Coral Springs, 11 de Agosto de 2016
Querido Santiago:
¿Te acuerdas cuando nos conocimos? A
pesar de que llevamos compartiendo una década, siempre he querido hacerte esa
pregunta. No sé por qué he temido que me digas que no lo recuerdas con claridad.
Y ahora que lo pienso mejor, he llegado a la conclusión de que quizás mi miedo
se deba a que no sientas lo mismo que yo; para mí ese día fue uno de los más
especiales que he vivido, y de alguna manera, siempre he fantaseado con que fuera
el tuyo también. Lo he rememorado cada vez que atravesábamos un mal momento; me
ayudaba a levantarme de esos duros tropiezos que debíamos afrontar, como cuando
nos anunció el doctor que tenía cáncer en mi seno derecho. También el día que
me aseguró el otro doctor, López. ¿Te acuerdas? Aquel hombre de cabellos canosos,
y barba bien rasurada; ese sujeto que nos confirmó con una expresión
melancólica que debido a mi condición nunca podríamos ser padres; nunca tendríamos
ese bebé que tanto anhelábamos para completarnos, ese bebé que sería una
extensión de los dos.
En este momento, mientras escribo, las
imágenes aparecen en mi memoria como una película vieja, de esas mudas en
blanco y negro en dónde los actores manifiestan su amor con muecas y tiernas
expresiones. Y allí estas tú, Santiago, mi querido amor de juventud; con tu
amplia sonrisa llena de promesas, contemplándome con devoción, con tus
absorbentes ojos marrones, esos que me encandilaron con una pasión desmedida y un
brillo que destellaba incertidumbre. Pero sobre todo, recuerdo tú tacto, y esa
manera de sujetar mi mano, ni muy fuerte ni muy débil… dejándome saber de algún
modo que eras una persona equilibrada. Sin embargo, aunque ya tu respuesta no
tenga las más mínima importancia, deseo escribirte estas líneas y despedirme de
ti como es debido.
Sí, mi querido Santiago, han pasado
diez años de aquella bonita primera vez; diez años en los que hemos compartido
momentos buenos y terriblemente dolorosos. Diez años que se quedarán grabados
en mi memoria, como aquel día que te conocí. Pero ha llegado mi hora de partir;
me voy a un lugar donde nunca podrás encontrarme. Nuestro tiempo llegó a su
fin; para cuando estés leyendo este mensaje, yo me encontraré en otro país. Me habré
marchado para ya no seguir siendo un estorbo en tu vida, porque es así como me
he sentido por los últimos cinco años en los que hemos intentado formar una
familia.
Quizás esta nota sea para ti una
buena noticia, la carta liberadora con la que has estado soñando en secreto…
quizás a partir de ahora, y sabiendo que me encuentro lejos, seas honesto con
esa chica a la que engañas desde hace… ¿tres, cuatro años? (No pongas esa cara
de sorprendido, porque has sido tú el que ha dejado pistas por todos lados,
deseando que las encontrara.)
A pesar de todo, no le di
importancia a tu romance, justificando el hecho de que he estado por un
prolongado período con el lívido bajo; pero me enteré hace una semana que tuvieron
un hijo al que llamaron Santiago, para seguir la tradición. Me sentí horrible (no
te lo voy a negar), pero necesitaba constatarlo con mis propios ojos. Así que
decidí seguirte una tarde (creo que no te diste cuenta, ¿o sí? Eso nunca lo
sabré). Detuve el coche casi al frente de tu otra casa… esa de la esquina con Comercial
y la avenida Atlántico. Sí, la de ventanas grandes de color marrón, y un
pequeño jardín lleno de tulipanes amarillos; allí, te vi sacarlo en brazos,
meciéndolo para que le diera la luz del sol. Y aunque mi corazón se oprimió
dentro de mi pecho al verificar que todo lo que se rumoraba era cierto, pude
notar en ti aquella sonrisa que hacía ya tanto tiempo no desplegabas, y que lucía
llena de orgullo y agradecimiento.
Me despido en estas líneas. Si bien de
alguna manera me siento triste por cómo las cosas terminaron entre los dos; también
me siento exonerada de una culpa que, por una larga temporada, he llevado a
cuestas al no poder darte ese hijo que tanto ansiabas. Sé feliz con tu nueva
familia, mi querido Santiago, que yo intentaré serlo sin ti; y por favor, no te
preocupes por mí, estoy satisfecha al tomar esta decisión que por tu cobardía,
he tenido que escoger por los dos.
Siempre tuya.
Leticia.
Buen relato, A.G👍👍
ResponderEliminarHermoso relato, Adri. Muchas felicidades
ResponderEliminarMuy triste, sentido y duro. Y la firma... me dio un vuelco el corazón.
ResponderEliminarEnhorabuena, el resultado llega al alma.
Enternecedor. Enhorabuena!
ResponderEliminarMe pareció muy impactante. Precioso, Adriana. Besos.
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