Elio abrió la puerta del apartamento dejando la linterna en la mesa. La idea estaba en marcha. Solo tenía que esperar a la noche para tener el dinero en sus manos y coger el avión.
Entró directo a su habitación, abrió el armario y empezó a sacar algo de ropa para
varios días, aunque no pensaba regresar, ya se compraría lo que necesitase. Las órdenes eran claras, pero
existía alguien que le retenía: Daniela. Tenía que volver hablar con ella para convencerla de que
se fuese con él; no quería dejarla, la necesitaba a su lado.
Sin retrasarlo más fue a llamar por teléfono. Salió de la habitación
y se sentó en el sofá, levantó
el auricular del aparato que estaba en la mesita, marcó de uno en uno los números y escuchó varios tonos hasta que se oyó su voz
a otro lado de la línea.
—Sí, ¿Quién es?
—Cielo, soy yo —La línea quedó unos segundos en silencio.
—Nena,
¿sigues enfadada? ¿Te lo has pensado ya? —Estaba ansioso por saber. Con ella no le importaba
dejar su ciudad.
Recordó el día que la vio por
primera vez, en el bar donde quedaba con Alberto: su líder. Preparaban las asambleas donde se implantaría la trayectoria del partido. Allí estaba ella sentada con sus amigas. Se quedó
prendado por el color de pelo chocolate, pero lo que más, fue cuando quedaron fijas sus miradas. Ese verde
jade tan enigmático lo dejó hipnotizado. Así fue el día que marcó el
inicio de la relación, que duró
casi dos años.
Daniela tenía veintiséis años, deseaba tener hijos y los quería con Elio, pero siempre le decía que esperara, que no era buen momento, que el
partido necesitaba de su ayuda. Siempre había sido paciente, pero se cansó de esperar y rompió
su relación. Elio decidió ir a verla para pedirle que se fuese con él, que tras
terminar un trabajo abandonaría la ciudad.
—Daniela, di algo —suplicó. La opresión
que sentía por perderla le dolía tanto… Necesitaba tenerla a su lado.
—Elio, yo… —Y rompió a llorar.
—Nena, no llores.
—Sí, me voy contigo.
Elio se quedó en silencio. Sonreía al mismo tiempo que su corazón palpitaba con
fuerza. Había recibido una doble inyección de sangre por miedo a que le dijese
que no.
—Escucha bien: prepara una maleta pequeña con lo
necesario para un par de días. Te recogeré en la noche para
tomar el avión. Sale a última hora. No se
lo cuentes a nadie. ¿Me has entendido?
—Lo he entendido. Estaré esperándote —Su llanto fue desapareciendo a medida que hablaba.
—Ya
verás como todo cambia. Seremos felices, Nena. Nos vemos
en unas horas —Su tono de voz
cambió. Se sentía afortunado.
—Vale. Te quiero, Elio —Daniela
colgó.
Dejó el teléfono en su lugar. A
pesar de la circunstancia que le rodeaba iba a sacar algo positivo: empezar una
nueva vida, y con ella. Miró su reloj. La hora se acercaba. Alberto llegaría para recogerlo, llevarían a cabo por fin esa idea, le darían el dinero y abandonaría la ciudad.
Volvió a su habitación. Al cerrar la maleta escuchó el
golpear de unos nudillos en la puerta. Fue abrir.
—¿Qué te queda? Hay que ponerse en marcha —Alberto entró y cerró.
—Daniela se viene conmigo. Me hace falta otro
billete.
—Eso no es un problema. Repasemos todos los pasos
para asegurarnos que no se nos escapa nada.
—No hace falta, lo tengo todo bien estudiado. Tú déjame en el lugar
acordado y ese periodista dejará de existir. ¿Trajiste
el arma? —Elio hizo una mueca
de fastidio. No deseaba matar a nadie, pero era necesario si quería que todos sus esfuerzos por sacar adelante el
partido no cayese en saco roto, si no los trapos sucios saldrían a la luz y todo el trabajo de esos años no habría servido para nada.
Elio cogió su maleta y salieron del apartamento. Le
dio la llave del mismo a Alberto. El coche estaba aparcado cerca. Nada más subirse Alberto sacó de debajo del asiento del
conductor una bolsa pequeña, y se la dio. Dentro estaba el arma.
—Me esperarás en el callejón,
me llevarás a casa de Daniela y de ahí a coger el avión— Miraba fijamente a Alberto, quien conducía atento a la carretera.
—Eso es, hazlo con calma y asegura que salga bien —Llevarían cerca de diez
minutos en la carretera cuando divisaron la plaza.
El coche paró. Los hombres se miraron pero no se
dijeron nada. Elio bajó, llevándose la bolsa
donde estaba el arma. Los nervios no le dejaban respirar con tranquilidad, pero
se encontraba seguro; sabía lo que tenía que hacer: esperar a que el periodista saliera del
edificio donde trabaja, acercarse a él y disparar.
Vio cómo Alberto se iba. Aparecería varías calles más alejadas: en el callejón.
Llevaba esperando más de una hora cuando lo vio salir; eran las nueve de
la noche, y poca gente andaba por la zona. Elio estaba sentado en uno de los
bancos que gracias a un árbol le
proporcionaba la intimidad suficiente para no ser visto. El periodista se
acercaba. Se levantó sacando el arma de la bolsa, y se puso a caminar justo
cuando pasaba por su lado. Iba detrás de él. Aceleró el
paso para ponerse a su altura, levantó el arma y disparó.
Alberto se sobresaltó tras escuchar el estruendo. Pudo
ver algunas personas corriendo mientras gritaban, pero no más. Miró el
reloj. Se estaba poniendo nervioso al pensar que los planes podían haber salido mal,
que hubiesen atrapado a Elio.
Oyó el sonido
de sirenas que se acercaban. Alguien entró al callejón. Arrancó el coche por si
tenía que salir de ahí. Venía corriendo. Era
Elio. Subió y pisó el acelerador, dejando atrás el caos que se estaba formando.
Estuvieron en silencio mientras dejaban atrás todo el tumulto. Se veía la
confusión en los rostros de los caminantes. Algunos corrían, otros solo miraban de una lado a otro, desconociendo
lo que había pasado. Varios coches de policía pasaron por su lado, y detrás una ambulancia. Ambos se miraron. El miedo era
visible en sus rostros. Ya estaba hecho.
—¿Lo has conseguido? —Alberto
paró el coche al lado de la vivienda de Daniela.
—Misión cumplida. No causará más problema.
—Venga, date prisa. Ve por Daniela. Debes de salir rápido de la ciudad —Cogió un cigarrillo del paquete que sacó de su
chaqueta. Necesitaba tranquilizarse.
Elio se bajó del coche y corrió a buscarla. La
excitación del anterior acto le tenía angustiado y
preocupado por si no conseguía escapar. Dudó de si
la idea de que Daniela fuera con él fuese seguro para ella, pero la necesitaba tanto...
Se paró en la puerta al escucharla cantar. Tenía una voz preciosa. Siempre que lo hacía era porque estaba feliz. Eso le animó a llamar a
la puerta, borrando cualquier indecisión al respecto. Sus pasos se acercaban,
la puerta se abrió y apareció con su maleta en la mano. Elio la atrajo hacia él; le abrazó con
fuerza, recibiendo la misma respuesta. Se miraron con pasión y se fundieron en
un profundo y ardiente beso. El tiempo se paró. Solo existían ellos dos, pero el sonido de una sirena les sacó de su mundo privado.
—Vamos, no perdamos el tiempo. Tenemos que irnos —La cogió de la mano, tirando de ella.
—¡Espera! ¿Por
qué tanta prisa? —Sintió su nerviosismo después de escuchar la sirena.
—Nos están esperando para
llevarnos al aeropuerto —Salieron a la calle.
El trayecto transcurrió en un gran mutismo. Daniela
iba sentada detrás, observado por la ventanilla. No se veía a mucha gente en la calle, pero sí había más policías de lo normal
pateando las calles. Eso le extrañó y le preocupó. Le hizo sospechar que Elio
tenía algo que ver, pero no quiso saber más, solo quería ser feliz y haría todo lo que estuviese en sus manos para
conseguirlo. Había tomado una decisión y ya no se echaría para atrás. Abstraída
en sus pensamientos, no se dio cuenta que el coche paró. Fuera estaban hablando
Elio y Alberto. Se les veía inquietos. No
paraban de vigilar mirando para una lado y
al otro. Elio subió al coche, sentándose junto a ella.
La tomó de la mano.
—Ya queda poco. Ha ido dentro a por los billetes. En
menos de unas horas estaremos lejos y empezaremos de cero.
Daniela le estrechó entre sus brazos. Deseaba
creerle, pero tenía desconfianza. Le parecía todo tan perfecto... No habló, solo movió su
cabeza dando confirmación a sus palabras. Y le besó con frenesí. Sus sueños iban en él.
Alberto
apareció y le hizo señas para que saliese del coche. Se
bajaron sacando sus maletas. Elio tomó los billetes que le ofreció.
—Aquí tienes lo
prometido, con ello podrás empezar una nueva
vida. Será suficiente —Le dio un sobre que contenía una importante cantidad de dinero.
Elio estaba satisfecho. Había conseguido el objetivo: ayudar a su partido y ser
feliz con la mujer que amaba.
—Gracias, Alberto, sin ti no se hubiese conseguido. Espero
que a partir de ahora las cosas sean más fáciles
para vosotros —Se fundieron en un
abrazo. Ambos hombres se tenía un gran aprecio. Habían compartido tantas cosas...
De repente el sonido de una sirena se escuchó a lo
lejos, sin embargo, cada vez oía más
cerca, ambos hombres se miraron alarmados.
—Daos prisa. Entrad dentro. No buscarán a una pareja.
Alberto
subió a su coche, y lo arrancó. Sin decir más, con solo una sonrisa se alejó, dejándolos solos. Cogieron sus maletas y en silencio
entraron dentro. Se dirigieron al mostrador para entregar sus billetes de
embarque. Solo le faltaba eso: subir al avión y volar.
Por el rabillo del ojo Elio pudo ver cómo dos coches
de policía aparcaban. La angustia se
apoderó
del momento. No quería inquietar a
Daniela. Intentó serenarse y ser natural. No pasó nada. Consiguieron embarcar y
subir al avión.
El viaje fue largo y silencioso. Elio no paraba de
recordar los acontecimientos de las últimas horas
mientras observaba a Daniela, que dormía desde que
despegaron. Le tocó la mejilla. La tenía tan suave…
El silencio fue irrumpido por la voz de la azafata,
dando indicación de que en pocos minutos aterrizarían. Por fin llegaron.
Empieza suave, pero termina por llevarte en volandas hacia el final. Enhorabuena
ResponderEliminarGracias. Me costó mucho sacar la historia.
EliminarAy, Daniela...no hay peor ciego que el que no quiere ver. Bien, Isabel!
ResponderEliminarSí, pero está enamorada. Gracias por tu comentarios. Besos.
EliminarBuen comienzo, Isabel!!
ResponderEliminarGracias Sandra. Es el primero. Besos
EliminarBuen relato
ResponderEliminarGracias, Jose.
EliminarBuen relato
ResponderEliminarMe gusta, está muy bien
ResponderEliminarGracias, Mireia. Tengo que mejorar.
EliminarMe has mantenido en tensión. Enhorabuena!
ResponderEliminarMe gusta saber que conseguí algo de tensión. Es muy difícil plasmarlo con palabra. Gracias por tu comentario. Besos.
EliminarMuy bien, Isabel
ResponderEliminarGracias. Besos.
EliminarMiedo me dan, pensé que ella era la periodista
ResponderEliminar¡Vaya!, no lo pensé. Hubiese quedado bien. Gracias.
EliminarIntrigante. Felicidades, Isabel.
ResponderEliminarGracias, intenté crear un poquito de intriga. Besos.
EliminarTe mantiene en tensión. Felicidades, Isabel
ResponderEliminarGracias, si conseguir mantener un poco de tensión, estoy contenta. Besos.
EliminarBuen relato. Sigue así! :)
ResponderEliminarGracias, Pedro por los ánimos. Besos
EliminarGracias, Pedro por los ánimos. Besos
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