Esa noche todo estaba a oscuras. Las
farolas del parque doña Concha no funcionaban. Aprovechando el momento y la
situación, se encontraba una joven pareja, disfrutando de un rato de intimidad.
Además el tiempo les acompañaba: era una noche cálida, no hacía ni pizca de
frío; de repente, su momento de pasión se vio interrumpido. Escucharon como si
alguien se acercase a ellos, pero no lograban ver nada, ni a nadie; se pusieron
alerta durante unos minutos. Al no volver a oír nada, continuaron con lo suyo. Falsa
alarma. Transcurridos 10 minutos, la feliz pareja estaba demasiado concentrada
con sus quehaceres como para darse
cuenta de lo que se les venía encima.
Salidos de la nada,
aparecieron tres chicos, escondiendo su rostro bajo un pasamontañas; y cada uno
con su bate de béisbol correspondiente. Sin mediar palabra alguna, comenzaron a
golpearlos brutalmente. Querían escapar, pero les era imposible dar un paso o
hacer el amago de levantarse sin que les cayesen varios golpes a la vez.
Una vez sus atacantes
se dieron por satisfechos y se fueron, los dos enamorados eran un amasijo de
carne, huesos, y sangre, desparramados en el frío césped de aquel maldito
parque.
Cuando se despertó,
no entendía muy bien qué había pasado, ni dónde estaba; lo que sí sabía a
ciencia cierta, era que no podía mover un dedo sin que le doliese, hasta el último
hueso de su cuerpo.
*****
Fueron pasando los días, y poco a
poco, fue recordando lo que había pasado. Sus amigos y familiares, la visitaban
todos los días en el hospital, aunque su mejor visita era por la noche; todas
las noches iba a visitarla su novio. No entendía cómo él no estaba postrado en
una cama, igual que lo estaba ella; era imposible que se recuperase tan pronto
después de la paliza que les habían dado a ambos. Y cuando le preguntaba, ¿
cómo podía estar así de bien?, siempre le contestaba lo mismo: que ya lo sabría
a su tiempo, que no se preocupase ahora de eso, que descansara para que pronto
pudiese volver a casa.
Todas las noches iba
a arroparla, le echaba agua a las flores de su mesilla, la llenaba de besos y,
luego, le leía siempre unas páginas de un libro que él mismo le había regalado;
"Desafíos del destino", de una escritora gallega que a ella le
encantaba, una tal Sandra Estévez.
Y así durante dos
meses que llevaba ingresada en aquel hospital. Lo que le llamaba la atención, y
mucho, era que siempre la fuera a visitar de madrugada; pero él le decía que
era para tener más intimidad, sin nadie que los molestase. Sin embargo lo que
sí le molestaba de verdad, era la cara que ponían sus familiares y amigos cada
vez que les decía que su novio había estado allí, que no pasaba una sola noche
sin que pasase a verla. Todos se quedaban con cara de asombro, y más de uno, de
sorpresa, como diciendo: "esta tía está
loca". Nadie decía nada, y al poco rato, cambiaban el rumbo de la
conversación, como si no hubiesen escuchado lo que ella les acababa de decir.
Pero la última noche
lo cambió todo; eran ya las 2:00 de la madrugada, y él aún no había llegado.
Nunca había faltado a su cita, y justo esta vez que ella le iba a comunicar la
buena noticia de que le daban el alta y que ya podrían volver a casa, no
aparecía. Se puso muy nerviosa, pensando en lo peor, en que algo le había
pasado otra vez. Finalmente a las 5:00h, harta de esperar, y muy agotada, se
quedó dormida.
En cuanto despertó a
la mañana siguiente, supo al momento que él había estado allí; el olor a su
colonia inundaba toda la habitación. Se sentó en la cama, y con la vista se
puso en su busca, pero ya no estaba, se había ido. Quiso coger el libro que le
leía todas las noches, pero vio que no estaba en la mesilla. Se vio invadida
por un sentimiento de preocupación y tristeza con el que casi se desmaya; giro
la cabeza y allí estaba, en el incómodo sofá, donde él se sentaba a leérselo.
Al cogerlo, vio que una nota salía de entre sus páginas; la quitó, y pudo leer
el mensaje que su novio le había dejado. No entendía nada, lo poco que ponía,
le daba a entender que la abandonaba.
La nota decía:
"Princesa, siempre te quise y siempre te
querré. A partir de ahora, debes seguir sin mí; no obstante, no te preocupes,
siempre estaré a tú lado, cuidándote".
Al entrar su madre en
la habitación para llevarla a casa, se la encontró en un mar de lágrimas, con
la nota de despedida de su novio en la mano. La abrazó e intentó consolarla,
pero cuando le contó el contenido del mensaje que él había escrito, no podía creérselo.
La miró detenidamente, y como si hubiese visto un fantasma, le dio la noticia a
su hija.
-Esto no puede ser
verdad, cariño. Él murió la misma noche que os pegaron. Cuando llegó la
ambulancia a recogeros, ya estaba muerto. Solo pudieron salvarte a ti.
El mundo se le vino
encima. Solo quería morirse y volver entre sus brazos.
¡Qué triste y hermoso a la vez! Felicidades, amigo. Te vas superando
ResponderEliminarPrecioso relato, aunque triste, Jose. Me encantó. Y fue precioso lo del libro de Sandra. Un besazo.
ResponderEliminarEl amor perdura más allá... Precioso
ResponderEliminarMuy bonito, José!Una visión muy romántica del amor.
ResponderEliminar