lunes, 10 de abril de 2017

Ian y sus dilemas (+18. Mireia Montenegro) Grupo C

                               

Nunca imaginé que habría algún lugar como este… Estoy estupefacto por mi descubrimiento y eso que aún no me he tomado la copa de las diez. Estoy frente al que  a partir de ahora será mi refugio, donde me esconderé del mundo… Es la combinación de playa y montaña en uno: una pasada.

Decido sentarme en la roca más alta que veo, para poder admirar las vistas y pensar en mi futuro, porque no me voy a engañar: aún no sé qué narices haré con mi vida. Acabo de terminar la carrera justo hace un mes y aún ni he empezado las prácticas. ¿Para qué? Si solo me he sacado la carrera porque mi padre quería, y… ¿Voy a trabajar de ello? No.

Decido llamar a Joaquín, necesito salir esta noche y cogerme un pedo de narices, a ver si me relajo de una vez por todas y tengo el valor de decirle la verdad a mi padre. 

—Dime. —Me contesta al segundo tono.

—¿Hay plan esta noche?

—Hombre, ya sabes que siempre estoy dispuesto; y a ti, querido amigo, te hace falta un buen polvo. —¡Ya estamos! Este se piensa que voy a estar cada noche con una chica diferente…

—Ya sabes que no. No necesito en este momento distracciones, no después de Sandra…

—¿Aún sigues colgado de ella? ¡Vamos, no me jodas!— Es inútil, por mucho que intente convencerlo, no parara. Decido darle largas.

—Vale lo que tú digas. Nos vemos a las nueve en la “Taberneta”.

—Ok, tío. No me des plantón. — Es lo último que me dice antes de colgarme, como si yo tuviera opción de darle esquinazo. 


*** 



Estoy delante de la “Taberneta”, el Bar donde  nos juntamos todos los colegas. Hoy es uno de esos días en los que está lleno.

A la distancia veo a Joaquín, que ya está ligando con una tía, quien lleva un vestido que no deja nada a la imaginación. Le dejo y me encamino a la primera mesa que veo que se queda libre. No tarda en llegar la camarera y… me quedo sin palabras al verla: ¡Es preciosa! Morena, ojos azules y un cuerpo de una diosa. ¡Perfecta!

Espera que le diga qué quiero, y no, no me salen las palabras. Solo pienso en  hacerle el amor muy lentamente…

—¿Qué vas a querer tomar? —Me pregunta, con una medio sonrisa que no llega a sus ojos.  

—Una Coca-Cola, por favor —Vaya… ¿Enserio me he pedido un refresco?

—Muy bien, enseguida te la traigo —Se va a la barra y veo cómo empieza a preparar mi pedido. Vuelve al minuto. —Aquí tienes tu refresco —Lo deja en la mesa y se encamina a otra diferente. Sigo observando a la camarera cuando llega Joaquín.

—¿La has visto? Está muy buena, tío —Me dice, burlón.

—Pero tú… ¿No estabas con la morena del minivestido? —Le hago la mirada asesina. ¡A mi este no me la quita!

—Vale, va, te la dejo para ti; pero no te enamores, que siempre haces igual y luego sufres —Tiene razón, pero no puedo evitarlo. Soy así: me enamoro con mucha facilidad y por desgracia nunca soy correspondido. Pero con ella será diferente, estoy seguro.

—Tranquilo —Es lo único que le contesto, no necesita más para saber que por mucho que me diga, seguiré siendo como soy: un enamorado empedernido que no tiene cojones a enfrentarse a su padre.


Llevamos casi toda la noche aquí y me niego a irme, quiero saber su nombre y conseguir mi ansiada cita con ella. Llevo observándola toda la noche y cada vez me gusta más. Su melena morena, sus ojos, su cuerpo… Solo hago que imaginármela en mi cama. Me estoy volviendo un obsesivo; pero es que es preciosa: una diosa a la que tendré en mi cama tarde o temprano.

Observo cómo se mete en una especie de cuartito y decido seguirla, no sé si haré bien o mal, pero necesito que me conozca y acceda a quedar conmigo.

La puerta está entreabierta y observo por la rendija. Es ella que se está cambiando. Por más que quiero no puedo dejar de mirar su escultural cuerpo, cómo se mueve y cómo se quita la camiseta hasta quedarse en un sujetador de encaje negro. No sé cómo ha pasado, pero me encuentro con la chica mirándome fijamente, con los ojos muy abiertos y… ¿Deseo? Espero no equivocarme y cometer una locura; pero decido entrar y cerrar la puerta detrás de mi. Ella me mira, y sin decir ni una palabra, me acerco. En un hábil movimiento la levanto y la siento en la mesa que hay al fondo de la estancia. No se resiste; me corresponde. La beso con intensidad, sin dejar de tocarla. Le desabrocho el sujetador y le mordisqueo los pezones muy con mucha suavidad. Escucho cómo de sus labios se escapa un gemido, y  eso me da valor para continuar torturándola, calentándola y, sobre todo, excitándola.

Le subo la falda hasta las caderas y le aparto las braguitas a un lado. Estoy tan excitado que no me puedo controlar: ¡necesito estar dentro de ella! No me hace falta pedirle permiso, ya que ella misma me desabrocha el botón del tejano y me baja la cremallera. Rebusco en el pantalón y saco el único preservativo que llevo encima, me lo coloco y me sumerjo en ella… ¡Dios! Estoy en la gloria. Es tal éxtasis el que siento, que no querría parar nunca. Es mi droga.

—Oh, Dios… ¡Me voy a correr! Ah…—Dice entre gemidos. Me dejo ir justo cuando ella también culmina, y en un arrebato de lujuria y… ¿Amor? , la beso intensamente, volcando todos mis sentimientos encontrados en esta experiencia que, sin duda, pienso repetir.

Terminado el encuentro, la ayudo a bajarse de la mesa, me quito el preservativo y me subo los calzoncillos y el pantalón. Veo que me mira mordiéndose el labio, y se le escapa una sonrisita traviesa. Me acerco y la beso otra vez para despedirme de mi diosa.

—Hasta mañana…

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