Un
fuerte ruido me despertó, abrí los ojos y agudicé mis sentidos. La habitación
estaba oscura casi por completo, aunque entraba algo de claridad debido a las
rendijas de la persiana que habíamos dejado sin bajar. Era de noche y la luz de
las farolas no era suficiente para que viera dentro del habitáculo. El sonido
parecía provenir de la planta de arriba, me daba la sensación de que
arrastraban un mueble; algo improbable, pues en la parte superior no dormía
nadie. Por instinto me cubrí con la sábana hasta el cuello, así me sentía
protegida.
No me atreví a levantarme para encender la luz, aunque
tan solo debía dar unos pocos pasos para alcanzarla, ya que estaba descansando
sobre un colchón que habíamos acomodado en el suelo. En la cama de la
habitación dormía mi mejor amigo, y en la habitación contigua, se habían
alojado las otras dos amigas con las que viajábamos.
Habíamos ido a pasar el puente de todos los santos a un
antiguo caserón situado en un pequeño pueblo de Salamanca. A pesar de que
éramos cuatro, alquilamos una casa bastante grande, puesto que era la única que
encontramos libre; el precio no era muy elevado porque la casa era bastante
antigua. Aunque había varias habitaciones, era tal la angustia que nos
transmitía la construcción, que decidimos distribuirnos entre dos habitaciones
para que nadie durmiera solo, y de la misma planta, para estar más cerca.
Lo que fuera que chirriaba en la
parte superior dejó de sonar, y a mis oídos llegó el bullicio que montaban las
termitas alimentándose de la madera. Me daba la impresión que provenía de la
cómoda situada al lado de la puerta, y que estaba a escasos pasos de mí. Aquel
susurro comenzó a causarme pavor.
Deseaba que el tiempo pasara a toda
velocidad y que llegara el amanecer para llevarse mi inquietud. Cerré los ojos
para intentar dormirme de nuevo, pero el sonido de gente hablando en la calle
me impedía conciliar el sueño. Las campanas de la iglesia empezaron a sonar.
Llamé a mi amigo y no obtuve
respuesta. Alcé la voz con la intención de despertarlo, mas siguió sin
responderme. Finalmente, me armé de valor y salí de la cama para encender la
luz. Me quedé paralizada al ver que estaba sola. La cama estaba hecha y no
había ni rastro de mi amigo; ni estaba él, ni estaban sus pertenencias.
Asustada me dirigí con celeridad hacia la instancia en la que dormían mis dos
amigas. El corazón se me aceleró al comprobar que ellas tampoco estaban. Busqué
en los armarios con la esperanza de, al menos, de hallar sus cosas; pero estaba
todo vacío.
Se me ocurrió que quizá me
estuvieran gastando una broma, aunque no tenía ninguna gracia. Y realmente hubiese
preferido que así fuera, pero bien sabía que no era su forma de actuar.
Revisé el salón y la cocina: tampoco
había nada; ni comida en la nevera, ni las botellas y juegos que teníamos en el
salón, nada. El pánico se apoderó de mí, estaba sola en aquella casa y no
entendía por qué. Las voces del exterior consiguieron hacerme volver en sí. Me
asomé con discreción por la terraza del salón y observé cómo todo el pueblo -o
gran parte de él- se encontraba en la plaza. Las campanas no paraban de sonar.
Los vecinos charlaban animadamente y sus risas me resultaban estridentes.
Permanecí agazapada en la terraza, contemplando la escena sin saber qué hacer.
A pesar de mantenerme quieta y de la
oscuridad de la noche, intuyeron que estaba allí. Todos al tiempo, como
máquinas sincronizadas, clavaron su mirada en mí. Tenían los ojos muy abiertos,
sin expresividad, y no pestañeaban; sus labios mostraban una seriedad absoluta.
Me metí dentro de la casa cerrando
tras de mí la puerta de la terraza. No sabía hacia dónde dirigirme hasta que oí
golpes en la entrada de la casa y me encerré en el baño.
Pegué la oreja en la puerta y pude
escuchar el chirriar de los muebles al rozar contra el suelo, después un golpe
seco y gente corriendo por las escaleras. ¿Habían conseguido entrar? ¿Qué
querían de mí? El corazón me latía con tanta fuerza que me costaba concentrarme
en el exterior.
De repente, regresó el silencio.
Dudaba si estaba despierta o dormida. Quizá estuviera viviendo una pesadilla.
Intenté recordar los acontecimientos del día anterior y no conseguí rememorar
el momento en que me había acostado. ¿Y si nos habían drogado? Habíamos
comprado comida en la única tienda que tenía el pueblo. La dependienta de
reducido tamaño y avanzada edad, con una simpatía de las que dan escalofríos,
nos generó una desconfianza irracional. Nos había ofrecido alimentos que no
habíamos solicitado y que, una vez en la casa, descubrimos que estaban
podridos.
Un caserón tan grande, con un
alquiler tan barato y libre en fechas festivas era algo que resultaba bastante
extraño. Temí por la vida de mis amigos y por la mía.
El llanto de un bebé rompió el
silencio. Acerqué un poco más el oído y me calmé para poder atender a aquel
eco. Unas uñas rasgaban desesperadas la madera; lo que lloraba no era un niño,
era un gato. Lo imaginé atrapado tras uno de esos muebles que no paraban de
moverse.
Un gran estruendo se escuchó dentro de la casa y el suelo
tembló. La valentía o el miedo se adueñaron de mí, y salí de mi encierro en
busca de aquel misterio. Corrí escaleras arriba y me detuve en el último
escalón al oír gritos de dolor. Avancé con lentitud hacia la habitación que
encerraba aquel clamor. La luz estaba encendida y las voces me resultaban
familiares. Asomé la cabeza muy despacio, no quería ser descubierta. Distinguí a mis tres amigos tirados en el
suelo, llorando y gritando sin consuelo. Sus rostros estaban coloreados del
rojo que genera la rabia. No comprendía qué estaba sucediendo hasta que vi el
gran mueble caído en el suelo, y lo que yacía bajo él.
Bajé a toda velocidad las escaleras y salí a la calle;
entonces fui yo la que grité, fui yo la que se llenó de rabia y de ira.
Multitud de pasos se dirigían hacia mí, las risas habían concluido y las
campanas ya no repicaban. Miré las caras blancas y demacradas que me acechaban
con fijeza y lástima. Extendieron sus brazos para acogerme; un abrazo infinito,
eterno… El abrazo de la muerte.
Me ha intrigado muchísimo, Leticia. Felicidades. Está muy chulo
ResponderEliminarGracias, Sandra :)
ResponderEliminarHas conseguido introducirme en la historia desde la primera frase. Y he pasado miedo imaginando estar sola en esa casa...Si de esto haces algo más largo, quiero leerlo. Enhorabuena!
ResponderEliminarJeje, de momento no creo; pero si te gustó prueba con mis relatos de Más allá del camino (hay dos, pero son independientes).
EliminarMuy bueno, Leti. Enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias, Jose. :)
Eliminar¡Caray!, esos miedos son tan reales como la vida misma, los he sentido y palpado, algo que no es habitual en mí, serán los años, jajaja.
ResponderEliminarY tan reales, como que algunos son ciertos, jeje
EliminarMuy bueno Leti. Muy intrigante
ResponderEliminar¡Genial que te gustase! gracias por pasarte y dejar comentario
Eliminar