La
mujer del traje de cuero dejó el bolso en la estación. Eran las doce menos diez
de la noche y la estación estaba a punto de cerrar; había permanecido sentada
en un banco del andén durante media hora, a la espera de que la estación
quedara vacía.
Salió mirando hacia el suelo con la esperanza de que
nadie la mirara, quería pasar desapercibida. Ya solo quedaban allí los
trabajadores y estaban pendientes de cerrar sus puestos para marcharse a casa.
No percibió que nadie la observara.
No podía marcharse sin saber si alguien daría con el
bolso antes de lo previsto, y se quedó cerca de la salida en una posición
oculta entre las sombras, pero que le permitía ver a todo el que de allí salía.
Una vez cerraron las puertas y se cercioró de que su bolso seguía allí, pues
nadie lo llevaba en sus manos, se marchó a caminar por las calles.
La noche era oscura, una tímida luna quedaba velada entre
las nubes. Hacía frío y las calles estaban prácticamente desiertas. Caminó de
un lado a otro a toda velocidad para entrar en calor.
Miró el reloj, ya casi era la una de la madrugada. Quería
llegar antes que él al lugar de encuentro, así que se encaminó hacia el bar Infierno. Durante años había usado aquel
antro para realizar su trabajo, cualquiera que necesitara de sus servicios
sabía dónde encontrarla. Siempre uniformada con un traje negro de cuero de
cuerpo entero, desde que vio aquella película decidió que aquel sería su
uniforme de trabajo. Su rostro pálido y fino le daba un aire demasiado aniñado
y parecía débil; sin embargo, la vestimenta utilizada, acompañada de su rostro
siempre serio, cambiaba por completo su aspecto original, mostrando una dureza
que a muchos asustaba. Y en realidad, así era ella: una mujer valiente y dura
ante cualquier situación.
Entró en el bar y pidió un licor de almendras mientras
esperaba a su cliente. Le gustaba sentir el sabor del alcohol en su paladar;
mantenía el líquido unos segundos en la boca antes de tragarlo para remarcar
aquella sensación. El reloj colgado en la pared del local marcaba la una y
cinco minutos; odiaba que le hicieran esperar. Removió el poco licor que
quedaba en el vaso para mezclarlo bien con el agua que surgía de los hielos y
bebió el último trago mientras se levantaba; no esperaría ni un minuto más, los
negocios eran algo muy serio para ella y prefería perder dinero antes que
reputación.
Mientras pagaba la cuenta una mano tocó su hombro.
-Siento haberla hecho esperar –le dijo una voz
temblorosa.
-Ya me marchaba, pensé que era un hombre serio. No me gusta
que me hagan trabajar en balde.
-Disculpe, tuve algún problema con mi jefe.
-No me interesa su vida. ¿Trae lo acordado?
-Sí –le dijo recorriendo su chaqueta y mostrando un sobre
blanco en su bolsillo interior-. Y usted, ¿consiguió lo mío?
-Por supuesto.
-Perfecto. ¿Hacemos aquí el cambio?
-Nunca entrego la mercancía en mano.
-¿Perdón?
-Muy fácil. Me da el dinero y le digo dónde puede recoger
lo que me encargó. Es sencillo, nunca arriesgo mi vida.
-¿Y dónde puedo encontrarlo?
-Primero el dinero.
El hombre dudó un instante, aunque tenía muy buenas
referencias de la mujer del traje de cuero -como era apodada en la ciudad-.
Quería terminar cuanto antes con aquello y llevarle las joyas robadas a su
jefe, así que le tendió el sobre.
-Perfecto. Estas son las instrucciones que has de seguir,
si las sigues al pie de la letra no habrá problemas, si no lo haces no será mi
culpa. ¿Entendido?
-Entendido.
-Has de permanecer en la puerta de la estación y ser el
primero en entrar en cuanto abran. Accede al andén tres y busca el tercer banco
según sales de la escalera. Allí encontrarás un bolso negro y dentro de él está
la mercancía. Cógelo y no lo abras hasta que salgas de allí, así nadie verá lo
que contiene.
-¿En la estación? ¿Pero puede haberlo cogido cualquiera?
-No me gusta que cuestionen mi trabajo. Haz lo que te
digo y tendrás tu botín. Ahora he de marcharme.
La mujer salió sin mirar atrás, dejando al hombre sin
palabras en el bar. Se marchó a su casa satisfecha de un trabajo bien hecho. A
pesar de que pudiera parecer que era complicado acceder a un sitio a robar,
para ella era mucho más complicado que aceptasen su forma de proceder y
confiasen en ella; no obstante, era la mejor en su trabajo y al final nadie
ponía pegas. No podía arriesgarse, pues era muy goloso llevarse el encargo y su
sobre con el dinero; ya había pecado en sus comienzos y todos intentaban
engañarla. Si alguien quería su experiencia, debía aceptar sus normas.
Al llegar a casa se quitó el traje y sacó de su sostén un
collar de perlas. Lo miró embelesada y lo guardó en el cajón junto con el resto
de obsequios obtenidos en su trabajo. Intentaba no hacerlo, pero era superior a
ella; aquellos objetos era tan bonitos que la tentación la vencía.
Se sentó en el alféizar de la ventana, sintiéndose una
vez más como la mujer gato.
Muy chulo. Felicidades
ResponderEliminarBuen relato, enhorabuena🙋🙋
ResponderEliminarGracias, chicos!
ResponderEliminarMuy felina la "prota". Pasada de relato, bravo.
ResponderEliminarAjajaja, la mujer de Leti se roba el collar y la mía lo regala. Felicidades 🎉
ResponderEliminarJeje, gracias!
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