lunes, 17 de abril de 2017

Un trabajo insólito (Pedro Marín) Grupo C


                                                                 

Era un regalo para mí la oportunidad de perseguir el viento con energía y determinación cada mañana.
Sentía los pedales como si fueran una parte más de mi cuerpo. Salir en bicicleta era lo único que me llenaba en aquellos momentos tan miserables. Después de casi diez años trabajando, me habían despedido sin ningún tipo de contemplación. Tenía veintiocho años y sólo había estado en esa asesoría desde que terminé la universidad. Supongo que no sabía hacer otra cosa.
Hola, cariño. Qué pronto has vuelto.
Ella era mi novia, Laura. Vivíamos juntos desde hacía unos tres o cuatro años. Siempre tan agradable y alegre que me entristecía no poder darle estabilidad económica. Decía que no importaba, que ya encontraría algo. Mientras tanto, ella se dedicaba a la enseñanza de niños y con eso íbamos tirando.
Cuando llegué de mi salida, la besé profundamente, acariciando su pelo largo y castaño, y agarrando su cuerpo atlético con firmeza. Ella se sorprendió un poco, pero no puso ninguna objeción.
―Anda, ve y dúchate. Me voy ya al colegio ―Se despidió, no sin antes decirme―: No sé cómo viviría sin tus ojos verdes y tu increíble sonrisa, Pedro. ―Abrió la puerta, y estando a punto de cruzarla, se giró para mirarme y morderse los labios con sensualidad.
Al final, se fue y yo me quedé embobado con la imagen de su figura en mi mente. No me explicaba la suerte que tenía de compartir la vida con una mujer así. Por si fuera poco, yo no podía darle un salario decente. Aquello me enfurecía tanto que no atendía a razones.
Cuando ya me había duchado y relajado, me ponía un rato frente al ordenador para presentar solicitudes formales de empleo. Sin embargo, no conseguía estar sentado mucho tiempo seguido, por lo que no tardaba en salir a la calle con cartas de presentación en la mano a patearme la ciudad en busca de un trabajo soñado.
Fue en uno de esos largos paseos sin descanso cuando la suerte me llamó por mi teléfono móvil.
―Disculpe, ¿este es el teléfono de Pedro?
―¡Sí! Soy yo. Dígame.
Al otro lado sonaba una voz femenina y dulce que me prometía lo que estaba deseando:
―Tenemos un trabajo para usted.
Le pregunté, lo primero de todo, si podía concertar una entrevista con ellos, pero la chica me dijo que no hacía falta. Que lo único es que tenía que realizar una pequeña prueba y superarla. Me comentó la dirección en la que tenía que estar y la fecha indicada, lo cual apunté con rapidez en un papel que tenía a mano.
Estaba contento. Cuando se lo conté a Laura también se alegró mucho. Sin embargo, me parecía algo extraño. ¿Una prueba? ¿Sin entrevista? ¿Qué clase de trabajo era? No quise pensar un segundo más.
Mientras llegaba el día, intentaba tranquilizarme y ganar confianza intentando prever cualquier tipo de situación. La prueba probablemente mediría mis capacidades como profesional y mi actitud, por lo que me tomé en serio la preparación. Si era un puesto para liderar, estaba listo. Si era algo más técnico, también. De verdad necesitaba ese trabajo.
Llegó el día y me sentía muy capacitado para sobrepasar cualquier test, obstáculo o problema que me pidieran solucionar. Me comía el mundo. Era como cuando iba en bici. De camino al sitio indicado me venían esas sensaciones de libertad que sólo salían haciendo ese deporte. Mi espíritu se superaba a cada paso que daba. Cuanto más cerca, más ganas tenía que llegara el momento.
Sin embargo, algo no salió como esperaba. Mi predicción era que me meterían en una oficina a hacer cualquier tipo de prueba psicológica o de las habilidades que podían requerir de mí. Incluso estaba dispuesto a competir con otros candidatos. Pero el lugar no era una oficina. No era nada. No había nadie.
Esperé. Había llegado cinco minutos antes y lo correcto, desde mi punto de vista, era aguantar hasta después de un rato de la hora acordada. Así que eso hice. Esas esperas eran las que me ponían enfermo. Los nervios iban creciendo cada minuto en el que no aparecía ninguna persona, aunque no había ciertamente motivos para ello. Lo peor que podía pasar es que me largara de allí y que me hubieran tomado el pelo. Intenté descartar ese pensamiento.
―¿Pedro?
―¿Sí?
Me giré y vi un chico bajito, escuálido y con la cara redonda. Vestía un chándal y una sudadera con capucha. Me tendió una bolsa de papel marrón que contenía algo que no se podía ver desde el exterior. Estaba cerrada y sellada.
―Toma. Tienes que llevar esto a esta dirección ―dijo, dándome con la otra mano, un papel con una ubicación escrita.
―¿Cómo? ¿De qué hablas?
―Es tu prueba.
Dudé. Todo aquello me parecía irreal y desconcertante.
―¡Cógela! ―gritó el individuo―. ¡Ah! ¡No mires lo que hay dentro! ¡Por tu bien!
No me quedó más remedio que hacer lo que me ordenaba. Cuando cogí la bolsa el muchacho se dio la vuelta y echó a caminar. Yo observé cómo se alejaba, atónito porque no terminaba de entender la prueba.
Me subí al coche con la susodicha bolsa y la dejé en el asiento del copiloto. Tenía que abrirla, saber qué contenía y por qué querían desplazar su interior. Decidí conducir a casa y averiguarlo de una vez por todas.
Cuando llegué, el corazón me latía fuerte y contundente. Ciertas gotas de sudor brillaban sobre mi frente. Rápidamente, eché la bolsa en una mesa y cogí unas tijeras de cocina para cortar el sello que me impedía acceder al contenido. Lo cierto es que me costó vencer el sistema de cierre. Las tijeras no cortaban lo suficiente. Los cuchillos no valían. Con desesperación, intenté cogerlo con mis propias manos e intentar romperla como si me fuera la vida en ello. Se abrió de golpe y el interior cayó en toda la mesa de la cocina, impregnándola.
Cocaína.
Mis ojos no daban crédito. ¡Había metido droga en mi casa! Tenía que deshacerme de ella lo más pronto posible. Las manos me temblaban como nunca antes. Aun así, recogí con cautela todo aquel polvo blanco y lo volví a meter en la dichosa bolsa. En ese mismo momento, el móvil me sonó y salté del susto. No estaba para muchos trotes. Me estremecí mucho más cuando observé que la llamada era del número que me había dado la oportunidad de hacer la prueba. Contesté. Era la misma voz femenina y dulce de la anterior llamada.
―¿Señor? Mi jefe necesita que lleve el paquete a la ubicación que le hemos proporcionado lo antes posible. Si lo hace, él será tan amable de ofrecerle un trabajo en nuestra empresa y…
―¡No pienso transportar droga para vosotros! ―la interrumpí y colgué con rabia.
Tiré el móvil al sofá. Cerré la bolsa con un trozo de cinta aislante y me dirigí corriendo hacia el coche con ella en brazos. Aceleré lo máximo que pude y llegué exhausto hasta el cuartel de policía. Cuando hablé con un agente, este me llevó a su despacho. Le conté con pelos y señales lo que había pasado. Él fingió tomar notas, pero supe perfectamente que no escribió nada coherente.
―Vamos a hacer una cosa ―habló el guardia, tras escuchar toda mi anécdota―: nosotros nos quedamos con la bolsa, la cual es cierto que contiene unos cuantos gramos de cocaína. Y, a cambio, nosotros no presentaremos cargos por posesión de drogas.
―¿Cómo dice?
Me miré a mí mismo. Iba sudando, resoplando y con malas pintas por las prisas y los nervios. Parecía un drogadicto.
―Dejaremos pasarlo por esta vez. ―Se levantó de su silla y se puso cerca de mí―. Pero que no ocurra de nuevo. Busque ayuda, amigo.
El agente se quedó con la bolsa y me condujo hasta la salida de una manera muy brusca. Ahí fue cuando pensé que no me tendría que volver a preocupar por el asunto de la droga. Me equivocaba.
Cuando volví a casa vi un montón de llamadas perdidas en el móvil. Bloqueé el maldito número y me despreocupé. Lo dejé pasar. Hice otras tareas para no pensar en ello.
Le mentí a Laura, diciéndole que había ido mal la prueba y que ya me habían rechazado para el puesto. Ella se apenó, pero me animó todo lo que pudo. Por suerte, no se percató del estropicio de antes.
Aquella noche decidí que era el momento perfecto para salir en bicicleta y sacar de mi mente esos infernales acontecimientos. Di un paseo largo, pero no debí haberlo hecho. Lo que ocurrió después cambió mi vida para siempre.
Me bajé de la bici en el tramo de carretera que daba a mi casa para descansar y estirar un poco las piernas. Fue entonces cuando divisé a unos hombres a lo lejos saliendo de mi casa. Llevaban tapada la cara. Me estaban robando, o eso pensé. Me subí a pedalear y, habiéndome acercado lo suficiente, vi algo que me heló el corazón. Cargaban a Laura entre dos tipos. Ella se resistía, pero no pudo evitar que la metieran en un coche negro por la fuerza. Yo, mientras tanto, intentaba llegar, pero demasiado tarde. El coche arrancó.
―¡Alto! ¡Deteneos! ―grité, pero mi voz ni siquiera les llegó.
No me rendí. No me daba tiempo a coger mi coche y perseguir a los secuestradores, así que me armé de toda mi fortaleza física y los seguí pedaleando. Me acerqué lo suficiente como para ver que tenía la matrícula completamente tapada. Yo no dejaba de gritarles.
―¡Soltad a mi novia! ¡Cobardes! ¡Meteos con quien os ha fastidiado el negocio!
Por desgracia, el cansancio empezó a mermar mi resistencia y mi velocidad menguó. Intenté sacar fuerzas del interior de mi mente, de mi espíritu y de todo mi ser para no perder de vista el vehículo. Y, sin embargo, este iba más veloz. Era casi imposible que yo le diera caza.
Antes de quedarme exhausto, el vehículo se detuvo en un semáforo. Di el último empujón. Un poco más… Sólo unos metros más.
Una furgoneta chocó conmigo y me tumbó. Yo iba bastante rápido, más de lo que debería, pero aquel conductor imprudente se saltó una señal de STOP en un cruce anterior al semáforo donde estaba Laura secuestrada.
No sabía si me dolía más mi pierna rota o el saber que había perdido a Laura. No la volví a ver nunca más. El coche de los secuestradores se alejó sin dejar rastro alguno.
Desapareció al otro lado de nada.

13 comentarios:

  1. Felicidades, Pedro. El relato es fabuloso. La tensión está presente en todo momento. He disfrutado mucho leyendo. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno, Pedro. Qué tensión. Me he quedado con ganas de saber el destino de Laura, pobre. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  3. Está bien armada la historia y sí, deja con ganas de más. Enhorabuena

    ResponderEliminar
  4. Genial relato. Me hubiera gustado otro fina

    ResponderEliminar
  5. Muy buena historia, pero eres malo.Felicitaciones

    ResponderEliminar
  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  7. Muy buen relato Pedro. Te mantiene en tensión y deja con ganas de más. Enhorabuena

    ResponderEliminar
  8. Buen trabajo,Pedro. Me gusta el ritmo y los giros, enhorabuena!

    ResponderEliminar
  9. Buen trabajo,Pedro. Me gusta el ritmo y los giros, enhorabuena!

    ResponderEliminar
  10. Me ha encantado, Pedro! Muy buen resultado y la trama me ha absorbido, genial!

    ResponderEliminar
  11. Una bonita historia pero con un final que no está muy claro. Queremos más!!!

    ResponderEliminar
  12. Muchas gracias a todos. No puedo expresar cuánto me emocionan vuestras palabras. Gracias de verdad.

    ResponderEliminar