Otro año más, sí. ¿Para qué quejarme cuando mi vida, mi eterna figura,
va a preguntarse lo mismo cada 365 días? Sería una bobada hacerlo cuando no
tiene solución; y creo que por ello, y porque ha llegado el momento de explicar
mi función, comenzaré a contarte la verdad de esto que me quema pero que al
mismo tiempo me llena de orgullo y satisfacción (hasta hace poco, cada 365 días
esta última frase me acompañaba de camino a mi trabajo anual). Bien pensado, es
un chollo: trabajo una sola vez cada doce meses, sigo el curso del destino sin
tener que dar explicaciones a ningún superior y además dejo estupefacto al
destinatario. Podría decirse que soy como un mensaje visible, cargado de malas
noticias y que todos odian en su llegada, pero que después, una vez entrado en
materia, aman.
Recuerdo a botepronto a
un ser que me odió hasta el último minuto de mi día de trabajo, y lo llevo tan
dentro de mí que jamás olvidaré su nombre. Todos los años, cuando despierto y
bostezo de mi apacible y largo sueño, a mi mente llega su imagen como si
hubiese sido la única persona importante en mi vida: Scrooge; nunca vi a un ser
tan agrio y malhumorado. Vivía sin tener vida, y aunque se pasó ochenta años
respirando aire a diario, comiendo, paseando y demás funciones del ser humano,
no fue capaz de apreciar lo que significa “sentir” hasta que yo no afloré inesperadamente
a su lado. Lleva criando malvas más años que disgustos crio durante toda su
miserable existencia. Sin embargo —quiero recalcar bien esta parte—, a pesar de
que yo le enseñé a ver el valor que hay en el mundo, por muy oculto que este le
pareciera, y rendido a vivir una lánguida pero angustiosa vida reconcomida, él
me enseñó a mí mucho más: el verdadero valor. Quizá es por esto, y solo por
esto (más que suficiente) el motivo por el que cada vez que abro los ojos —y de
forma literal, nada que ver con la forma en que conseguí abrírselos al viejo
infeliz—recuerdo con nostalgia el rostro de facciones congeladas que el propio
Scrooge se veía a diario; su aguileña nariz parece atravesarme en compañía de
sus chiquitos pero penetrantes iris azulados, agrandados tanto en el universo
abismal que poseo por mente como a través del circular cristal de sus anteojos
sin montura. Yo le transmití miedo; él consiguió que en mi traslúcido cuerpo
creciese un brutal escalofrío, habituándome ipso facto a su más que trabajada
gélida personalidad.
Gané la batalla; y él,
descansando de una larga vida agónica de la que disfrutó sus pocos años finales
(pero de qué manera lo hizo) seguro que viaja conmigo para traspasar al
necesitado el poder que le concedí: la felicidad.
Primera
parte
Scrooge, Scrooge… Qué recuerdos.
Ahora me hallo de camino
a desvelar el futuro de un nuevo Scrooge. Desconozco su verdadera personalidad,
aunque bien es cierto que no creo que posea la misma frialdad que el viejo
carcomido. Para empezar, sé que se trata del calco de una mujer muy importante
en la historia de la humanidad, y creo que si hago un ligero repaso por su vida
reconocerás a la original enseguida. ¿Te suena aquella que dio a luz a un hijo
inesperado? Ya sé que desde que el mundo es mundo todos los días nacen hijos
inesperados, errores de cálculo después de un “yo controlo, nena”. Pero si te digo que se trata de la única mujer
que ha tenido un hijo sin poner de su parte para crearlo, ¿sabes de quién
hablo? Creo que sí, aunque te lleguen a la mente varias candidatas. Sabes que
me refiero a la Virgen María, por mucho que después de parir se hinchase a
hacer hijos por el método tradicional. Sin embargo, las sagradas escrituras
dicen que en su vientre creció un bebé gracias al poder del espíritu Santo (Yo
soy el espíritu de las Navidades y nunca he hecho hijos a distancia, pero está
visto que el Santo sí puede. Ole él); el destino quiere que la rescate de su
petrificada función mundial. Como he dicho antes, a por quien voy no es más que
un calco de la verdadera Virgen María, una simple figura pero con más vida interior
que muchos seres humanos… ¿Me acompañas en esta breve aventura? Creo que te
gustará.
*****
A veces suelo utilizar mi poder de vuelo para dirigirme a mi destino,
otras muchas, simplemente aparezco delante del elegido. Me encanta darle un
susto de muerte, y que con él, su corazón palpite de forma desbocada mientras me
troncho de risa; mi visita a Scrooge fue muy sonada, bastante conocida. Tengo
constancia de que quedó escrita, y es muy posible que tú, quien ahora me está
prestando debida atención, la conozca.
No vuelvo a mencionar al
viejo gruñón por antojo, sino porque en esta segunda estrofa (así se editó mi
misión en “Cuento de Navidad”) he comenzado diciéndote que, a veces —menos de
las que quisiera— me dirijo volando a mi destino. Pues bien: si haces memoria a
lo relatado en dicho libro, recordarás que Scrooge y yo volamos por el cielo
centelleante en diminutas y agradables partículas luminosas, y que un tal
todopoderoso, con mucho más poder que yo -ese que pudo tirarse a la Virgen pero
que finalmente la preñó por voz, y en forma de paloma, mientras a otros nos
caga cuando llevamos el cabello recién lavado- llamó “universo”; allí pudiste
imaginarlo con cara de ilusión, con un rostro único en su peculiar
personalidad. Yo lo vi, y puedo asegurarte que aquellos flácidos mofletes no
tenían nada que ver con la fuerza del aire en el que nos movíamos a toda
velocidad, sino que en verdad, se dibujó en su rostro una satisfactoria
sonrisa. Sus ojos —sus pequeñísimos ojos sin vida— lagrimearon, y por supuesto,
también de felicidad…
Ahora quiero que
recuerdes una vez más esa parte del libro, que te centres en ella y, de este
modo, viajes conmigo sin levantarte del sofá en el que me estés leyendo
(suponiendo que hayas decidido tomarme en este 24 de diciembre mientras tu cuerpo
saborea con agradable placer el crepitar del fuego que te calienta en el
hogar). Si me lees en lo que tu cuerpo y alma se trasladan al encuentro con tus
familiares para disfrutar de las fiestas, entonces deja que el paisaje por el
que te desplazas se disuelva, cambiándolo por un relato imaginario que, estoy
seguro, calará muy hondo de tus Navidades futuras.
¿Qué mejor que celebrar
la Navidad en compañía del espíritu de dichas fiestas? Vente conmigo.
*****
“¡Maravilla!”. Es lo menos que puedo expresar al ver lo que se cruza
en mi camino. Vuelo con deleite satisfacción (y orgullo); el aire azuza mis
mejillas nerviosas, tan flácidas como las de Scoorge. No voy a describirme porque
en este preciso instante no tengo cuerpo, no soy más que algo transparente que
vuela sin cesar. Eso sí, cuando me presente ante la Virgen (guárdame el secreto
de esto, porfa) es muy posible que su apodo cambie. Jiji.
Veo farolillos de
colores: rojos, verdes, amarillos, azules… Los hay de infinitas tonalidades; sin
embargo, todos bien luminosos. También veo un enorme árbol cubierto de blanco,
con numerosos brazos de los que penden bolas típicas de Navidad. Los niños
cantan, las nubes se levantan. Que sí, que no, que llueva chaparrón (es broma);
los papás abrigan a sus pequeños en lo que inmortalizan el recuerdo para, una
vez más, disfrutarlo en las Navidades futuras. Les dirán: “eh, canijo. Mira, este eras tú de pequeño. Te sentamos al lado del árbol
de Navidad en lo que un hombretón rechoncho y de larga barba blanca, con más
años que Matusalén, llegaba a nuestra casa entrando como las personas normales:
por la chimenea. Papá lo intentó una vez y se quemó el trasero, pero tú ese año
tuviste tu regalo de Papá Noel”. Sí, puede que le digan eso de aquí a unos
años, cuando en una Nochebuena les presente a una tal María sin ser ya virgen…
Pero lo que nunca le dirán es: “eh,
canijo. Mira, en lo que papá y mamá te tiraban fotos, un espíritu aterrizaba al
lado de la Virgen María para proyectarle el futuro”. Eso no se lo dirán
nunca, y es una pena porque sería la realidad, y no eso del viejo rollizo que
se cuela por las chimeneas para depositar regalos en los de por sí, perfumados
calcetines del abuelo. Qué inventos…
*****
Espero a que la gente se guarde en sus casas para ponerme a trabajar.
Cuando aterrizo, la zona sigue bastante iluminada; pero ya no hay nadie, solo
un belén petrificado. Me dirijo a él y lo observo con ojos golosos, los mismos
que hacen que me relama al ver algodones de azúcar, turrón, polvorones y demás
dulces en una caseta justo enfrente. Está cerrada y no puedo comprar nada; de
todas formas, de haber estado abierta tampoco compraría porque mi deber es el
de informar a la Virgen (Quiero un móvil con WhatsApp para poder trabajar desde
el sofá. Queridos Magos de Oriente, hacedme este gran favor…).
Desplazo la vista con
sigilo por todo el abovedado portal hasta divisar a la Virgen (Jodo, está
demasiado bien para su falta de uso), y allí la contemplo arrodillada, con un
manto azulado sobre los hombros que cubre su vestido rosáceo. Mantiene la
cabeza gacha, mirando al fruto de su vientre (Perdona que me ría al describir
este último punto, hablando de una virgen); y la veo en compañía de San José y
el pequeño cigoto apalabrado que creció dentro de ella. Una mula y un buey se
encargan de que el niño no pase frío.
Vuelvo a mirarla. Sin
embargo —y muy a mi pesar— el tiempo corre y no puedo demorar mi función; por
lo tanto, solo dispongo de… Sí, exactamente quince segundos para contemplar
algo que, créeme, es digno de visualizar. No podría marcharme de aquí sin verlo.
Juro que, al margen de creencias, la vista es preciosa.
Turno de la magia. ¿Qué
sería de la Navidad sin magia? Nada, y para ello cuento con el espléndido truco
de tres hombres a lo lejos que llegan en compañía de camellos y de polvos
mágicos (Aunque relate polvos y camellos, sigo hablando de magia). Petrificados
igual que las demás figuras, los magos intentan cruzar un puente empedrado por
el que sí, cruza agua manipulada. Los seres humanos se han encargado de
motorizarlo, y el resultado final ha sido magnífico.
Me he fijado bastante porque
mi trabajo desempeña un papel fundamental respecto a estas tres figuras. No son
ellas como tal mi comodín para el inicio de lo lúdico y, para ti, lector, algo
que considerarás solo magia, y no realidad; es su estrella quien bajará hasta
mi posición para ayudarme e iniciar esta aventura; la he localizado, justo por
encima de la cabeza de Baltasar. No es muy grande (la estrella, el perolo del Rey
es bien hermoso), por ello me ha costado encontrarla. Solo me queda recurrir a
mis polvos mágicos y hacer uso de ellos. La magia tiene como fin crear ilusión.
Tú, amigo, vas a vivir una ilusión: me verás a través del papel, y ya no como
un espíritu sin apariencia humana ni el que te relata los hechos, sino que en
pocos segundos vivirás una historia increíble, yo dejaré de ser narrador, y tú,
y solo tú, imaginarás la historia según te la vaya contado la Virgen.
Utilizaré mi magia, la
estrella apuntará hacia el portal y se estrellará (sin causar daños) en el
cuerpo de María. En ese momento ella cobrará vida (sí, como lo lees), y las
siguientes páginas la tendrán como única y verdadera protagonista. El espíritu
de la Navidad (yo, pero hablo de mí en tercera persona para ir metiéndome en el
futuro) se mantendrá unos instantes, pero ya no como narrador principal.
Espero que hayas
disfrutado del prólogo de mi día de trabajo. Ahora te queda la mejor parte.
Creo que no tardarás en saber de mí.
La estrella baja.
¡Disfruta!
Feliz Navidad.
Segunda parte
-¿Qué? Cielos, ¡puedo
hablar! Pero, ¿qué es todo esto?
»A mi alrededor hay
cosas que no se mueven: algo alto, con pelo en la cara y un objeto alargado en
lo que se apoya; también algo más pequeño, como encogido, y dentro de una caja
de madera y paja. Contemplándolo, como si su deber fuese el de no dejar de
mirarlo, dos piezas iguales salvo en su color… Dios, ¿qué es todo esto?
-Y a Dios deberías preguntárselo,
pero no te responderá ahora.
-¿Quién ha dicho eso?
-Ya deberías estar
acostumbrada a escuchar voces sin ver a nadie delante de ti, María, que ese es
tu nombre.
-¿Eh?
-Tu hijo, ese que ves dentro del cuadrado de madera
que acabas de describir, fue concebido así, en una anunciación de voz. No soy
la primera voz que escuchas.
-¿Cómo?
-Ya lo entenderás mejor
en otro momento… Ahora permíteme que me presente: soy el espíritu de las
Navidades futuras, tu futuro.
-¿Navidades futuras? ¿Mi
futuro?
-Sé que no entiendes
nada, pero al igual que hay cosas que pueden entenderse sin verse, también hay
cosas que pueden verse sin entenderse; me hallo aquí para desvelar tu futuro,
mostrarte lo que pasará el año que viene por estas fechas.
-No entiendo nada.
-Eres una figura que
representa a la Virgen María; por lo tanto, tú eres la Virgen María.
-¿Qué es eso de Virgen
María? No puedo entenderlo.
-El mundo sigue sin
entenderlo después de 2016 años, así que porque esta parte nos la saltamos, no
ocurrirá nada.
-De acuerdo.
-Ahora mira a tu
alrededor y dime qué ves.
-Algo alto, con pelo en
la cara y un…
-Sí, es tu marido: un
hombre alto, con barba y un grueso palo de madera a modo de bastón.
-¿Eh?
-El pequeño es tu hijo,
como bien te dije; a su alrededor una mula y un buey. Y ahora mira allí, a lo
lejos.
-Hay tres cosas más.
-Son los Reyes magos, y
vienen exclusivamente para entregarle regalos a tu hijo.
-¿Regalos?
-En Navidad se hacen
muchos regalos, María. Yo soy un regalo.
-¿Tú?
-Sí.
-Pero no puedo verte.
-Me verás en el futuro.
Dentro de un minuto. Eso ya será el futuro.
-Sigo sin entender.
-¿Ves eso alto en medio
de la plaza?
-Sí.
-Es un reloj. Cuando
suene, todo este escenario habrá cambiado, y tú verás lo que vaya a ocurrir
dentro de 365 días. Eres una privilegiada.
-¿Privile… qué?
-Tienes suerte, María.
Deja que la magia penetre en ti. Será lo primero que logre penetrarte, así que
yo que tú estaría contenta.
-¿Por?
-Observa el reloj. Vas a
sorprenderte porque sabrás hablar bien, sabrás relatarlo; hay gente que te lo
agradecerá.
-¿Qué gente?
-Cuéntaselo, María, no
te calles nada. Mira, observa con atención y relátalo todo. De ti depende que
la ilusión viva para siempre. Feliz Navidad.
-No lo entiendo. ¿Oiga?
» ¿Y ese sonido? Se
repite. Ha sonado una vez, y otra, y otra… y así hasta doce.
*****
-¡Feliz año nuevo!
-¡Madre mía! La plaza
está llena de gente que repite una y otra vez eso de “feliz año nuevo”. Hay
adultos y niños amontonados, comiendo uvas y festejando la entrada del nuevo
2016… ¿Por qué sé describir todo esto? El espíritu de la Navidad tenía razón.
-Mira, mamá –le dice un
niño a su madre cuando está delante de mí-. La Virgen se mueve.
-Es una persona real,
cariño –le explica su madre. Pero no tiene razón, ya que yo no soy una persona
real, simplemente he cobrado vida.
-Se equivoca, señora –le
explico-. Soy una figura del belén, como todos estos. –Señalo mi alrededor-. Pero
es Navidad, y mi regalo consiste en cobrar vida en vez de darla.
La señora se queda un
tanto desconcertada, como si no creyese lo que le digo.
-Créame, le digo la
verdad –insisto.
-Se hace difícil de
creer.
-Lo sé. Pero piense: ¿es
lo más difícil que ha tenido que creer de mí?
-Entonces sí que eres de
verdad.
Sonrío.
-Puedo decirle que su familia será feliz, siempre.
Le esperan grandiosos años de alegría, salud y mucho por lo que vivir; su hijo
será muy importante, y usted, una madre ejemplar.
-Ojalá lo quiera Dios.
-Lo quiere, se lo aseguro.
-Es verdad. Perdón, no me acordaba que usted es…
-La madre del Señor.
-Gracias.
-Feliz Navidad, señora; feliz Navidad, pequeño.
-Dile adiós a la Virgen –le dice la mujer.
-Adiós, Virgen –se despide el pequeño.
La señora y el niño se van, pero antes, él me lanza
un beso que yo le devuelvo con ternura.
*****
-Que sí, tío, que este año pienso salir con Zulema.
-¡La Virgen!
-Por poco tiempo si todo
va bien.
-No, que ahí está la Virgen.
-¿Eh? Coño, es verdad.
-Feliz Navidad, chicos
–les digo a los dos adolescentes que se preparan para vivir una noche de
fiesta.
-Igualmente, tía. Digo…
Perdón.
-¿Eres la Virgen? –me
pregunta el futuro novio de Zulema.
-¿Tú lo crees?
-Pues… No.
-Te equivocas.
-¡Una mierda! Tú no eres
la Virgen.
-Si te digo que lograrás
salir con Zulema y seréis felices, ¿me creerás?
-Jodo… ¿Y tú cómo sabes
quién es Zulema?
-Porque es la Virgen,
chacho –le dice el amigo, con rostro atónito, tan lívido como mi velo.
-¡Qué pasada! –exclama
el agraciado-. ¿De verdad será así?
-Palabra de Virgen María.
-Oh, María.
-Sin pecado concebida…
Feliz Navidad, chicos. Podéis ir en paz.
Los dos muchachos se
fueron.
*****
-Ah, ¿pero es cierto que
eres la Virgen? –me pregunta una voz, la segunda que escucho sin ver, y tercera
de forma global.
-Lo soy –respondo una
vez que me giro y veo ante mí la figura de un hombre de mediana estatura y
melena castaña.
-Te he visto leer el
futuro de esos jóvenes –vuelve a decirme.
-Sí, puede decirse que
hoy actúo de pitonisa.
-¿Cómo te sientes
regalando ilusión a la gente y mostrando deseos futuros?
-Genial. Es difícil de
explicar, pero… no sé, es como sentir la paz del cielo muy dentro de mí.
-Un cielo que te ganaste
hace un porrón de años –me dice, provocándome una sonrisa.
-Estoy muy contenta.
Tengo vida y el deseo de seguir mostrando felicidad muchos años más.
-Me alegro. Está bien
eso de estirar las piernas de vez en cuando, aunque sea cada 2016 años.
Su respuesta vuelve a
hacerme sonreír.
-¿Las vírgenes pueden
tomar una copa? –me pregunta.
-Supongo que sí
–respondo, un tanto ruborizada.
-Entonces te invito a
una.
No rechazaré la
propuesta. Quiero tomarla, así que me voy con este chico a celebrar el nuevo
año.
-Se me olvidaba darte un
pequeño detalle –me dice mientras nos alejamos de la plaza-. Soy el espíritu de
la Navidad, el que te ha regalado la vida.
Me quedo sin palabras.
-Y tengo otro secreto
–me dice una vez más-. Yo también…
¡Stop! Suficiente. Es
hora de que vuelva a tomar el rumbo para el final de la historia. Ya me
conoces, lector, soy el espíritu de las Navidades futuras, y vuelvo de nuevo
para cerrar esta breve narración. No sé muy bien qué más decir, no me gustan
las despedidas. Creo que te has quedado un poco en shock porque te he cortado
en mitad de mi secreto, pero no hay mucho más que decir. María y yo… (Ahora ya
es María, a secas) tomamos una copa a las 00:47h del 01/01/16, y amanecimos
sobre las 7:30h del mismo día, los dos juntos, como el padre de su primer hijo
nos trajo al mundo, y abrazados como dos tortolitos…
Me consta que esta mujer
está exclusivamente diseñada para compartir su vida con espíritus: el Santo,
que fue el primero que se la benefició (a su modo) y ahora yo (del todo). No te
enfades, lector, que ha sido mi buen acto de Navidad; de él nació Scrooge
junior, que así lo hemos llamado en honor a su padrino. El bautizo en el cielo
fue la hostia bendita, aunque tuvimos un cura muy particular: San Dios. He de
decir que de verlo en paloma de la paz a verlo en persona hay una gran diferencia,
la misma casi que ver a María llena de mantos a verla… Ejem.
Esto se acaba. Muchas
gracias por haber compartido un ratito de Navidad a mi lado (aunque creo que yo
me lo he pasado mejor que tú). No obstante, si tienes ganas de más, me toca trabajar
otro rato, así que puedes acompañarme. Me hallo en el 2018, pero como de futuro
va la cosa, igual te apetece.
Estés en el año que
estés, te deseo una feliz Navidad. Felices fiestas con Codorniú (Que es broma,
hombre).
En serio: feliz Navidad;
y sobre todo, feliz vida.
María, el churumbel y
yo, nos despedimos. Chao, y mil gracias.
Grandioso 👏👏👏👏👏👏👏. Bravo José🙋🙋
ResponderEliminarMuchas gracias, campeón :)
EliminarMuy agudo, José, pero nos lo has puesto muy difícil al resto... Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias, Laura. Qué va, son muy buenos, ya lo verás :)
EliminarEste sí se puede decir que es un relato extenso e intenso. Me lo has puesto más que difícil. Veremos qué te parece el mío. Saludos cordiales, José
ResponderEliminarMuchas gracias, Sandra. Pues seguro que me encantará, no lo dudes. Igualmente para ti :)
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