La mujer del traje de cuero dejó el
bolso en la estación. En cuanto se deshizo de él se sintió aliviada, para su
sorpresa. Cerró la puerta de la taquilla y guardó la llave en el puño. Ya
estaba hecha la primera parte del trato, ahora debía de reunir el coraje para
la segunda.
Como las últimas
semanas había adelgazado, había podido enfundarse el mono de piel negra sin
problemas. Ya no se llevaba, era consciente del ridículo que estaba haciendo
pero, a juzgar por las miradas de admiración de los hombres, al menos le
quedaba bien.
Siguió su
camino, con la cabeza erguida, ignorando los cuchicheos a su alrededor. Sabía
cuál era la imagen que proyectaba. Casi podía oír la voz de su marido: “¿buscas
a Jacks?” En su momento le había hecho gracia, la suficiente para conceder una
cita a un desconocido.
Con él todo
había sido muy fácil. No era un hombre que expresara verbalmente sus
sentimientos, en cambio, una sola mirada bastaba para saber lo que sentía.
Todavía era capaz de evocar sus ojos recorriéndola, el roce de los dedos en su
piel, el cálido aliento en su cuerpo.
Recordaba esas
tardes de películas y palomitas, esas noches de bailes sensuales en las
discotecas. No podía haber sido más perfecto.
Pero se había
acabado, debía asumirlo. Los últimos meses sin él habían sido un infierno.
Tina se dirigió
a la playa, la misma que había sido testigo de tantas noches de pasión, y
respiró el aroma a sal. Cerró los ojos unos segundos, rememorando su cara y su
sonrisa; después, encauzó sus pasos hacia el Cerro de Santa Catalina, atalaya
desde donde se divisaba toda la bahía de Gijón. Allí, en lo alto, podría
desafiar al destino, acabar lo que había empezado.
Las vistas eran
impresionantes en esa tarde de mar embravecida. La mujer se acercó al borde del
acantilado, y admiró cómo enormes peñascos recibían el choque de las olas,
imperturbables. Miró la llave, quería despedirse una vez más, y la arrojó al
agua, con fuerza. Una lágrima furtiva resbaló por su mejilla, la última se
dijo, pues ya había derramado demasiadas.
Los recuerdos se
acumulaban en su mente, retazos de conversaciones, momentos dichosos vividos
junto al amor de su vida. Se arrepintió de todos los reproches de niña
consentida y egoísta, continuamente pidiendo más, anhelando palabras que no le
salían; en cambio, siempre supliendo con hechos lo exigido.
Unos
adolescentes la miraron y se rieron, señalándola sin compasión. No le importó,
no en ese momento. Se limpió la cara, suspiró y se dio la vuelta, iniciando el
regreso a casa, a lo que antes solía llamar hogar. Si ella no hubiera aparecido
en sus vidas, si hubiera conseguido vencer la batalla, quizá todavía podría
acurrucarse en los brazos de su marido. Pero fue una rival fuerte, despiadada,
que no reparaba en daños colaterales. Caminó con rabia, posando con fuerza sus
pies en la senda pedregosa que bajaba a la ciudad.
“¿Siempre
estaremos juntos?” era una pregunta recurrente, que le hacía en sus momentos de
inseguridad. “Si no nos queda otro remedio” respondía él, seguido por un guiño
y un abrazo, todo antes de que ella apareciera; después sí, todo eran palabras
de amor, promesas desesperadas, miradas de conmiseración.
Aún recordaba su
última noche juntos, agarrados de la mano, con los ojos rojos e hinchados
después del llanto. Ella había querido acostarse a su lado y él había
consentido, tal vez sin fuerzas para negarse, o puede que impotente por no
poder tratarla de otra manera.
—Prométeme que
seguirás adelante, que lo superarás –dijo David, serio, fijando su mirada, sin
pestañear.
—No podré
–respondió Tina, incapaz de mentir, vencida al saber que se acercaba el final.
—Debes hacerlo.
–Él subió la mano libre a su cara y la acarició, con una sonrisa que no le
llegaba a los ojos—. Por mí.
Ella asintió con
la cabeza, pues el nudo que se le había formado en la garganta le impedía
articular palabra.
—Te concedo seis
meses de duelo; solo seis. Un mes por año que hemos estado unidos. Después,
iremos juntos al lugar donde nos conocimos, me dejarás allí y te irás, sin
mirar atrás.
Tina hundió la
cara en su cuello, ahogando sus sollozos, aspirando su aroma por última vez. Él
la abrazó, acariciando sin fuerzas su pelo, haciendo el sacrificio de mimarla,
aunque no tuviera energía para más. Al principio, Tina recibió sus muestras de
cariño con alegría, aliviando su destrozado corazón, pensando que todo podría
cambiar, que tal vez se tratara de un error, de una broma macabra de la vida.
Pero, a medida que los minutos pasaron, el roce de los dedos iba perdiendo
intensidad, hasta extinguirse por completo.
Tardó en
levantar su cabeza, temía lo que se iba a encontrar. Inspiró y espiró,
intentando infundirse valor, hasta que las fuerzas la acompañaron; entonces se
irguió.
Su cuerpo yacía
inerte; “así es de imprescindible el ser humano”, pensó. En un momento estás y
en el otro te vas, la vida sigue su
curso. No se había parado el mundo, todo continuaba igual; el ruido en la
calle, la gente paseando, la muerte acechando en cada esquina, y todos
ignorando cuándo y dónde aparecerá.
Su deseo de
morir en casa se había cumplido. La maldita enfermedad lo había arrancado de su
lado, sin piedad. En menos de una semana un cáncer fulminante le había barrido
de la faz de la Tierra, sin importar la gente que le amaba, que le adoraba, que
le necesitaba.
Seis meses atrás
había querido acompañarle, como Romeo a Julieta y Julieta a Romeo, pero le
había hecho una promesa, y no la podía romper. No le decepcionaría.
Así que se puso
el traje con el que le llamó la atención en ese último tren Gijón-Oviedo, cogió
sus cenizas y cumplió su promesa. Ahora debía caminar hacia adelante,
continuar sin mirar atrás.
Triste pero hermoso a la vez, Laura. ¡Ole por ti!
ResponderEliminarJooooooo, qué triste....
ResponderEliminarFelicidades, Laura. Besotes.
Gracias, chicas!
ResponderEliminarMuy lindo Lau
ResponderEliminarGracias, tocaya.
EliminarMuy emotivo, casi me haces llorar y eso que tengo un corazón de hierro.
ResponderEliminarQué sorpresa Duque, gracias por pasarse por estos lares.
ResponderEliminarMuy bueno compañero
ResponderEliminarQué triste! Los sentimientos de duelo se plasman, felicidades Laura 🎉🎉
ResponderEliminarPufff, se me ha erizado la piel.
ResponderEliminarEnhorabuena, Laura. Escribes grandes relatos
Emotivo y medido, te lleva por un camino previsible y, aún así, te mantiene atento. Enhorabuena
ResponderEliminarGracias por comentar!
EliminarMuy emotivo. Intenso y profundo. Precioso.
ResponderEliminarNos gusta mucho tu estilo, gran relato con belleza y tristeza en su justa medida ¡enhorabuena! www.exlibric.com
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