesta. La nota tenía razón: ha triunfado. Y, aunque el fallo del concurso se sabrá el lunes, siente, con absoluta certeza, que ésta es la noche más feliz de su vida.

Medianoche. La luz se apaga. Silbidos, gritos y risas comienzan a sonar desde un público eufórico. Sobre el escenario hasta ahora vacío, bañados por una niebla rojo intenso, tres músicos vestidos de negro. Un potentísimo haz sigue a una figura que se incorpora desde el fondo, iniciando unos sonidos profundos y lánguidos, en los que manda el piano. Viste toda de blanco, y sólo el negro de su larga melena y de sus labios aportan un mínimo contraste. De mirada felina, sus ojos, sombreados en un azul intenso, atraen como dos agujeros sin fondo. Abre un piano lento, insinuante, evocador.

How can you see into my eyes like open doors? [1]

Leading you down, into my core

Where I’ve become some numb, without a soul

Su voz es aguda, limpia y profundamente triste. Tras los primeros fraseos, guitarra y batería suman épica a la melancolía, que redondean los graves y salvajes coros masculinos.

My spirit´s sleeping in somwhere cold

Untill you find it there, and lead it, back, home

Laura se aleja de la barra con un San Francisco en la mano. Ha estado buscando sin éxito a Alejandro. Se dirige a la pista, cuando se percata de un revuelo en la puerta.

—¿Qué pasa? ¿Dónde están los chicos? Hace un rato que no veo a Alejandro—pregunta al llegar junto a Gemma.

—Alberto ha ido a buscarle y se ha encontrado con Susana llorando. Yo me he quedado a esperarte. ¡Vamos a ver qué pasa!

Now that I know what I’m without

You can’t just leave me

Breathe into me and make me real

Bring me to life

Alberto sostiene su chaqueta sobre los hombros de una llorosa zombi que balbucea atropellada su historia. Por cómo sujeta los jirones y trata de taparse, ambas pueden suponer parte de lo ocurrido, por lo que Gemma indica a Alberto que le deje a ella. Alejandro está unos metros más allá.

—Es Susana. Tras unas copas, estaba con su novio, el que iba de Bécquer, Diego, detrás de las canchas de baloncesto para... bueno, ya sabes... Ella quería pero, cuando Diego se embaló quiso que parase y tuvo que obligarle. Dice que se puso todo bestia y que casi le pega. Ella, acojonada, le dijo que también lo deseaba, pero que antes necesitaba una prueba de su amor... que no podía entregarse a cualquiera.

Frozen inside, without your touch

Without your love, darling

Only you are my life

Among the dead

—Todo iba bien... dulce, bonito... Cuando me preguntó lo qué quería, le pedí que me trajera la medalla que hay en el florero de la tumba de mi abuela, que así sabría que él me amaba de verdad. ¡Fue lo primero que se me ocurrió, lo juro! ¡Nunca pensé que...!, ¡nunca imaginé que...! —Le interrumpe histérica Susana— Y, de repente ¡parecía otro! Yo sólo quería... ¡Quería que parase, que parase! Me agarraba. ¡Me hacía mucho daño! Se río y me dijo que le esperara, que volvería con ella y me lo iba terminar, que me iba a follar como a la perra que soy. —Llora. Llora sin consuelo y sus palabras se tornan gruñidos incongruentes—. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué he hecho mal, que he hecho mal?

I’ve been sleeping a thunsand years it seems

Got to open my eyes to everything

Don't let me die here

Bring me to life

—Hace un par de horas de esto. No presagia nada bueno. —Informa Alberto—. Hay que ir a buscarle. Si no, lo más fácil es que se meta en líos o se rompa la crisma.

—¡No caerá esa breva! ¡Cerdo hijo de puta!

—Tú tranquila, Gemma. Ahora quédate con ella y ayúdala, es lo que más falta le hace. Yo llamo al 112.

Laura y Alejandro corren colina arriba. Cuando se alejan de la zona urbanizada se ayudan de las linternas de sus móviles y llaman a gritos a Diego. Llegan al cementerio. El candado que cierra la cancela está destrozado. En el suelo, una barra de hierro de una pila de materiales cercana. El ambiente es opresivo; pero ni siquiera lo perciben. Cogidos de la mano, buscan y gritan, desesperados, temiéndose lo peor.

—¡Allí!— grita Laura señalando un punto de luz.

Encuentran a Diego arrodillado junto al camino, con el teléfono caído en el suelo, entre sus manos, y una expresión de inequívoco terror en los ojos. Laura es incapaz de soportar la escena y se refugia en los brazos de Alejandro. Él la abraza mientras le acaricia la espalda. Saca un perfumado pañuelo, con el que ella se limpia las lágrimas. Escucha un leve sonido metálico justo antes de que su acompañante se agache para recoger una medalla del suelo. Laura nota frío, mucho frío. Un frío que le llega a los huesos, y que, a la vez, la hace arder por dentro. Advierte la medalla en su mano. Levanta la cara para mirar a los ojos de su acompañante y, aunque esperaba lo que ve, el asombro la paraliza.

—Has sido tú, ¿verdad? ¡Has sido tú, cabrón malnacido!

—¿Yo? No. ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Ha sido ella! ¡La muy zorra lo estaba pidiendo a gritos! Y este subnormal —señala a Diego—. En lugar de tomar lo que era suyo, lo que le pertenecía por derecho, se pone tierno en el último momento. ¡Se lo había puesto a huevo; pero tuvo que rajarse con la burunganda! ¡Capullo! —Escupe con asco—. Así que tuve que volver y darle a esa puta lo que se merecía. Y por cierto,... habrás notado que estamos solos ¿verdad? Ahora vas a ser una buena chica...

La expresión de avaricia de su rostro me asusta hasta el punto de paralizarme. ¡No me lo puedo creer! Pero ni sus ojos, ni el modo en que sus manos aferran mis brazos dejan lugar a dudas. Con absoluto asco, noto su fétido aliento en mi oreja, sus viscosos labios en mi cuello, cómo sus asquerosas babas se deslizan hacia mi pecho. ¡Es repugnante! Y, sin embargo, estoy quieta, no me resisto. Si no me sostuviese, creo que ya estaría en el suelo. Noto como mi voluntad se diluye, como mis defensas caen empujadas por la droga. Haré lo que él quiera, lo que él me pida... No puedo resistirme más... tengo que obedecerle. Pero, no quiero ¡No quiero! ¡No quiero!

Un sonido llega desde fuera del círculo de luz. ¡Esa voz...! Es igual que.... La piel pálida; el vestido blanco, inmaculado; los profundos ojos felinos y la larguísima melena. Pero ésta resulta incorpórea, espectral. Quiere que la ayude. ¡Soy yo la que necesita ayuda! Mas, no podría negarme aunque quisiera, la droga anula mi albedrío. Un último hilo de realidad me hace saber que es imperativo, que necesito lograrlo, que todo depende de ello. ¡Tengo que recordar! ¡Tengo que recordar! ¡Recordar...! La canción... ¿Qué decía la canción?

Wake me up inside, wake me un inside

Call my name and save me from the dark

—¡Carmilla! —gritó al fin recordando la portada del libro—. ¡Carmilla!

Bid my blood to run

Before I come undone

Save me from the nothing I’ve become

Bring me to life

Bring me to life

Bring me to life

La fantasmagórica figura parece cobrar forma delante de mí. Alejandro libera su presa sobre mis hombros y retrocede, envarado. Carmilla me sostiene ahora, apenas con la punta de unos larguísimos dedos que elevan mi barbilla. Las miradas se funden y compartimos siglos de existencia. Me mira con exquisita ternura, con la complicidad de quien ha visto tu alma, y ha desnudado la suya para ti, con la devoción de quien lo ha dado todo y lo ha recibido, sin exigirlo, también todo. Nuestras almas se reconocen antes incluso que nuestras mentes, la mía abotargada, la suya ávida de recuperar cuanto había perdido. Me besa y yo, aunque quisiera engañarme, no lo hago. La correspondo ansiosa, ávida de completarme, de completarla. Noto cómo sus caricias me liberan. Sus labios borran el rastro de saliva de mi pecho, sus susurros perfuman el aire en mis oídos... Sus besos en mi cuello me descubren un placer que nunca pude imaginar. En silencio, acepto —¡le suplico!— acompañarla.

Me toma de la mano y me invita a seguirla.

—¿Qué nos espera ahora? —pregunta Alejandro con una voz distorsionada, estridente, fuera de lugar. Carmilla se detiene un instante y apenas gira la cabeza.

—Para ella hay esperanza.—le dice con infinita melancolía—. Para ti; ninguna. O él o yo nos cobraremos tu alma.

Carmilla y Laura, Laura y Carmilla. Los personajes, al fin, libres de la tiranía de su autor, se alejan.

 

Para cuando Alejandro regresa al instituto, tras varias horas de deprimido vagabundeo, ya no queda nadie. Los restos de la fiesta desentonan con el poso trágico que satura el aire. Al acercarse, nota hedor a podredumbre. No cabe duda: le espera.

—Se la ha llevado, ¿verdad?

—Sí, se la ha llevado —Admite Alejandro derrotado.

—Entonces, ya está. —Saca un rollo de vitela escrito con apretada caligrafía en tinta roja.

—Pero.... ¡Teníamos un trato! Me prometiste...

—Y ha hecho su parte. —Le interrumpe Laura desde el muro de las buganvillas—. Ahora tú debes cumplir la tuya. Por eso estoy aquí, dispuesta, por si hace falta. Ella me lo ha contado. —Afirma mirando al deforme engendro.

—¿Cómo puedo...? ¿Qué hago...? —tartamudea Alejandro—. ¡Dime que hay algo que pueda hacer!

—Sólo hay dos opciones. O tú, o yo.

—No —afirma el extraño ser, propio de las pesadillas de Lovecraft—. Si la has aceptado, sólo él me sirve.

—"Pacta servanda sunt" —sentencia Laura.

—Así es. Los pactos han de ser respetados.

Ella se gira y le da la espalda, dirigiéndose a la salida, donde parece aguardarle un enorme gato negro. Cuando logra reaccionar, Alejandro la sigue; pero sólo alcanza a ver un girón de bruma junto al parterre de las buganvillas. En el vaso de la fuente, dos rojos  pétalos de rosa, rojos como dos gotas de sangre, flotan sobre el agua.



[1] "Bring me to life", tema de Amy Lee, Ben Moody, David Hodges para Evanescence.

11 comentarios:

  1. Muy bueno, Héctor. He estado enganchado hasta el final. Enhorabuena!

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    1. Muchas gracias, Iván. Me alegro mucho de haberlo logrado.

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  2. Enhorabuena, Héctor. Es un relato escrito de forma muy visual. Me ha atrapado hasta el final. Un abrazo.

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  3. Muchas gracias, Merche... Siempre me alientas con tus palabras.

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  4. Felicidades, Héctor! Atrapa la trama

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  5. Muchas gracias Yz... Me encanta que os enganche a los colegas escritores.

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  6. un relato escalofriante y aterrador. Desde luego, has conseguido asustarme. Felicidades

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  7. Ufff, qué decirte, Héctor... Me ha sorprendido mucho cómo dominas los diálogos, me encanta la línea narrativa, la letra de la canción intercalada en el momento justo; todo eso, y muchos más detalles, hacen un todo, tremendamente gráfico y visual. Parece uno estar viviendo la historia. Me ha gustado mucho. Enhorabuena

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    1. ¿Sabes esos raros relatos que empiezas con una idea vaga y te van de la manita llevando por dónde ellos quieren? Pues un poco eso me ha pasado con éste. Quería hacer algo como una serie de televisión "blue jeans", de ahí el recurso a los "planos secuencia". Evanescence se coló al descubrir a Carmilla y Le Fanú -cuya obra, lo reconozco, tuve que leerme antes-. El cementerio es un homenaje a Becquer y su "Monte de las ánimas", porque no renunciaba a algo español. Todo fue creciendo un poco por su cuenta y guiándome con absoluta naturalidad. Y por eso, creo que es por lo que ha quedado tan bien, porque dejé fluir la historia... Muchas gracias, compañera.

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