domingo, 15 de octubre de 2017

Especial Halloween 2017: El rey de la fiesta (Iván Gilabert/ Grupo C)



Os voy a contar una historia que sucedió hace ya algún tiempo, o quizás no, y aún no ha sucedido, no lo sé, el concepto espacio tiempo no tiene cabida ni sentido alguno aquí donde habito. Solo estoy seguro que sucedió en Newport, una pequeña localidad situada en el estado de Maine, durante una fiesta en la mágica noche de Halloween


Comisaría de Newport (Maine).

 

 

― ¿Está cómodo, señor Sanders? ¿Necesita alguna cosa más?

―No, gracias. Estoy bien. Llámeme Tom, por favor.

―Perfecto, Tom. Pues cuando usted quiera podemos empezar. La grabadora está en marcha y tiene a su lado un libro con todas las fotos que hemos podido sacar de las cámaras de seguridad, para que pueda identificar a casi todos los asistentes a la fiesta.

Tom miró el enorme tomo que el inspector había dejado a su derecha y le recordó a uno de esos álbumes de fotos que la gente hacía después de su boda, de sus vacaciones, o de cualquier fin de semana sin importancia. Era algo que nunca deseaba ver cuando iba de visita a casa de algún amigo, aunque siempre llegaba el fatídico momento en el que le invitaban a disfrutar, de forma visual, de sus estúpidas vivencias.

―Yo solo quería pasar una buena noche, ¿sabe? —comenzó a relatar Tom, al cabo de unos segundos—. Olvidar a mi novia, bueno, a mi ex novia. Darme un respiro y superar esta mierda de depresión que me lleva atormentando los últimos cuatro meses. Fui a la fiesta con mi amigo Samuel, este de aquí ―dijo Tom señalando una de las fotos de la segunda página del libro―, me prometió, literalmente, una noche cojonuda, inolvidable y llena de tías dispuestas a hacerme olvidar las penas, leonas que bajo el anonimato de una máscara o de un disfraz, se iban a soltar como nunca lo hacen en la vida normal. La verdad es que le creí, ¿sabe? Él iba muy a menudo a fiestas de este tipo. Le gustaba ese rollo de disfrazarse de alguna temática en concreto, ya fuera en una fiesta trekkie, o de jedis, o de súper héroes, y codearse con otros frikis como él. Y claro, en Halloween no iba a ser menos.

» Llegamos a la fiesta sobre las once de la noche y aparcamos en un descampado de tierra que habían transformado en parking para la ocasión. La zona era bastante oscura, casi no había luna y eso hacía que se distinguiera a lo lejos, perfectamente iluminado, el caserón donde se iba a celebrar la fiesta. Una edificación de estilo victoriano enorme, de tres plantas y completamente decorada para la noche de Halloween. Caminamos hacia ella envueltos en el frío típico de una noche de noviembre en Maine, un helor que en ese momento te calaba hasta los huesos porque, como es normal, al ser una fiesta de disfraces no llevábamos mucha ropa de abrigo, que digamos.

» La fiesta tenía lugar en la planta baja, una gran sala, completamente diáfana y flanqueada por dos gigantescas escaleras de mármol a cada extremo del inmenso salón, y que llevaban al piso superior. Entre ellas habían dispuesto una especie de escenario. Nada más entrar intentamos ubicarnos en una zona cómoda, así solía llamar mi colega Samuel al lugar ideal que, según él, debía tener comida, bebida y un número de tías superior al de tíos. Encontramos una zona bastante buena, en el centro de la sala y a la izquierda del escenario. Al lado nuestro había un grupo de chicas idénticamente disfrazadas de algún personaje que no reconocí al principio. Nos quedamos esperando cerca de una de las mesas donde estaban los canapés y las bebidas, y donde había un grupo de lo más variopinto, digno de una muestra perfecta de lo que podría haber sido la Liga de la justicia de Halloween. No faltaba ninguno de los personajes típicos de esa noche: Drácula, el hombre lobo, un par de vampiresas que estaban de muy buen ver, una momia, aunque mi disfraz estaba mucho más conseguido, una bruja y una pareja compuesta por un diablo y una diablesa.

» La verdad es que nuestros disfraces estaban muchísimo mejor, si esa noche hubiera habido un concurso, muy probablemente hubiéramos ganado algo. Casi seguro. Mi colega siempre se disfrazaba de lo mismo, de Jason, ya saben, ese asesino de la película…

―Sí, Tom, sabemos quién es Jason ―dijo el inspector, cortando su narración de forma un tanto brusca y señalando de nuevo la foto de Samuel, donde se podía ver perfectamente al sujeto con una máscara de hockey y un enorme machete, manchado de sangre, en su mano derecha―. Nos ha quedado claro desde el principio al ver la foto de su amigo. Por favor, le pido que vaya al grano y a lo más importante de la historia, tenemos que arrojar algo de luz a todo este lío antes de que el alcalde empiece a darme por el culo.

―Sí señor ―contestó Tom, concentrándose de nuevo―. Faltaba poco para el acto principal, al menos el que a mi más me interesaba, y que no empezaría hasta la media noche.

― ¿Qué tenía que pasar a medianoche? ―preguntó el inspector, aunque ya sabía la respuesta.

—Se iba a presentar al protagonista del nuevo libro de un escritor llamado Stephen King, ¿lo conoce? —preguntó ingenuo, como si solamente él conociera al famoso escritor en el estado de Maine, su estado natal—. Bien, pues como ya sabrán, esta fiesta estaba organizada por su editorial y tan solo podían asistir a ellas cien invitados, todos ellos elegidos por su representante. Y por suerte mi amigo Samuel era amigo de ese tipo.

—Vaya directo al momento donde empezaron los altercados, por favor —ordenó el inspector, para que no se fuera por las ramas de nuevo.

—Sí, claro —respondió Tom—. Todo pasó poco después de que el escritor saliera al escenario, estuvo un rato hablando y recordando sus obras más conocidas. Había un grupo de gente, justo bajo el escenario, disfrazada de algunos de sus protagonistas novelescos más famosos, y a los que King iba señalando de vez en cuando mientras hablaba, supongo que los puso allí la editorial, porque la verdad es que se podía rodar una película con cada uno de ellos. Era espectacular ver como estaban caracterizados y maquillados…

—Tom, por favor, necesito que vaya al grano —volvió a decir el inspector.

—Sí, señor, lo sé, pero todo lo que estoy contando es importante, y necesito ponerme en la piel y volver a ese momento para poder contarlo todo, con pelos y señales, y que no se quede nada en el tintero, ¿sabe?

—Está bien, Tom, siga, por favor —contestó el inspector resignado.

—Bien, a ver, por dónde iba, ¿ve? Ya me he perdido. ¡Ah, sí! La gente estaba escuchando a King, y todo iba bien, todo era normal hasta que el escritor lanzó una pregunta al público, dijo:

» ¿A que no sabéis cómo será el personaje protagonista de mi próxima novela? —preguntó el escritor a modo de adivinanza—. Puedo apostar mi alma, y no la perderé, a que mi nuevo personaje será tan aterrador como todos los que he creado, y que aparecerá en vuestros sueños, se colará en vuestras mentes y acabará formando parte de vuestras vidas.

» ¿Será otro terrorífico payaso? —dijo King, señalando al grupo que estaba bajo el escenario y que ahora estaba iluminado por un enorme foco, y entre los que se encontraba el mejor disfraz del payaso de It que haya visto nunca—. No. No más payasos asesinos de momento.

» ¿Será el retorno de Carrietta White? —preguntó de nuevo, señalando con el micrófono a la chica del vestido completamente ensangrentado, situada al lado del payaso. Tampoco.

» ¿Resucitaré a Jack de entre los muertos? —volvió a preguntar el escritor, mientras toda la sala gritaba y aplaudía al tipo que emulaba al protagonista de El Resplandor, ahora iluminado directamente por un foco, mostrando su cara de psicótico y blandiendo su hacha ensangrentada.

» ¡Randall Flag! ¡Queremos que vuelva Randall! —gritó un grupo situado en una esquina, mientras señalaban al tipo disfrazado del personaje más repetido de las novelas de King, y que también estaba entre el grupo iluminado.

» ¡Que vuelva Annie! —coreó el grupo de chicas que estaban junto a nosotros, disfrazadas de Annie Wilkes, mientras fueron a hacerse selfis con la otra chica del grupo perfectamente ataviada como la protagonista de Misery y que ahora recibía el calor de los focos. Ya quedaba claro que toda esa gente estaba allí colocada por la editorial para hacer las delicias de los invitados.

» No. Ni Randall ni Annie. Y tampoco será Kurt Barlow—dijo el escritor mientras señalaba con el micro al último componente del ya famoso grupo—, ese vampiro que tanto os acojonó en Salem’s Lot. No será ninguno de los personajes ya utilizado alguna vez en mis libros. Será algo nuevo, algo sobre lo que nunca he escrito, un protagonista hambriento de sangre y de almas—añadió el ponente, mientras recibía los aplausos de un público cada vez más entregado—, un aterrador ente venido del más allá que resucitó de entre los muertos con un apetito atroz que…

» Y en ese momento empezó todo, inspector —dijo Tom mientras pasaba las páginas del libro de fotos, hasta dar con la foto que buscaba—. Este tipo es el causante de toda la masacre.

—¿Se refiere a este disfrazado de zombi? —preguntó el inspector para asegurarse.

—Sí señor. Lo vi con mis propios ojos. Muchos lo vimos, pero claro, solo quedo yo para certificarlo —contestó Tom, mientras intentaba rascarse bajo el cuello, donde aún tenía trozos de venda ensangrentada.

—Puede quitarse el disfraz cuando quiera, Tom —añadió el inspector, viendo que el hombre estaba empezando a sudar copiosamente y no lo estaba pasando muy bien—. Si no lleva nada debajo le proporcionaremos algo cómodo.

—Gracias, inspector. Recordar todo esto me está dando muchísimo apuro y me pica todo el cuerpo a rabiar —contestó mientras empezaba a quitarse como podía las vendas de su disfraz de momia y las iba enrollando pacientemente sobre la mesa para no tirarlas al suelo.

—Siga, por favor. ¿Qué hizo este tipo? —preguntó el inspector, mientras señalaba la foto con el dedo.

—Lo vi de refilón mientras casi todo el mundo estaba pendiente de la charla de King. Este tipo que le digo —reiteró Tom, mientras daba golpecitos con su dedo sobre la foto—, haciéndose el zombi, quiero decir, caminando raro, dando tumbos, cojeando y babeando sangre, se acercó hasta nosotros y empezó a zarandearnos y a empujarnos. Supongo que todo el mundo pensó que era parte del espectáculo, o simplemente, otro borracho disfrazado más, hasta que, pasados unos segundos, en los que alguno de los presentes ya se estaba mosqueando de verdad y a punto de soltarle un guantazo, sobre todo uno disfrazado de hombre lobo, todos nos quedamos quietos y en silencio.

» El zombi sacó un cuchillo de no sé dónde, se acercó a la enorme ponchera, y sin mediar palabra levantó su mano derecha, se cortó tres dedos y los dejó caer en el interior, mientras un reguero de sangre espesa, casi negra, resbalaba de sus muñones y acababa mezclándose con el delicioso ponche de sangría. Al principio casi vomito del asco, pero el resto de gente que lo vio, tengo que decir que creo que iban muy pasados de todo, empezó a aplaudir y a reír mientras se acercaban a hacerse fotos con ese personaje asqueroso y andrajoso, que permaneció durante un larguísimo rato con la mano en alto rezumando una interminable cascada de sangre oscura mientras un tonto, el disfrazado de Drácula y con los colmillos ya fuera de su sitio de la borrachera que llevaba, removía el ponche sin dejar de sonreír a las cámaras que lo grababan, brindando y bebiendo sin parar. Malditos capullos.

—Debo entender, Tom, que usted cree que este hombre no formaba parte de la fiesta. ¿Es así? —preguntó el inspector.

—Así es. Estoy seguro de que ese hombre causó toda la masacre que hemos vivido, porque tan solo un par de minutos después de lo que le he contado, y de que esos estúpidos borrachos se bebieran el ponche contaminado, empezaron a transformarse en criaturas diabólicas. Sus caras se llenaron de venas negras como el petróleo y sus ojos se volvieron rojos como la sangre. El primero en transformarse fue Drácula, que saltó a la yugular de una de las chicas que tenía al lado. La gente aplaudió todavía más fuerte, supongo que en sus mentes el espectáculo todavía continuaba, mientras la pobre vampiresa se retorcía en el suelo. Después le tocó el turno al hombre lobo, pero a este no pude verle bien la cara porque llevaba una máscara que ocultó sus intenciones hasta el último segundo, cuando saltó sobre un grupo de gente que, por suerte, pudo escapar hacia el otro lado del escenario ya que el licántropo no podía morderlos con la máscara puesta.

» A partir de ahí todo es confuso, gritos, golpes, sangre, mordiscos, convulsiones, gente saltando y arrancando carne de cualquier parte y persona, cuerpos que rebotaban en el suelo como si estuvieran electrificados, gente que moría y se levantaba como si tuvieran un resorte en el culo… solo recuerdo que, tras muchos empujones, la marea de gente me llevó contra una pared repleta de telarañas falsas, ambientada con miles de insectos de plástico enredados en ellas. Quiero creer que tuve mucha suerte. Supongo que, entre mi disfraz de momia que no dejaba ver nada de mi cuerpo, mezclado entre una gran cantidad de hilachos blancos y sucios que me tiré por encima, la poca luz de aquella bendita esquina, sumada a mi involuntaria rigidez del miedo atroz que tenía, hicieron que, en ese rincón, yo tuviera un camuflaje perfecto para pasar desapercibido. Y desde allí, inmóvil como una estatua petrificada, pude ver como se comían unos a otros hasta que no quedó un solo cuerpo en pie.

» Dejé pasar un rato, no sé cuánto, y cuando creí que ya no quedaba nadie salí como pude de aquel lugar, pisando partes de cuerpos desmembrados, resbalándome una y otra vez con la sangre, los sesos, las vísceras y los trozos de gente que quedaron esparramados por todo el parqué de exquisita madera, hasta que pude encontrar una puerta. Salí de allí y caminé durante un rato sin rumbo fijo hasta que ustedes me encontraron.

—¿Me está diciendo, Tom, que un zombi envenenó el ponche y que, a causa de eso, se infectaron con un virus que hizo que todos se convirtieron en zombis y se mataron entre ellos? —preguntó el inspector, temiendo la respuesta.

—Así es, inspector. Si a estas horas no tienen cercado el estado de Maine, estamos todos perdidos. Este virus, o lo que sea, se extenderá por todo el país.

—Está bien, Tom. Creo que esto es todo, al menos por ahora. Gracias por su declaración. De momento y tal como dictan las leyes en estos casos, pasará la noche en comisaria hasta que se aclare todo esto. Agente, por favor, acompáñelo hasta su celda y procure que no le falte de nada —ordenó el inspector a uno de sus ayudantes.

Tom salió de la sala sin dejar de mirar al inspector sabiendo en su interior que no había creído ni una palabra de su testimonio. Iba a pasar la noche en una celda y eso, probablemente, era lo más seguro para su vida.

—Inspector, ¿de verdad cree a este atontado? —preguntó uno de los agentes, una vez que Tom se había marchado.

—No, joder, claro que no. Pero tengo que tener su declaración, por si acaso. En fin, voy a hablar con la científica a ver si han sacado algo en claro para poder hacer el informe oficial y a ver qué coño pongo en él.

 

 

Lejos de la comisaría, y más lejos aún del lugar donde muchos inocentes habían muerto asesinados, y de donde otros tantos, ya infectados, habían salido corriendo a buscar nueva carne fresca, un pequeño grupo de gente que había salido ileso de esa dantesca fiesta caminaba de forma monótona por la carretera de Barrows Point, al amparo de las sombras, en silencio y bajo la tenue luz de una luna menguante, casi nueva. Llegaron hasta el final de la calle donde una enorme casa, situada muy cerca de la orilla del gran lago Sebasticook, les cerró el paso.

Este caserón era el retiro particular del escritor, donde se escondía durante largas temporadas para inventar sus historias. King miró hacia arriba y vio la ventana de su habitación, con la tenue luz encendida de forma perenne, en su lugar preferido y donde su vieja máquina de escribir, que tantos éxitos le había dado, estaba esperándolo. Ese artilugio que hace ya mucho tiempo le entregó aquel ser extraño, gris y apagado, a cambio de algo que solo el escritor sabía, y que tal y como le prometió, haría real a cualquier personaje que imaginara y plasmara con sus desgastadas teclas. Pero eso es otra historia que ya os contaré en otro momento…

Siguieron avanzando, adentrándose en el pequeño y espeso bosque que rodeaba a la casa. Pasaron al lado de un minúsculo cementerio de animales, donde antaño los chavales de la zona daban el último adiós a sus mascotas y se dirigieron hacia una pequeña colina, ya fuera del bosque, donde la figura oscura, altiva y solitaria de un enorme árbol les esperaba. Era un lugar lejano, seguro, apartado y fuera de toda mirada curiosa, aún dentro de los límites de la propiedad que King tenía en Newport.

El primero en cruzar bajo el gran roble fue el escritor, caminando a la cabeza del pequeño grupo, con paso cansino y desgarbado. Empujó lo que parecía ser una portezuela que, por el chirriar de sus bisagras, debía llevar mucho tiempo sin abrirse. Detrás de él, y siguiendo sus pasos, fueron entrando todos los componentes de la tropa que iba disfrazada de sus principales protagonistas novelescos. Y poco después, con un paso más que errático, apareció por el fondo del camino el zombi que había aderezado, a su manera, el ponche de la fiesta.

Estaban todos reunidos en esa especie de antiguo jardín vallado, de pequeño patio de colegio nocturno que olía a tierra, a flores podridas y a humedad, y que no era otra cosa que un escueto y viejo cementerio, con no más de diez tumbas a ras de suelo, y un par de panteones que bien podrían albergar el descanso de varios miembros de una misma familia.

El primero en hablar fue King.

—Madre de Dios bendito, pedazo de cabrón, la que has montado —dijo gritando y gesticulando de forma airosa, haciendo que el eco de sus palabras resonara en la noche.

—Me dijiste que querías sangre —contestó el zombi.

—Te dije que quería un par de muertos y algo de sangre, para darle interés a mi presentación, para que cuando acabaras de comerte a un par de capullos yo dijera: ¡Este es mi próximo protagonista! ¡El zombi! —gritó de nuevo, gesticulando como si siguiera encima del escenario—. Pero joder, te has cargado a todo el puto patio de butacas, no ha quedado ni el fotógrafo.

—Míralo por el lado bueno, Maestro, mañana tienes la publicidad de tu nueva novela hecha, de forma gratuita, en las redes sociales y en las televisiones de todo el mundo —añadió Randall.

—Es cierto, Maestro —dijo el zombi, con más miedo que aplomo, temiendo haberla fastidiado de verdad—. Puedo entrar en tu grupo de confianza, ¿verdad? ¿Vas a hacerme inmortal como a ellos? Es lo que más deseo desde que desperté en esta inmunda tierra, por favor.

—Joder, sí. Estás dentro del jodido grupo. Pero no es lo que quería, así no se hacen las cosas. Otra cagada más y te quedas fuera, para siempre —atajó King, el Maestro, cerrando el nombramiento con un apretón de manos que sintió flácido y sin fuerzas, por culpa de la falta de dedos en la mano del muerto viviente.

—Pues a mí me has jodido bien, puto zumbado —dijo Jack, levantando su hacha y reprimiendo las ganas de cortarle el cuello al zombi—. Tenemos un puto día para salir, solo un mísero día al año para salir de esta mierda de terreno sagrado y poder ser normales y mezclarnos con la gente. ¡Joder! Hoy iba a echar un polvo seguro con una tía de la fiesta que me había echado el ojo. ¡La tenía a puntito!

—Está bien, chicos. Ya sabemos cómo funciona esto, a veces la caga uno y a veces otro —dijo Kurt, intentando calmar las aguas.

—Sabias palabras, viejo amigo —añadió King—. En fin, es la hora, casi está amaneciendo y no podéis seguir aquí. Tenéis que ir a dormir. Nos volveremos a ver el año que viene. Mientras tanto, cazad mucho, necesito almas que sigan leyendo mis libros y viendo mis películas.

—Así lo haremos, Maestro. Damas y caballeros —dijo Carrietta mientras entraba en uno de los mausoleos—, nos vemos el año que viene. Espero que durante este largo sueño os llamen muchas veces y podáis salir de caza.

—Yo veré la luz algo antes que vosotros —añadió el payaso, sin dejar de sonreír, mientras acomodaba su sucio traje de payaso victoriano, plateado, con gorguera y puños de encaje blancos, pompones y bordados de hilos rojos, que a duras penas podían entrar en el ataúd—. Este año toca película nueva, si no me equivoco. En breve tendré ocasión de salir y alimentarme de algunas almas puras.

—Y yo también —dijo Randall Flag en tono jocoso, mientras se estiraba en una de las tumbas—. Si la gente supiera la cantidad de puertas que se abren con solo pensar en nosotros…





12 comentarios:

  1. ¡Excelente relato, Iván!
    Empezamos fuerte, jeje.
    Un saludo!

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  2. Jolin con King!!! por fin sabemos la causa de su exito.... Genial el relato. Me ha encantado, durante todo el tiempo he sido incapaz de averiguar lo que iba a suceder y eso es una de las cosas que mas me gustan!!! Enhorabuena Ivan

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    1. Algo oscuro debía tener el maestro, Ana.;-)
      Gracias por tus comentarios!

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    2. Muy buen relato, compañero. Así me gusta, pisando fuerte😉😉😉 Enhorabuena

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  3. Puede que Halloween no sea mi fiesta favorita, aunque los buenos relatos los agradezco. Gracias, Iván. Es una historia entretenida y muy adecuada. desde el inicio hasta el final me ha atrapado. Un saludo.

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    1. Gracias, Merche!
      A mi tampoco me chifla Halloween, pero una fiesta como esa no me la perdería por nada 😂😂😂

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  4. Sorprendente e inesperado final. La narración mantiene el tono para sujetar el interés del lector sin necesidad de artficios... Enhorabuena. Genial descubrimiento.

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  5. Un gran relato, Iván, King te ficharía para que escribieses por él. Felicidades

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  6. Gran relato, mis felicitaciones, Iván! Bravo

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