jueves, 7 de septiembre de 2017

Relatos de verano: La prisión (Pedro)



Tenía ganas de salir de aquí. Muchas, muchísimas. Cuatro paredes no me dejaban ver la luz del sol. Cuatro paredes hacían correr la ansiedad por todo mi cuerpo. Mi estómago se cerraba, mientras que un nudo característico se adueñó de mi garganta.

Mis ojos no soltaban más lágrimas. Mis piernas ya no aguantaban mi peso. Mi mente sólo daba vueltas y vueltas. No sabía lo que me había llevado allí. Sólo sabía que no podía salir.

El tiempo jugaba en mi contra todo el rato. Porque él seguía pasando mientras yo seguía encerrado. Una pregunta rebotaba continuamente en las paredes: ¿Por qué…?

No sé cuánto tiempo pasó hasta que me di cuenta de que en el suelo de aquella celda gris había un móvil. El móvil tenía un mensaje en el buzón. Lo abrí sin pestañear.

“Hola?”

¿Era posible que otra persona quisiera conectar conmigo de alguna forma? Una parte de mi mente lo negó. Sin embargo, no pude evitar la tentación de contestar. Al fin y al cabo, estaba desesperado por hablar con alguien.

“Hola. Estoy solo y encerrado en una prisión fría y oscura. Quién eres? Necesito ayuda”

Esperé.

“Soy quien te puede sacar de ahí”

Mis ojos se abrieron como hacía mucho tiempo que no hacían. Casi parecía distinguir ya la luz de fuera. Una media sonrisa apareció en mi rostro. Echaba de menos que algún detalle minúsculo me hiciera sonreír.

Los dedos me temblaban, pero conseguí escribir.

“Cómo puedes sacarme? Necesito salir…”

Se hizo eterna la espera. Volví a fundirme en la oscuridad porque pensé que era una mala broma. ¿Cómo iba a querer alguien sacarme de aquí? ¿A quién podía importarle realmente? Un sonido característico me sacó de esas preguntas tan dañinas.

“Piensa en todo lo bueno, en todo aquello que te hace feliz. Después reúne fuerzas para levantarte. Cierra los ojos y apoya una mano en la pared. Concentra eso positivo que tu mente te ha proporcionado”

Hice lo que me pidió. Me levanté y apoyé una mano con los ojos cerrados. Pensé con todas mis fuerzas en momentos felices… pero no funcionó.

Mis dientes se apretaron y mis puños se cerraron golpeando la pared con fiereza. Me habían tomado el pelo. Justo cuando volví a coger el móvil para pedirle explicaciones a aquella persona que me hablaba al otro lado me di cuenta de que me había dejado otro mensaje que había ignorado.

“No te saldrá la primera vez, porque aún no reconoces todo el bien que puedes hacer. Yo sé que eres grande, que eres capaz de realizar proezas que ni tú mismo puedes imaginar. Así podrás inspirar a otras personas a salir de sus cárceles. Pero antes respira y piensa fuerte en eso que te dibuja una sonrisa inconscientemente. Ambos sabemos muy bien lo que es. Tienes que pensarlo tan fuerte que casi puedas tocarlo”

“Por qué me ayudas?”

“Cómo que por qué? Porque te quiero”

Aquella respuesta me descolocó. Había alguien al otro lado que me quería lo suficiente como para sacarme de la oscuridad. Se lo debía. Debía esforzarme simplemente porque había alguien que creía en mí. Quería saber quién era, pero no me atreví a escribirle de nuevo, y me concentré en mi tarea.

Vi una playa. Un amanecer.

El sol salía con toda su fuerza dando los buenos días a aquel paisaje. Yo, cobijado en una palmera lo saludaba recibiendo casi toda su luz. La arena me acariciaba los pies mientras caminaba. Lo cierto es que la notaba cosquilleándome la piel. El sonido de las olas me hacía respirar con más calma que nunca. Me relajé.  

Al fondo estaban mi familia y mis amigos esperándome. Y cuando los distinguí a lo lejos me reí. Me reí tan fuerte como hacía años que no lo hacía. Y corrí como un loco, haciendo saltar la arena y salpicando el agua del mar.

Cuando abrí los ojos, me di cuenta de que mi mano había dejado de tocar la pared. Realmente no estaba tocando nada. Había desaparecido. Una luz me inundó el alma. Venía de un cielo tan azul como aquel mar que imaginé dentro de mí. A lo largo de mi vista, se extendía un campo con una hierba verde que llegaba hasta unas montañas que parecían abrazar a las nubes. Empecé a caminar con una alegría que no reconocía. Algo había cambiado en mí. Eso me había llevado a la libertad.

Estaba deseando conocer a la persona que prácticamente me había liberado de mi prisión. Recorrí muchos kilómetros hasta que vi un móvil de nuevo tirado en el suelo. Estaba seguro de que era el de mi héroe. Decidí mandar un mensaje, por si tal vez, tuviera la oportunidad de encontrar a esa persona.

“Hola?”

No hubo respuesta. Me impacienté. A punto estuve de tirar el móvil y olvidarme de todo aquello. Después de todo, yo era libre. Eso era lo que importaba.

Cuando iba a tirar la toalla, el móvil vibró:

“Hola. Estoy solo y encerrado en una prisión fría y oscura. Quién eres? Necesito ayuda”

De repente, lo entendí todo.

“Soy quien te puede sacar de ahí”

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Pedro! Sólo nosotros mismos los q podemos liberarnos 👍

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  2. Enhorabuena, Pedro. Me ha intrigado hasta el final. Un saludo.

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