sábado, 20 de mayo de 2017

La maldición (Bartolomé. Grupo C)


Soy la tiniebla que se espesa en el mar de tus dudas cuando la tarde-noche está cayendo. Bailo sobre el ceño fruncido que hay entre esos ojerosos ojos cansados de observar a través de su particular metacrilato el paso de la monotonía. Sí, ese soy yo. Azul, como el fuego fatuo que arde en tu interior y da vida a tu alma, esa que cuando estoy presente se tambalea. La pesadilla con la que despiertas sobresaltado en mitad de la noche, tan tenue y misteriosa, tan oscura y sosegada. Hay veces que me necesitas, que no puedes vivir sin mí. Me haces sentir un mero juguete, y cuando mejor estamos me das la patada, dejas cicatrices en mi ser (si me puedo llamar así). Es por ese motivo que hago acto de presencia cuando mejor te sientes. No soy malo, pero sí rencoroso. Te acompaño cuando esa canción te está rompiendo por dentro, cuando hace añicos todo tu sistema límbico. Te escucho gritar en tu interior, pidiendo que todo acabe de una vez. Crees que nadie te oye, pero yo sí, y sonrío. La rosa más bonita que haya florecido en un rosal; bucólica y libre, pero arraigada al cruel destino de permanecer en el mismo sitio para siempre, eso también soy yo. Me convierto en paseo de madrugada, paso a paso más cansado cada vez. Tomo forma de cuchillo. Y de tenedor. Y de cuchara. Y hacemos un caldo juntos. No te das ni cuenta, pero tu indiferencia y yo hemos enlazado bien, casi por obligación, pero bien. Si me buscas puedo aparecer, pero si me temes permaneceré siempre a tu lado. Nunca lo olvides.

Me encierro en mi ser y pienso en el curso que sigue mi maldición, desde el primer día sobre mí sin poder dejarla atrás. Me atormenta. Me atosiga. Me persigue. He de vivir con ella pero no es fácil hacerlo. A veces me siento como si fuese una de mis víctimas pero es una sensación que me retroalimenta y que solo yo sé cómo hacerlo. Sé que tengo que sacar fuerza de donde no la haya, y lo hago sin problema porque sé que tengo el poder, tengo la potestad para hacer lo que me plazca. El miedo son mis hilos y las personas mis marionetas. El mundo se arrodilla ante mí. Nunca elegí ser lo que soy, pero pareciera como si Maquiavelo en uno de sus planes llevados a cabo hubiese creado un San Valentín oscuro y este hubiese disparado de lleno en la diana de mi corazón. Estoy podrido. En ocasiones necesitas de mi maldita maldición, de mi maldita compañía, pero ya te lo he dicho: yo me presento cuando mis ganas me lo indican. La pena que conmigo viaja allá donde vaya a veces incluso se apodera de mí. Es divertido ver al cazador cazado. La penumbra en la que se haya envuelta mi alma me hace sonreír ante mi propio sufrimiento. Ya no existe ni el bien ni el mal. Solo sé que existo y que soy un monstruo. Solo sé que sabes que existo y que te aterran los monstruos. Tu desesperación es mi agua, tus gritos son el vaso, y cuando tenga sed acudiré a saciarla, quieras o no, y seré capaz de derramar el vertido; pero me da igual, solo quiero dejarte seco. Vago por las montañas sin rumbo alguno, como si de un zombi malogradamente programado me tratara. Me acompaño del soplar de la brisa y observo cómo paso desapercibido para las diferentes vidas animales que ahí habitan. Ellos no me temen, no. Son capaces de saber si existo o si dejo de existir. Eres tú quien se atormenta cuando mi tormento no te acompaña, o quien se entristece porque la tristeza que mi enojada maldición se encuentra presente.

Taladro tu cerebro hasta llegar a tu mente. Sientes que estoy ahí y te alejas de la gente.

El ánima que desanima tu camino, manzana sin dulzura, pena sin llanto, botella sin vino.

No te agarro del cuello, aprieto tu garganta. Soy el dolor insoportable que no puedes quitar y te espanta.

Vivo en tu miedo. Me alimenta tu forma de temblar. Nunca olvidaré tu mirada y aquella forma de sollozar.

El temor de cuando eras niño, la tortura de adolescente, también cuando eres viejo y ves a la muerte de frente.

Yo soy la noche y tú desesperas por que llegue el día. Soy ese campo magnético que absorbe tu energía.     

Tu trabajo en el presente, tu cuna del pasado. Me convierto en el ataúd de tu cuerpo recostado.

Cuando deseas que no esté presente arraso con tu vida. Soy el game over que arruina tu partida.

Puedo parecer métrica diabólica, pero me considero poesía a su vez, y sí, cuando la lees estoy junto a ti. Nada puede detenerme cuando me introduzco de lleno en tus entrañas. El crujir de una cucaracha al morir aplastada por tu zapato de paño también soy yo. El deshielo de los polos. La calma tras la caída de un rayo. La náusea de tu vómito. La mirada perdida en tu teléfono móvil esperando un mensaje que sabes de sobra y que jamás llegará. Soy tanto y tan poco a la par que a veces hasta yo mismo me asusto. Lo único que te puedo garantizar es que estoy contigo. Sí, en tu día a día, y tu subconsciente lo sabe. Esa sombra que ves con el rabillo del ojo, la cual acelera tu pulso y que desaparece al segundo de mirar, soy yo. Esa voz de ultratumba que no sabes de dónde procede, también es debida a mí. La sangre que brota de la herida tan tonta que te haces… ¿Adivinas qué? También es debida a mí. Soy la pena que aflora en tu interior cuando observas una injustica pero por la que sin embargo no haces nada por evitar. Te paralizo. El cajón que no eres capaz de cerrar. La imposible ecuación que en la pizarra escrita con tiza está. Tu primera cana. El olvido de tu recuerdo. Estoy contigo pero cuando me necesites no me vas a tener -o sí, todo depende de mi voluntad-. Te vigilo, observo todos y cada uno de tus movimientos. Vivo de ti, pero no por ti.

Sufrimiento (mi abuelo) conoció hace muchos años a una joven que se apoderó de su corazón, Envidia era el nombre que aquella bella dama poseía. Con el paso del tiempo ambos tuvieron un retoño que acabó llamándose Penitencia: mi madre, quien nunca se quiso ennoviar con nadie. Recatada y beatificada, tímida y pura. La pena condujo a la rebeldía, y esta llevó a la lujuria. Mi padre, Destrucción, la llevó por la mala vida. Fruto de aquella relación soy yo. Dicen los textos más antiguos que la madre tierra guarda, que pertenezco a una familia maldita, y que todos los que sufrimos la maldición estamos condenados a conocernos. Mi esposa se llama Soledad y yo, yo... Yo me llamo Silencio.     

13 comentarios:

  1. Increíble relato, Bartolomé. Muy bueno. ¡Felicidades!

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  2. Muy bueno, Bartolomé felicidades!

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  3. Hola. Interesante relato. Muy diferente a lo que suelo leer. Besos.

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  4. Magnífico ese punto de vista. Felicidades

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  5. Me ha sorprendido. Aunque no suelo leer este tipo de relatos, me parece interesante. Muchas gracias

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  6. Fantástico, Bartolomé, muy bueno. Felicidades, eres muy exquisito y a la vez desgarrador. Me identifico.

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  7. Muy intenso y emotivo.... sorprendente en su factura.... Me ha parecido un estupendo relato

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  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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